Foto: Plaza Alta (Algeciras)
S A N B A R T O L O M E 6 3. G E N T E

domingo, 31 de agosto de 2008

Muñoz García, José Carlos. José Antonio Hernández Guerrero



José Carlos Muñoz García[1]

Para darnos cuenta de que José Carlos Muñoz es un sacerdote de cuerpo entero no hace falta escucharle decir misa.

A los curas -lo mismo que a los toreros, a los cantaores, a los futbolistas o a los escribientes- basta con verlos caminar por la calle para saber, sin duda alguna, lo que son: en contra de lo que piensa mucha gente, a un sacerdote lo definen, no sólo su manera de celebrar los sacramentos sino, sobre todo, ciertas actitudes y determinados movimientos: el tono y la modulación controlada de su voz, la delicadeza de sus gestos, el ritmo seguro de sus pasos y, como ocurre con los buenos libros, hasta el olor que despiden.
El sacerdote se define, sobre todo, por su actitud ante las cosas y ante las personas: por su manera atenta de mirar y por su forma serena de escuchar. José Carlos es consciente del sentido trascendente de sus palabras y de sus gestos; es coherente con el personaje que encarna, se identifica con el papel que representa y lo vive con todas sus consecuencias.

José Carlos es un hombre de fe profunda y de fidelidad eclesial: cree firmemente en todo lo que cree la Iglesia pero, sobre todo, cree en la Iglesia.
Se siente contento con su radical coherencia vital, con su fidelidad a las ideas, con su respeto a los valores morales y con su lealtad a las personas. Coherencia, fidelidad, respeto y lealtad que, sin embargo, no le impiden aceptar los cambios ni adaptarse a los nuevos tiempos.

José Carlos, además de religioso, es profundamente espiritual: el pensamiento y la reflexión constituyen sus actividades preferentes e, incluso, sus experiencias más ricas y sus placeres más gratificantes. Disfruta con esos goces que no se agotan como un soplo de aire fresco en una tarde agobiante de verano; se complace con esos deleites que duran y que no se consumen en el ardor volátil de las sensaciones gozosas de los sentidos.
Posee una singular sensibilidad para sentir, para vivir y para pensar la trascendencia como la esencia íntima de la existencia humana concreta; se entrega a la meditación, se sumerge en la oración, pero no como evasión a mundos etéreos, sino como conversación sosegada y estimulante con seres vivientes. Racionaliza el placer y sublima la felicidad, pero no los suprime.

Huye de las nieblas de la ambigüedad y ansía habitar un mundo pulcro y luminoso, por eso, trabaja afanosamente en busca de la íntegra honestidad: de la autenticidad y el decoro, o, en resumen, de la perfección consumada.

Hombre de orden, da por supuesto que el movimiento natural de las cosas -de cuanto vive, se agita y palpita en ellas- es ordenado.

José Carlos me recuerda a Aristóteles que acusaba de ateísmo a quienes negaban la armonía del Cosmos, a los que no reconocían que estaba dirigido y calculado desde el principio al fin de la vida.

Por eso defiende que las pasiones y toda la existencia deben estar sometidas al imperio de una razón única, de un orden propio de la "música de las esferas".
___________
[1] Sacerdote, cursó sus estudios en el Seminario Conciliar de San Bartolomé, esTitulado en Pastoral Litúrgica, fue Coadjutor de la Parroquia de Nuestra Señora de la Palma de Algeciras, Canónigo, Profesor del Seminario y Canciller Secretario del Obispado de Cádiz y especialista en Sagrada Liturgia. Ha sido Maestro de Ceremonia de la Santa Iglesia Catedral y, en la actualidad, es Canónigo Arcipreste.

jueves, 28 de agosto de 2008

FRANCISCO CRUCEIRA. José Antonio Hernández


Francisco Cruceyra[1]
A pesar de que somos invisibles los unos para los otros y de que poseemos escasa capacidad para oírnos mutuamente, muchos amigos hemos apreciado que el padre Francisco Cruceyra -enigmático, bondadoso, sensible, comprensivo, idealista, meditativo, soñador, imaginativo, irónico, dicharachero, tierno y fiel-, era un sacerdote que, con sus movimientos lentos y con su aire melancólico, nos acompañaba en la continua búsqueda de nosotros mismos y en la ansiosa averiguación de los caminos personales que, ingenuos, pensábamos que estaban íntegramente trazados en un paisaje vital aún por conocer.


Francisco Cruceyra ha constituido para muchos de nosotros una figura ilusionante ante las múltiples encrucijadas vitales y en medio de la difícil y confusa turbamulta de voces discordantes.

Con sus actitudes respetuosas y con sus sorprendentes comportamientos, ha diseñado un modelo diferente de creyente. Le damos gracias por aquella luz matizada que desprendía, que impregnaba de buen gusto el ámbito de la parroquia y que iluminaba la indagación constante de sendas nuevas que guiaran en la duplicidad con la que toda vida se destruye y se construye.

La vida -todas las vidas-, como él afirmaba, giran en torno a una dualidad: muerte y resurrección, sombras y luces, noches y días, temores y esperanzas.
Su gusto estético -siempre lo he seguido considerando el pintor cañaílla-, ha demostrado plásticamente que el arte es una actividad placentera que facilita la comprensión del mundo en el que vivimos: un mundo que es inteligi­ble y legible, mirable y admirable.
Con sus tareas y con sus palabras nos explicaba que el arte puede ser una actividad pastoral en la medida en que descubre y acerca el rostro de Dios; que el arte puede influir en los hombres y cambiar su manera de pensar, de sentir y de actuar.

Su figura ha constituido la prueba patente de que no podemos considerar a los artistas como meros decoradores, sino como intérpretes cualificados del sentido profundo y polivalente de la vida humana. Siempre me dio la impresión de que -aunque estuviera agitado por sus propias contradicciones- se sentía perfectamente identificado con su cuerpo, de que estaba instalado en él como en un confortable habitáculo.

Mientras que para otros hombres el cuerpo es una especie de prótesis, un instrumento tan ajeno a ellos como las gafas, el sombrero o la chaqueta, para Francisco Cruceyra el cuerpo era una parte esencial de su persona.

Por eso lo cuidaba, lo protegía y lo mostraba como expresión de su actitud de respeto a los demás. Aquí puede residir, opino, una de las claves de una de sus actividades pastorales preferentes: vestir al desnudo y alimentar sus cuerpos, dar de comer a los hambrientos. La mirada acariciante, casi táctil, de Francisco Cruceyra era intensa, cargada de contenido, plena de chispa y de interés.
Mientras que unos, para no comprometerse, ven sin mirar, él miraba para establecer contacto, para comunicar, para ofrecer y, a veces, para suplicar. Opino que hay que reunir mucha humanidad doliente y amante para mirar como lo hacía Francisco Cruceyra.
Siempre tuve la impresión de que sus actitudes y sus comportamientos reproducían con mayor credibilidad que los meros "funcionarios" -los guardianes estáticos del orden establecido o los simples emisarios de las autoridades religiosas- el ejemplo de Jesús, profeta y poeta, vagabundo y visionario, médico y confidente, predicador itinerante y trovador de buenas noticias, arlequín y mago del amor de Dios y de su inagotable y eterna misericordia.
Sus vacilaciones y sus contradicciones lo hacían más sincero, más humano, más real y más coherente consigo mismo, que aquella figura sutil y puritana de "cura" que anda por las nubes para no mancharse los pies con el polvo de este mundo.

En la actualidad -creo que nunca- los personajes infalibles en lo divino e indiscutibles en lo humano ya no traslucen el Evangelio. Estoy convencido de que, si interesan algunos personajes eclesiásticos, no es a pesar de sus debilidades, sino justamente por ser débiles y caducos.
Me parece que nuestra generación venera a sus santos, no como enviados por Dios desde un supraterrestre más allá, sino cabalmente como los más terrestres de los humanos. Hace escasos días me dijo que se sentía cansado. Esta confesión suya no me preocupó en exceso ya que, desde que lo conocí, siempre advertí que el cansancio en sus andares, la pereza de sus movimientos y la curva blanda de sus hombros constituía uno de los rasgos definidores de su personalidad. Gracias, querido amigo Paco Cruceyra, por tu derroche de lirismo y de realismo; gracias por las lecciones que nos sigues dando, gracias por tu atractiva y gratificante personalidad tan sinceramente religiosa y tan finamente poética.
Europa Sur, domingo 28 de noviembre de 1999.

domingo, 24 de agosto de 2008

Entrevista a Pedro Castillo. Luiyi

San Bartolomé.- Mira Pedro, me he propuesto hacer una entrevista a todos los que pueda de los que estuvimos allí. Una entrevista coleccionable… pues nada, para contar las cuatro cosas de allí, los recuerdos, y después qué ha sido de su vida. Los nietos…
Ana, señora de Pedro.- El recuerdo que tiene él de allí es muy bueno, siempre lo dice
Pedro.- Hombre allí estábamos muy bien, muchas penurias pero el ambiente era muy agradable. Yo todavía tengo la publicidad del día del seminario que siempre me quedaba con alguna y por detrás tengo mis anotaciones…
S.B.- ¿Todavía lo conservas? Porque hemos quedado en el blog que llevaremos recuerdos de allí en la próxima quedada.
P.- Sí por allí tiene que estar. Yo conservo libros todavía. Y fotografías… Tengo una bañándonos en Santi Petri que éramos unos renacuajos allí… Y tengo una con la sotana puesta…
SB.- Con el negro, como decía Juan Luis Fuentes Labrador cuando veía una chavala por la calle: “tengo el negro puesto…”
P.- Yo tengo hasta el librito aquel con las canciones para cuando íbamos de excursión… la canción aquella de Chutenlai, chuenlay.
¿Tú te acuerdas la excursión aquella que hicimos a San Fernando, andando desde Algeciras? Íbamos Paco Melero tú y yo. Pasamos la tarde en Zahara y nos tiramos toda la tarde tumbado en una roca al sol y pasamos la noche durmiendo boca abajo con la espalda al rojo vivo. Hicimos noche en Fascinas y antes de llegar a La Barca, en una venta solitaria que hay a mano izquierda no sentamos debajo de la parra pero no tenía menú y pedimos una lata de atún de medio kilo y nos dice la señora: Ahí la tenéis, esperad que os traiga un poco de pan y cuando trajo el pan ya nos habíamos comido el atún. Después llegamos a casa de Melero, que todo se volvían camas de noche ¿te acuerdas? Como eran tantos hermanos…
SB.- Eran once hermanos, diez niños y una niña
P.- Una casa muy bonita con un patio en el centro; y nosotros con la espalda… A mí no se olvida aquello.
Otra cosa que no se me olvida a mí eran las latas que tú te tomabas de leche condensada que te acostabas y colgabas la lata boca abajo en la cama de una cuerda con un agujerito y caía la leche en tu boca… ¿te acuerda? También me acuerdo que me trajeron una vez una morcilla de Cádiz, jo, ¡con lo que a mí me gusta la morcilla! Y cuando pruebo aquello ¡no estaba mala! Acostumbrado a la morcilla de Jimena, aquello no había quien se lo comiera.
SB.- ¿Tú visitas el blog o no?
P. Todavía no. Tengo a ir a lo de mi hija porque el ordenador se averió y todavía no me he comprado uno. Pero ahora vamos a lo de mi hija casi todos los días..
A. Vamos allí mucho porque tenemos un nieto que es precioso, tenemos un nieto Down que es maravilloso, es el más bonito del mundo y si lo vieras lo inteligente…
SB.- Imagino entonces que iréis mucho por allí… Te apetece contarnos tu historia?
P.- Yo estuve cinco años, entré en el 55, curso 55-56 me parece. Tengo que mirar los libros que tengo todavía.
SB.- Quienes eran tus amigos allí?
P. Los más amigos míos, bueno yo estaba más contigo que éramos los dos de Jimena, pero además, Melero y Vinuesa.
SB.- Paco Melero Mora y Juan Vinuesa Márquez. ¿Y los que te acuerdas con menos agrado?
P.- No, con menos agrado, no, con nadie. Yo del que me acuerdo mucho era el profesor de filosofía, ¿te acuerdas? Ese con el pelo blanco y levantado… ¿cómo se llamaba?
SB.- Barreiro Barragán
P.- Ja, ja. Me acuerdo que entró un día en la clase un ratón y gritaba: matadlo, matadlo… y en una esquina le puse en pié encima y lo despachurré. Tampoco se me olvida aquel que dividía la clase en tres partes: a un lado los aprobados, después los notables y al final los sobresalientes. Yo creo que era de latín
SB.- El padre Macías?
P. Macías? Me suena, era bajo y rechonchete. Me acuerdo que cuando preguntaba y acertaba un aprobado, le ponía un cinco pero si contestaba un sobresaliente, le ponía un diez. Así nunca se podía pasar de un grupo a otro. Era muy difícil. Después me acuerdo del profesor de matemáticas ¡el tío sabía de matemáticas!
SB.- ¿A quien te refieres, a Troya?
P.- Ah! Troya, hombre, claro, Troya. El tío sabía de matemáticas… ¡jo!. Y Cejudo de música. ¿Te acuerdas que nos ponía la novena sinfonía y nos ponía todas la notas y las teníamos que cantar?
Me acuerdo del frontón. ¡Se nos ponía la mano! Y algunas pelotas que nos traían que no eran para la mano sino de raqueta.
Sí hombre tengo recuerdos muy buenos. Cuando íbamos a jugar a San Felipe Neri… que una vez me salí de la fila, iba yo mirando una niña y la compañía cogió para allá y yo seguí de frente. Y el Jueves Santo que cantábamos por la tarde en la catedral y estábamos locos porque llegara la noche porque ese día nos tenían preparado un chocolate. Y cuando íbamos al Parque Genovés y le tiraba chinos a las palmeras para coger los dátiles ¿no estaban altos ni na!
SB.- ¡No pasábamos hambre allí!
P. Yo no, porque mi madre me mandaba unos paquetes de manteca “El Pato” de Gibraltar y me la comía con pan.
A.- Él siempre dice que aquellos fueron los años que más a gusto vivió. Siempre hubo compañerismo… A lo que él le cogió trauma fue a las duchas por las mañanas temprano, con las losetas aquellas de mármol y con agua fría. Y cuando venían las epidemias de gripe, frotando el termómetro hasta los 37,5 ¿te acuerdas? Para que te mandaran a casa…
Y tampoco se me olvida los artilugios que yo tenía en el cajón de la mesita de noche de madera, pero como no tenía llave se habría, y yo le hice un artilugio con cuerdas y palos para que no se pudiera abrir. Porque yo tenía postales de artistas de cine, que las compraba en Cádiz al cada vez que veníamos del pueblo
SB.- ¿Y cómo era el artilugio?
P.- Tenías que tirar de una cuerda para abajo, de otra para arriba y con otra en el centro, habría.
No puedo olvidar que los zapatos negros que yo llevaba eran con los que mi padre se casó, que me quedaban hasta chicos y ¿sabes lo que hice para que me quedaran bien? Le corté el contrafuerte y por detrás lo corté y después lo cosí y le di más amplitud, de metí cáñamo de un lado a otro y le dejé un espacio sin cuero y así le gané un número o dos. ¡Y cosiendo calcetines! Yo recuerdo que al final los calcetines siempre me quedaban pequeños porque cada vez que los cosía se quedaban más chicos.

SB. Bueno Pedro y desde que te saliste ¿Por qué no cuentas tu historia?
P.- Salí con 16 años, estuve un año en Jimena y con diecisiete me vine a Algeciras. Yo salí porque no tenía la posibilidad de seguir estudiando, porque yo quería seguir, pero tú sabes que mis padres no… así que tenía que trabajar… entonces yo tenía una hermana aquí en Algeciras trabajando con un médico y le di el encargo que me buscara trabajo. Yo empecé a dar clases a niños y les cobraba cinco pesetas al mes y tenía venticinco o treinta niños. Entonces empecé a hacer un curso de contabilidad por correspondencia, que lo tengo todavía. Entonces, en el año 63, me llamaron para un trabajo en el almacén de San Carlos, en la Fuentenueva, que todavía está, y dio la casualidad que el examen que me pusieron era lo que yo me había estudiado. Total que empecé a trabajar allí de auxiliar administrativo, ganando mil doscientas pesetas. A mí me costaba comer en “Casa de mi Tía” setecientas cincuenta pesetas al mes. Doscientas pesetas me constaba dormir, -novecientas cincuenta-, después yo dejaba a la semana veinte-venticinco pesetas para ir al cine, para comprarme unas chucherías o algo. Y ahí empecé. A los seis meses me salio un trabajo mejor, en fabricación de camisas (camisas Karnani) en noviembre del 63 y allí empecé ganando dos mil pesetas, y el sueldo base estaba en 1.800. Ahí me tiré hasta el año 92. Allí me salió un socio para poner por nuestra cuenta la fábrica de camisas. Porque yo no tenía dinero para hacerlo solo, las maquinarias… después me salio mal porque el socio era más listo que yo y más hijo puta que yo también. Le pague los ocho millones de su parte y nos quedamos nosotros con la empresa. Pero ya empezó el cambio, las camisas se empezaron a hacer fuera de España más barato. Y hace tres o cuatro años viendo que la cosa ya no merecía la pena porque el tiempo que le dedicábamos y todo, mi mujer no paraba de trabajar, trabajábamos sábados y domingos… pues vendí mi casa, pagué las trampas, las que estaban avaladas por mis hijos, porque las que estaba avaladas por mí, pues esas todavía me escriben algunos bancos… y me construí esta casita en lo de mi suegra
A.- Donde yo nací, que es un patio de vecinos. A ver si un día vais por allí.
P. . Me he jubilado, me ha quedado una pensión pequeña pero ahora me he quedado de representante, las mismas camisas que fabricábamos nosotros, ahora las hace otro y yo las vendo y hoy hace 37 años que nos casamos.
A.- Esta mañana a las diez y media.
P.- Le he regalado una poesía; tú te acuerdas que allí, en el seminario, había dos grupos en la poesía: los románticos que defendían a Gustavo Adolfo Bécquer y los prácticos que defendía no recuerdo a quien. Yo pertenecía a los románticos.
SB. Y yo.
P.- Pues para hoy le he escrito una poesía.
SB.- ¿Creéis en Dios?
P.- No. Desde lo de mi nieto me di cuenta que todo es naturaleza pura.
A.- Antes creía, y daba catequesis y eso. Pero a partir de lo de mi nieto, ya no creo. Mira, tanto como yo le he pedido, era la mas creyente del mundo
P.- Yo era de la cofradía de Medinaceli, en San Isidro. Me di de baja directamente.
A.-Mi nieto nació por cesárea antes de tiempo. Y nadie se dio cuenta de que era Down, ni mi yerno que es médico, nadie. A los tres meses el pediatra empezó a notarle los ojitos almendrados y mandó un análisis, y yo le pedía a mi Dios en el que siempre he creído tanto, decía: Tú que lo puedes todo, ¿porque no haces que este análisis sea negativo? Salió positivo. Mira acababa de morir mi madre que estando mala, la arreglaba y la tenía de dejar sola porque tenía que trabajar, no por capricho sino porque era imprescindible. Para mí, Dios era el ser más bueno pero al final nunca ha estado para mi y creo que para nadie.


domingo, 10 de agosto de 2008

ENTREVISTA A ANDRÉS AVELINO. Por Luiyi

-¿Cuántos vas a comprar?
-Media docena, ¡para los tres...!.
Mejor compra una docena ¿o es que no conoces a Andrés?
Efectivamente, cuando llegamos, dice el curita:
A.- ¡Hombre pasteles! Pues vienen estupendo porque hay unos jóvenes ahí que llevan el tema de inmigrantes y eso y se despiden hoy así que les va a venir estupendo. Trae.
Nos llevó a la especie de alberge de inmigrantes que tiene en el patio y allí se quedaron los pasteles. Yo ni siquiera llegué a verlos. Y me dije: este es mi Andrés.

Entrevista a Andrés Avelino González Pérez.
Nacido en Burgos, hijo de Guardia Civil y maestra, con seis hermanos, recorrió media España, de destino en destino. Sus hermanos Carmelo, Antonio y él entraron en San Bartolomé y sólo él, por los pelos, terminó de cura.
Sanbartolome60.- Hablando de entrevista, me he enterado que el Ayuntamiento te va a dar un premio o algo así.
Andrés.- Sí, me va a dar la Palma de Oro y yo tengo más apuros que la leche. No me gustan estas cosas pero me han dicho que a esto voy a tener que ir porque, si no, sería un desprecio.
SB.- A ti y a dos más ¿no?
A.- Sí, somos tres los premiados: una cantante, un relojero y un curilla. Ese rollo ya me gusta más.
SB.- Háblanos un poco del seminario ¿en qué año entraste?
A.- ¡uy! No sé. Yo soy muy malo para las fechas.
SB.- Bueno dime quienes eran los de tu curso.
A.- Cuando entró Luis Suárez, pues yo un año antes. Y Nono Zambrano también entró un año después, pero no me preguntes las fechas, tío.
SB.- ¿Cuándo terminaste? ¿te importa contarnos tu historia?
A.- Cuando terminé los estudios, en Salamanca, por entrar con un grupito en eso del mundo obrero, me tuvieron tres años sin ordenarme, porque eso del mundo obrero no lo veían claro. A los tres años me ordenaron de diacono y me hablaron del celibato y todo eso y yo le dije a Añoveros que para siempre yo no quería, que quería libertad para estar con la gente. Me vine para el Campo de Gibraltar, con Antonio Moreno Soto, Guilermo…
Lo pasamos mal porque no queríamos depender de nuestros padres.

Hubo una reunión en Pastores con el Obispo Antonio Añoveros y me dijeron que éste quería verme para conocer mi historia y preguntarme qué quería hacer yo.
-Yo quiero ser cura del mundo del trabajo, que si yo servía para algo era para eso. Que parroquia ya había tenido desde chiquitito que mi madre me apuntaba a Cáritas y que yo había descubierto que tenía que estar en medio de la gente, como uno más.
Al final. Añoveros dijo: -Bueno, veo que eres buena gente y te voy a ordenar pero con una condición, tienes que estar un mes en La Palma.

Al final me ordenaron de cura (1970 –nota del entrevistador).
El tiempo que estuve en la Palma, estaba yo despistadísimo. Lo que hacía era ayudar a este tío en la eucaristía y en la predicación y después me buscó un grupo de mujeres que para mi fue… Al principio fueron siete y a las dos semanas eran más de 40 y me asusté y yo no servia para esas cosas.
Sebastián empezó a conocerme y me dijo: mira, tú ponte a trabajar y cuando venga el obispo, ya hablaremos.
Empecé en la construcción, en Puntaeuropa, haciendo un chalet de los Cervera. Lo primero que aprendí es que los temas de conversación de los currantes iban por otros derroteros de lo que estábamos acostumbrados. Me acuerdo que presencié una disputa ente dos compañeros. Uno decía que era mejor follar por delante y otro que era mejor por detrás. Éste último defendía que, por detrás, penetraba un centímetro más que el otro lo que multiplicado por todas las veces que lo había hecho, pues habría follado un kilómetros más. Yo alucinaba y pensé que de poco me iban a servir los latines allí.
Ya después, por razones que todos sabemos, tuvimos problemas en aquellos tiempos del cuplé. Los problemas clásicos que teníamos cuando te enfrentabas, pues un cura, tío raro, que se metía a trabajar de obrero y que conectaba con la gente, pues era sospechoso…
Terminó aquel trabajo con Puntaeuropa y me busque un enchufe para trabajar en una fábrica pero se pasó por allí la policía y les dijo que yo era peligroso y todas esas historias y me rechazaron: entonces me di cuenta que en tierra era ya imposible.
A esto me encontré con Pepe Lloret que era de la Joc, que estaba haciendo una encuesta con un grupito de progres. Así que pensé que era de los míos y le expliqué que yo era cura y que en tierra no me dejaban trabajar. Él me había explicado que era patrón de motores de un barco de pesca.
-¿Y qué tengo que hacer para entrar?
Me lo explicó, hice los cursillos –no espirituales sino de barco de pesca- y me presentó al mes al patrón como un amigo. Embarqué y estuvimos dos años juntos.
SB.- ¿Te mareabas al principio?
A.- Como un pato mareado iba. Además tienes que aprender a andar en un barco, cogiendo las cajas…; pero te vas acostumbrando. Nunca me he acostumbrado del todo porque yo siempre he sido muy de tierra.
Estuve en total seis años sin que supieran que era cura. El Pepe lo tenía muy callado.
Me sucedió una cosa muy chula. Un día llegamos a ranchar al barco y nos dice el patrón:
-Muchachos, hoy no salimos a la mar porque he visto un pájaro negro.
Resulta que el pájaro negro era el padre Sebastián que había estado en el puerto comprando para el comedor. Yo me dije “si supieras que llevas otro pájaro en el mismo barco!”
Después me declaré de la manera más tonta. Me pidió Vicente Peña que le dijera una misa con la mala suerte, o la buena suerte, o lo que fuera, que era una misa de difunto y el muerto era un señor de la mar. A las doce de la noche, embarcando, un compañero, el Palito, me dice:
- Andrés, ¿sabes lo que están diciendo en la lonja? ¡Que tú eres cura! Y yo les he dicho que si Andrés y es cura yo soy papa.
- Pues mira, te vas a joder porque tú no eres papa, pero yo sí soy cura.
Y así empecé ya a que me conociera la gente.
Y entonces fue cuando me encontré con Pepe Arana, que venía del Hispano, en Madrid que había estado en Latinoamérica y me lo encontré cuando iba a ranchar y él salía del Carmen.
No se entendía con Cruceira quien le decía que era muy joven y me propuso irnos los dos a Pescadores que se quedaba libre. Tras pensarlo en un viaje a la mar, le dije que sí con la condición de no dejar el trabajo y que él se encargara de la parroquia (él trabajaba en Aucona). Aquellos fueron unos años bonitos con lo de la cooperativa de punto y eso hasta que un día me dice el Pepillo:
-Andrés que me he enamorado de Pepi y que me caso.
Por aquellos tiempos fui a tu campo que estabas empezando a hacer una casa para la comuna y sólo había un boquete enorme en el suelo con hierros y cemento y tú decías que era la bodega de la casa.
Así que se casó en Castellar con el Botita y yo en la ceremonia; y el Tellez.






El caso es que tuve que dedicarme algo más a la parroquia y me dije:
Esto es una jodienda porque yo nunca he sido cura de parroquia ni he sabido serlo, ni lo sé todavía, pero en fin…
Entonces se vino a la parroquia Ramón Pérez Perea que venía de la Atunara y lo estaba pasando mal por culpa de la policía.
Pero no nos entendimos.
En la parroquia surgió USO, aquí surgió un montón de tingladillos de izquierda, se formó una célula comunista con nuestra vietnamita y se tiraba la propaganda por la noche, que me acuerdo que un día, detrás del Florida me sacó la policía del coche de Pepe Lloret y me dieron una paliza tremenda con las porras en la cabeza que estuve un mes medio tonto –el niño de Pepe gritaba: no pegarle que es muy bueno…- y me retuvieron tres días en comisaría, en interrogatorio para ver si me podían sacar algo y me encarcelaron pero estuve sólo un día a la sombra porque alguien pagó la fianza (yo sospecho quién es). Así estaba el nido pero cuando volví de pescar un día, me encuentro que Ramón había echado fuera a todos los grupos y había dejado sólo al MC.

SB.- ¿Fue entonces que vine yo a la parroquia y una señora mayor me abrió un resquicio de la puerta (puerta que antes siempre estaba abierta) y me dijo que don Ramón estaba ocupado y me dio con la puerta en las narices?
A.- Es posible. La gente empezó a notar el cambio. Estuvimos charlando varios días y al final le dije que él o yo. Y el obispo dijo que yo

SB.- ¿Allí en el seminario, quiénes eran tus más allegados?
A.- Al principio me guió mucho Luis Suárez, me agarré a él y lo pasamos en grande diseñando los chistes de Mortadela y Filemón y eso y después empecé a contactar con Nono Zambrano, Guillermo Mendoza, Pepe Barjas y Manolo de la Torre. Después hice también mucha amistad con Martín Varo, Juan, que le daba la cosa por la mística de meterse en un convento. Estaba también mi hermano Antoñito con el grupito.
SB.- Qué se te ha quedado en el tintero en tu vida?
A.- Yo no sé. Yo no soy así de mucha ambición de hacer o no hacer. Me he ido dejando sorprender. Lo pasé muy mal en el seminario pero a causa del Terrícola.
SB.- ¿Terrícola?
A.- Sí. El padre espiritual que fue el que me echó del seminario. Yo llamé a mi familia y a mi cura:
- Mire usted, que me voy del seminario, que me dice el padre espiritual que yo no sirvo para cura.
Al soltar el teléfono me tropecé con el padre Almandoz, que entraba por la puerta de la calle, que fue de esas providencias del ángel celestial que me tocó. Me dirigí a él –me dio esa picada- y le dije:
-Mire, que me ha echado el padre espiritual, así que me voy.
-¿Cómo es eso? ¿Por qué no subimos a la azotea?
Estuvimos toda la mañana charlando dando vueltas en la azotea. Recuerdo que cuando bajaba por las escaleras, me pregunté: Bueno y ¿por qué me tengo que ir yo? Así que llamé otra vez a mi familia y a mi cura para comunicar que ya no me iba; ellos creían que me había vuelto majara.
También lo pasé mal con los latinajos. El del latín también me echo del seminario. El del labio…
SB.- ¿El padre Macías?
A.- El padre Macías, sí, me tenía enfilado y me mandaba hacer traducciones. Yo le decía a mi hermano Antoñito: házmela pero no muy bien, un poco regular para que no se note y sacaba un cinco o un seis. Después filosofía fue fabuloso y en Salamanca empezamos a despertar.
Castro ha sido el que me ha marcado un montón, y Troya y después, el padre Almandoz

SB.- ¿Te gusta el blog?
A.- Yo lo que veo es que se pone la gente muy seria en el blog, unos rollos con esa trascendencia que me parece que estoy yo todavía escuchando a aquella gente en el seminario, al otro y al otro, joder, yo digo; ¿esta gente sigue siendo así o han crecido?
Yo creo que la vida es más relativa y más bonita y más espontánea. Yo es que me lo leo, y digo, voy a tener la paciencia de leérmelo… esas poesías en plan del siglo dieciocho y parece que me estoy viendo en seminario escuchando las tesis que decía los tomistas contra los salesianos. Yo creo que es mejor cosas más cachondas… en el buen sentido de la palabra…
SB.- De uno a diez; valora lo que supone para ti reunirte en el seminario con los antiguos colegas (co-legere).
A.- El seminario a mí no me dice nada. Aquellos rincones ya no me dicen nada. Pero reunirme con todos ellos, cien por cien.

Ha sido una ardua tarea transcribir la entrevista entresacando de la grabadora la voz de Andrés de entre las incontables voces que sonaban al mismo tiempo saludándole, preguntándole, avisándole: Andrés que hace un rato que fueron las ocho y la gente está esperando para la misa…

Luiyi

viernes, 8 de agosto de 2008

Este perfil aparecerá en la edición del próximo domingo de La VOZ de Cádiz



José Arana

Un hombre sobrio que, con su sencillez, refleja el ideal de una vida humana plena en el sentido más hondo y completo de esta palabra
José Antonio Hernández Guerrero
Pepe es un hombre que se ha tomado la vida serio. Enemigo de las estridencias, de las frivolidades y de la palabrería, contempla, analiza y vive la vida desde la proximidad microscópica que le proporciona su compromiso social y desde la distancia telescópica que le confiere su condición de intelectual.
Consciente de su situación privilegiada por el hecho de haber estudiado, administra sus reflexiones –escuetas, agudas y valientes- que están apoyadas en las experiencias compartidas con sus gentes, e iluminadas por los principios éticos de la libertad, de la solidaridad, del respeto y del amor por los más desfavorecidos.
He observado con atención cómo, en su trayecto ascendente hacia la madurez, ha ido cambiando progresivamente su situación en la cancha de juego: desde su inicial puesto de interior derecha que marcaba goles o proporcionaba balones para que otros jugadores ubicados más en punta los marcaran, gracias a su excelente técnica y a su visión de juego, pasó a cumplir, después, la función de mediocentro distribuidor. Finalmente se ha asentado en el centro de la defensa desde donde despeja balones con contundencia y sale con el balón jugado dándonos pruebas de su tino para iniciar los contraataques hacia la portería de las desigualdades.
Si, a veces, nos sorprende por su sobriedad, por su naturalidad y por la discreción de su imagen, su discurso nos llama la atención por su claridad, por su oportunidad, por su realismo, por su valentía e, incluso, por la ironía con la que despoja los episodios de unos brillos que siempre son engañosos.
Por eso, si pretendemos interpretar el significado exacto de sus palabras cuando nos habla, por ejemplo, del tiempo -del que ha vivido, del que está viviendo y del que le queda por vivir-, hemos de fijarnos en la expresión picaresca de sus ojos entreabiertos.
Su figura es para nosotros la representación gráfica de lo sencillo que resulta a la gente de buena voluntad explicar con hechos las sendas que llevan a la construcción de un mundo más habitable.
Con su densa manera de estar callado y, sobre todo, con sus elocuentes comportamientos ciudadanos, logra una eficacia que difícilmente alcanzan las deslumbrantes campañas publicitarias: refleja el ideal de una vida humana plena en el sentido más hondo y más completo de esta palabra.
Sus gestos constituyen una respuesta directa, práctica y sin dramatismo a los interrogantes fundamentales de la existencia humana y una alternativa válida a esta vida de agitación, hastiada de tanto ruido vacío y de tanta vanidad ensordecedora.
Con su trabajo y con su preocupación por los marginados, nos ha desmontado la convicción interesada, errónea y mendaz de que, para elevar el nivel moral de los seres humanos y para favorecer la solidaridad social, es necesario encaramarse en las instituciones que ostentan los poderes políticos, intelectuales, económicos o religiosos.
Los taburetes, las sedes, las cátedras, los púlpitos, las poltronas o los tronos distancian físicamente y alejan moralmente; enfrían la mente y secan el corazón.
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viernes, 1 de agosto de 2008

Balbino Reguera_domingo_3_agosto


Perfil: Balbino Reguera Díaz


Dotado de una notable paciencia humana y de una impaciencia evangélica, acompaña a sus feligreses por los caminos que conducen hacia la madurez humana y hacia la búsqueda de valores trascendentes


José Antonio Hernández Guerrero
Balbino Reguera, sacerdote, párroco, arcipreste, canónigo y delegado episcopal del clero, es, sobre todo, un hombre sencillo, detallista, responsable y eficaz que emplea su tiempo –todo su tiempo- en servir a los fieles y en acompañar a sus hermanos, los sacerdotes.
La corpulencia física de este vallense nos revela las amplias dimensiones de su espíritu noble, y su fortaleza corporal es la expresión transparente de la consistencia de su confianza en las palabras de Jesús de Nazaret.
Realista, reflexivo y coherente, el padre Balbino está dotado de una inteligencia práctica y de unos sentimientos nobles que le han dictado el rumbo de su andadura personal y de su trayectoria pastoral: su entrega generosa a la Iglesia y su amor sin fingimientos a los feligreses.
A mí me llama la atención, sobre todo, su habilidad para huir, tanto de la blandura condescendiente como de la intolerante rigidez. Por eso, quizás, no ha sucumbido a la obsesión de estar a la última moda ni de dejarse impresionar excesivamente por los alardes de una modernidad efectista en la que viven algunos de sus compañeros.
Dotado de una notable paciencia humana y de una impaciencia evangélica, con sus actitudes, más que con sus discursos, nos explica que su tarea sacerdotal consiste en acompañar a sus conciudadanos por los caminos convergentes que conducen hacia la madurez humana y hacia la búsqueda de los valores trascendentes.
Las fidelidades de este hombre franco, claro y directo, enemigo de las ambigüedades y de los circunloquios, nos han estimulado para que, unidos y reunidos, construyamos la ciudad terrena implantando la libertad, el amor y la comunión fraterna.
Amante de la vida buena y de la buena vida, nos cuenta los ecos entrañables que, en el fondo de su espíritu, despiertan los mensajes de Jesús de Nazaret. Balbino sirve al Evangelio con una fidelidad original, en estrecha relación con el Obispo -en comunión afectiva y efectiva con los sacerdotes que integran el presbiterio diocesano- .Sin petulancia y sin teatralidad -aunque, a veces se le escapa cierto desdén por los teóricos errantes que se dejan llevar por la publicidad y por frívolos incapaces de reprimir el apetito desordenado de ser otros- nos proporciona argumentos que sus evidencian una insobornable personalidad humana y una conciencia ética y evangélica que le impiden hacer trampas, vulnerar los principios y transgredir las normas.
Balbino contempla el mundo que le rodea -cada uno de los elementos de la naturaleza y cada uno de los miembros de la sociedad- con la limpia ingenuidad y con la candorosa lucidez del niño que descubre los misterios de las cosas elementales. Con sus ojos abiertos y con sus oídos atentos, penetra en la vida práctica, atiende los asuntos sin turbarse y entiende a sus convecinos a los que trata siempre situándose en su mismo terreno y participando de sus mismas preocupaciones.