Foto: Plaza Alta (Algeciras)
S A N B A R T O L O M E 6 3. G E N T E

viernes, 23 de octubre de 2009

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Manuel Argumedo


José Antonio Hernández Guerrero

Si aceptamos que la niñez -más que una etapa- es una dimensión que atraviesa toda la vida humana, también podríamos afirmar que, en algunas personas, la adultez puede ser un rasgo que las caracteriza desde su más tierna infancia. He llegado a esta conclusión, tras observar la peculiar manera como Manolo ha recorrido sus sucesivas épocas cronológicas. Ya en su adolescencia, me llamaba la atención sus actitudes serias, sus muestras de equilibrio y el sentido de responsabilidad que mostraba al tratar cualquier asunto por muy insignificante que a los demás nos pareciera. Ahora, cuando ya ha alcanzado la edad de la prejubilación y ya es abuelo, me sorprende su espíritu inquieto propio de los jóvenes investigadores y la ilusión con la que se dispone a emprender nuevas sendas que lo lleven a territorios inexplorados. No tengo la menor duda de que, por eso, mantiene fresca su juvenil capacidad creativa.

Y es que Manolo, hombre asequible y familiar, es uno de esos artistas románticos que, sin necesidad de cultivar la nostalgia, vive y revive las sensaciones y las emociones de su juventud. Inteligente, sin alardear de perspicacia ni presumir de sagacidad, asume la vida como un horizonte abierto a experiencias siempre inéditas y como una rica cadena de oportunidades para seguir aprendiendo y creciendo. Agudo en sus juicios, administra los silencios y distribuye las pausas, y, con fina ironía y con sutil escepticismo, capta los detalles aparentemente insignificantes y descubre las verdades y las mentiras que se ocultan tras las vanas apariencias. Por eso relativiza los sucesos rebajando su gravedad y su importancia; lucha contra la mediocridad y el rencor, y se mantiene alerta para pulsar –como hace con su guitarra- el ritmo de la vida. Por eso sigue escalando altura humana y aumentando estatura intelectual. Impulsado por un afán enciclopédico y dotado de un espíritu inconformista, Manolo es, sobre todo, un cultivador de la amistad, un hombre sencillo y trabajador. Con humor -para que la inteligencia no le haga daño- y con ingenio –para no herir susceptibilidades- conforma sus actividades con su vocación artística conscientemente asumida, con sus exigencias éticas lúcidamente interpretadas y con su destino humano plenamente aceptado.

Robusto de cuerpo y de espíritu, disponible y servicial, carece de afán de poder y de riquezas: es un hombre en el que cristalizan y se concentran los valores más estrictamente humanos. Aunque siempre evita caer en quimeras, sabe conjugar la imaginación y el sentido común con el fin de comprender y de vivir la vida. Se niega a las seducciones de la nostalgia pero se aferra a esa dimensión utópica que se sustenta y se nutre de las raíces esenciales de sus convicciones. Por eso es un hombre de esperanza.