Foto: Plaza Alta (Algeciras)
S A N B A R T O L O M E 6 3. G E N T E

domingo, 31 de agosto de 2008

Muñoz García, José Carlos. José Antonio Hernández Guerrero



José Carlos Muñoz García[1]

Para darnos cuenta de que José Carlos Muñoz es un sacerdote de cuerpo entero no hace falta escucharle decir misa.

A los curas -lo mismo que a los toreros, a los cantaores, a los futbolistas o a los escribientes- basta con verlos caminar por la calle para saber, sin duda alguna, lo que son: en contra de lo que piensa mucha gente, a un sacerdote lo definen, no sólo su manera de celebrar los sacramentos sino, sobre todo, ciertas actitudes y determinados movimientos: el tono y la modulación controlada de su voz, la delicadeza de sus gestos, el ritmo seguro de sus pasos y, como ocurre con los buenos libros, hasta el olor que despiden.
El sacerdote se define, sobre todo, por su actitud ante las cosas y ante las personas: por su manera atenta de mirar y por su forma serena de escuchar. José Carlos es consciente del sentido trascendente de sus palabras y de sus gestos; es coherente con el personaje que encarna, se identifica con el papel que representa y lo vive con todas sus consecuencias.

José Carlos es un hombre de fe profunda y de fidelidad eclesial: cree firmemente en todo lo que cree la Iglesia pero, sobre todo, cree en la Iglesia.
Se siente contento con su radical coherencia vital, con su fidelidad a las ideas, con su respeto a los valores morales y con su lealtad a las personas. Coherencia, fidelidad, respeto y lealtad que, sin embargo, no le impiden aceptar los cambios ni adaptarse a los nuevos tiempos.

José Carlos, además de religioso, es profundamente espiritual: el pensamiento y la reflexión constituyen sus actividades preferentes e, incluso, sus experiencias más ricas y sus placeres más gratificantes. Disfruta con esos goces que no se agotan como un soplo de aire fresco en una tarde agobiante de verano; se complace con esos deleites que duran y que no se consumen en el ardor volátil de las sensaciones gozosas de los sentidos.
Posee una singular sensibilidad para sentir, para vivir y para pensar la trascendencia como la esencia íntima de la existencia humana concreta; se entrega a la meditación, se sumerge en la oración, pero no como evasión a mundos etéreos, sino como conversación sosegada y estimulante con seres vivientes. Racionaliza el placer y sublima la felicidad, pero no los suprime.

Huye de las nieblas de la ambigüedad y ansía habitar un mundo pulcro y luminoso, por eso, trabaja afanosamente en busca de la íntegra honestidad: de la autenticidad y el decoro, o, en resumen, de la perfección consumada.

Hombre de orden, da por supuesto que el movimiento natural de las cosas -de cuanto vive, se agita y palpita en ellas- es ordenado.

José Carlos me recuerda a Aristóteles que acusaba de ateísmo a quienes negaban la armonía del Cosmos, a los que no reconocían que estaba dirigido y calculado desde el principio al fin de la vida.

Por eso defiende que las pasiones y toda la existencia deben estar sometidas al imperio de una razón única, de un orden propio de la "música de las esferas".
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[1] Sacerdote, cursó sus estudios en el Seminario Conciliar de San Bartolomé, esTitulado en Pastoral Litúrgica, fue Coadjutor de la Parroquia de Nuestra Señora de la Palma de Algeciras, Canónigo, Profesor del Seminario y Canciller Secretario del Obispado de Cádiz y especialista en Sagrada Liturgia. Ha sido Maestro de Ceremonia de la Santa Iglesia Catedral y, en la actualidad, es Canónigo Arcipreste.

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