Foto: Plaza Alta (Algeciras)
S A N B A R T O L O M E 6 3. G E N T E

viernes, 1 de agosto de 2008

Balbino Reguera_domingo_3_agosto


Perfil: Balbino Reguera Díaz


Dotado de una notable paciencia humana y de una impaciencia evangélica, acompaña a sus feligreses por los caminos que conducen hacia la madurez humana y hacia la búsqueda de valores trascendentes


José Antonio Hernández Guerrero
Balbino Reguera, sacerdote, párroco, arcipreste, canónigo y delegado episcopal del clero, es, sobre todo, un hombre sencillo, detallista, responsable y eficaz que emplea su tiempo –todo su tiempo- en servir a los fieles y en acompañar a sus hermanos, los sacerdotes.
La corpulencia física de este vallense nos revela las amplias dimensiones de su espíritu noble, y su fortaleza corporal es la expresión transparente de la consistencia de su confianza en las palabras de Jesús de Nazaret.
Realista, reflexivo y coherente, el padre Balbino está dotado de una inteligencia práctica y de unos sentimientos nobles que le han dictado el rumbo de su andadura personal y de su trayectoria pastoral: su entrega generosa a la Iglesia y su amor sin fingimientos a los feligreses.
A mí me llama la atención, sobre todo, su habilidad para huir, tanto de la blandura condescendiente como de la intolerante rigidez. Por eso, quizás, no ha sucumbido a la obsesión de estar a la última moda ni de dejarse impresionar excesivamente por los alardes de una modernidad efectista en la que viven algunos de sus compañeros.
Dotado de una notable paciencia humana y de una impaciencia evangélica, con sus actitudes, más que con sus discursos, nos explica que su tarea sacerdotal consiste en acompañar a sus conciudadanos por los caminos convergentes que conducen hacia la madurez humana y hacia la búsqueda de los valores trascendentes.
Las fidelidades de este hombre franco, claro y directo, enemigo de las ambigüedades y de los circunloquios, nos han estimulado para que, unidos y reunidos, construyamos la ciudad terrena implantando la libertad, el amor y la comunión fraterna.
Amante de la vida buena y de la buena vida, nos cuenta los ecos entrañables que, en el fondo de su espíritu, despiertan los mensajes de Jesús de Nazaret. Balbino sirve al Evangelio con una fidelidad original, en estrecha relación con el Obispo -en comunión afectiva y efectiva con los sacerdotes que integran el presbiterio diocesano- .Sin petulancia y sin teatralidad -aunque, a veces se le escapa cierto desdén por los teóricos errantes que se dejan llevar por la publicidad y por frívolos incapaces de reprimir el apetito desordenado de ser otros- nos proporciona argumentos que sus evidencian una insobornable personalidad humana y una conciencia ética y evangélica que le impiden hacer trampas, vulnerar los principios y transgredir las normas.
Balbino contempla el mundo que le rodea -cada uno de los elementos de la naturaleza y cada uno de los miembros de la sociedad- con la limpia ingenuidad y con la candorosa lucidez del niño que descubre los misterios de las cosas elementales. Con sus ojos abiertos y con sus oídos atentos, penetra en la vida práctica, atiende los asuntos sin turbarse y entiende a sus convecinos a los que trata siempre situándose en su mismo terreno y participando de sus mismas preocupaciones.

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