Foto: Plaza Alta (Algeciras)
S A N B A R T O L O M E 6 3. G E N T E

lunes, 30 de mayo de 2011

La congoja de Sor Prendida

Estimado Luis:
He estado ocupadísima en graves asuntos internos de la comunidad y por eso hasta ahora, no he podido ponerme de nuevo en contacto con vosotros.
Tengo una buena noticia. La Rvda. Madre General ha accedido a que se publique mi foto en el blog, y ha sido ella la que ha elegido, entre las que le envié, cuál debe ser la que aparezca. A mí no es la que más me gusta, pero donde hay patrón no manda marinero, o marinera, en este caso.
Hoy quiero reanudar mi colaboración con el blog respondiendo al artículo que el Padre Luis Suárez publicó el pasado 15 de Abril.

Al Padre Luis Suárez.
Una lanza se me ha clavado en lo más profundo de mi alma y me ha llenado de desazón y pesadumbre.
Luego se lo explico, pero antes permítame que le pida que sepa disculpar la demora en responder a su artículo del pasado 15 de Abril, en el que me mencionaba. Sinceramente me agradó y llenó de alegría saber que me recordaba. Sobre todo, porque pudo traer a mi memoria tiempos pasados, queridos y añorados.
Y ya aprovecho para aclararle algunas imprecisiones y de paso exponer para todos los lectores qué fue de mi vida durante todos estos años y por qué vine a parar a este convento.
Empezaré diciéndole que mal presupone vd. que Pepe era mi novio y con el que, supuestamente después, me casé. Nada más lejos de la realidad. Pepe Cortijo era mi amigo, un buen amigo y, al mismo tiempo, compañero de la Facultad. Pero si venía conmigo era porque andaba detrás de una asistenta social rubita pecosilla y con melenita corta que, como tal, trabajaba en la parroquia de San Lorenzo. Creo que se llamaba Asun. Pregúntele a Maricarmen Gutiérrez, que ella estaba al tanto de esos romances.
Sí que me acuerdo del grupo de estudiantes al que se refiere y aún mantengo relación epistolar, ahora electrónica, con algunos de ellos, a través del correo y facebook.
En relación con los seminaristas, sólo recuerdo a Manolo Cepero, que, por cierto, tocaba muy bien la guitarra, el órgano y la bandarria. Sin embargo a Manolo Argumedo no lo ubico en la parroquia. De él sí me acuerdo, pero como director del grupo de música folk “Argos”, que en aquella época fueron pioneros cantando con guitarras en la misa del sábado por la tarde en la parroquia de Santo Tomás. Yo iba a veces a la misa, con algunas compañeras de la Facultad y antes de Las Esclavas que cantaban en el grupo, y en algunas ocasiones a los ensayos que hacían en La Laguna en casa del prestigioso cardiólogo Don Venancio González.
Posteriormente, a mi padre, que era marino, lo trasladaron a la entonces Capitanía General de El Ferrol, y con él nos fuimos todos.
Para abreviar le diré que allí conocí a un teniente galleguiño con el que me casé y tuve 3 hijos: uno en El Ferrol, otro en San Fernando y el último en Las Palmas, terminando, coincidiendo con su último destino, en Madrid.
Desgraciadamente mi marido falleció y me quedé viuda con 3 hijos en el mundo y llena de responsabilidades. Los dos mayores ya estaban casados y emancipados, pero todavía me quedaba el más pequeño, en ese momento en la Academia General, siguiendo la estela de su padre y sus dos hermanos.
El tiempo pasa, y qué pronto pasa. Alejandrito, hoy Teniente de Navío, también se casó y anda desperdigado ocupando despachos en el territorio nacional, igual que mis otros dos hijos.
¿Y qué hago yo ahora?, me pregunté: ¿Me voy temporalmente a la casa de cada uno de ellos, tal como generosamente me propusieron?, ¿Voy a cargar con todos mis trastos, unas veces a Cartagena, Santander, Valencia, o donde ellos estuvieran?  No!, no podía ser tan egoísta, ni ser una carga o un estorbo para ellos. Decidí entregar mi vida a Dios y al servicio de los demás. Llegué a un acuerdo con la comunidad y convinimos repartir entre mis tres hijos la pensión de mi marido y aportar al convento mi sueldo como profesora.
Y ahora, padre Luis, vuelvo al principio de mi exposición aclarándole por qué una lanza ha atravesado mi alma, pero no sin antes hacer una valoración sobre la decisión del Tribunal Constitucional  de permitir a Bildu presentarse a las elecciones, y ante la realidad de las cientos de concejalías conseguidas en el país vasco y Navarra por esta organización.
Sin duda nos encontramos ante una situación política, cuando deberíamos hablar estrictamente de una situación jurídica. Con un agravante: Hasta ahora el Tribunal Constitucional únicamente examinaba, respecto a una situación dada, si los derechos constitucionales habían sido vulnerados o no, sin entrar en la consideración de las pruebas. Únicamente podía decir si las pruebas eran manifiestamente disparatadas o inexistentes. Sin embargo, aquí se ha entrado en la consideración de ellas. Se ha entrado a valorar los hechos.
Si entrar en observaciones metafísicas sobre la consideración de la justicia, la definición más contundente que he leído en mi vida es la que daba Trajano: La justicia es castigar al culpable y dar satisfacción a la víctima.
El Tribunal Constitucional cruzó el Rubicón de la impudicia. Provocó la alegría desbordante de los verdugos y las lágrimas desbordadas de las víctimas. ¿Qué clase de justicia es la que descorcha el champán de los verdugos y desborda las lágrimas de las víctimas? El Tribunal Constitucional ha llenado de alegría a ETA, a Batasuna, y a Bildu, y ha llenado de dolor a las víctimas del terrorismo.
Además, lo más grave, es que ha llenado de dinero a los terroristas para que puedan seguir matando. A partir del 22 de Mayo, todos nosotros vamos a pagar la munición de ETA.
Bien sabe Dios que yo he perdonado, pero es inevitable e innegable, por más que una se afane, que los recuerdos, los recuerdos aterradoramente dolorosos que arrancan la vida a jirones, permanezcan indeleblemente en la memoria.
Por eso, y sólo por eso, querido Padre Luis, una lanza ha atravesado mi alma y se han hecho de nuevo presentes todos los horrores del pasado. Por eso, y sólo por eso, querido Padre, queridos amigos,  me duele terriblemente en el alma tener que pagar con mi dinero la bala que estalló en el cráneo de mi marido y lo dejó agonizando en el suelo, entre mis brazos, en medio de un charco de sangre.
Que Dios os bendiga.
Prendi.

martes, 25 de enero de 2011

A Una Mujer Ejemplar

Ella, la mujer, la que ha luchado tanto, por encontrar la verdad; esa verdad que tanto necesitamos y que tan esquiva es. Ella, la mujer de sensibilidad grande y profunda, de infinita sencillez, de cariñosas palabras, de corazón fatigado en experiencias, de amores inconclusos, de un alma extremadamente pura, que ha logrado arrebatarle al huracán la fuerza, el calor al sol y a la luna su tristeza. Esta mujer, la que ha pagado un alto precio por su bondad, por su generosidad, por su entrega. Ella; ella es una dama suficientemente fuerte como para llorar por lo que vale la pena; ella es una mujer que sabe qué significa abrazar, dar una caricia y que tiene un amplio diccionario de sentimientos nobles, de eternas sonrisas y de sueños transparentes. No la llames ganadora; no aún. Espera un poco, -atesora tus expresiones-, que ya la verás en pie, como siempre, como lo ha hecho otras tantas veces, y entonces podrás saludar a una mujer, de esas pocas líderes que no necesitan aplastar a otros para sentirse única y grande. En ella se vislumbra la humildad ya que ha sido su maestra, y ella ha sabido acentuarse, con noble obstinación, en los primeros bancos de la escuela de la vida, allí donde cada uno de nosotros deberíamos aprender que todos, absolutamente todos cometemos equivocaciones; y todos, absolutamente todos, merecemos oportunidades enormes en la vida. La tan temible soledad ha cubierto muchas veces su delicada alma; el frío punzante de la misma vida y la burla de los que al final se creen más astutos y que creen que son capaces de pulverizar el ánimo de esta integra dama. Esta mujer sabe todo eso. Sabe de las calles gélidas donde sólo llueven melancolías, y sabe de los mercados falaces donde la honestidad tiene muy poco precio. Ella sabe todo eso, pero no se ha quedado inmóvil. Ella es una aventurera con una reserva inagotable de esperanza. Su existencia tiene muchas lágrimas, pero no le faltan las oraciones que alimentan su espíritu, y el afecto de los buenos amigos que siempre están a su lado, y el calor bendito de lo que ella con su entrega y perseverancia construyo como familia. Sobre todo y lo más importante que no le puede faltar es: la mirada luminosa de sus niñas. Aquellas hijas, aquellas benditas hijas, es una fuente de alegría; es un beso del futuro, una promesa que se cumple en cada encuentro, una música siempre nueva en sus oídos, un perfume que puebla de amor el lugar donde ella esté. Aquellas benditas princesas podrían resucitar a esta entregada mujer, si hasta allá hubiera que llegar. Dardos de fuego han golpeado a esta bella dama que yo admiro. Otros serían tan solo un mal recuerdo. Esta gran mujer está hecha de algo muy especial. No es el acero escandaloso frió e insensible lo que lleva en su delicada alma; no es la pretensión de una de esas que creen saberlas todas. Por sus venas corre sangre humana, y eso, que debería ser la norma, es hoy la excepción, porque este mundo casi ha olvidado los ritmos de un corazón cuando palpita con intensidad. Saber palpitar es saber indignarse ante el aborto; saber palpitar es entender lo que se juega en los años decisivos de la juventud; saber palpitar es saber perdonar y saber perdonarse; es pedir excusas, si hay que hacerlo, sacudir el polvo, levantarse otra vez y mirar de frente al sol que nace. Disculpen todos lo que voy a decir: pocas personas realmente admiro. Una de ellas es a esta entregada Dama que es fuerza y pureza inagotable, que Dios me regaló como guía, como maestra y sobre todo como ejemplo y amiga. Ahora, te diré mi dama que cuando un abismo de incertidumbre y de dolor se abre tan cerca del alma, yo sólo sé una cosa: que el Bien que hay en ti, amiga, es más fuerte. Toma la mano de tus princesitas hermosas, eleva otra vez el corazón al Redentor, no dejes de alcanzar con tu voz a los que necesitan de un consejo tuyo, y de tu manera maravillosa de ser HUMANO que eres y que yo puedo decir que conozco. Ella es esa mujer: Esa mujer que yo admiro y que amo con todas mis fuerzas y todo mi ser: Su nombre es “E V A”
Eduardo Martínez de Pineda.