Foto: Plaza Alta (Algeciras)
S A N B A R T O L O M E 6 3. G E N T E

domingo, 1 de febrero de 2009

Juan de Dios Blanes González




Mediante su delicadeza expresa la consideración que le merecen sus interlocutores y el respeto que se tiene a sí mismo.


José Antonio Hernández Guerrero


Las actitudes que adopta, el tono que emplea y las expresiones que elige Juan de Dios Blanes cuando explica los temas de Lengua y Literatura, cuando nos comenta episodios de actualidad o cuando, simplemente, nos saluda, ponen de manifiesto su delicadeza, su precisión y, sobre todo, su cordial amabilidad.

Estos son, a mi juicio, los rasgos que definen su peculiar manera de entender las relaciones humanas y de dar a conocer la importancia que concede a los valores más permanentes y sólidos que un educador ha de transmitir.

Por poco que lo observemos advertimos que este profesor está convencido de que, en la manera de expresarse y de comunicarse están explícitas sus enseñanzas fundamentales: esas que configuran el espíritu y que proporcionan los instrumentos válidos para, poco a poco, colaborar en la edificación de la vida individual, familiar y social.

Ésta es la razón por la que, evitando en la medida de lo posible las brusquedades, impide que se vacíen de sustancia sus mensajes y que pierdan fuerza persuasiva las razones en las que apoya sus propuestas. Por eso no es extraño que disminuya el volumen de su voz, en la misma medida en que aumenta el valor de sus razonamientos. Su delicadeza es, a nuestro juicio, su peculiar manera de expresar la consideración que le merecen sus interlocutores y, sobre todo, el respeto que él se tiene a sí mismo.

Juan de Dios es un trabajador servicial, atento a los destinatarios de sus mensajes, comprensivo con los compañeros que difieren de sus propuestas y luchador en las situaciones adversas. A mi juicio, la eficacia de su labor callada gana en quilates gracias, precisamente, a la mesura de sus opiniones, al acierto a la hora de administrar la información que, en cada momento, nos transmite. Él prefiere hablar con sus trabajos bien hechos y, cuando emplea las palabras, éstas le sirven para dar cuenta de lo que ha hecho y para explicar las razones de sus decisiones.

Maestro en la ciencia y en el arte de las relaciones interpersonales, Juan de Dios nos proporciona las armas para que dominemos el miedo ante las situaciones nuevas y, sobre todo, para que superemos la tristeza tras las inevitables frustraciones. Pero, quizás, lo que más valoramos de su perfil humano sea su solidez moral, su modestia personal y la habilidad con la que cultiva la amistad. Hombre esencialmente moderado y conciliador, sigue las sendas de la discreción y de la tenacidad, dando muestras evidentes de su paciencia, una virtud, que según él, se aprende con los años tras llegar a la conclusión de que cada día trae problemas nuevos y soluciones diferentes.