Foto: Plaza Alta (Algeciras)
S A N B A R T O L O M E 6 3. G E N T E

sábado, 19 de diciembre de 2009

Juan de Dios Regordán. Profesor

José Antonio Hernández Guerrero

Juan de Dios, hombre responsable, crítico e hiperactivo, defiende que el arte de vivir consiste –más que en esforzarnos por alargar el tiempo- en desplegar todas nuestras capacidades para seguir creciendo, para alcanzar una vida más plena, intensa y humana: para interpretar, comprender, valorar, disfrutar y vivir en el mundo actual, y, sobre todo para ayudar a los que sufren. Por eso afirma que esta habilidad tiene mucho que ver con la salud del cuerpo, con el alimento del espíritu, con el crecimiento ético y con la educación estética, con el trabajo y con el ocio, con los recuerdos y con las ilusiones, con la esperanza y con el amor: con esos valores que otorgan a la vida humana orientación, respiro y libertad.

Intensamente preocupado por la situación social y política de su ciudad de Algeciras, lucha por evitar el aborregamiento y se esfuerza por transmitir el mensaje de que lo único que no podemos hacer es renunciar a un futuro más justo y más solidario. Por eso nos explica que es injusto que el ansia de "bienestar" de la mayoría afortunada de ciudadanos se satisfaga a costa del "malestar" de algunas minorías desgraciadas. Si pretendemos ser justos y solidarios –nos dice- hemos de repartir equitativamente los bienes y los males, los gozos y los dolores, las ganancias y las pérdidas, la salud y la enfermedad, el calor y el frío, las comodidades y las molestias, el llanto y la risa.

No podemos aceptar que, para que una ciudad esté más bella, expulsemos o alejemos a los que afean el paisaje y a los que perturban la calma o, en otras palabras: no es justo que, para que unos pocos o unos muchos lo pasemos mejor, alejemos las molestias que nos causan, por ejemplo, las personas extrañas o extranjeras.

viernes, 4 de diciembre de 2009

JUAN VINUESA


José Antonio Hernández Guerrero

Tengo la impresión de que Juan, tanto en el proceso de su maduración humana como en el itinerario de su formación profesional, ha seguido un camino inverso al que suelen seguir muchos de sus colegas: en vez de acumular datos que lo alejaran de la realidad cotidiana, ha seleccionado minuciosamente las informaciones con el fin de acercarse a los problemas concretos que, en cada situación debía resolver; en vez de ascender hacia los cielos intangibles de la especulación, ha preferido pisar la tierra polvorienta por la que transitan, trabajan, pelean, pasean y se aman sus conciudadanos; en vez de encerrarse en los círculos de los teóricos de las salvaciones políticas, sociales o religiosas, eligió el contacto personal con sus gentes.
Dilucidar si Juan rompe los tópicos con los que caracterizamos a los profesores o si, por el contrario, los profundiza hasta descubrir sus más íntimos significados, constituye una tarea difícil de realizar si no prestamos permanente atención a sus actitudes y, sobre todo, si no analizamos detenidamente el sentido profundo de sus decisiones. Tengo la impresión de que su valentía a la hora de encarar los retos vitales que se le presentan en cada una de las encrucijadas del camino son exactamente las opuestas a las que siguen a los que sienten un irreprimible ansia de poder o un inconfesado deseo de ostentación. Cada uno de pasos en su caminar por el sendero de la vida –inevitablemente zigzagueante- es el resultado de un dilatado proceso de concienzuda reflexión, de insobornable autocrítica y de un continuado esfuerzo por interpretar -en el doble sentido de esta palabra- el papel que le corresponde en el mundo en el que las cambiantes circunstancias lo han situado.
Él es plenamente consciente de que sus cualidades no son meros adornos decorativos y reconoce que sus dotes intelectuales, su facilidad para relacionarse socialmente y sus valores éticos cumplen sus respectivas funciones sólo en la medida en que proporcionan a sus conciudadanos un bienestar real y concreto. Está convencido de que la única manera de crecer humanamente es invirtiendo su capital de tiempo, de ideas, de sensaciones y de sentimientos en las personas a las que trata, respeta y ama.
No es extraño, por lo tanto, que -hombre realista, sensato y equilibrado- aproveche todas las oportunidades para repetir, una y otra vez, que en el seno de la familia, en el ejercicio de la profesión, en el juego y en las diversiones, contraemos la grave responsabilidad de hacer que los otros –todos los que buscamos esa ración de alegría y esa cuota de felicidad- nos sintamos más alegres y más felices.