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miércoles, 29 de septiembre de 2021

 

JUAN DE LA FUENTE 2018-2019

 


domingo, 30 de diciembre de 2018

¡LA DE COSAS QUE DESCONOZCO! (Segunda parte)

 

Una de ellas es la función que desempeña ese supuesto artículo “la” que preside la fila de palabras que forman el título. Que la frase tiene un sentido exclamativo lo pregonan los signos en que se encuentra aprisionada. Y no es precisamente un grito de alegría el que atraviesa el aire hasta llegar a nosotros. Tampoco soy tan trágico como para identificarlo con  un lamento por la decepción que al cabo de los años siento ante mi incompetencia o inconsciente superficialidad con que he oído y pronunciado frases parecidas sin pararme a escudriñar su sentido.

Sea como sea, el único consuelo que me resta es buscarle una explicación que tranquilice mi conciencia. Quizá consiga así un momento de sosiego y, como Sócrates, (¡qué pretencioso!) después de reconocer mi ignorancia, dé un primer paso en el camino de la sabiduría. Pero ese conocimiento de la amplitud de mi desconocimiento no se deduce del mero significado del verbo en que finaliza el título. De él solo se obtiene la confesión de mi ignorancia, pero no dice si es total o parcial. Aunque parezca raro toda la fuerza significativa que provoca la ponderación está encerrada en las cuatro palabras del inicio “la de cosas que”.

Si en lugar de “cosas” apareciera, por ejemplo, “juguetes”, en la mañana posterior al  día de Reyes se podría oír en más de un hogar hispano: “¡La de juguetes que me han puesto los Reyes Magos”!

¿Cualquier nombre es susceptible de ocupar el lugar de “cosas” y Juguetes”? ¿Cabe decir: “¡La de paciencia que hay que tener en esta vida!”, “¡La de amor que pone en todo lo que hace!”? Yo, al menos, lo que he oído decir es: “¡La paciencia que hay que tener contigo! Tengo el cielo ganado.” “¡El amor que ponen las monjitas en la elaboración de estos deliciosos pestiños!”

La razón de este tipo de restricciones se debe a la clase de nombres que pueden suplir a “cosas” y “juguetes”. Es la clase de los denominados nombres contables. Entonces, todo el valor cuantitativo-ponderativo reside en la palabra ausente que debería tener un sitio entre “la” y “de”, y ha dejado allí una huella tan eficaz que invade toda la frase. ¿Qué mágica palabra es esa?

Vamos a suponer que es “cantidad”: La cantidad de cosas, la cantidad de juguetes etc.

Antes de pasar adelante, la estimación de lo que supone una cantidad de entidades (objetos, acciones, sucesos, estaciones del año) provocadoras de exclamaciones de alabanza o reproche, es atribuible al autor de la frase. Alguien puede desahogar su entusiasmo ante un grupo de personas proclamando: “¡La de adornos navideños que iluminan y embellecen las calles de la ciudad!”, y exponerse a que algún incorregible derrotista que todo lo critica le replique: “¿La de adornos? La pobreza y porquería de adornos querrá usted decir”.

Si estamos de acuerdo en el sentido cuantitativo de la frase, en su valor relativo, y en su constancia en todas las situaciones y contextos, pasemos a examinar el papel que juega el relativo “que”, colocado después del nombre contable que puede suplir a “cosas” “juguetes” y “adornos”. ¿Es tan inconmovible como las dos primeras palabras?

¿Afirmamos que el artículo “la”, la preposición “de” y el pronombre relativo “que” no pueden faltar ni suplirse con cualquier otro?

Por mi parte así lo creo. Y la prueba es que si lo hacemos desaparecer, se viene abajo el valor expresivo y cuantitativo de la frase, que ipso facto pasa a convertirse en una expresión descriptiva. Veamos un ejemplo.

En una inmobiliaria un cliente examina unos planos con diversos tipos de casas o chalés.  Hay dos que son de su agrado. Una tiene terrazas; otra, solo ventanas. Duda en elegir “la de terraza” o “la de ventanas”. Estamos describiendo, no asombrándonos por el número de casas de recreo, ni por la cantidad de árboles o flores de la zona. Para ello se requiere la compañía del relativo: “¡La de árboles que hay, la de flores que tiene el jardín!”

Hasta ahora hemos descubierto: a) que los tres monosílabos no pueden faltar, b) que entre los dos primeros ha dejado una huella una palabra ausente y la más probable es “cantidad” c) que a la preposición “de” debe seguir un nombre contable d) que debe terminar la frase con una forma verbal (con los elementos asociados indispensables), e) que la forma verbal varía de significado en función del nombre contable insertado tras la preposición.

Queda un último problema: el origen de este esquema: La de + SN + que + SV. Pues no hay sino dos posibilidades: o que surgió tal cual aparece en el título o es una simplificación de otra con más elementos gramaticales.

En mi ayuda acude desde el recuerdo entrañable un profesor de Filosofía que la mayoría de mis incondicionales lectores conoce muy bien. Sin proponérselo me brindó una lección que me viene de perlas para aplicarla al asunto que nos ocupa. Hay problemas lingüísticos, para cuya solución hay que ir rastreando hacia el pasado. Pero es mejor que lo ilustre con una escena que tuvo lugar hace más de setenta años.

Fue en el Colegio del Rebaño de María. Era época de vacaciones y por un azar, que no soy capaz de aclarar a tan larga distancia en el tiempo, acompañaba una mañana al Padre Barreiro. Terminada la Misa, se disponía a despojarse de los ornamentos, cuando entró  muy decidida la Superiora de la Congregación con la clara intención de iniciar una conversación sin preámbulo ni previo saludo. Pero ni media palabra pudo salir de sus labios, pues el celebrante se la cortó en seco con esta amonestación de la que fui testigo:

“Lo primero es dar los Buenos Días, y después dígame lo que tenga que decirme”. Esperó unos segundos la reacción de la religiosa, y añadió:

“Y puede darse por dichosa de que me conforme con eso, pues el saludo completo es «Buenos días nos dé Dios y paz en su Santo Reino»”.

Esta  anécdota que en apariencia solo nos revela otro rasgo más de la personalidad de nuestro querido profesor, adquiere para mí un nuevo sentido. Lo simple del presente desanda el camino hacia lo compuesto del pasado. No se empezó a saludar el nuevo día con “buenos días”, que tiene todas las trazas de un parte meteorológico. Dudo mucho que en los pueblo andaluces de los Campanilleros se conformaran con ese raquítico saludo. La gente sencilla del campo emplearía parsimoniosamente el modelo barreriano. Fueron las prisas y la rutina las que expulsaron a Dios de nuestros labios, y poco a poco de los corazones, al reducirlo a un escueto “buenos días”.

De la misma manera la mutilación operada en el seno de los dos primeros monosílabos del presente título siguió los pasos previos desde un cuerpo dotado de todos sus miembros, y, por ese corte quirúrgico que los lingüistas dieron en llamar elipsis, ha llegado a nosotros con el aspecto a que nos hemos habituado.

 

Y así el flamante doctor, que sostiene por el lomo la laureada tesis, cambia en su apologético discurso la pesada cantinela: “la cantidad de documentos que he consultado, la cantidad de libros que he leído…” por la más ligera fórmula: “la de apuntes que he tomado, la de horas que he robado al sueño para dedicarlas al estudio”, hasta finalizar el recuento de sus acreditados méritos. Y ya la expresión abreviada se interiorizó y formó parte de la competencia chomskiana.

 

Juan de la Fuente

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lunes, 17 de diciembre de 2018

“La…La”, “La de” y “Lo de” (Primera parte)

 

 

Estas parejas de términos gramaticales aparecen en las frases que utilizaré a continuación y trataré de explicar con ayuda de un modelo de gramática conocida como Gramática Funcional. Esta operación me servirá para afianzar los conocimientos que, aunque adquiridos a partir de mediados de los noventa, están faltos de ejercicio como  consecuencia de mi alejamiento de la enseñanza. Si de vuestra lectura y comentarios recibo algunas correcciones, las aprovecharé agradecido para perfilar y aclarar los puntos más dudosos.

 

Primero voy a exponer sucintamente la característica de esta gramática. Lo fundamental para el enfoque analítico de un texto es el Predicado. Como sabemos por la gramática tradicional, puede ejercer esta función un verbo o un nombre/adjetivo precedido del verbo copulativo. Me voy a limitar en este escrito al verbo.

En una forma verbal variable dotada de los sufijos e infijos necesarios para la expresión del Número, Persona, Voz, Tiempo, Modo y Aspecto, la Gramática Funcional, para iniciar sus análisis, presta atención  a su “Marco Predicativo”.

El Marco predicativo es como un casillero en el que se alojan los demás elementos gramaticales que obligatoriamente deben asociarse al verbo para formar una oración o predicación. Estos elementos reciben el nombre de Argumentos. De acuerdo con la estructura semántica del verbo se necesitarán uno, dos, tres o cero elementos. Si con uno solo se llena el casillero argumental se dice que el verbo es monovalente, como sucede en la frase “El niño duerme”. Si son dos los que se necesitan, el verbo es bivalente, como “el niño vio una película”.

Si se trata del verbo “dar” se necesitan tres argumentos para rellenar sus casilleros argumentales, como en “La madre dio un juguete a su hijo”. El verbo “dar” es, pues, trivalente.

Estas oraciones que poseen los elementos necesarios para  desarrollar su función comunicativa se llaman nucleares. Todos los demás elementos añadidos para expresar los conceptos de Lugar, Modo, Tiempo, Instrumento, Causa, Finalidad y cualquier otro, son periféricos y reciben el nombre de Satélites. En la gramática tradicional son los complementos circunstanciales.

 

Otra noción importante para el análisis de las oraciones que vamos a presentar es la de “Argumento cero” o “Argumento ø”. 

En Morfología el cero, (ø) adquiere un valor por oposición a otra forma positiva de la misma categoría. Si para formar el plural de un nombre, por ejemplo, “niño”, se emplea el sufijo “s”, la ausencia de “s” o lo que es lo mismo, el sufijo ø, adquiere el valor de singular.

De manera parecida, el vacío que se produce a veces tras un artículo como “la” también tiene un valor gramatical. Para reconocerlo debemos acudir a una disciplina cuya creación se debe en gran medida a Charles Morris del que recibió el nombre de Pragmática.  Su tema de estudio son los factores extralingüísticos que contribuyen a descubrir el significado de un enunciado concreto, emitido con una determinada intención, en tiempo determinado y una situación  adecuada.

Supongamos que me asomo a la calle a través de la cristalera del salón que da a la terraza y digo: “Maru, con la que está cayendo no puedo  ir ahora por el perejil para las papas aliñás. Voy a esperar a que escampe. ¿Te parece bien?”.

Al artículo “la” le falta el soporte de un nombre en función de argumento/Sujeto de la perífrasis verbal “está cayendo”. Ese hueco es el célebre “argumento ø” y la situación que coincide con el tiempo en que se emite el mensaje me lo está diciendo a gritos y la estoy viendo con mis propios ojos: es la manta de agua que casi me impide ver la fachada de la casa de enfrente. Es la Pragmática la que contribuye a rellenar el hueco que la Gramática ha dejado en el  nivel sintagmático.

Con estos datos preliminares vamos a analizar la siguiente oración:

 

1.- “El que la sigue, la consigue”

El análisis tiene que empezar por el Predicado. Como estamos ante una oración compuesta  el primero es “sigue”, presente de indicativo, tercera persona del singular. Según  hemos visto ya, es bivalente, pues con un Sujeto y un Objeto está cubierto el cupo de sus argumentos obligatorios: Alguien sigue a alguien o algo. Todo lo que se añada a esta oración nuclear son Satélites: donde, cuando, para qué, etc.

Nos interesa tener en cuenta el tipo de Presente que es. Como inserto en un refrán, es un presente llamado gnómico, caracterizado por su atemporalidad. Abarca todos los tiempos, es aplicable al pasado, al presente y al futuro. Como fruto de la experiencia popular, su semilla es la creencia  de que así ha sido siempre y así lo seguirá siendo.

En el  refrán aparecen dos “la” solitarias. La primera deja en el aire la entidad seguida o perseguida: “la sigue”, pero ¿a quién? ¿a qué?

Todo se aclara si acudimos a la Pragmática, que nos proporciona el elemento que rellena el hueco del texto. Lo encontramos en la situación en que se pronuncia la oración o en la intención del hablante o en conocimientos compartidos por emisor y receptor del mensaje. 

Si el refrán fuera: “El que la hace, la paga” sería fácil adivinar el contexto extralingüístico que contribuye a rellenar el hueco precedido por la primera “la”. La lista o paradigma de términos que pueden ocuparlo se limita a hechos dignos de castigo: delitos, daños infligidos, abusos.

Pero las cosas materiales e ideales, las ilusiones y las utopías, las permitidas y vedadas que los humanos perseguimos son ilimitadas. Según  Gn. 1, 26 Dios nos ha puesto al mando de aves del cielo, bestias, alimañas terrestres y reptiles.

Lo mejor sería indagar el origen del refrán, que como tal refrán está en el terreno de los que sufren y trabajan, miran al cielo para ver si se esperan lluvias o se temen sequías, si en agosto habrá frío en rostro o en febrero buscará la sombra el perro.

Para mí que el origen está en la cinegética. Al principio tenía un sentido más concreto, aunque susceptible de universalizarse merced a su utilización en sentido figurado y a su carácter gnómico. Para nuestro propósito hay dos refranes que nos vienen como anillo al dedo:

“Quien sigue la liebre, ése la prende” (13. 026, Refranero General Ideológico Español, compilado por Luis Martínez Kleiser, individuo de número de la Real Academia Española, Editorial Hernando, MADRID, MCMLXXXIX)

“El que sigue la caza, ése la mata” (13.o25. ibid.)

Puestos en circulación estos dos refranes y otros similares, el segundo paso sería suprimir la liebre y prescindir de la caza por superfluas, ya que sin ellas todas  las peñas de cazadores y los numerosos aficionados a  la  Cinegética entendían perfectamente su sentido.

Así se llegó a la forma simplificada que tenemos delante:

“El que la sigue, la consigue”.

Una vez interpretada la caza como la meta que todo hombre persigue, ya en el terreno económico, como en el social, político, intelectual, deportivo, incluso místico, la Pragmática determinará qué palabra o qué idea, dentro  de ese inmenso paradigma de las variadas aspiraciones y deseos humanos, es la adecuada para rellenar el hueco existente en el nivel sintagmático.

Mientras el homo cinegeticus que todos llevamos dentro está empeñado en su particular cacería, el refrán actúa como señuelo:

“Tú sigue estudiando hijo mío, que «el que la sigue la consigue»”.

Una vez alcanzada la presa, quizá ese mismo jovencito del ejemplo, tras seis o siete años de sobrehumanos esfuerzos llegue a respirar aliviado y exclame:

 “Lo conseguí por fin. ¡Qué razón tenía mi madre! «El que la sigue la consigue». Ya tengo el título de arquitecto técnico. Ahora solo me falta encontrar trabajo”.

 

Pasemos ahora a la segunda “la” integrada en la oración principal. Fonéticamente no se diferencian. Son homófonas. Pero sintácticamente son distintas. La función de la segunda es estar al acecho de la cambiante pieza de caza que en cada caso persigue el correspondiente  homo cinegeticus y referirse a ella una vez conseguida.

Unas veces será un carnet de conducir, otras, un título universitario, un trofeo deportivo, una condecoración, un nombramiento de hijo predilecto de su pueblo, o un escaño de diputado. La segunda “la” es la forma átona del pronombre personal femenino “ella” cuya función es anafórica y actúa como un notario que certifica en cada caso la pieza alcanzada por el artículo “la” de la oración de relativo.

Antes de terminar quiero hacer una observación, ahora que está de actualidad el debate de los beneficios o daños de la caza. Hasta un místico de tan delicado espíritu como San Juan de la Cruz escribió estos versos:

 

Tras un amoroso lance

Y no de esperanza falto

Volé tan alto, tan alto

Que le di a la caza alcance.

 

No sé qué calificativo aplicaría un amigo de los animales a nuestro poético santo, al descubrir que, después de culminar el camino interior del alma, con sus tres etapas purgativa, iluminativa y unitiva y sus correspondientes noches oscuras, al hecho de ser llevado en volandas por el Amado hasta alcanzar el sublime y pasajero episodio del éxtasis místico, lo equipara con el indignante y abyecto espectáculo de la caza.

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martes, 27 de noviembre de 2018

PALINODIA

 

 

Cuando ya había asignado al adaptador de la versión española y al autor de la canción en su lengua original, tras un esfuerzo de rastreo de sus  posibles huellas presentes en el popular pasodoble, los versos en que se reflejaban la emoción, el sentido poético, la sorpresa incluso de uno y de otro, un nuevo dato, que llega a mi conocimiento diez minutos después de haber puesto el punto final, echa por tierra todo mi fantasioso edificio.

Como en los Ejercicios ignacianos, había hecho mi composición de lugar. Los belgas pertenecerían al norte, la región en la que se expandieron el calvinismo y el luteranismo. Como asiduos lectores de la Biblia concibieron- o concibió el autor de la  letra- a España como un paraíso “sin igual”, para diferenciarlo del Edén, ya que, entre los muchos árboles que había plantados en él, se hace especial mención de dos, el de la Vida y el de la ciencia del  Bien y del Mal, mientras que en el paraíso español resaltan el del Amor y el de la Belleza. Posiblemente habrían ido a los toros, pues les llamó la atención la distinción y elegancia con que el diestro (tal vez El Cordobés) saludaba a la afición “con esa gracia del hidalgo español”.

La mención del Mediterráneo y de las costas españolas junto a la emoción provocada por la sardana y el fandango invitan a pensar en sus visitas a playas de la Costa del Sol, con sus tablaos flamencos, o de la Costa Blanca. He hablado de la alusión a la comida en “la vida tiene otro sabor”.

La conclusión que extraía de todo esto era que el adaptador tenía delante la traducción de la letra original y fue distribuyendo en las  nuevas estrofas  las pinceladas de tipismo español que se traslucirían en el original, y aprovechó el pegadizo estribillo encabezado por los vivas a España como un delirante, entusiasta y popular refrendo de españolismo utópico.

Lo que era una hipótesis hasta ese momento, se convertiría en tesis, en cuanto tuviera  delante la traducción. Pero paradójicamente no puse mucho interés en buscarla.  En el fondo no quería verme defraudado y obligado a reconstruir mi diseño. Y entonces, cuando más descuidado estaba, apareció en la pantalla la dichosa traducción. Ahora verán ustedes por qué la llamo “dichosa”:

 

Versión en español del tema EVIVA ESPAÑA, escrito en neerlandés, por Leo Rozenstrater, realizada por Manuel de Gómez, empleado de la embajada española en Bruselas, a través de la cual ha llegado a nosotros la popular Que Viva España,  interpretada por Manolo Escobar con música del belga Leo Caerts.

 

     EVIVA ESPAÑA

Después del viaje bonito y caluroso por la España soleada

Olvido todo, solo pienso en español.

Mi habitación brilla rojo y naranja´

Los colores vivos del sol y la luna española.

La furia española me ha confundido mucho.

Aquel temperamento ha conquistado mi corazón.

Me gusta el baile y la música.

EVIVA ESPAÑA

El orgullo y el romanticismo.

EVIVA ESPAÑA

Una serenata bajo el balcón

EVIVA ESPAÑA

Dame todos los días sol

España, por favor.

Con mis manos toco las castañuelas

Y con el pie marco el paso del flamenco.

Solo visto vestidos andaluces

Y en mi cabeza llevo un gran sombrero negro. Me gusta el vino y el caviar.

La cocina española es un festival.

 

Toda esta información procede del Blog de Alfred López titulado “Ya está  el listo que todo lo sabe”. Resumiendo las noticias, me entero entonces de que en el año 1972, una cantante de 24 años, de nombre artístico Samantha, llamada Christina Bervoets, recibe de su productor la propuesta de grabar un disco con el tema del compositor belga Leo Caerts, que llevaría el título de “Eviva España”. El éxito de la canción es tan clamoroso que en un año se venden en Bélgica 127.000 discos y 475.000 en el resto del mundo.

La noticia corre como la pólvora y se escribe una versión en español, a través de Manuel De Gómez, un empleado de la embajada española en Bruselas.

Por otro lado tengo noticias de que la discográfica Belter con sede en Barcelona le propone al cantante Manolo Escobar, en el pináculo de la fama en esa época, que la grabe con el título de “Que viva España” y, si  es cierta la cifra que menciona Alfred López en su blog, son más de 40 millones de discos  los que se han vendido desde entonces.

He resaltado a través de, porque con esa locución preposicional se da a entender que el  trasvase de la traducción que reproduzco se convirtió en la adaptación en que la ha venido cantando Escobar. Es inimaginable la cantidad de personas que la habremos oído, tarareado o cantado a pleno pulmón, si multiplicamos solo por cuatro el comprador de cada disco.

Este dato viene a corroborar sociológicamente mi conclusión de que no puede ser una invención apasionada, sino una realidad viviente la existencia de una tierra del amor, y las consecuencias  lógicas e históricas de esa especie de axioma.

No hace falta que entre esa multitud se encontraran, como me parece haber comentado ya, personas que, aun en medio de sus cantos, hicieran mis mismas deducciones, y se dieran cuenta de lo que estaban admitiendo. Aunque todos fueran analfabetos o inconscientes,  políticamente hay que creer que el pueblo es sabio y no se equivoca nunca, eslogan mil veces repetido contra los reacios a admitir que todos los votos valen igual. Estamos, pues, de enhorabuena: vivimos en un mundo al que la alegría del amor, o Amoris laetitia del Papa Francisco, ha llegado tarde. De esa alegría del amor venimos disfrutando desde que Hispania era Hispania y España es España.

Solo me asalta una duda. ¿Por qué, a pesar de haber demostrado teórica, sociológica y políticamente, profundizando en un texto más o menos poético, envuelto en ruidosa charanga y contagiosa alegría, que vivimos en un paraíso donde reina el amor y la paz, no siento esa dulzura interior y ese reposo espiritual y bienhechor, propios del estado paradisíaco?

 

Es más, se da el caso de que entonando silenciosamente dentro de mí el Salve Regina, al llegar  a “ad te suspiramus gementes et flentes in hac lacrymarum valle”, me siento penetrado de una paz y una alegría tan serena y reconfortante que llego a pensar si no será porque la verdad por cruda que sea ennoblece más que vivir en un dulce y adormecedor engaño.

 

Juan de la Fuente

 

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domingo, 18 de noviembre de 2018

PREPOSICIONES Y EXPRESIONES COLOQUIALES (2)

 

 

 

Sucede a veces que el título no se ve reflejado en el cuerpo del artículo con la totalidad de su contenido. Cuando el autor es un experto en informática lo cambia al final por otro y  soluciona el problema. Pero cuando está más bien cortito en estas nuevas  tecnologías, como es mi caso, no sabe cómo remediar la decepción de los lectores al no ver satisfecha del todo su curiosidad. Esa es la razón de la repetición del mismo título, acompañado de la señal convenida para indicar que desarrolla el mismo tema del anterior.

Continuaré, pues, en orden alfabético con la preposición “en” ante el artículo neutro. Y espero no alargarme demasiado, para ofrecer alguna expresión coloquial dentro del esquema gramatical que estamos manejando o en cualquier otra estructura oracional.

“En lo graciosas y atractivas ninguna mujer aventaja a las andaluzas”

Este ejemplo está tomado de “El artículo neutro” en Hispanoteca de Justo Fernández López. No aparece el autor, lo que da a entender que se ha inventado expresamente con fines pedagógicos. Por lo que llevamos estudiado hasta ahora sabemos que se trata de un /lo/ ponderativo. Los adjetivos afectados por él admiten grados: el grado de gracia y atractivo de las andaluzas es superior al de todas las mujeres, sea cual sea su nacionalidad, etnia y época histórica.

Por si alguien considera inverosímil que frases como esta obtengan la aceptación de cualquier oyente con un mínimo de sentido común, he recurrido a otra que en estos días ha empezado a revivir como arma arrojadiza de acendrado patriotismo contra los dardos secesionistas. Como habrán adivinado se trata de “Que viva España”. Interpretada por Manolo Escobar, ha hecho vibrar de emoción a emigrantes, hinchas de la selección española de fútbol, y público en general. Se estima que del disco, editado por Discográfica Belter en 1972, se han vendido más de cuarenta  millones de copias y ha sido traducido a más de diez idiomas.

Este éxito conseguido en España y en el extranjero no puede explicarse solo  por el patriotismo o la nostalgia. Alguna razón de más peso y  un sentido más profundo han debido de encontrar personajes del más alto relieve e intelectuales de reconocida solvencia, para premiar con sus  aplausos el popular pasodoble.

Esperamos desvelar ese misterio con un repaso de la letra, tan minucioso como el espacio del que dispongo lo permita.

“Entre flores, fandanguillos y alegrías/ nació mi España, la tierra del amor.”

En una especie de Génesis folclórico asistimos al nacimiento de España. Tenemos un esbozo de paraíso, y una versión sandunguera de villancico navideño, acompañado de palmas por alegrías. Que España sea la tierra del amor, no hay sino esperar a que vaya creciendo la recién nacida para convencernos de ello.  Aunque una versión torticera nos haya  hecho creer otra cosa, desde D. Pelayo solo se ha mantenido un conflicto habitacional con unos okupas africanos. Entre el dueño de Asturias y  los sucesivos jefes de la etnia inmigrante se estableció un diálogo amistoso y se inició la tramitación de un desahucio con algunos altibajos. Cuando se tuvo que llamar a Santiago para que ejerciera de mediador, algunos exaltados exigían el inmediato cierre de España. Al final reinó la sensatez y lo único que se cerró fue Asturias. “Por lo pronto vamos a cerrar nuestra casa, y el que venga detrás que arree”-sentenció el rey astur.

Hasta la época de los Reyes Católicos no se logró la solución del conflicto, siempre en un clima de sereno diálogo y condiciones consensuadas. Mientras tanto los españoles solo hemos sido testigos de espectáculos de zalamera convivencia intercultural entre cristianos y moros, seguidos de besuqueos de carlistas e isabelinos, recibimiento de los embajadores napoleónicos  con flores y frutos de nuestras huertas, y cierto desacuerdo entre republicanos y nacionales con el feliz desenlace de un arreglo de sus pequeñas divergencias en pacífica confrontación de pareceres.

Si en el presente se ve ennegrecido el panorama, el mismo pasodoble nos ofrece una irrebatible demostración de un final que justifique nuestro optimismo. Lo veremos enseguida.

La belleza  de España exige filosófica y teológicamente la intervención de un divino Hacedor, ya que en el mundo no existe ninguna que la supere ni la iguale. Tiene que existir la Belleza en sí,

para que pueda la española participar analógicamente de ella.  Como ese atributo es privativo de España no se puede compartir y de ahí su Unidad indivisible e indisoluble.

No hay emoción ni entusiasmo provocados por los éxitos deportivos de  la mayor repercusión mundial, que enturbien el entendimiento hasta el punto de no permitir la percepción de este luminoso teologúmeno. Pero un pasodoble tiene que ser más conciso y lo resume en dos versos:

 “Solo Dios pudiera hacer tanta belleza/ y es imposible que puedan (sic) haber dos.

De este modo, de la hermosura de España se llega a la intervención de la Divina Belleza en su nacimiento, y de la inmensidad de su belleza, a su unidad. Si añadimos a estos dones el ser tierra del amor, quedan desacreditadas todas las teorías y falsedades sobre las guerras entre los terrícolas del Amor. Para mayor abundamiento en versos posteriores podemos entonar a coro:

“España siempre ha sido y será/ eterno paraíso sin igual”

Con la misma limpidez de razonamiento y economía de recursos lingüísticos (ser, poder, haber, hacer, rudimentos del sistema decimal) con que el autor asegura, por deducción rigurosa de la inigualable belleza de España, la necesidad de un divino Hacedor, así también, en la tierra del  amor, la actitud de sus habitantes en la solución pacífica, dialogante y  consensuada de los conflictos surgidos en el curso de la historia nos lleva a pensar que en la presente coyuntura “es imposible que no puedan hacer un poder para que pueda haber paz.”

Este estilo aparentemente tosco y vulgar corre el riesgo de emparejamiento con el empleado por Rafael Guerra en su famosa sentencia:

“Lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible”´

Fijándonos bien, la diferencia es abismal. Aunque la del famoso diestro tiene una pátina de lapidaria y a primera vista afirmaríamos que es simplemente una tautología, en realidad no lo es. Si la tautología consiste en la repetición de un mismo pensamiento mediante dos expresiones gramaticales distintas, al añadir “además”, niega la identidad de un pensamiento que dentro de tres palabras o de una sola ni pierde ni gana un ápice de su sentido. Es, pues, una tautología abortada.   

En cambio la del pasodoble es  de una lógica contundente pero no tautológica, y la que me he atrevido a elaborar se basa en que los españoles, auténticos terrícolas del  Amor, tienen interiorizado, como una segunda naturaleza, el sentido de la paz, puesto de manifiesto durante toda su historia, por lo que no es previsible que en ninguna época se desvíen de su destino. Y la frase no hace más que resumir dialécticamente esta conclusión sociopolítica de inspiración rusoniana. 

Estamos analizando parte de un texto sin conocer quién es su autor. Ha llegado el momento de iniciar esta investigación. Tenemos noticia de los autores de la música y de la letra. Son dos belgas que vinieron a España y quedaron encantados. Escribieron y pusieron música a un encendido elogio de nuestro país. Conocemos el nombre del autor de la música Leo Caerts, y el de la letra en idioma neerlandés, Leo Rozenstrater, y sospechamos que el responsable del repertorio musical de la Discográfica Belter, con sede en Barcelona, fue su traductor y adaptador, el cual le propuso a Escobar la grabación  de “su” versión. (cfr. Libertad Digital, 20-10-17).

En homenaje a Carlos Castilla del Pino, que hace más de cuarenta años me abrió los ojos para que descubriera una faceta de la interpretación literaria hasta entonces desconocida, voy a servirme de algunas de sus tajantes afirmaciones, plasmadas en su obra “Introducción a la hermenéutica del lenguaje”:

“Una reflexión detenida nos hace ver que el lenguaje es ante todo expresión, es decir, proyección del sujeto hablante… La diferenciación entre un lenguaje puramente expresivo y otro puramente informativo es falsa…Todo ello es visible cuando del lenguaje como sistema, es decir, de la lengua, pasamos al habla, que es en realidad la específica forma del lenguaje.”

En nuestro caso las influencias y huellas del autor y del adaptador están mezcladas. Del belga,  probablemente calvinista o luterano, pueden ser las resonancias bíblicas: “Dios creador” “eterno paraíso sin igual”, por ser el del Amor y el de la Belleza los árboles plantados en él, no  el de la Vida y el de la ciencia del Bien y del Mal, “tardes soleadas“, “el diestro… saluda con esa gracia de  hidalgo español”, en el caso de que se hubiera olvidado del duque de Alba. Y casi estaría por decir que “La vida tiene otro sabor” es una velada alusión de Rozenstrater a la paella valenciana.

Del adaptador es seguro que procede el “mi” de “mi España”, “la sardana y el fandango me emocionan” por unir al almeriense Escobar con la casa discográfica catalana, también la sencillez del vocabulario para facilitar la memorización del pasodoble, y tal vez la utilización en “puedan haber” de este último verbo con valor personal, reflejado en el auxiliar, uso extendido en la Comunidad Catalana y en la Valenciana.

De los “Viva España” y “España es la mejor” no se puede sacar ninguna conclusión sobre la autoría pues más bien responden al sentimiento de unos y otros. Pero no olvidemos que autores, firma discográfica y cantante estaban interesados en el beneficio económico y esperaban que estos desahogos patrióticos incrementaran las ventas.

Pasemos por fin, a los ejemplos y expresiones coloquiales. El primero cumple las dos condiciones.

“No te preocupes, mamá. Estaré de vuelta en lo que se persigna un cura loco”

Más  sencillo hubiera sido decir “en un santiamén”. Para ello ni siquiera hubiera sido necesario saber que es la gramaticalización de las dos últimas palabras de “In nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti. Amen”.

Hay una costumbre, no sé si muy extendida, pero afincada en determinados ambientes, que consiste en anteponer a sintagmas nominales “lo que es” y formar los preposicionales mediante “preposición + lo que es”. Por ejemplo:

“Estamos en San Antonio ¿no? Pues coja usted por lo que es la calle Ancha, siga por Novena, y al llegar a lo que es el Palillero, tuerza a la derecha y, al final está lo que es la Plaza de las Flores”.

 

Es como decir: “Acaba usted de terminar su colaboración mensual, apague usted lo que es el ordenador y vaya a sentarse en lo que es el salón, y deje usted que nosotros descansemos también de lo que es un verdadero rollo”.

 

miércoles, 24 de octubre de 2018

PREPOSICIONES Y EXPRESIONES COLOQUIALES

 

 

 

En literatura, si es que merecen este nombre unas cuartillas emborronadas o unos signos que, tecleados torpemente, aparecen en la pantalla de un ordenador, también se admiten los juegos de azar. Uno de ellos lo practico momentos antes de dirigirme a la playa. Alargo la mano al primer entrepaño de la estantería y cojo el libro más cómodo de llevar y menos expuesto al deterioro por su aceptable estado de conservación. El de hace unos días era “El surco del tiempo” de Emilio Lledó, un autor de mi preferencia desde hace años, pues satisface muchas de mis aficiones, la literaria, la filosófica, la greco-latina y la pedagógica.

 

Reproduce el autor un pasaje del Fedro de Platón, en el que Sócrates se dirige a Fedro y le cuenta un antiguo mito.

Theuthe, un antiquísimo dios de Egipto, inventor del número y el cálculo, la geometría y astronomía, el juego de las damas y los dados, y lo más importante, de las letras, se presenta ante Thamus, rey de Egipto, y le expone todos estos inventos para conocer su opinión sobre la utilidad que pueden reportar a los egipcios. Después de recibir la aprobación de unos y la reprobación de otros, al llegar al invento de las letras, el dios pondera lo ventajoso que será para los egipcios su conocimiento, pues serán como un fármaco de la memoria y de la sabiduría.

 

No es el rey del mismo parecer. Cree que más que la memoria fomentarán el olvido. No memorizarán los conocimientos pues ya están almacenados entre las letras, y al no seguir reflexionando dentro de sí y extrayendo todas las consecuencias que entrañan, los irán olvidando, y por eso mismo se convertirán en unos ignorantes verdaderos y unos sabios falsos.

 

Platón, por boca de Sócrates en su diálogo con Fedro, establece una comparación entre la escritura y la pintura. Los personajes pintados al ser preguntados “callan muy dignamente”: σεμνῶς πἀνυ σιγᾷ.

 

Y las palabras escritas proceden del mismo modo. Dicen solo lo que se dejan leer. Sobre su padre biológico, hermanos gemelos si los hubiera y si esta es la primera o segunda residencia no dicen ni mu.

 

Ese estado de letargo y de inerte conservación lo expresa el mismo Emilio Lledó en la Introducción al Fedro incluido en el tomo III de los Diálogos de la BCG, pág. 304, distinguiendo dos términos griegos: la hypómnesis (ὑπόμνησις) y la anámnesis (ἀνάμνησις).

La primera designa un recordatorio. Para Lledó eso son las palabras escritas mientras permanecen en su mutismo, durmiendo hasta el tiempo de su lectura. Mientras tanto  solo serán “significantes con superficies que solo se reflejan ellas mismas, sin hacernos transparente el universo del saber”.

Un recordatorio es generador de sabiduría cuando el recuerdo que provoca “brota del tiempo interior, cuando emerge de la autarquía y de la mismidad. El tiempo de la anámnesis, de la reminiscencia, se despierta desde la reflexión, o sea, desde la lectura de sí mismos.”

 

Esta larga introducción que me ha deparado el azar, no la merece un trabajo tan modesto como el de ensartar la preposición “desde” con el artículo neutro. Con solo escribir desde… a/ hasta, extraería de mi más absoluta autarquía un ejemplo como: “La enseñanza debe ir desde lo simple a lo compuesto”. Que lo mismo podría decirse que “debemos llegar al conocimiento de las cosas simples a partir de las compuestas”, que es lo que santo Tomás escribe en el Proemium [1] al De ente et essentia:

“ex compositis simplicium cognitionem accipere debemus”

Y ahí terminaría mi agobiante trabajo. Pero ¿qué anámnesis podría surgir en la mente de mis lectores con la lectura de tan opuestas hypómnesis?

 

Mejor sería continuar el juego de azar del que tan buen fruto he obtenido con solo alargar la mano hacia el primer durmiente que se me ofrecía en el lecho más cercano.

Y este fue el premio:

 

 

“Desde lo hondo a ti grito, Señor;                         De profundis clamavi ad te, Domine;

Señor, escucha mi voz;                                            Domine, exaudi vocem meam.

Estén tus oídos atentos                                           Fiant aures tuae intendentes

A la voz de mi súplica.                                              In vocem deprecationis meae

 

 

Esta primera estrofa de las cinco que componen este salmo penitencial (130), más conocido por músicos y poetas en latín que en lenguas vernáculas, ha suscitado en mí  recuerdos de un tiempo y unos años que han marcado mi vida.

Hay honduras espirituales y temporales, y gritos que suenan de distintas maneras.  ממעמק׳ם   y קראת֙ך

 

De esta forma el orante del salmo 130 se dirigía a Yahweh: “desde lo hondo” “grito”. Pero cuando como cristiano lo pronuncio en español o en latín o en una impeorable transcripción, mimasmaquim y quertiná, no puedo reproducir los sentimientos de ese judío que espera a un Mesías no sé si como salvador político o renovador espiritual. Entre las honduras temporales hay al menos tres en los comentarios que acompañan al salmo en franciscanos.org, de donde he sacado el ejemplo.

 

Me he sumergido en primer lugar en el curso 1953-54 en la Universidad Pontificia de Salamanca. Coincidí como estudiante de cuarto de teología con Juan Esquerda Bifet y además como residentes en el Seminario de san Carlos. Aparece en el primer comentario de este salmo. Si el término “edificante” puede recuperar el sentido que en ese tiempo tenía, ese debe aplicársele a Esquerda. Era un hombre edificante. Llegó de Lérida como diácono y al año siguiente completó como sacerdote el bienio de Licenciatura. Era cerca de un año mayor que yo, pero en madurez me superaba en diez. Compañeros míos lo trataban como a un director espiritual. Un año después de la terminación de sus estudios en Salamanca y obtenida ya la Licenciatura en Teología, le encomendó su Obispo una suplencia como director espiritual del seminario de Lérida y se convirtió en una estancia de doce años. Toda su vida puede leerse en “Conversación en Barcelona con Juan Esquerda Bifet”, por Fermín Labarga. En su blog “Compartir en Cristo” leo hoy 23 de octubre: «Cristo unifica el corazón haciéndolo reflejo de Dios Amor. Así nos hace entrar en la intimidad divina y comprendemos mejor la dignidad de todos nuestros hermanos».

Monseñor Esquerda es Consultor de la Congregación para el Clero desde 1977, y de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos desde 2003, Director espiritual en el Pontificio Colegio Urbano y Catedrático emérito de Misionología en la Pontificia Universidad Urbaniana de Roma.

 

En esa misma zambullida me veo asistiendo junto a seis o siete compañeros a uno de esos cursos preparatorios de la tesina de Licenciatura. Lo dirige El P. Maximiliano García Cordero O. P., el firmante del segundo comentario. El tema es de candente actualidad: el valor histórico de los once primeros capítulos del Génesis, el género literario empleado por el autor sagrado y las evidentes concomitancias con los relatos mesopotámicos de la creación, la formación del hombre y de la mujer, el paraíso, el origen de los dioses, que leemos, una vez descifrada la escritura cuneiforme, en textos como el Poema de Gilgamesh o el Enuma elish. Me vi superado por tal avalancha de datos, y a la tercera clase dejé de asistir. Elegí en su lugar el análisis de “De Concordia Praescientiae et Praedestinationis et Gratiae Dei cum libero arbitrio” de san Anselmo de Canterbury, y allí me encontré en mi propia salsa.

 

Al tercer comentarista, el P. Luis Alonso Schökel, lo conocí solo por sus libros. Y no de temas bíblicos, sino de Literatura. Sus dos tomos de “La formación del estilo”, uno del 1957 (3ª ed.) y el segundo del 1958 (2ª ed.) me prestaron un servicio en mis clases del seminario que no agradeceré bastante. Los conservo y siempre aprendo algo. El tomo subtitulado libro del alumno, está repartido entre Vocabulario, La corrección. Los giros, El trabajo del estilo, Epítetos, Imágenes, Antítesis, Frases hechas, Estilo descriptivo, Estilo narrativo, El diálogo, El estilo de ideas. En cada apartado se estudian como modelos desde cuatro autores hasta trece en dos de ellos. No rechaza a ninguno por sus ideas o creencias.  Lo mismo trae fragmentos de Carmen Laforet, Ortega, Neruda, Aleixandre, Baroja, Unamuno que de Eugenio Montes, Pemán o Giménez Caballero.

 

Volvamos a las honduras espirituales. De una forma o de otra los comentaristas aludidos interpretan la actitud del salmista como de arrepentimiento y aflicción, pero también de esperanza en la misericordia divina. “La hondura radical es el pecado, que aleja al hombre de Dios y  lo envuelve en oscuridad…el hombre puede atravesar la oscuridad con su grito, después aguarda y espera. Como la aurora devuelve la luz, así Dios devolverá su favor.”(L. A. Schökel)

Como cristiano y sacerdote, a través de las tinieblas y ceguera que genera el pecado, la luz de la fe me permite descubrir esa dos huellas que me ha dejado grabadas el paso de Jesús al sumergirme en las abismales aguas de su Muerte y su Resurrección, cuya misteriosa actualización sacramental tantas veces he anunciado en voz alta, que aún me parece oír sus ecos, mezclados con mi propia respuesta:

 

“Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús!”

 

                                               jUAN DE LA fUENTE

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miércoles, 26 de septiembre de 2018

EL /LO/ Y SU ENTORNO (2)

 

El arrebato que me impulsó en la última entrega a inventarme un ejemplo, lo achaqué al irrefrenable deseo de vivir intensamente la energía de la lengua. En mi subconsciente estaba actuando algún residuo de mis fragmentarias lecturas de Humboldt, quien entiende la lengua como energía (ẻνέργεια), una fuerza que crea nuevas formas pre-articuladas para que, en posteriores etapas, encajen en los esquemas gramaticales ya sedimentados y aceptados por la comunidad de los usuarios del idioma.

Así nació “Con lo que yo te quiero y ¡lo mal que tú me tratas!

¿Qué categoría oracional ortodoxa podría servir de horma a esta oración? Recordarán los lectores  que me incliné por la interpretación de oración compuesta subordinada adverbial concesiva. Y, para salir del paso, apelé al pleonasmo. Tanto la preposición “con” como la conjunción “y” tienen en común el sentido de nexo, la primera con su término y la segunda entre cualquier categoría gramatical. Pero me faltó analizar la contradicción moral que surge con la unión de esos dos factores. Al amor más o menos desbordado no se puede responder con el desamor y los malos tratos. En medio de esas dos actitudes hay moralmente un muro de contención. Si se unen las dos mediante una “y”, es como si se derribara un obstáculo. Precisamente lo que significa la conjunción “sin embargo”: sin impedimento, contra toda norma ética, escrita o grabada en la naturaleza humana. De lo que se deduce que esa “y” encierra dentro de su leve volumen fónico la fuerza de un obús.

Ahora bien, el siguiente paso que impone la lógica gramatical es consultar el diccionario y la gramática. El Diccionario Ideológico de la Lengua Española de Julio Casares, Secretario perpetuo de la RAE, puntilloso lingüista donde los haya, reza así:

Y conj. copulat. cuyo oficio es unir palabras o cláusulas en concepto afirmativo.

Y entre las gramáticas, hay alguna que le atribuye además diversos valores, propios  más que de la conjunción en sí, de los elementos lexicales introducidos por ella.

Este vacío nos aproxima a la teoría de gramáticos como Coseriu que proponen junto a una lingüística de la lengua una lingüística del habla, que es la lengua en acción. Y no solo en acción sino escuchada y oída, ya que, a pesar de la etimología de “literatura”, la letra siempre será un sustitutivo de la voz. Así lo entiende Alberto Manguel en su obra “Una historia de la lectura”:

“Hasta bien entrada la Edad Media, los escritores daban por sentado que sus lectores oían el texto en lugar de limitarse a verlo, de la misma manera, en gran medida, en que ellos enunciaban cada palabra mientras componían la frases”

Insistiendo en la vivacidad del habla frente a la mesura y contención de lo escrito, conviene, para percatarse de esta diferencia, despojar la frase en cuestión de algún elemento susceptible de ser tachado de superfluo, y esperar el efecto que causa ese despojo.

El resultado de la supresión de los pronombres personales  “yo” y “tú”, incluidos ya en las desinencias verbales, sería el siguiente:

Con lo que te quiero, y ¡lo mal que me tratas!

Hagan el pequeño esfuerzo de leer las dos oraciones en voz alta. No les dé apuro. Nadie les va a oír.

El “yo” (no en vano es un pronombre personal) representa a la persona. Y las personas tienen que dar la cara, mostrarse con el rostro descubierto, a través de los ojos, en los que se reflejan la ira, la tristeza o el cansado desengaño, y por la voz, en la que se puede imaginar la voluntad quebradiza de mantener vivo un “te quiero” en peligro de extinción.

La reacción de quien se oculta tras el “tú” no la sabremos hasta oír su respuesta. Podremos, eso sí, imaginarlo con los ojos bajos, en un silencio cobarde,  o encarado con altivez a las justas protestas de la hipotética mujer o amante, o, como sucede con harta frecuencia, volviendo a un lado y a otro la cabeza, con mirada distraída, mientras exhibe una sonrisa cínica y displicente.

Para continuar el estudio de los sintagmas con el artículo /lo/ precedido de preposición, digamos que no siempre su sentido concesivo es tan dramático. A veces viene revestido de un sonriente reproche que baja los humos vanidosos de más de uno. Suele desarrollarse en la cocina una escena matrimonial a la que pone fin un broche de este jaez:

“Hay que ver, con lo listo que eres para unas cosas y lo torpe que eres para otras”

Además de este sentido concesivo, un tanto anómalo, el mismo esquema puede albergar otro más maternal, por el componente de ánimo y aliento que respiran sus palabras.

“Con lo inteligente que eres, seguro que sabes la solución del problema”

(Cf. Hispanoteca. “El artículo neutro”.  Justo Fernández López))

La seguridad del autor o autora de esta velada arenga, se fundamenta en el conocimiento firme del alto coeficiente intelectual del presunto estudiante en trance de someterse a un examen. La interpretación sintáctica de la frase sería la de una oración compuesta subordinada adverbial causal. La utilización como instrumento de tan envidiable inteligencia, la convierte en causa instrumental del presumible éxito.

A no ser que, como quien echa un jarro de agua fría, sospechemos que a través de la impasible sintaxis, se trasluce un tópico  de amable cortesía o un inseguro sentido del adjetivo “seguro”.

Cuántas veces, al oír el timbre de la puerta, hemos exclamado sin vacilar:

“Seguro que es el nieto del vecino de abajo, que no hay nadie en casa de su abuelo, y sube para que le dejemos la llave que tenemos de su portón”

 

Y al abrir, aparece el revisor del gas.

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martes, 4 de septiembre de 2018

/LO/ Y SU ENTORNO PREPOSICIONAL

 

El artículo neutro /lo/, del que venimos tratando, puede incidir sobre sintagmas preposicionales. Y no solo precediéndolos sino siendo precedido de preposición al mismo tiempo o alternativamente.

Antes de entrar de lleno en ese tema me interesa dejar totalmente en claro los tres elementos /lo/ y sus diferencias. Lo mejor es hacerlo mediante un ejemplo:

«Cuando Eustaquio reconoció por la calle al tramposo de Abundio, se lanzó sobre él, le agarró por las solapas y lo zarandeaba diciéndole: “¿Qué pasa con lo de la deuda, sinvergüenza? Hace más de un año que me debes dos mil pesetas.” Él lo negaba y afirmaba con toda la cara que ya estaba saldada»

Los fragmentos resaltados incluyen tres elementos homófonos que difieren en funciones desempeñadas en sus respectivos contextos.

 

“Lo zarandeaba”. En este contexto /lo/ es la forma átona del pronombre personal masculino de tercera persona /él/,  que complementa como objeto directo al verbo zarandeaba.

 

 

“con lo de la deuda”. Aquí se da el caso del artículo neutro /lo/ precedido y seguido de preposición. El sintagma sustantivado “lo de la deuda”, mediante la preposición “con”, funciona como complemento de régimen de pasa  y resume con el sintagma preposicional “de la deuda”, todas las circunstancias que rodearon ese episodio.

 

 

“lo negaba”. Vemos aquí la forma átona del pronombre neutro ello. Funciona como objeto directo pero no hace referencia a una persona sino a un hecho mencionado por su interlocutor. Lo que niega Abundio es el contenido de las palabras de Eustaquio, y por eso utiliza el neutro.

 

Pues bien, esta forma átona del pronombre neutro en función de objeto directo o de predicado es la que puede entrar en conflicto con el artículo definido neutro. De predicado funciona en este contexto:

« “¿Es modesta y religiosa la joven que quieres convertir en tu novia, hijo mío?” “Lo es, papá”»

Las diferencias de interpretación entre los lingüistas están provocadas, no por la homofonía del pronombre masculino /lo/ sino la del pronombre neutro /lo/.

Y lo más curioso es que utilizan, para inclinarse por la interpretación pronominal frente a la de artículo, el método de la sustitución. Por ejemplo, si en la secuencia “con lo de la deuda” se inclinan por la interpretación de pronombre, es sustituyendo / lo/ por /ello/ de manera que resulta “con ello de la deuda”. Sustitución innecesaria  pues “ello” es uno de los pasos que el demostrativo latino illud ha dado en su recorrido derivativo. A continuación procede, por la simplificación de la doble ele y la aféresis, desde /ello/ a /elo/ y desde /elo/ a /lo/  (ello˃elo˃lo). Este /lo/ puede conservar su categoría, sin necesidad de esos trueques, con solo reconocer en él su origen pronominal.

Por otra parte, si construcciones como “Estoy pasando las de Caín” admiten la reconstrucción por la huella que han dejado en la historia cultural colectiva las “penalidades” sufridas por el fratricida bíblico, y ese u otro concepto parecido puede llenar el vacío ocasionado entre el artículo y el sintagma preposicional, no es descabellado pensar que expresiones formadas mediante el artículo neutro /lo/ + sintagma preposicional encabezado por /de/ evoquen un concepto como “ocurrido” u otro parecido que rellene en la conciencia del hablante el vacío formado detrás del artículo neutro.

Cualquiera que sea la solución, prefiero seguir usando el término “artículo” frente a otros recursos como “esbozo de artículo” para los demostrativos latinos debilitados por el uso, o “articuloides”, o “demostrativos descoloridos.”

Si me asalta la duda en algunos contextos, me atengo al refrán “El que tuvo, retuvo” o mejor a este otro “Dichosa la rama que al tronco sale”. Respeto la decisión que cada uno haya tomado y retengo cuatro hechos incontestables:

 

El paradigma del artículo español está integrado por el, la, lo correspondientes a los géneros masculino, femenino y neutro, y dotados de número singular y plural los dos primeros, mientras el neutro conserva una forma única.

 

 

El artículo se deriva del paradigma latino de los pronombres demostrativos o deícticos en la tercera persona ille, illa,illud.

 

 

Como demostrativos el español  ha heredado del latín, este, ese, aquel, con las mismas diferencias de número y género que el artículo y la inmovilidad del neutro aquello  en cuanto al número.

 

 

El origen de las formas aquel y aquesto se remonta a la época tardía del  latín en que se reforzaron ille e iste con el prefijo compuesto ecce+hum con el resultado de ecce+hum+ille˃ecc(ehum)+ille˃eccille˃aquel. E igualmente aquesto. Para comprender este resultado es preciso pronunciar el prefijo ecce ˂et+ce) como fonemas guturales  sordos =ekke.

 

De estos datos se puede extraer la conclusión de que, si se añadió este refuerzo deíctico a los demostrativos latinos ille e ipse, podría haberse debido a que la fuerza deíctica de ambos se estuviera debilitando, sobre todo en su uso delante de nombre, y esa debilitación repercutiera en la formación de los artículo heredados por las lenguas derivadas del latín, entre ellas el español.

La debilitación de ipse, al perder su valor de énfasis, se ha reflejado en la traducción española de le invocación litúrgica “per ipsum, cum ipsp et in ipso” reducida a “por él, con  él  y en él”,  y en las formas del pronombre español ese,esa,eso, derivadas de ipse. Incluso ha llegado a adquirir en algunos contextos un  uso despectivo, para cuya demostración no hay sino acudir a la letra de la copla “Yo soy esa”, interpretada por Isabel Pantoja en la película del mismo título: “Yo soy esa. / Esa oscura clavellina/ que va de esquina en esquina/volviendo atrás la cabeza. /Lo mismo me llaman Carmen que Lolilla que Pilá; /Con lo que quieran llamarme/me tengo que conformá… Ya lo sabes…Yo soy…esa.

Antes de quedarme sin espacio voy a justificar el título de esta entrega, iniciando al menos su tratamiento.

Con la preposición “a”: Son numerosos los ejemplos que se pueden aportar. Hoy mismo me facilita uno el Diario de Cádiz en uno de sus artículos de opinión:

“Oposición a lo loco”.

Quiere el articulista llamar la atención sobre la “forma o manera” de hacer oposición de los partidos políticos.

Otras veces se expresa con este giro el domicilio, casa o finca, según el contexto:

Este sábado vamos a ir a lo de Andrés, que nos ha invitado a comer y a  que pasemos la tarde juntos y así  puedan jugar y divertirse nuestros niños y los suyos.

Entre dos preposiciones y un nombre propio, no es necesario, gracias a lo consabido, especificar el tipo de vivienda de que se trata.

Con la preposición “con”: Añade a veces un valor concesivo al sintagma.

A pesar de disponer de la Hispanoteca de Justo Fernández López en su página de internet, con un arsenal de ejemplos del artículo /lo/, y del  Archivo gramatical de la lengua española (AGLE) con 821 ejemplos, prefiero inventarme uno para vivir más intensamente la energía de la lengua.

Para ello me tengo que identificar empáticamente con esa mujer despechada y dolorida que reprocha al  amante su desconsideración y malos tratos.

“Con lo que yo te quiero y lo mal que tú me tratas”

Como diría un generativista, la ardorosa amante siente en su estructura profunda la intensidad de su amor y recuerda los malos ratos que le ha hecho pasar ese falso y violento amante. Y toda esa turbulencia interior la organiza en la estructura superficial  de modo que la preposición con ponga en contacto su amorosa actitud con la opuesta de su compañero, y añade pleonásticamente otro nexo como es la y, para que de todo ese entramado brote una oración concesiva, vivida en sus propias carnes sin ayuda de gramáticos ni freudianos psiquíatras.

 

En una próxima entrega seguiré ofreciendo y comentando ejemplos de preposiciones que suelen acompañar al elemento /lo/ y los sentidos que adquieren los sintagmas tras esa operación.

 

Juan de la Fuente

 

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martes, 28 de agosto de 2018

EL /LO/: ENTRE LA DENOTACIÓN Y LA REFERENCIA

 

Hemos hablado ya de la función de pura referencia de /lo/, cuando determina a un adjetivo o participio verbal, como en “lo bueno” “lo malo” “lo comido”, “lo servido”. Al no existir nombres de género neutro, el artículo neutro se combina con adjetivos, adverbios, grupos nominales y oraciones de relativo, a los que nominaliza funcionalmente.

Había prometido hablar de /lo/, precedido de preposición. Pero he pensado dejarlo para más adelante, y reforzar ahora esa función del artículo neutro, discutiendo algunos aspectos que podrían crear confusión si no se aclaran debidamente.

Hay dos conceptos que conviene tener presentes y distinguir con precisión: “denotación” y “referencia”.

“Denotación” es el significado estricto de una unidad léxica que es común a todos los hablantes  y no está limitada por los matices que pueda aportar  el contexto o las valoraciones subjetivas de los hablantes.

“Referencia” designa la propiedad del signo lingüístico de remitir a una realidad, ya existente o bien construida lingüísticamente. (Definiciones sacadas de CVC, Diccionario de términos clave de ELE = Español como lengua extranjera).

Supongamos que todas las piezas de nuestro idioma, artículos, nombres, adjetivos, verbos, adverbios, preposiciones, conjunciones, interjecciones están colocadas en el Diccionario, como en una estantería. Allí están en un estado que podemos llamar “denotativo”, sin matices, sin acepción irónica, ni metafórica, “in puris naturalibus”.

 Y ya que se habla tanto de “cabezas bien amuebladas”, el mueble más importante para mí es esa misma estantería, pero en la mente, una especie de estantería mental, ocupada en mayor o menor cantidad por esas mismas piezas.

Cinco: /el/, /los/, /la/ /las/ y /lo/ tienen como única misión sacar a algunas de ellas de ese letargo e incorporarlas al tráfago de la vida. O, lo que es lo mismo, pasarlas de su estado “denotativo” al “referencial”. Es su función. Y ese es su significado. En palabras de Alarcos «esta misma función agota su significación…son “signos morfológicos” y presuponen en la secuencia algún “signo léxico” al que determinan.»(Estudios de gramática funcional del español, pág. 236)

 Eso es lo mismo que decir que el artículo  es un morfema como es la –s que marca el plural de una palabra, o la forma –ba- que significa en los verbos de la primera conjugación el valor de pasado durativo del imperfecto de indicativo. La única diferencia es que está separado del  nombre o adjetivo al que afecta, y no incorporado a ellos.

Pues bien, fijándonos en el artículo /lo/, con él solo podemos recuperar de la estantería a los adjetivos y a los adverbios. Y ayudado por el relativo /que/ las oraciones. Y si queremos añadir a la cosa un puntito de emoción formando la secuencia “lo+adjetivo+que+ser o estar”, enfatiza la frase, hace brotar lágrimas a la madre que abraza y achucha a su hijo y le dice al oído:

” ¡Ay, lo bonito que es mi niño, que me lo voy a comer a besos!”

Si tenemos clara la función del artículo /lo/ y la relación de dependencia en que están respecto a él  adjetivos, adverbios y oraciones para funcionar como sustantivos, vamos a distinguir dos   clases de referencia.

Existe una referencia que utiliza las piezas léxicas en toda su extensión, de manera genérica, y otra más específica, afectada por los diversos tipos de contextos, personales, situacionales,  temporales, culturales, sociales y todo el entramado que ofrece la vida.

Veamos algunos ejemplos.

Referencia genérica:

“Lo bueno, si breve, dos veces bueno”

¿Qué es “lo bueno” para cada cosa, qué es “lo breve” en cada actividad? Todo es relativo.

Referencia específica.

“Lo bueno del nuevo párroco y lo que más me gusta de él es lo breve de sus homilías”

He aquí una aplicación y restricción del sentido un poco nebuloso de “bueno” a un caso vivido cada domingo, mirando con disimulo el reloj, y viendo consternado que sobrepasa los diez minutos. Y la sorpresa jubilosa que supone una parada en seco a los seis o siete minutos, cuando ya se ha dicho todo lo que había que decir. Aquí está el límite de “lo breve” en esta ceremonia y la calidad de “bueno” que he resaltado en el recién llegado. Dios lo bendiga.

Vamos a ver lo que pasa con “mejor”, qué es “lo mejor” para unos y qué para otros.

Allá por los años setenta, cuando la calle  Plocia era la de “La Flor de Galicia”, la Fábrica de Tabacos y los “bares de alterne”, me habría acercado a la esquina donde estaba apostado siempre un vendedor de carná, para preguntarle subrepticiamente cuál me aconsejaba para la pesca de la mojarra.

« ¿La mojarra? “Lo mejor” es el muergo, con él como carná caen a manojitos».

Eso no lo sabía yo, ni me importaba para ir a  pescar, pero sí los aficionados a la pesca: “lo mejor” es el muergo.

En el año 1995 sale a la luz la primera edición de un libro de Julián Marías. El título es un poco extraño. Revolviendo en su estantería mental había dado con él:

« Tratado de “lo mejor”»

¿Qué será lo mejor para don Julián?

Abro el libro: «La milenaria tradición de la ética ha insistido con casi total unanimidad en la idea del bien, en la condición de lo bueno…Pero acaso se encuentre que el ámbito de la moralidad de la vida humana…es precisamente lo mejor, decisivo en la ordenación de la conducta y, todavía más, en la realización de esa operación que es el vivir.» pág. 11.

En esa unanimidad está incluido Santo Tomás que en la Suma Teológica I-II q. 94 a. 2 escribe:

Hoc est ergo primum praeceptum legis, quod bonum est faciendum et prosequendum et malum vitandum. Et super hoc fundantur omnia alia praecepta legis naturae.

Pero don Julián no se conforma con lo bueno, quiere lo mejor.

Lo que está claro es que lo mejor al que se refiere pertenece a la moralidad, no a la pesca de pargos, doradas y mojaras.

Lyons diría que en los dos casos se emplea “lo mejor” como dos ejemplares (token) de un mismo tipo (type). Hay dos referencias distintas de una misma denotación. Y el anzuelo que lo ha pescado llevaba el mismo cebo o carná: el artículo /lo/.

Como hoy los jóvenes no pescan con caña sino con redes, hace unos días no quise perder la ocasión de utilizar una de sus palabras favoritas, y entré en casa con aire juvenil:

-“¿Has visto lo viral que se ha hecho en las redes  lo de la huelga de taxis de Barcelona?

Y  replica ella, poniéndose a mi nivel:   –“¿Viral? No. ¡Viralísimo!”

No quiero privar a mis fieles lectores de una curiosa y feliz aplicación de un dicho popular, que aludía a un hecho frecuente en ciertos comercios de la ciudad. Lo oí por primera vez hace más de treinta años. No fue en el Ateneo, ni en las aulas de la Universidad, ni de labios del Padre Barreiro, sino en un Supermercado. Compraba allí más de una tarde y más de dos, unos cien gramos de jamón de York, y nunca me despachaba el charcutero la cantidad, no digo exacta, pero ni siquiera aproximada. Unas veces ciento sesenta, otras cerca del doble. Hasta que me cansé y  un día le reproché cariñosamente que siempre me despachaba de más. Y esto fue lo que me replicó:

« ¿Qué importa eso, Juan? “Vaya lo ancho por lo que encoja”»

Por el camino empecé a recordar las veces que las gaditanas en su recorrido por el Palillero, con las tiendas de ropa Hermu y Merchán, o después de atravesar Columela,  en la Plaza de Las Flores, con su famosa La Riojana, o en la calle Compañía con La Innovación, habrían preguntado a los amables y sufridos dependientes si encogía al lavarse la tela que estaban a punto de comprar. Pero ¿Qué tenían que ver las telas con la mortadela, el jamón cocido o la pechuga de pavo?

Pues sí, que tenían que ver. Al repartir por la noche las lonchas para la frugal cena, durante su consumición y, sobre todo, al terminar la última, lo comprendí de repente. Empecé a oír una vocecilla por dentro que me susurraba. «“Me ha sabido a poco”, me hubiera seguido comiendo un poquito más”»

Lo ancho que me parecía el añadido de dos o tres lonchas, ahora había encogido. El estómago lo agradecía, incluso deseaba  que a Javi, el dicharachero gaditano de la calle Lubet, se le hubiera ido un poco más la mano en el peso.

Desde entonces él será   para mí el saltimbanqui lingüístico que se plantó de golpe desde el campo semántico textil al campo semántico gastronómico.

 

¡Cuántos catedráticos están por descubrir en las barras y detrás del mostrador de los más insospechados bares, tabernas y viejos almacenes!

 

- Juan de la Fuente -

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jueves, 19 de julio de 2018

EL ARTÍCULO /LO/

 

 

 

Si la categoría de artículo en general ofrece dificultades de interpretación que podrían sorprender, las del artículo neutro no se quedan atrás y han dado pie a diversas disquisiciones. Éstas pueden ser abordadas con un lenguaje técnico o lo que se suele decir “a la pata la llana”. Yo voy a emprender este último camino, pues lo que pretendo es hablar conmigo mismo, con la confianza que me concedo en estos casos y la conciencia que tengo de mis dudas.

Empezando por lo más obvio, estamos ante un artículo determinado de género neutro.

/Lo/, como artículo, debe ser distinguido de la forma homófona de pronombre personal de género masculino, que funciona como objeto directo. Esta observación no es baladí, ya que sesudos gramáticos en algunos sintagmas discuten la pertenencia a una u otra categoría.

Hermanos de este /lo/ pueden considerarse /esto/ /eso/ /aquello/, pronombres-adjetivos demostrativos, neutros también que, además de sus características propias, coinciden con el artículo en no preceder a sustantivos de género masculino ni femenino. Nadie dice “lo niño” ni “lo niña”. Como tampoco “eso niño” ni “eso niña”.

Entonces ¿qué categorías de palabras pueden ir detrás de este esquivo /lo/? Pues lo vamos a ver enseguida.

 Decimos: «”lo comido” por “lo servido”». La función del artículo /lo/ en esta expresión popular es sustantivar los participios, que son en realidad  adjetivos verbales,  e individualizar y sintetizar en ellos la diversidad de alimentos que se ingieren durante el día, y las diversas faenas que hay que desarrollar para el mantenimiento de un hogar: lavar, fregar, limpiar el suelo, quitar el polvo, hacer las camas, cocinar, planchar. Todo eso sin mencionar el ir a la compra, si no se ocupa de ello otra persona.

En el ejemplo de la comida y el servicio se trata de actividades materiales, pero lo mismo sucede cuando se trata de entes más etéreos. Así  lo entendió Jorge Manrique cuando escribía:

Pues si vemos “lo presente”

Cómo en un punto se es ido

Y acabado

Si juzgamos sabiamente

Daremos “lo no venido”

Por pasado.

No se engañe nadie, no,

Pensando que ha de durar

“Lo que espera”

Más que duró “lo que vio”

Pues que todo ha de pasar

De tal manera.

Decía que el participio es un adjetivo verbal. Pues bien, esa misma función ejerce el artículo neutro con los adjetivos. “Lo bueno”, “lo malo”, “lo bonito” son grupos formados por un “signo morfológico” que determina a un “signo léxico”.  La función del artículo /lo/ es sustantivar el adjetivo, o en terminología actual, ser “transpositor” de cualquier “signo léxico” a la categoría de nombre.

En el texto de Jorge Manrique encontramos estos dos ejemplos: “lo que espera” y “lo que vio”. ¿En qué se han convertido funcionalmente “que espera” y “que vio”? En sustantivos. Una y otra secuencia funcionan como sujetos de “durar” y “duró”, respectivamente. Y todo esto sin perder en su interior su estructura propia, compuesta de verbo y complemento directo: “que (C.D.) espera  (V.)” y “que (C.D.) vio (V.)”,  equivalentes a “lo esperado” y “lo visto”.

Sustantiva o nominaliza, pues, a participios, adjetivos y oraciones.

Además de esta función, adquiere a veces el artículo neutro otra más afín al nivel emotivo que al declarativo. Es la que aparece en expresiones como la siguiente:

“¡Lo inteligente que es ese joven!

En este tipo de construcciones el artículo /lo/ es indiferente al género y al número. Lo mismo puede ir delante de un singular que de un plural, de un adjetivo de género masculino que femenino, cuando el adjetivo posea los dos géneros. Así decimos: “lo cariñoso que es”, “lo cariñosos que son” “lo cariñosa que es”, “lo cariñosas que son”.

A esta función se le asigna la calificación de ponderativa. En los ejemplos aducidos se ponderan las cualidades. Lo mismo se pueden ponderar las cantidades: “lo grande, lo gordo”.

La condición para que la utilización de esta construcción tenga sentido es que el adjetivo se refiera a cualidades y a cantidades graduables o cuantificables.

Una frase como “¡Lo mortal que es el hombre!” sería como decir: “Ya podría ser un poco menos mortal”. O bien: “¡Lo incontable que es el número de las estrellas!”.  Ya de por sí constituye un atrevimiento calificar algo de incontable. Pero mayor sinsentido es calcular lo incalculable, diferenciando lo que es más de lo que es menos incontable.

No se afirma aquí que estas frases sean “agramaticales”. Están perfectamente formadas, pero son contradictorias o absurdas. Pero eso no quiere decir que no tengan cabida en la literatura, que, entre otras funciones, tiene la de comunicar conocimientos, lo que implica utilizar un estilo didáctico, y poner ejemplos de enunciados absurdos y contradictorios, para distinguirlos de los agramaticales. (Como estoy haciendo ahora, echándole cara).

Hasta ahora los ejemplos se han limitado a oraciones simples. También se pueden formar oraciones compuestas:

“La prensa de Andalucía se ha hecho eco de lo fervorosos que son los gaditanos y lo piadosas que son las gaditanas, tal como ha quedado demostrado por su comportamiento en el Viacrucis celebrativo de los 750 años de la Diócesis de Cádiz”

El artículo neutro puede determinar también adverbios. En este caso no cabe aludir ni a género ni a número porque carecen de estos morfemas.

Por ejemplo: “Ven, que estos señores quieren oír lo bien que cantas, Bisbalito”.

Por supuesto, el sentido de /lo/ es ponderativo. Si no fuera así, la abuela de Bisbalito no lo hubiera presentado a esos promotores musicales.

Paso a referirme ahora a la formación “lo+ adjetivo + de, como “lo bueno de… lo malo de…

En este tipo de construcciones, portadoras de sentido declarativo, se selecciona de una cualidad un aspecto, que se interpreta favorable o desfavorablemente, marginando otros, que quedan sujetos a la deducción efectuada por el receptor del mensaje.

Alguien podría estar tentado a identificar el grupo “lo + adjetivo singular masculino” con el nombre abstracto correspondiente, como si el sentido de las dos construcciones fuera el mismo. Algunas gramáticas así lo afirman: “/lo/ delante de adjetivos convierte al grupo en un nombre abstracto: “Lo bueno=la bondad”.

Espero aclarar la diferencia enfrentando estos dos ejemplos:

 

 

“El hombre está condenado a la esclavitud del trabajo.

 

 

“lo esclavo del trabajo es la disposición de incorporarse a él a cualquier hora del día o de la noche, que las circunstancias así lo exijan.”

 

 

En (1) leemos una frase en que aparecen en primer lugar palabras utilizadas metafóricamente (condenado, esclavitud). Dos sustantivos con sentido genérico (hombre, trabajo), un nombre abstracto utilizado metafóricamente (esclavitud)

a) “hombre” denota el ser humano sin distinción de sexos,  ni papel desarrollado en el mundo del trabajo, dueño del capital o en cooperativa.

b) “trabajo” no especifica el régimen en que se desarrolla: capitalista o comunista;  ni el tipo: por cuenta propia o ajena, industrial o administrativo, en empresas públicas o privadas y otras clases que podrían existir

c) “condenado” tiene la connotación de una necesidad, impuesta por la misma naturaleza, a desarrollar una actividad alienante y sometida a la voluntad ajena, como se deduce del término abstracto “esclavitud”, incluido en el grupo ”esclavitud del trabajo” equivalente  “el trabajo que es una esclavitud”.

Si a todo esto se añade que, por el sentido general en que está utilizado “hombre”, todos serían esclavos y no habría ningún amo, la frase entera es un sinsentido y una flagrante contradicción.

(2). Este segundo ejemplo, en un contexto literario o situacional que proporcione el conocimiento previo del tipo de trabajo de que se trata, da a entender que existen otros aspectos que no entorpecen o desaconsejan la aceptación de ese trabajo. El aspecto esclavizador de ese trabajo concreto, contextualizado, que puede ser el de bombero p. e. puede ser compensado por la afición al riesgo, la inclinación humanitaria, la defensa  de los bosques, o  sencillamente, el interés de no perder un empleo en un contexto económico-social inestable.

La diferencia entre un término empleado en su mayor extensión y el mismo término contextualizado es esencial para la comprensión del mensaje.

Acudiendo a otro ejemplo, ajeno a mi capacidad de inventiva, en el Principio y Fundamento de

Los Ejercicios Espirituales de San Ignacio la palabra /hombre/ que utiliza debe entenderse en el sentido de su definición: “Ser animado racional, varón o mujer” (DEL, RAE):

“El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y, mediante esto, salvar su ánima. Y las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre…”.

Divide el santo toda la realidad entre hombre y las otras cosas. ¿En cuál de los dos grupos están incluidas las mujeres? De la respuesta que se dé a esta pregunta depende el recurrir su canonización ante la Congregatio de Causis Sanctorum o no.

 

Voy a detenerme aquí. Para una próxima entrega comentaré otros empleos de /lo/ precedido de preposiciones.

 

Juan de la Fuente

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sábado, 7 de julio de 2018

LA REGADERA PRODIGIOSA

 

 

Aunque parezca algo impropio

De la estación veraniega

Que es época de relajo

E intelectual pereza,

Me ha costado varias horas

Solucionar un problema:

Saber cuántos años llevo

Usando la regadera.

Me he remontado a los tiempos

En que la playa no era

Como es hoy, cuando había

Galerías y casetas

Y bares y chiringuitos

A cada paso en la arena.

Iban allí las familias

Cargadas con la nevera

Y cacerolas enormes

Para el menudo o la berza,

Y bombonas  de butano

Para encender la candela.

Allí ponían las sillas,

Allí plantaban la mesa

Y, al terminar la comida,

Fregaban los platos ellas,

Mientras ellos a la sombra

Dormían plácida siesta,

Impidiendo con sus cuerpos

Que traspasaran la puerta

De la que era, en verano,

Una segunda vivienda

De pared empapelada

Y de suelo de moqueta.

Ellas jugaban al bingo

Y tras la merienda-cena,

Ya muy entrada la noche,

Se iban con la casa a cuestas.

Aquella playa que algunos

Calificaban de hortera

Y de pueblerina, al menos,

Tenía una cosa buena:

Una mujer nos llenaba

Diariamente la bañera

Para lavarnos los pies.

Así que mi regadera

Tiene una historia ligada

A nuestra playa moderna.

A esta playa que llenaron

Con toneladas de arena,

Alejándonos la orilla

A mil metros de la acera.

 

 

Allí llegamos un día

Maru, yo y la regadera

Y, como aquel que conquista

Alguna tierra extranjera,

Plantamos nuestros reales,

Por no decir las pesetas,

En el meridiano exacto

Que cruza La Jijonenca.

Fue surgiendo poco a poco

Una sociedad selecta

Y un círculo distinguido

De amistad y convivencia

Igual que, al hervir la leche,

Se va formando la crema.

Sus mismos nombres delatan

Su encumbrada procedencia:

Nombres todos abreviados

Como aquellos que en la prensa

Del corazón se prodigan,

O los de algunas condesas

Que en las noches del Rastrillo

Consumen la rica cena

Que recomienda en su carta

El Restaurante Alameda,

Y en el Diario de Cádiz

Llenan páginas enteras:

Yayi, Lines, Elvi, Mavi,

Chus, Marisa, Maru, Pepa,

Mila, Mamen, Marité,

Helen, Loli, entre las hembras,

Con Imma, Toni, Esperanza

Y con Ana, la joyera.

Sin olvidarme de Chari,

La acaudalada banquera.

Y, entre los varones, Moncho,

Carlos, Jesús, Chete, etcétera.

¡Ah! Y Manuel  y Antonio y Juan,

El autor de este poema.

Y, como por ley de vida,

Sin merma de su belleza,

Aquellas madres de entonces

Fueron con el tiempo abuelas,

El círculo se ensanchó

Con nuevos yernos y nueras,

Con adorables bebés,

Y consuegros y consuegras.

Nosotros fuimos testigos

De aquella etapa primera

En que se formó en la  playa

Una geografía nueva

Con unos lagos inmensos,

Que eran más bien albuferas,

Donde hundían las mujeres

Los muslos y las caderas,

Y que todos conocían,

Con una frase certera,

Como “Lagos de los chismes”,

Por no ofender las orejas.

Luego a nuestro alrededor

La colonia forastera

Se fue agrupando según

El lugar de procedencia.

Pronto destaca una dama

De sorprendente belleza.

La llamaban “Flor de Loto”

No por broma o cuchufleta,

Sino porque era admirable

Su oriental delicadeza.

Llegaba siempre a la playa

Bien maquillada y envuelta

En pareo floreado,

Y tocada la cabeza

Con un pañuelo bordado

En oro, de fina seda.

Una perenne sonrisa

Luce en sus labios de fresa,

Y va dejando a su paso

Una misteriosa estela

De seducción y de encanto.

Aseguraban que era

De una estirpe sevillana

De tradición ganadera.

Dejaba entre toros bravos

Al marido, mientras ella

Y su distinguida madre

Aquí se bañan y orean.

En los fines de semana

Se reúne la pareja

Y, cogidos de la mano,

Con dulce ritmo y cadencia

Se aproximan a la orilla

Con intenciones diversas:

Ella a refrescarse el  loto,  

Cuando la calor aprieta,

Y él a dejar entre  espumas

El pelo de la dehesa.

Como juntaban a veces

Las mujeres las cabezas

Y hablaban unas con otras,

Algunas mentes perversas

Creyeron que achicharraban

A los demás con sus lenguas,

Como un círculo de fuego

Que se convierte en hoguera.

¡Qué equivocados estaban!

Cumplían otra tarea

Más cruel y más sanguinaria:

Se intercambiaban recetas

De esas que los jugos gástricos

Encabritan y aceleran.

Esta clase de tortura

Adquirió una forma nueva

Y más refinada, cuando

Jesús trajo en la cartera

Unas fotos en color

De su industria pastelera

Con un batallón formado

Por pastelitos de crema,

Petisús, milhojas, dulces

De piñones y de almendra

Y tocinitos de cielo

Que en el paladar se pegan.

Ya las salivas formaban

Grandes charcos en la arena,

Cuando tuvo entonces Ana

Una salvadora idea:

En lugar de aquellas fotos

Y aquellas palabras hueras

Trajo unos buenos chorizos

Y morcillas de su tierra.

Una grata tradición

Nació en esa misma fecha.

Se repitió desde entonces

Una encantadora escena.

Llegado el día anunciado,

Se desplegaba en la arena

Un lindo mantel de blondas,

Cubiertos y servilletas.

Se reunían viandas

De apetitosa apariencia:

Ricas pechugas de pollo,

Filetitos de ternera,

Queso, tortilla española,

Pimientos fritos, croquetas,

Langostinos, boquerones,

Con la empanada gallega,

Y las “papas aliñás”

Y hasta una hermosa telera

Que trajo desde Medina

Pili, porque así pudiera

Acompañar la morcilla.

Y,  de bebida, cerveza,

Fanta, coca cola, vino

Tinto, solo o con casera.

Puso, por fin, en los huevos

Jesús sus manos expertas

Y nacieron de los huevos

Yemas de Santa Teresa.

¡Se convirtieron las fotos

En realidad verdadera!

Hubo una cosa curiosa

Que parece de leyenda.

Sin que nadie lo mandara,

Sin que nadie lo advirtiera,

Había cinco minutos

De silencio, sin que fuera

Nadie capaz de chistar

Ni de respirar siquiera.

Con la mirada clavada

En la improvisada mesa

Las manos se desbocaban

En alocada carrera

De la tartera a la boca

De la boca a la tartera

Y jamás había ocasión

De recomendar por señas

Que es de mala educación

Hablar con la boca llena.

Ya luego más sosegados

Vamos cayendo en la cuenta

De que a nuestro alrededor

Todo el mundo nos observa.

Se aproxima Flor de Loto

Y, al pasar por nuestra  vera,

Se cimbrea levemente,

Hace girar la cabeza

Y dibuja una sonrisa

De dulce condescendencia.

Entre la burla y la envidia

Otro se agacha en la arena

Y simula con un gesto

Que fotografía la escena

Y, tragándose la bilis,

Hace como que bromea.

El hombre del parapente

Sobre nosotros planea

Y, al olor de la morcilla,

Llora, suspira y babea.

Inmunes al mundo externo,

En alegre sobremesa

Proyectamos con cuidado

La siguiente francachela.

Algunos, por recordar

Los tiempos de la posguerra,

Cuando en la casa del pobre

Sufrían tantas carencias,

Son de opinión que se traigan

Como una especie de ofrenda,

Y por si tal vez a alguno

Le remuerde la conciencia,

Cachuchos y boniatos

Y unas poleás espesas.

Pero Yayi con razón

Disiente de esta propuesta:

“Para confraternizar

Con esa gente modesta

Ya traigo yo los garbanzos

Con atún y vinagreta.”

Garbanzos que, certifico,

Servía en vaso o cubeta

A base de paletadas,

Como energética dieta

De rica fibra, que el vientre

Desatasca y aligera.

Así va llegando el tiempo

De coger la regadera,

Después de haber desliado

La toalla de mis piernas,

Que me ha convertido en momia

Sin permitirme siquiera

Tomar un solo bocado

De alguna de las tarteras.

Mientras la lleno en la orilla

Pienso a solas: “Quien pudiera

Con el agua de esta playa

Quitar no solo la arena

Sino arrancar de raíz

La amargura y la tristeza,

Hacer crecer la alegría

Y la amistad verdadera,

Y conservar con su sal

La gracia, que es nuestra herencia,

Y hacer que estos pequeñitos

Que alegres ríen y juegan,

No conozcan el rencor

Ni el odio ni la violencia.

Y si con el cachondeo

Y con la aguda ocurrencia

Se coló, sin pretenderlo,

Alguna punzante ofensa,

Limpiar con este bautismo

Las manchas y la impureza”

Me dirijo lentamente

A las tablas de madera.

Vuelvo la cara hacia atrás

Y observo una inmensa hilera

Que me sigue, porque sabe

Que ya son las dos y media.

¡Qué haría esta pobre gente

Sin mi humilde regadera!

Mientras mi abnegada esposa

Lavaba mis pies y piernas

Con la refrescante agua,

Pensé que las gotas eran

Lágrimas de gratitud

Que vertía, dulce y tierna,

Con un gesto casi humano,

Llorando, mi regadera.

 

 Juan de la Fuente Santo

              (1996)

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sábado, 23 de junio de 2018

COLACIÓN EN VILLAMARTÍN

 Esta colación pretende imitar las “collationes” o conversaciones que Juan Casiano mantuvo con los monjes del desierto en Egipto. La materia es distinta pero se desarrolla con la misma seriedad y similar contraste de pareceres. Hoy hace veintisiete años de mi estreno como vocal de un Tribunal de los exámenes de Selectividad. Y los profesores son personajes reales. Uno de ellos es Fermín Lobatón, quien, al leer esta reseña que escribí en una noche de calor insoportable en el Hotel del Carmen de Villamartín, me la arrebató de las manos, la escribió en el ordenador e hizo suficientes copias para repartirlas entre los miembros del Tribunal. Puede testificar de la veracidad con que se expone el tratamiento de los temas

 

       COLACIÓN EN VILLAMARTÍN

 

Una vez hechas las presentaciones,

  Cuando llegó a su fin la  grata cena,

  Hubo estas dos opciones:

  Opción A: las terrinas, B: melones.

  Yo, como fiel vasallo de Piluca,

  Me incliné a la cerámica, y la duda

  Surgió sobre a qué tipo de figura

  Correspondían los varios utensilios

  Que albergaban tan ricas confituras.

  Se habló de troncos, pirámides y conos.

  Y, hablando de los conos,

  No sé yo por qué rara analogía,

  Por qué oculta y extraña conjetura

  O por qué subconscientes relaciones

  Se pasó a la gramática y se impuso

  El nuevo y patriótico debate

  Sobre los que pretenden

  Eliminar la eñe

  De los ordenadores.

  Algunos proponían que sin ella

  Solo tendríamos conos,

  Pelados, lisos, descarados conos,

  Sin el gracioso y ondulado rizo

  Que la eñe tiene

  En lo alto del moño.

  Estábamos en estas discusiones,

  Cuando dijo Fermín: “Pues para cono

  No encuentro yo ninguno

  Que al cono de mi perra se equipare:

  De un conazo ha lanzado nueve perros

  Y no es la vez primera que lo hace:”

  Nos sorprendimos todos, boquiabiertos,

  Y alguno preguntó. “¿Quién es el padre?

  ¿Cuál es su pedigrí? ¿Cuál su atributo?

  ¿Es alto su linaje?

  ¿A qué altura se empina su abolengo?”

  Hecha la loa del padre,

  Se pasó, no sé cómo,

  A hablar del noble oficio

  Del que llaman maestro mamporrero.

  “Curioso oficio o profesión es esa,

  -Intervino Alejandro-

  Que no logré encontrar

Por mucho que busqué, en el diccionario.”

  “¿Cómo no ha de venir, si es noble oficio? “

  Repuso algún colega.

  “No, que es grado académico”,

  Sentenciaron algunos.

  “Más bien-tercié, buscando el equilibrio-

Hasta ahora solo es diplomatura

  Que expide el Ministerio de Cultura,

  Pues a todos parece cosa dura

  Encumbrar a doctor o licenciado

  A quien solo acredita tino y tacto

  Y tal vez cierto empuje y fortaleza,

  Mas carece de todo el entramado

  De teoría y de altas abstracciones

  Que en sus tesis exhiben los doctores”.

  Y así, entre sutilezas,

  Entre elucubraciones,

  Que, atónitos, los huéspedes oían

  De tan lujoso hotel,

  Fuimos dejando mesas y manteles,

  Y, en un grato paseo,

  Por estirar, al menos, nuestras piernas

  Los sufridos varones

  Y, en carrozas guiadas por lacayos,

  Las recatadas damas,

  Unos y otras dimos en un Prado

  Que, debido a muy rancias tradiciones,

  Llaman del Rey, y allí, en la compañía

  De buenos y sencillos lugareños,

  Por aliviar la sed y los sudores,

  Tomamos unos vasos de refrescos.

  “¿Cuánto se debe?” –preguntaba Concha

  A un padre de familia bondadoso

  Que con blanca camisa, presuroso,

  Al fresco de la noche se lanzaba-.

  Él la miró perplejo.

  Y, antes que al pueblo entero

  Pusiera en el aprieto

  De calcular hasta los decimales

  El precio de las diez consumiciones,

  Pagamos cada uno

  Novecientos reales,

  Ni uno más ni uno menos.

  Y paso a paso fuimos cuesta abajo

  Hasta el Hotel del Carmen

  Y en el calor del cuarto hubo añoranza

  De lechos y de hogares,

  Intentando dormir hasta que el gallo

  Cantara el clarear del nuevo día.

  Noche del veinticuatro

  De junio. Te agradezco

  San Juan que, al rodearme

De tan gratos y amables compañeros,

  Conmigo hayas tenido este detalle.

  Fin del día. Mañana, los exámenes.

 

   Juan de la Fuente, Vocal del Tribunal IX, Ubrique, 1991  

 

 

 

 

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viernes, 8 de junio de 2018

EPISODIOS ESTIVALES: “EL TÍO SEGUNDO”

 

Hay un ser indefenso                                                 Le dejó una señal.

Que en nuestra sociedad                                          Abandonó a su gente,

Es víctima inocente                                                    Su hacienda y su ciudad

De un trato desigual:                                                  Y aun de la misma España

Es el tío segundo,                                                        Partió sin vacilar.

Distinto del carnal,                                                      Después de muchos años,

Bien por parte del padre                                            Allá por Tucumán,

O en línea maternal,                                                    Se lo encontró un amigo,

Que tiene parentesco                                                  En fechas del Mundial,

Por vía colateral.                                                           En la Plaza de Abastos

Ya el nombre de “segundo”                                       Vendiendo mazapán.

Significa “detrás”                                                          Y, cuando, afectuoso,  

E indica a todas luces                                                   Al irle a saludar,

Cierta inferioridad.                                                        Le dijo: “Mil recuerdos

¿Por qué dicen “segundo”                                           De su sobrino Juan”,

Si puede en realidad                                                     Dio un salto del asiento

Ser primero en afecto                                                   Y volcó el mazapán

A nivel familiar?                                                             Y gritó sollozando,

Y donde digo “tío”                                                         Sin dejar de temblar:

(No me interpreten mal)                                              “¿Dónde está el asesino,

Lo mismo digo “tía”                                                       Dónde está el criminal,

Cambiando una vocal                                                    Dónde el pequeño monstruo

(Basta que donde hay “o”                                             Que no podré olvidar?”

Pronuncien una “a”)                                                       Y al decirlo, cubría 

Y así las feministas                                                          La región inguinal

No podrán protestar                                                      Donde dejó su huella

Ni llamarme machista                                                    La patada fatal.

Contra mi voluntad.                                                       “No se apure ni llore,

Hoy rindo un homenaje                                                 Que el anchuroso mar

A mi tío Julián,                                                                  Le separa y protege

Que, aunque apenas recuerdo,                                     De cualquier familiar.

No me podrá olvidar.                                                       Él está arrepentido

Era yo muy pequeño                                                       Y pretende iniciar

Y venía de jugar                                                               Una correspondencia

Un partido de fútbol                                                       En forma epistolar,

Con botas de verdad,                                                      Ya que Vd. no le ha escrito

De esas de reglamento,                                                  Ni una simple postal”

Con tacos de metal.                                                         “Verdad, que ni  una carta

Estaba de visita                                                                 Le he podido mandar

Mi tío Julián                                                                       Con esa nueva leche

Y con aquel afecto                                                            Del Código Postal.

Que solía derrochar                                                        Pero no se le ocurra

Me dijo: “Hazme una gracia,                                         Venirme a visitar

Mi sobrinito Juan”.                                                          Que a vuelta de correo

Y en semejante sitio                                                        Le pienso contestar.”

Le arreé una “patá”                                                         Estas palabras mismas

Que en parte tan sensible                                               Llegaron a cruzar.

   

 

 

 

 

Se acordaba de España                                                      De poderme enfriar. 

Y llevaba en su ojal                                                             Antes de mi partida    

La bandera  española                                                         Te quiero recordar,

En esmalte y metal.                                                            Por si vas a escribirme,  

Y al despedirse dijo:                                                            Mi Código Postal.  

“Di a mi sobrino Juan                                                          11 por la provincia  

Que lo recuerdo mucho                                                      0 por capital

Cuando voy a orinar.”                                                          Y 10 según la calle  

Al traerme mi amigo                                                            Donde tengo mi hogar.

Una noticia tal,                                                                     Si al término de un año

Expresé la promesa                                                             Desde tu Tucumán  

De escribir, sin faltar,                                                           No me mandas siquiera 

Una amistosa carta                                                              Una mala postal,   

Al tío Julián.                                                                           Te vas a hacer puñetas     

Dice así: “Cuando estamos                                                  Y ya no se hable más.    

A punto de marchar,                                                             Dada en San Rafael,    

Te cuento dónde he estado                                                Vísperas de marchar, 

En época estival.                                                                    29 de julio,    

En medio de pinares                                                             De este año actual.    

Hay un sitio ideal,                                                                  Recibe mil abrazos  

Muy cercano a Segovia                                                         De tu sobrino Juan.”

(Ya que es su capital)  

Y cerquita de un pueblo

Llamado “El Espinar”,

San Rafael se llama   

Y es arcangelical.

Aquí, por unos días,  

Me he venido a alojar  

En una Residencia  

Que han dado en rotular 

 De las del Tiempo Libre. 

Tiene piscina y bar,    

Televisión, jardines,  

Salas para solaz   

Y honesto esparcimiento,  

Y he podido contar         

Hasta tres pabellones,

Fáciles de nombrar.      

C y B son dos de ellos

Y el primero es el A.

Hay juegos, hay torneos,

Fiestas para bailar

Muy bien acomodadas

Al sexo y a la edad.

He comido fabada,

He bebido champán

Y cóctel de mariscos

Con gambas sin pelar.

Cuando el agua caliente

Se podía utilizar

Me he duchado sin miedo

De poderme enfriar.

 

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martes, 22 de mayo de 2018

EPISODIOS SEMINALES

 

 

 

Si gran parte de nuestra adolescencia y juventud ha transcurrido en un Seminario, a nadie debe sorprender que califique de seminales, en su acepción de “fecundos”, a los episodios vividos en ese levítico semillero.

El caso es que esa fecundidad, con el paso del tiempo, llega a convertirse en flores más parecidas a las “Flores del mal” baudelairianas que a las “Florecillas de san Francisco”. Confío en que, a pesar de ese riesgo, me permitáis ser malo por esta vez, pues hasta de lo malo puede extraerse algún bien.

Ciñéndome a los años de estudio en el Seminario de Cádiz, que establecieron las bases sobre las que se asentaría el edificio intelectual y espiritual de mi existencia, recuerdo episodios que, como si yo estuviera dotado de un detector de afirmaciones gratuitas, por no llamarlas mentiras interesadas, dejaban en mí un resquemor, una inquietud, una semilla de incredulidad, que tenía que esforzarme por ahogarlas para que no desembocaran en críticas acerbas o en hirientes ironías. Ahora ya, después de tantos años, esa malicia soterrada puede exponerse a la luz pública sin temor a ser tildado de lenguaraz o desagradecido.

Sin más preámbulos, me dispongo a revelar dos de esos episodios, que podrían haber pasado desapercibidos para muchos, pero que yo conservo bien claros en mi memoria y hasta en mi imaginación.

En uno de los Ejercicios Espirituales de los muchos que nos dirigían casi sin excepción los Padres Jesuitas, uno de ellos, empeñado en inculcarnos el valor que, para el progreso en la virtud, tiene la búsqueda de la perfección hasta en los actos más cotidianos de la vida, nos puso, escogido supuestamente de la vida de san Juan Berchmans, un curioso ejemplo en que se ponderaba la perfección y esmero de su afeitado, causa de admiración entre los demás novicios.

En la época en que asistía yo a estas prácticas de piedad, utilizaba cuchillas de afeitar marca La Moto, que manejaba con sumo cuidado, sin profundizar en exceso por temor a destrozarme el cutis, demasiado dañado ya con empeines y otras asperezas debidos en gran medida a las deficiencias alimentarias. Ahora pienso que quizá por esas precauciones sanitarias y el forzado desapego cosmético mis pasos en el camino de la virtud han sido más lentos, pero si algún día consiguiera alcanzarla, aunque no con el mejor aspecto, me conformaría al menos con llegar reconocible.

Otro episodio no menos relevante por su engañosa espiritualidad, igualmente inspirada en fuentes ignacianas, tomaba el ejemplo de la vida de san Alonso Rodríguez.

Este santo segoviano, patrono de Mallorca, en cuyo Colegio de N. Sra. de Montesión ejerció como un humilde Hermano portero durante más de cuarenta años, después de una primera parte de su vida que es un cúmulo de desgracias, pues perdió padre, madre, hijos y esposa, hasta quedar en el mundo a los cuarenta años solo y rechazado varias veces antes de ingresar en la Compañía, no proporcionó a un director de Ejercicios otro ejemplo de virtud más digno de imitación que el haber estado a punto de tragarse las ralladuras que iba sacando de un plato de loza en un acto de estricta obediencia a la orden, recibida con la comida, de “tomarse todo el plato sin dejar nada,” algo que bien pudo ser efecto de una ofuscación mental o una distracción propias de un estado de demencia senil, o simplemente una más de las distintas invenciones que se cuelan por las páginas del Santoral cristiano.

Estos dos ejemplos pudieron ser los hilos con que se trenzó otro acontecimiento del que también fui testigo.

Había en el Seminario un compañero, mayor de veinte años, (pues ya había hecho el servicio militar) no sé si en algún curso de Filosofía o a punto de pasar a Teología. Se distinguía por su piedad, seriedad, parquedad de palabras y, sobre todo, por su empeño, exento de ostentación, en alcanzar la santidad.

Pues bien, una mañana nos sorprendió a todos verlo entrar en la Capilla destacando entre la ensotanada fila por su aspecto e indumentaria. Presentaba rasurada a lo Berchmans la mitad de la cara, mientras permanecía intonsa la otra, y su indumentaria se reducía, de cintura para arriba, a una camisa y no recuerdo si una chaqueta o chaleco. El resto de su persona iba embutido en unos llamativos pantalones, parte del vistoso uniforma del Cuerpo de Infantería de Marina Española.

Tras la genuflexión frente al Sagrario, ante el divertido estupor de los presentes, se dirigió sin inmutarse a ocupar su lugar en el banco que le había sido asignado.

El P. García Guerrero, una vez repuesto de su sorpresa, le persuadió de buenas maneras para que acudiera a su habitación a revestirse del reglamentario traje talar.

Y sin más, se iniciaron las preces y las habituales ceremonias religiosas.

Según comentó luego un compañero de banco, ante la intervención del Superior, bajando los ojos y sin el menor atisbo de retintín musitó: “Obediencia ciega”. De lo que se deduce que de las tres opciones imposibles de cumplir al mismo tiempo, la pulcritud facial, la corrección de vestimenta y la puntualidad, se decidió por lo que la voz de Dios en forma de campanadas le exigía en ese momento. Ante un reducido grupo de estudiantes nada despiadados, se expuso a un ridículo superficial y pasajero, débil reflejo de otro ridículo más profundo en el mundo invisible e intemporal de la moderación, la coherencia y la lucidez, que recayó por completo sobre los sedicentes formadores al estilo de un innominado jesuita con una marmórea y rígida noción de obediencia y un concepto de perfección material e indiferenciado. Esa es la lección que, sin proponérselo, nos impartió ese día una de las personas más sencillas, más humildes y más puras de corazón que he conocido.

Si los misterios de la fe, aunque no demostrables, son compatibles con la razón (recordemos el “rationabile obsequium fidei”), ¿hemos de someternos o imponernos a nosotros mismos, por un falso sentido de la obediencia, unas actuaciones absurdas y contrarias a lo más distintivo de la persona humana, como son la razón y el sano juicio?

¿Ha de tener más valor para un cristiano la perfección material de una obra humana que la perfección formal, la Caridad, que es el “vínculo” que abraza y “per-fecciona”, es decir, otorga lo que les falta a los actos materiales, que es su “valor sobrenatural”?

(Con el fin de dispensar a los lectores de tener que repartir en dos jornadas la lectura de este escrito me detengo aquí para reflexionar sobre las dos últimas preguntas.)

 

 

Publicado por juanvinuesa a las 10:30 No hay comentarios: Enlaces a esta entrada  

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viernes, 11 de mayo de 2018

Damas y caballeros

 

Damas y caballeros : Ya tendréis conocimiento de las razones por las que soy el único miembro del cuarteto de antiguos profesores que no se encuentra físicamente entre vosotros. Algunos me han manifestado su deseo de que les dirija unas palabras. En su defecto les dirijo unas letras. Ya sé que la espontaneidad sufre un detrimento con esta sustitución. Así que haré un esfuerzo por que no se note.

Para que se parezca lo más posible a una clase, empezaré por el exordio. Es posible que les suene el del discurso de Cicerón en defensa de otorgar el mando supremo de las tropas a Pompeyo:

Quamquam mihi semper frequens conspectus vester multo iucundissimus, hic autem locus ad

agendum amplissimus ad dicendum ornatissimus est visus, Quirites, Etc.

Se dirige a los Quirites, y Quirites somos todos. Simples ciudadanos, iguales varones y hembras.

También para mí es muy agradable el frequens conspectus vester, que traduciría  “vuestra nutrida presencia” y  el lugar muy adecuado ad agendum, para tratar los asuntos pero no del Estado, sino los de nuestras andanzas en estos años y hasta nuestros mutuos reconocimientos. Y si para el orador latino el sitio era apto ad dicendum, por lo que a mí toca siempre estoy dispuesto a hablar donde se tercie.

Espero haber conseguido vuestra benevolencia, que es lo que pretende un exordio, y paso a la narratio o narración de los hechos.

No os echéis a temblar, que voy a ir espigando. Por lo pronto me salto toda la década de los treinta, y me planto en el primer tercio de la de los cuarenta. Empieza con buen pie: es el llamado “año del hambre”, tan tacaño en provisiones para el cuerpo, como pródigo en lecciones de picaresca. Eran éstas las únicas que iba a recibir, pues, aunque había aprobado el examen de ingreso en el Columela, no me había matriculado en bachillerato, de modo que tenía por delante todo el tiempo libre.

Empezaba con las claras del día para marchar desde la calle Zorrilla hasta el Mercado central acompañando a mi padre, para bifurcarnos el uno hacia la cola de los cachuchos y el otro a adentrarse por los callejones en busca de otros manjares.

Aguardando a que se abrieran las puertas bajo vigilancia de los miembros de la Policía Armada, inicié un fructífero aprendizaje. Prudentemente apartado, por elementales razones de higiene, de los pañolones que tenía delante, no pude evitar oír la conversación: “ Oye Mari, ¿qué comes para estar tan gordita? “ “¿Yo? Trigo con tomate.” “¿Y eso cómo se prepara?” “Es muy fácil. Se rompe un poco el trigo en el molinillo y se guisa como el arroz” A las pocas semanas  coincido con dos de las amigas. “¿Qué sabes de la Mari? “ “Calla, mujer. ¿Te acuerdas de lo del trigo con tomate?” “Claro que sí” “Pues cuando empezó a fermentar el trigo en la barriga, le entraron unas ardentías y unos retortijones que por poco se nos va para el otro mundo” “¡Vaya por Dios, la pobre!”

Todo esto lo contaba yo en mi casa. Pero lo que no les decía era que los cachuchos me habían costado menos, y con lo que sisaba me había comprado una cuña de pan de higo o unas vainas de algarrobas.

El resto del día lo dedicaba a la cola de un saquito de arroz en la Tienda Honda de la calle Obispo  Pérez Rodríguez (antes Fermín  Salvochea) o en la del aceite en el almacén de Pepe de la plaza San Francisco, esquina a Rafael de la Viesca ,(hoy Librería Raimundo de Libros de Ocasión).

Los domingos, la sesión infantil del Muni en el Palillero o del Gades en la calle San Francisco,  y en los huecos del día, lecturas de novelas de la colección Hombres Audaces: Peter Rice, Bill Barnes, Doc Savage, La Sombra. Pero cuando jugaba el Cádiz, al Campo Mirandilla, por donde en los casos de victoria “pasaba un avión con un letrero que decía que el Cádiz es campeón”

Hasta que se produjo el milagro. Mi tío Manolo me llevó  un día a un trabajo en Camposoto y, mientras los obreros me colmaban de halagos, uno de ellos, tal vez el capataz, me trató con dureza y me reprochó que, en lugar de leer noveluchas como la que  sobresalía del bolsillo de la chaqueta, no me dedicara a estudiar para ser un hombre de provecho. Y así fue como ese bochorno me llevó en el curso 1941-42 al Colegio de los Hermanitos, instalados provisionalmente en el Seminario, en las aulas del patio triangular, a la espera de la finalización de las obras del nuevo Colegio de la Viña.

Después de estrenarlo al año siguiente, en el curso 1943-44 entraba en el Seminario por la puerta de Compañía 19, acompañado de mi padre y portando mi maleta y una enigmática bañerita, para unirme a un grupo de niños de mi edad, unos de la capital y otros venidos de San Fernando, Vejer, Medina, Paterna, La Línea, Castellar y otros puntos de la provincia.

Los últimos días que pasé en mi casa, se han quedado grabados para siempre en mi memoria. Primero, por los nombres tan raros que leíamos en el Reglamento del Seminario: balandrán, duyeta, esclavina, birreta. Y luego, por los comentarios tan grotescos que salían de los labios de mi abuela. No paraba de comentar a los vecinos lo listo que era su nieto. “Ahí lo tienes, aprobando latín, sin saber latín.” Entonces nos reíamos, pero ahora pongo en parangón esta frase con el “vivo sin vivir en mí “ teresiano y el socrático “sé que no sé lo que no sé”. Por no hablar de su asombrosa capacidad vaticinadora: “Ahora que entre, y si no cuaja, que le quiten lo  bailao”.  Ni la Sibila de Cumas. ¡Y que no he bailao yo ná desde entonces!

Hacía poco más de dos años estaba en ese mismo patio en la clase del Hermano Julián, y ahora podría disfrutar de un plan de estudios que nada tenía que envidiar al del Instituto. Gracias a él pude establecer las bases de mi formación humanística,  fortalecer el hábito de estudio y adquirir la costumbre de una asidua lectura y memorización de los textos clásicos, hasta el punto de aprovechar cualquier ocasión para volver sobre ellos.

Como muestra, y para aludir a un solo episodio de los muchos que viví en aquel  solar santo, un día en que había adquirido un cuadernillo del Ars poetica de Horacio, ni en la fila que nos llevaba por la tarde al refectorio me desprendía de él:

Humano capiti cervicem pictor equinam

iungere si velit et varias inducere plumas...

Y cuando ya el monstruo de cerviz equina y variopintas alas amenazaba con tragarme, surgió coronando el horrible amasijo, una  mulier formosa, hermosa de cara y gesto.

Y en ese momento levanté los ojos y me encontré a dos pasos de mi sitio ante un plato con un puñadito de pasas. De pronto aparecían dos ancianos todavía de buen ver, que iban repartiendo a los que lo solicitaban tazas que al punto llenaban de agua caliente,  y los destinatarios se apresuraban a verter en ellas unas cucharaditas de nescafé y leche condensada. A continuación, extraían de unas largas barras de blanquísimo pan unas equiláteras rebanadas que untaban de margarina y lo engalanaban con una cobertura de mermelada.

Llegados a este punto, el resto de los comensales habíamos consumido las pasas, y bajábamos al patio de recreo donde hacíamos la digestión entre risas y juegos.

Cualquiera podría pensar que la memoria proporcionada por tan frugal merienda, habría de aguzar mi mordacidad, pero no era una memoria selectiva, sino comprehensiva, darwiniana en lo antropológico y orteguiana en lo filosófico.

Hasta ahora solo he hecho “pueritiae memoriam recordari ultimam”, como diría Cicerón. Pero a vosotros, queridos exalumnos, os he tenido en mi pensamiento a medida que iba mejorando en el comentario de textos.

Si un texto nos habla según las preguntas que les hacemos, en el estudio de la primera bucólica de Virgilio: Tityre, tu patulae recubans, cuando le preguntaba: “¿Qué eres, Tityre?” me respondía: un vocativo y un dáctilo. “¿Y tú, O, Meliboee?”: un vocativo y un dáctilo más un troqueo. Pero le debería haber preguntado:”¿Quién eres, Tityre ?” Y la respuesta hubiera sido: “Soy Virgilio y estoy aquí convertido en pastor para agradecerle a Octavio el haberme librado de la expropiación de mis tierras, porque espera que en la Eneida entronque en línea directa  la Gens Julia con Julo el hijo de Eneas, hijo a su vez de Venus. “¿Y tú Melibeo?” “Yo soy un simple cabrero expulsado de mis tierras que voy arreando mi rebaño y como no tengo padrino me veo obligado a abandonar mis dulces labrantíos, dulcia arva, y buscarme por ahí la vida.” Pues yo te voy a decir la verdad, Melibeo: “ El que tú conoces como Títiro es en realidad Virgilio, un poeta maravilloso, autor de una obra de fama mundial, y el dios al que ofrece sacrificios para que le permita seguir viviendo sin trabajar es nada menos que Octavio Augusto. Pero, a pesar de todo, tu Títiro no deja de ser un títere del poder y un pelota ilustre. Pues has de saber, querido Meli, que nada es solo lo que parece, y la belleza, el arte más sublime, los premios y la fama tienen que pagar a veces el tributo de la podredumbre moral y la idolatría. Tú mismo, un cabrero desterrado, eres sin saberlo un boyero, que es lo que significa tu nombre, aunque a las mozas que lo compartan es preferible seguir llamándolas Melibea. No te preocupes si no eres poeta, que el esfuerzo de ser uno mismo y progresar en la vida por sus propios méritos, sin prostituirse, es lo que dignifica a la persona.”

Ahora, si me preguntáis qué texto clásico explicaría mi destino, os respondo que ninguno. Como nací en la calle Zorrilla y me llamo Juan, elijo el de Don Juan Tenorio:

 

“Yo a las cabañas bajé,

Yo a los palacios subí,

Yo los claustros escalé,

Y en todas partes dejé,

Memoria amarga de mí”

 

Yo no sé si mi memoria será amarga o dulce, pero el claustro más alto, el más frío y el único con piso de ladrillos que escalé fue el de san Juan de la Cruz, en el colegio de san Carlos, donde coincidí con algunos que llegarían a subir a Palacios episcopales, como Rouco Varela en la Capilla y Elías Yanes en clase de Bernardino Llorca o con Setién, Cirarda y González Moralejo en la Escuela Social de Vitoria.

Espero, aunque no llegue a verlo, que en Cádiz alguien baje un día de su Palacio y se incorpore a este jubiloso grupo, para participar del frenesí con  que exaltáis el Solar Santo y ser testigo de la nostalgia que impregna vuestras canciones de juventud a los sones de la guitarra de Cejudo.

En mí despertasteis una amistad amodorrada y me encandelasteis el corazón con recuerdos entrañables. Hoy os envío en la distancia un fuerte abrazo a todos, empezando por Troya, el más venerable de los supervivientes del curso, Ildefonso Castro, desgastado en el apostolado obrero y Alfonso Guerrero, compañero de fatiga en lides académicas, a exalumnos y compañeros, esposas  y organizadores, a todos.

En bajadas de cabañas estoy muy ducho, pues bajo a diario la cuesta de la calle Goya, en la que se encuentra el bar Cabañas, frente a la frutería de Jesús y a dos pasos de la pescadería de Alfonso y del Don Súper, con el carnicero Fernando y el charcutero Antonio, cuyo afectuoso trato y el de los parroquianos y vecinos del barrio me reconforta y hace llevadera la subida de la cuesta con el carrito de la compra hasta llegar al portal de mi casa en el que me despido de vosotros. Otro abrazo y gracias por la atención prestada.

 

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domingo, 8 de abril de 2018

A UN ORDENADOR PREHISTÓRICO

 

Estas confidencias, que no son de medianoche, sino de media tarde, se refieren a mis impresiones íntimas sobre tu actuación, querido ordenador de mi alma. Eres dócil con los dóciles y testarudo con los testarudos. A veces te doblegas a mis más pequeños caprichos y otras veces sorprendes con unas salidas intempestivas y, diríase, que ineducadas y altaneras. No olvides que soy un hombre y tú una simple máquina, por sofisticada y poderosa que te creas. Entonces te diré con el poeta:

 

“Máquina orgullosa y fría que me quieres dominar, no olvides que soy tu dueño y me tienes que adorar. Aunque no conozca a fondo el arte del WordStar, puedo verter en tu sangre y cerebro artificial la viva voz de mi alma, mi palabra original, el puro verbo de hombre que conoce el bien y el mal. Yo no sabré dar la orden y obligarte a alinear estos versos uno a uno de forma convencional, mas sean buenos o malos, yo sí los puedo crear. (Me dice mi amigo Paco que es intrínseco este mal a tu mismísima entraña de artefacto material.) ¡Viva el hombre por los siglos y el don de la libertad!”

 

(Dedicado a Francisco Vera Bustamante, que luchó a brazo partido, entre la maraña de disquetes, funciones y números de la primera etapa del Wordstar, por meternos en la cabeza la práctica de una nueva forma de escritura, cuyo fruto único fue removerme las entrañas y hacer surgir de ellas el fogonazo del amor a la libertad y al pensamiento, sin los que no existirían los más asombrosos  inventos de la técnica.)

 

       Juan de la Fuente Santo

 

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lunes, 23 de septiembre de 2019

SECUELAS Y COLADERAS

 

 

Como pienso dedicarles el tiempo que se merecen a la palabra “secuela” y sus connotaciones, me limitaré a la sucinta definición que don Julio Casares ofrece en su Diccionario Ideológico, ed. 1942: “Consecuencia o resulta de una cosa”.

Hasta entonces remontémonos al estudio de su raíz, que nos revela un noble abolengo indoeuropeo. En efecto, la raíz *sekw  ha dado origen en nuestra lengua madre al verbo sequor `seguir´ y a los nombres sequentia, secundus, secundarius, sequester, sequella/sequela, y los correspondientes compuestos consequor, prosequor, persequor etc.

Sin necesidad de acudir a los derivados y cultismos españoles, ya desde antiguo la palabra latina sequentia se oía en las misas antes de la lectura del evangelio, Sequentia sancti evangelii secundum Marcum, y en la liturgia se compusieron miles de  Secuencias en la Edad Media, de las que han quedado cinco en la actualidad, Veni sancte Spiritus, Victimae Paschali laudes, Lauda Sion Salvatorem, Stabat mater dolorosa y el Dies irae.

Por mi parte siento especial emoción, por su sencillez y delicadeza, al recitar mentalmente el Stabat Mater, junto a otros himnos que me ayudan a conciliar el sueño.

Por otras razones la expresión sequitur me trae resonancias muy lejanas. Es el núcleo programático con que empieza la Imitación de Cristo: 1) Qui sequitur me non ambulat in tenebris, dicit Dominus. 2) Haec sunt verba Christi quibus admonemur quatenus vitam eius et mores imitemur, si volumus veraciter illuminari et ab omni coecitate cordis liberari.

La obra De imitatione Christi se la debo a mi mujer, que en un viaje de trabajo a Roma como parte del programa Commenius tuvo la intuición de elegir la Edizione critica a cura di Tiburzio Lupo, S.D.B., Llbrería Editrice Vaticana, 1982, basada en noventa códices. Además, al leerla y memorizarla durante un tiempo, honraba al profesor Luis Sala Balust, que desarrolló en sus clases la Devotio moderna, tendencia que refleja Tomás de Kempis, como deja claramente demostrado al continuar: 4) Doctrina eius omnes doctrinas sanctorum praecellit et qui spiritum haberet absconditum ibi manna inveniret. Esa inmersión del espíritu en las enseñanzas de Cristo dando de lado a todas las enseñanzas de los santos, y la insistencia en la imitación de su vita et mores retratan a la perfección el marcado cristocentrismo de Gerardo Groote y Florencio Radewijns, fundadores de los Hermanos y Hermanas de la vida común y de ese movimiento espiritual que tanta influencia tuvo por sus conexiones con el naciente Humanismo cristiano.

Volviendo, tras este paréntesis, a los derivados en lengua española, se encuentran entre ellos los que han convertido en gutural sonora la sorda de la raíz *sekw: seguir, seguimiento, segundo, de seguida, segundero, segundón, signo, señal, señuelo, enseñar, enseñanza y otros muchos. Los que podemos considerar cultismos han conservado la gutural sorda, como secuencia, secundar, secundario, consecuencia, consecución, persecución y, por supuesto, secuela.

Puede sorprender que de un verbo deponente como sequor, cuyo infinitivo es sequi,  se haya derivado el español seguir. Me  inclino a pensar que, después de su paso en latín vulgar  a la voz activa, el infinitivo sequere fue absorbido por la cuarta conjugación y, convertido en sequire, se transformó en nuestro seguir.

Si he mencionado el abolengo de la raíz sekw., es porque de ella se deriva en griego el verbo ἕπομαι (hépomai) ´seguir´, presente en el vocabulario de las obras de Homero (siglo VIII a.C.) en una lista de otros veinte verbos con un índice de frecuencia de 200-500.

En el primer canto de la Ilíada aparece dos veces. Reproduzco la del v. 158:

 

Ἀλλὰ σοὶ ὦ μεγ  ̓ἀναιδὲϚ, ἅμ  ̓ἑσπόμεθ  ̓ὄφρα σὺ χαίρῃϚ

Al-la soi ô meg’ anaidès hám’ hespómeth’ ophra sú chaireis (Il.I, 158)

Pero a ti ¡oh gran desvergonzado! te hemos seguido para que estés contento

He aquí cómo la expresión “hemos seguido” no solo tiene el mismo significado que “hespómetha” sino que ambas participan de la misma raíz. ¿Cómo pueden tener la misma raíz indoeuropea  -segu- del español y –sp- del griego? Trataré de explicarlo.

En primer lugar –sp-está en grado cero, es decir, sin la vocal “e” que sería el grado pleno. Partamos, pues, de la raíz griega – sep-. Ya la diferencia entre el español y el griego respecto a la raíz  indoeuropea *sekw  se reduce a que en español –segu- ha convertido la consonante velar sorda  en sonora: k > g. 

Nos queda por explicar la presencia de “p” en griego en lugar de “k”. Para eso hay que acudir a la fonética. En efecto, la consonante  kw es labiovelar. Su pronunciación en una etapa del griego en la que solo funcionó (k) w  el apéndice labiovelar, favoreció el paso a π (p).

Así pues, la forma hespómetha, cambiando la “h”   (transcripción del espíritu áspero griego)  por la “s” primitiva, queda estructurada así: se-sp-ó- metha.

se= reduplicación, propia del perfecto griego, de la consonante inicial de la raíz. –sp- = raíz en grado cero.-o- vocal temática. –metha= desinencia de la primera persona del plural de voz media del perfecto de indicativo. Significado: “Hemos seguido”: Igualito que en español y de la mismísima raíz indoeuropea. Además, si les pica la curiosidad por conocer al autor de esta respuesta, sepan que fue Aquiles, el caudillo más valiente de los que acudieron al llamamiento del jefe supremo (ἄναξ) Agamenón. Ante la amenaza arrogante y despótica de arrebatarle a Briseida, la joven conquistada por Aquiles en la batalla, éste no duda en llamarle sinvergüenza, y en el verso siguiente, cara de perro (κυνῶπα), por su abuso de poder y su empeño en que los caudillos subalternos se dobleguen a sus caprichos “para que estés contento”, ὄφρα σὺ χαίρῃϚ.

Hasta aquí, el apartado etimológico y sus connotaciones. En adelante, la historia del nacimiento de la secuela y sus espurios herederos.

La palabra “secuela” hizo su entrada en la comitiva de la lengua vestida de medio luto. El ambiente en que ha desarrollado su labor es el de las enfermedades, que una vez curadas, dejan un halo sospechoso de debilidades, carencias, anemias, y males de naturaleza llevadera, englobados bajo su luctuoso manto. Efectos todos no deseados, ubicados en prospectos compañeros de pastillas, frascos y sustancias medicinales.

Hay crisis económicas que tardan en desaparecer, que siguen lanzando coletazos, que disimulan sus efectos recalcitrantes con la enigmática “secuela”. Otras veces, a los efectos devastadores que dejan los tratados de paz, o las derrotas de uno de los dos bandos en contienda se los bautiza con el nombre de secuela. Pero jamás se ha oído decir, tras la curación de una enfermedad, que el recuperado paciente se esté aplicando secuelas. O que, celebrada jubilosamente la esperada paz, se fuera a instalar en el pueblo un período de secuelas. Las secuelas se sufren, se intenta hacerlas desaparecer, se previenen, jamás se buscan.

Por eso la primera vez que leí que tal o cual película, cuya financiación estaba en marcha, o guionistas y director reclutaban actores para el momento de iniciación del rodaje, sería una secuela de otra anterior de notable éxito, me llevé las manos a la cabeza. ¿Una secuela buscada? ¿No son más bien vitandas?

La disonancia surgida en su significado con el traslado desde un contexto médico, social, o económico, negativo siempre, a un escenario lúdico y cultural, hacía temer lo peor. Pues la influencia que ejerce sobre el pensamiento y el habla de un público moldeable y mimético, facilitaría la propagación de un término, que al fin y al cabo solo era de una evidente cursilería. Cuando antes se hablaba de una segunda parte de una película o de una segunda versión, ahora se hablaría de una secuela.

Pero he aquí, que en ese mismo caldo de cultivo del mundo de cineastas, actores, actrices, sector absorbente en el ámbito cultural, progresivo, rompedor, se pone en circulación la palabra “precuela”.

Parece ser que una película del mismo tema desarrollado en otras ya conocidas, pero trasladado al inicio de la serie para aclarar sus peripecias, no merecía el nombre de precedente, preámbulo, preludio, germen. Había que inventar otro parejo a “secuela”, ya arraigado. Y las cabezas pensantes del mundo de la farándula cortaron por lo sano, por no decir por el corazón de su pareja, la raíz de la palabra “secuela”.

La sajaron y separaron su primera sílaba “se-”, como si fuera un prefijo, del resto “-cuela”. Y en la misma mesa de operaciones, una vez mutilada y descuartizada, cambiaron el falso prefijo “se-” por un ortopédico “pre-“para crear la frankensteiniana PRECUELA, muerta de por vida desde su nacimiento y lista más para una autopsia que para un análisis morfológico. Ahora la califican de neologismo, y en realidad es simplemente un zombi, pues el lexema es el alma de una palabra, que desprovista de él, anda dando tumbos como un zombi lingüístico. Puede que algún lector considere esta exposición muy escrita a lo bestia, y para su desarrollo en un estilo más serio y académico le invito a leer “Falsas segmentaciones” de David Prieto García-Seco en el apartado Rinconete de Cervantes Virtual.

N. B. Aún se ennoblece más la familia nacida de la raíz *sekw, cuando en las tablillas micénicas aparecen rastros de palabras entre las que se encuentra e- qo-te / hekontes/ ἕκWοντες “los seguidores” En Documenta mycenaea, de Ioannes Pugliese Carratelli, números 261-265, correspondientes a las inscripciones de Pilos, se repite la frase me-ta- qe pe-i e-qe- ta Interpretada como μετά τε σφεhὶ ἑπέτας (metá te spheis hepétas) ´y con ellos el seguidor’, en alusión a un grupo de hombres, seguramente un regimiento de soldados guardianes de la costa, de los que el seguidor podrÍa ser un oficial con misiones de enlace con los demás regimientos a los que acudiría en su carro. En un caso concreto (nº263) aparece el nombre: a-re- ku-tu-ru-wo e-te-wo-ke-re-we-i-jo: ἈλεκτρύFων ΈτεFωκλεFέιος (AlektrúFôn EteFokleFéios)  ´Alektruón hijo de Eteokles.´ (Puede consultarse El enigma micénico, de John Chadwick, capítulo 7: La vida en la Grecia micénica o El mundo micénico del mismo autor, en Alianza Universidad, nº 204)

Como el griego micénico se remonta a un espacio entre el s. XVI-XIII (a.C.), compárese el grado de civilización a que llegaron los habitantes de Micenas, Tebas, Knosos y Pilos, en los que  se han encontrado esas inscripciones, con el de los que no tienen escrúpulos en maltratar nuestro idioma hasta dejarlo irreconocible.

Respecto a e-qe-ta, es la forma en que aparece en las tablillas, por tratarse de una escritura silábica, que evita las sílabas trabadas y cerradas, frente a la realidad del habla. Es como si nosotros escribiéramos “co-ta-ra-ti-e-po” por “contratiempo” que es como lo pronunciamos. (Para mayor información, véase El léxico griego micénico (LGM): Index graecitatis, estudio y actualización bibliográfica. Tesis doctoral. Autor: Juan Piqueras Rodríguez. Madrid. 2017. Universidad Complutense. Facultad de Filología. Departamento de Filología Griega y Lingüística Indoeuropea.)

 

Juan de la Fuente

 

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lunes, 19 de agosto de 2019

APORÍAS MODERNAS

 

 

 Modernamente se ha pretendido trasladar las antiguas aporías al campo de la lingüística y en estas me voy a fijar. Como Wittgenstein ha defendido que todos los problemas filosóficos se diluyen con la clarificación del lenguaje en que son expuestos, voy a hacer mis pinitos en este terreno.

En 1908 Kurt Grelling y Leonard Nelson, formularon una paradoja originada al analizar palabras que o se describían a sí mismas y denominaban “autológicas” o no se describían a sí mismas y eran consideradas como “heterológicas”, términos inventados para su análisis. Como ejemplos de cada caso proponían “short” como palabra autológica pues en verdad era corta, y como ejemplo de heterológica, “long”, pues no se describía a sí misma, ya que no era larga. Es decir, que  mediante estos ejemplos, enfrentaban el valor material o ideográfico de “short” a su valor formal, que es alfabético-convencional, para decidir que coinciden; en cambio, “long” ideográficamente es una palabra corta, de modo que su característica material o ideográfica entraba en conflicto con su valor alfabético-convencional. Pasando por alto esta anomalía, veamos en qué dilema se encontraban al analizar la palabra “heterológica”:

Si no se describe a sí misma es heterológica. Pero si “heterológica” es heterológica, entonces se describe a sí misma y habría que admitir que es autológica. Ahora bien, si “heterológica” es autológica no se describe a sí misma y es heterológica y así ad infinitum.

Lo primero que se debe esclarecer es si una palabra aislada, sin el entorno oracional, más aún, sin actualizarse dentro de los condicionamientos de intención del hablante, conocimientos compartidos por hablante y oyente, circunstancias de lugar y tiempo en que se realiza el acto elocutivo, y otros requisitos posibles, puede ejercer la función referencial.

Tomemos la palabra “cómoda”. ¿A qué elemento del mundo se refiere? Imposible es saberlo. Lo mismo puede ser un adjetivo como en la frase “Esta butaca es muy cómoda” como el nombre de un mueble en esta otra “¿Puedes traerme las gafas de sol que están en el primer cajón de la cómoda?”

Esto demuestra que una palabra en estado de aislamiento, tal como se encuentra en un Diccionario, no tiene capacidad de referirse a ningún ente, carece de referencia. Pero podría pensarse que, como para distraerse, se refiriera a sí misma, que es lo que se llama autorreferencia, como daban a entender Grlling-Nelson con la expresión describirse a sí mismas “it does describe itself”.

Entonces hay otro motivo por el que se demuestra que es imposible que una palabra se retuerza para describirse a sí misma.

La lengua no solo se utiliza para referirse a objetos que están en su exterior, aunque ese exterior esté en el interior del usuario, como son sus emociones, sus pensamientos, sus deseos. La lengua se emplea también para hablar de elementos de ella misma, de su morfología, su sintaxis, de alguna palabra aislada, para estudiar su etimología. Pero entiéndase: me refiero a la lengua, no a una palabra aislada perteneciente o no a esa lengua.

Y ahora viene lo importante: para distinguir la palabra, fragmento de oración, oración completa o incluso discurso, objeto de estudio o mención realizados por la lengua, se escriben entre comillas. De esa manera la palabra entrecomillada se considera como parte del llamado “lenguaje-objeto” y el lenguaje empleado en realizar el estudio, observación o mención de esa palabra se denomina “metalenguaje”.

Si una palabra se refiriera a sí misma, habría de ejercer dos funciones, cada una de ellas en un nivel de lengua distinto: como objeto pasivo de la referencia en el nivel de lenguaje-objeto, y al mismo tiempo como sujeto activo de la referencia en el nivel de metalenguaje, lo que es imposible.

Por consiguiente, las palabras “autológico” y “heterológico”, creadas para distinguir las palabras que se refieren a sí mismas de las que no se refieren a sí mismas, no pueden tener ningún objetivo, son arreferenciales. Es como inventar un artefacto para distinguir a los peces que se pescan a sí mismos de los que no se pescan a sí mismos.

Esta razón por sí sola es suficiente para echar por tierra la paradoja  Grelling-Nelson.

Olvidémonos, pues, de la falsa aporía de la pareja Grelling-Nelson, y veamos el funcionamiento del metalenguaje y el  lenguaje-objeto en circunstancias comprometidas.

Supongamos que estamos estudiando morfología y llegamos al estudio de la sílaba. Para distinguir las palabras por el número de sílabas, las de una sílaba se llaman monosílabas; las de dos, bisílabas; las de tres, trisílabas; las de cuatro, tetrasílabas; las de cinco, pentasílabas; las de seis, hexasílabas; las de siete, heptasílabas; las de ocho, octosílabas; las de nueve, eneasílabas y las de diez, decasílabas. También podemos analizar estos mismos términos según  el número de sílabas y  diremos que “monosílaba” es pentasílaba, y “bisílaba” es tetrasílaba. ¡Qué paradoja!

Nada de eso. En esta operación no se tiene en cuenta el significado de la palabra analizada sino el número de sílabas. Decir que “trisílaba” es tetrasílaba no es lo mismo que decir que las palabras de tres sílabas son tetrasílabas. Para diferenciar estas dos operaciones es indispensable la utilización del entrecomillado.

Vayamos a la prosodia: En este apartado, un término metalingüístico como “oxítono” para designar a las palabras agudas como “sillón” es proparoxítono, equivalente a esdrújula. No hay contradicción en clasificar como proparoxítono a “oxítono”, pues el entrecomillado está en el nivel de lenguaje objeto, y el primero, en el metalingüístico.

En el apartado de la sintaxis, podemos encontrarnos con un profesor quisquilloso, que los hay, y para poner en un aprieto a un determinado alumno que se las da de listillo, se dirige a él con esta propuesta: “A ver, Manolito, subráyame el sujeto de la oración que te voy a dictar a continuación”. Y ahora el quisquilloso soy yo: ¿sería correcto decir que en la frase del imaginario profesor  “el sujeto de la oración” no es el sujeto de la oración?

En morfología suele establecerse una distinción entre palabras simples y compuestas. Alguien podría considerar paradójico que “compuesta” no sea una palabra compuesta sino simple. Compuestas son “casapuerta”, “bocacalle”,”lavaplatos”, pero “compuesta” es una sola palabra: con su prefijo, sus morfemas de participio, de género, de número  singular expresado por la ausencia de la -s de plural. Lo curioso es que estas falsas paradojas no las experimentan solo los profanos en gramática, pues uno de los ejemplos que he encontrado para clasificar la palabra “aguda” como heterológica, es que es llana. En ambos casos se mezclan churras con merinas, o lo que es lo mismo, el significado de las palabras “compuesta”  y “aguda”, del que se ocupa la semántica (churras) y  su clasificación por su estructura en simple, derivada y compuesta, de la que trata la morfología, en el primer caso; o su división según el acento, materia propia de la prosodia, en el segundo (merinas).

Con relación a las partes de la oración, nadie podrá tacharme de embaucar, corromper y emponzoñar mentes sencillas y confiadas con sofismas y contradicciones encubiertas, si afirmo que “artículo” no es un artículo, ni “pronombre”, un pronombre, como tampoco “adverbio”, un adverbio, ni “verbo” es verbo, de modo que se pudiera conjugar “yo verbo, tú verbas, él verba”. Si volvemos a la sintaxis, “proposición” no es una proposición, ni en sentido gramatical ni en el plano social, sea decente o indecente.

Para terminar: “yo” no soy yo, que es el mayor grado de anonadamiento al que puedo llegar. Si lo fuera, sería un pronombre personal, y andaría en boca de todo el mundo, pues la característica de esta parte de la  oración es que su función deíctica es señalar indistintamente a hombres y mujeres, reyes y reinas, aldeanos, santos y criminales, en cualquier lugar que se encuentren, con la única condición de que se decidan a pronunciarlo en el intercambio comunicativo. Y yo no quiero pasar por ese trance, me conformo con cargar con el peso de mi propia persona y la responsabilidad de mis actos.

 

Gracias al inventor de las comillas confío en que hayan quedado disipadas las dudas que hayan podido sembrar en algún lector los señores Kurt Grelling y Leonard Nelson, que me merecen todos los respetos por sus conocimientos matemáticos como doctores por la Universidad de Gotinga. Pero los méritos del sembrador de comillas no les van a la zaga.

 

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viernes, 19 de julio de 2019

SERENDIPIAS MATEMÁTICAS

 

También podría haber escrito: “descubrimientos realizados por pura chamba”, pero no sería honroso por mi parte utilizar este lenguaje popular para describir la emoción experimentada cuando le hincaba el diente a las aporías de Zenón de Elea. En el curso de este estudio se irá aclarando el momento y el modo en que se produjo tan feliz episodio.

Nuestro propósito de hablar sobre las aporías de Zenón de Elea nos obliga a exponer muy resumidamente el pensamiento de Parménides, su maestro y fundador de la Escuela Eleática.

Nacido en el 515-510  a.C. en Elea, ciudad del sur de Italia, Parménides pertenece a los filósofos presocráticos. Sus predecesores, llamados milesios, por ser originarios de Mileto, ciudad del Asia Menor, centraron su reflexión sobre lo que en griego se denomina  ἀρχή (arché), que viene a significar el sustrato o fondo originario del que brota toda la naturaleza o physis, φύσις.

Alejados de los mitos, que intentaban explicar el origen y elementos de todo el universo, se iniciaron en la aplicación de la razón a los datos extraídos de su experiencia. Nombres como Tales de Mileto, Anaximandro, Anaxímenes nos suenan a todos.

La obra de Parménides lleva el título genérico de Пερὶ φύσεως (Peri physeos), ´Sobre la naturaleza, aunque su indagación versa sobre el Ser. Consiste en un grandioso poema escrito en hexámetros al estilo de Hesíodo en su Teogonía o El origen de los dioses. Desde el mismo proemio ya se advierte la altura a que se eleva el tema de su elección.

En un carro llevado por yeguas y escoltado por las hijas del sol o Helíades, es trasportado el filósofo desde la mansión  de la noche hasta la del día, después de traspasar la puerta que de la oscuridad y las tinieblas le lleva a la resplandeciente luz, donde le recibe una diosa que le comunicará la sabiduría reservada a los que buscan la verdad y no están aherrojados en las cárceles de las mudables opiniones, es decir, desde la Alétheia (Άλήθεια) a las Dóxai  (Δόξαι).

En el Fr. I puede leerse:

ἵπποι ταί με φέρουσιν ὅσον τ´ ἐπὶ θυμός  ἵκανοι.

híppoi tai me férousin hóson t´epi thymós  híkanoi

Las yeguas que me llevan tan lejos como alcance mi ánimo.

Una de las curiosidades que cada uno puede interpretar como le parezca, pero que habrán llenado de gozo el corazón de las profesoras de filosofía y, en general, de todas las mujeres amantes de la cultura, es que en todo el proemio, exceptuado el viajero, todos los personajes pertenecen al sexo femenino desde las hijas del Sol y  la diosa inspiradora del más profundo saber hasta las mismas yeguas que tiran de la carroza. ¿Es que Ganimedes no está ya lo suficientemente asexuado para que pueda pensarse que toda su energía está aposentada en sus facultades mentales? Lo digo porque la intervención de hembras humanas y por extensión animales, aunque convenientemente sexuadas, es debida a que, al disimular con mayor facilidad su desnudez mediante posturas artísticamente ensayadas, son las únicas consideradas aptas para simbolizar el arte, la ciencia y los nobles ideales dela humanidad.

Esa es una de las razones por la que he reproducido el hexámetro en su lengua original, para que se respete en la traducción el grupo que forman el antecedente ἵπποι y el relativo homérico ταί en género femenino, y así dejar claro que son yeguas y no “corceles” como algún comentarista ha traducido.

Y ¿cuás es la enseñanza de la diosa de la Verdad?

La que se encierra en tres  o cuatro fragmentos fundamentales.

“Te es conveniente conocer todas las cosas, tanto el corazón imperturbable de la verdad perfectamente redonda como las opiniones de los mortales, en las que no hay fe verdadera”.

Esta recomendación genérica le recuerda su condición de mortal que ha de convivir y entender a los de su especie, y al mismo tiempo reconoce en él aspiraciones que sobrepasan las apariencias movedizas que nutren las mentes  de sus congéneres, y les impiden profundizar en la entraña inmutable de las cosas.

Más explícita se muestra la diosa en el siguiente fragmento:

Fr. 2.

“Pues bien, ahora yo te diré (y recuerda tú mi palabra cuando la hayas escuchado) cuáles son las dos únicas vías de investigación en las que puede pensarse. La primera, que es y que es imposible que no sea, es el camino de la Persuasión (ya que sigue a la Verdad). La otra, que no es y que necesariamente tiene que no ser, ésta, te lo aseguro, es una vía completamente impracticable, ya que nadie puede conocer lo que no es-ello es imposible-ni expresarlo.”

Este es un fragmento fundamental. Su estructura sintáctica responde perfectamente a su razonamiento bipolar. Establecida una pareja de términos contradictorios debe decidirse el pensamiento crítico por uno u otro extremo. La diosa propone desde el principio el binomio complementario: “escuchar y recordar”. De nada serviría escuchar si se dispersaran sus palabras por el viento como las semillas evangélicas. Hay dos caminos para el investigador: el primero es el que marca el destino: “es y no es posible que no sea”. Por él se llega a la persuasión, pues en él se encuentra la Verdad. El segundo, “no es y necesariamente tiene que no ser” es un camino impracticable, intransitable para el investigador, pues nadie puede conocer ni expresar lo que no es.

Por la ley de la polaridad, el camino del “es” permite al que lo sigue ocupar el pensamiento en un objeto firme y expresarlo con palabras.

Es más solemne y misterioso conservar el estilo arcaico del griego  ἔστιν / οὐκ ἔστιν (estin /ouk estin)  ´es /no es´. En la enmarañada polémica acerca del sentido existencial o predicativo del solitario ἔστιν y de la necesaria o innecesaria búsqueda  de un sujeto y de su identificación,  voy a establecerme en el contexto de la actividad presocrática: la búsqueda de la arjé, el original sustrato de la physis.

Es como si la diosa le advirtiese a Parménides:

“El primer camino para investigar sobre la naturaleza es saber que “es”. Sin ser, no hay ni el “agua” de Tales, ni el  “aire” de Anaxímenes, ni el “ápeiron” de Anaximandro, ni los “cuatro elementos” de Empédocles, pues en el invisible fondo de todo eso, en lo que está detrás y debajo de lo físico está lo metafísico, lo que “es”, lo que “existe”.

El Ser es y no es posible que no sea. ἐστίν τε καὶ ὡς οὐκ ἔστι μη εἶναι (estín te kaì hôs ouk ésti mê eînai) 

Άλήθεια (Alétheia) la que descubre lo oculto, (“α” privativa + “λήθ+ raíz de “λανθάνω” (“lanthano”, ´ocultar´) desgarrará el velo de Physis y revelará su Verdad.

Una vez eliminado el segundo camino, veamos lo que va descubriendo el investigador en su recorrido. Solo  tiene que leer las señales que lo bordean.

En el fr. 6 aparecen todas:

“…en este (camino) hay muchos signos (σήματα) de que lo ente es ingénito e imperecedero, pues es completo, inmóvil y sin fin.”

Dispenso al lector de la exposición de las razones por las que posee estas propiedades.

Al enterarnos de que es inmóvil, comprendemos por qué su discípulo Zenón de Elea (490-485 a. C.) salió en defensa de su maestro contra los que se burlaban de él por negar algo tan evidente como el movimiento de los cuerpos.

 De la inmovilidad de los cuerpos no se originan consecuencias más sorprendentes que de la existencia del movimiento, replicaba a sus oponentes.

Para demostrarlo inventó cerca de cuarenta aporías de las que nos han llegado cuatro muy famosas. Se llamaron “aporías” por ocasionar, en los que pretenden solucionar el problema lógico que encierran, una especie de ofuscamiento y estupefacción que los hace encontrarse como en un callejón sin salida. La “a” privativa delante de “poros” que significa salida así lo indica. Voy a reproducir tan solo la denominada “dicotomía” que puede explicarse así:

Para el común de los mortales si un ciclista emprende una ruta por el paseo marítimo desde Ingeniero la Cierva (A) hasta Cortadura (B) llegará en un periquete. En cambio para Zenón no podrá llegar nunca. Primero deberá alcanzar el punto situado a la mitad del trayecto entre A y B, es decir, el C, después el punto que media entre C y B, que sería el D, a continuación el punto E, entre D y B y así hasta el infinito, sin llegar a alcanzar la meta en un tiempo finito.

Ahora llega una de mis serendipias, y con ella la sorpresa de lo que no esperaba: la solución de esta aporía, o paradoja como otros la llaman, por medio del planteamiento de una serie  geométrica convergente:

 

Σ 1/2n = 12+14+18+116+132+164…

n =1

Es una serie geométrica por lo que puede ser calculada con la siguiente fórmula:

a1-r

 

 

La “a” indica el término que va progresando: 12  y la “r” la razón o número por el que se multiplica cada término para que progrese: el  12  ( 12  + 14 +18 +116 +132 +164 …)

No tenemos más que sustituir la “a” por los términos que se multiplican, representados por: 12  y la “r” por la razón o número por el que se multiplica para generar la serie geométrica: 12

                12          12

           -------  = ---- = 1

               1 --  12         12  

Aplicado el sumatorio a la aporía de las distancias, la mitad de la distancia más la mitad de esta mitad, más la mitad de esta última, más la mitad de la anterior, y  así sucesivamente, da como resultado la distancia entera, como demuestra el 1, que es el resultado de la suma.

Además corrobora la apreciación del Diario de Cádiz, que en sospechosa connivencia con las decisiones peatonales del equipo de gobierno, hace unos días calificaba de armoniosa y pacífica convivencia entre peatones y vehículos la conseguida en el mencionado tramo A------B. Ya tienen licencia hasta de Zenón de Elea bicicletas, monopatines, patinetes, motocicletas, para circular entre ancianos, niños, perros, inválidos en sillas de rueda,  por ese espacioso  y soleado  tramo del Paseo marítimo de Cádiz.

 

(Progresiones geométricas. ¡Aquí hay mucha razón! Amado Artacho, al que desde este blog le doy las gracias.)

 

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jueves, 20 de junio de 2019

AGOBIOS, SUSTOS Y APORÍAS

 

Como preámbulo a la locución verbal con que terminé “Alarmas gramaticales” del mes pasado, voy a ilustrar el contenido de los dos primeros términos del presente título con algunos dichos no sometidos a la tiranía del misterioso y escurridizo la/las que desde hace tanto tiempo trae de cabeza a cientos, por no decir miles, de intérpretes de la lengua.

Para una situación de agobio ofrezco uno que he oído en más de una ocasión:

“Estoy como tres en un zapato”

Más que estrechez física expresa inquietud, impotencia y agobio ante una situación que requiere acudir a muchas tareas en un espacio reducido de tiempo. Se necesitarían tres personas cómodamente calzadas para realizar tantos trabajos: hacer las maletas para el viaje, elegir la ropa adecuada para un clima nórdico, acudir al teléfono, llamar al fontanero para desatascar las arquetas del edificio, preparar la comida... Pero “estoy yo sola y tengo un solo zapato y no es plan de ir a la patita coja. Aquí querría ver yo a más de una  y a más de uno”.

Muchos años antes, a una edad cuyo término a quo podría señalarse a los dos años, y su término ante quem a los diez, oí de labios de mi padre esta expresión:

“Cortapicos y callares”.

Era la respuesta indefectible e invariable a la pregunta: “¿Qué hay de comer?” La interpretación lingüística no ofrece dificultad. Pero la reflexión a que me conduce tiene un valor que rebasa lo lingüístico y representa tres etapas de mi vida. Y los ejes de estas etapas son el pronombre relativo- interrogativo “qué”, su eliminación, y la presencia o ausencia de la entonación interrogativa. En la primera, podía hacer la pregunta porque no dudaba de la existencia de la comida, solo ignoraba su esencia, la elección del tipo de alimentos entre la variedad a que podíamos tener acceso. En la segunda, había desaparecido el pronombre y la pregunta era: “¿Hay de comer?” Eran los años cuarenta, años de escasez, de racionamiento, de colas y estraperlo. En la tercera, se hacía innecesaria la pregunta sobre la elección del menú. Desapareció el “qué” y, con él, el signo de interrogación. La fórmula sin fecha de caducidad era: “Hay comida”.

Y es esta la que más debemos agradecer, y lamentar que no todos los habitantes de la Tierra puedan pronunciarla. Si hoy volviera a dar clases de gramática esta sería la explicación que ofrecería al tratar de los pronombres relativo-interrogativos.

De las estrecheces físicas se ocupan por lo menos dos conocidas expresiones populares, una más que otra. La primera pertenece a la industria conservera; la segunda, al tiempo de la posguerra y del pañolón. Helas aquí:

“Estamos como sardinas en lata”. ”Estamos como piojos en costura”.

Indefectiblemente, si buscamos en internet una explicación de la segunda comparación, nos encontraremos una alusión a los “tiempos pasados” en los que era corriente que los piojos, (nada de pedículos, ni de propagación de la pediculosis), se acumularan en los dobladillos o entre los puntos de lana de los pañolones y pusieran allí los huevos, de los que  nacían las liendres. Pero eran otros tiempos. Ahora ya, gracias a Dios, no hay piojos en los colegios, ni se habla de sarna ni de sarampión.

Pasemos al capítulo de los sustos. Los testigos de la explosión de Cádiz del dieciocho de agosto de 1947, no es extraño que en su relato intercalen esta frase:

“No me llegaba la camisa al cuerpo”

Porque no se trataba de un susto instantáneo, que se pasa en un momento, se aceleran los latidos del corazón  y vuelve la calma. Era un estar con el alma en un hilo esperando lo peor. A la camisa no le pasaba nada. Los que acababan de oír a los que recorrían las calles envueltas en tinieblas aconsejando por los altavoces acudir a las murallitas de san Carlos para pasar allí  la noche sí que estaban encogidos de miedo, y las camisas flotaban alrededor de sus carnes sin rozarlas siquiera.

Para evitar suspicacias o inmerecidas alabanzas por mi valentía y el mantenimiento constante de la camisa sin despegarse del tórax, les diré que a los diecisiete años prevalece la temeridad sobre el temor, y después de ser rechazado junto a un amigo a las puertas del hospital de san Juan de Dios por ser menores de edad, decidimos ver con nuestros propios ojos la zona afectada de Bahía Blanca, de cuya visita, para no pecar de macabro, voy a mencionar solo un hecho: en una de las tiendas de campaña ocupada por los supervivientes de una familia se leía a grandes letras: “Los pajaritos sin nido”. Hay otra anécdota representativa del carácter andaluz mezcla de fatalismo, estoicismo y humor. Manuel Hermida, teólogo a la sazón, a los pocos días del triste suceso encerró su versión personal en estas palabras: “La calle Tolosa Latour, es ahora “tó losas”.

Podríamos seguir aportando otros dichos populares que hablan de apuros, de situaciones difíciles, de la insoportable levedad del ser, del ser pobre, de pasar necesidad, de sufrir la injusticia social. Esta es la última que me queda por comentar:

“Me las veo y me las deseo”.

 La dificultad de estas locuciones no reside en su interpretación.  En cualquier momento se le puede oír a un ama de casa una queja semejante a esta:

“Con lo que gana mi marido y las pocas perrillas que saco con mis costuras me las veo y me las deseo para llegar a fin de mes”

El que más y el que menos, con solo volver la vista atrás, tiene motivos para agradecer a la divina Providencia poder contar que no solo se las ha visto y deseado para llegar a fin de mes, sino a fin del día. La dificultad de estas locuciones está en la identificación del sintagma nominal correferente con el pronombre “las”.

En el ejemplo del ama de casa, puede adivinarse que “las” que ve y  hacen desear “las” que necesita para vivir medio decentemente son las monedas, las perras, las pelas.

Pero ¿dónde está su origen? ¿Tal vez en el juego de cartas, metáfora del juego de la vida? En uno y otro no siempre la gente “las tiene todas consigo”, y son más los que  ”llevan las de perder” que “las de ganar”, o están a “verlas venir”, o ante el fracaso se arman de paciencia y siguen barajando, o alimentando la venganza hasta el día en que puedan ”cantar las cuarenta” a los que ganan todas las partidas.

De todas formas, la indagación no se detiene ahí. Está el sentido del “ver”, parejo al que aparece en la fórmula “a ver”. A ver si encuentro lo que busco…a ver si meto la pata… a ver si sobró algo anoche. Siempre pendiente de una salida, siempre temiendo cometer una equivocación, siempre viendo negro el futuro, siempre viendo o tratando de ver algo que se necesita para salir del paso, que se desea y no se tiene, viendo y deseando, dándole vueltas a la cabeza, mirando a ver si el almacenero me fía, a ver si la Mari me paga el arreglo que le hice en el babi de su nieta.

Esta es la aporía existencial, el callejón sin salida de los que carecen de techo, de trabajo, de salud, de ilusión y ganas de vivir. La otra aporía filosófica, la de Zenón, que se empeñaba en negar el movimiento que veía ante sus propias narices o la flecha que volaba en busca de la diana, y se fiaba más de razonamientos geométricos que de la realidad, esa la dejo para una próxima entrega, pues exige tiempo, espacio y lenta reflexión.

 

Juan de la Fuente

 

 

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lunes, 20 de mayo de 2019

ALARMAS GRAMATICALES

 

 

 

Ya son dos las reincidencias en la misma falta gramatical en breve espacio de tiempo: el que va desde la victoria del Cádiz sobre el Numancia, hasta el 26 de abril, dos días antes de las elecciones. Ambas meteduras de patas aparecen en Diario de Cádiz. Debe de ser un virus informático. La clave del error cometido está en el desconocimiento de la función llamada “complemento predicativo”, con la falta de concordancia que este hecho acarrea.

 

La primera frase pertenece a una crónica sobre el partido Cádiz-Numancia. El título está muy bien puesto: Pasión, calvario y gloria. Retrata a la perfección el desarrollo de ese partido celebrado en el Domingo de Resurrección, punto culminante de la Semana Santa.

Pues eso fue el partido: apasionante en su primer tiempo, lamentable en buena parte del segundo y glorioso en el último minuto. Así describe el cronista el primer tiempo de apasionamiento:

“El tempranero gol de Jairo espoleó aún más a la hinchada, que durante toda la primera partes se las prometía feliz por lo que acontecía sobre el tapete verde.”

 

Con términos hípicos punzantes y una hinchada que, lejos de desinflarse, se enardece, un verde tapete sobre el que su equipo en lugar de carambolas realiza triangulaciones y continuos saques de esquina, es lógico que el lector entienda que la afición conciba halagüeñas esperanzas de un segundo tiempo sin sobresaltos y con un final feliz.

Ese estado de ánimo es el que quiso reflejar el cronista, para lo que echó mano de una locución verbal que mis lectores ya conocen, pero mal ejecutada:

Se las prometía feliz.

 

No, no y no. Las que se prometía, o esperaba, o pronosticaba, eran situaciones felices hasta el fin del partido, traducidas en una victoria sin calvario previo.

Hay verbos que pueden regir un complemento directo acompañado de un calificativo, que funciona como predicado y se denomina “complemento predicativo”.

“Considero acertada tu propuesta” * “considero acertado tu propuesta”

 

Como habrán comprendido, la primera frase es la correcta y la precedida del signo * es la incorrecta.

Si es incorrecto escribir las estoy pasando canuto, también lo es se las prometía feliz.

Un error del mismo tipo es el cometido por Pedro Sánchez en una entrevista recogida en el Diario de Cádiz:

“No demos por hecho las cosas”

La expresión correcta, análogamente a las mencionadas, debe ser:

“No demos por hechas las cosas” o “No demos las cosas por hechas”

De la misma manera,  las gambas no hay que darlas por cocidas, sino cocerlas, porque si decimos que no hay que darlas por cocido, estamos diciendo que no se cambie el menú.

La gramática es como es, no depende del gusto de cada hablante y nadie tiene derecho a contribuir a su deterioro.

El esquema “verbo + la/las + adjetivo” está recogido en García-Page  acompañado de  los siguientes ejemplos:

“Pasarlas moradas”. “Las pasó moradas”.

“Pasarlas canutas” “Las estoy pasando canutas”.

“Metérsela doblada” “Me la metieron doblada”

 “Tenérsela jurada” “Se la tengo jurada”

“Tenérsela guardada” “Se la tengo guardada”

“Traérsela floja” “Me la trae floja”.

El más simple de todos es “verbo+ la”: Diñarla, palmarla, cascarla, espicharla.

Con la forma reflexiva del verbo:

 Agenciárselas, pirárselas, apañárselas, arreglárselas.

 

La misma Lola Flores utilizó esta fórmula con éxito rotundo y aceptación unánime del público más exigente en materia gramatical:

 

¿Cómo me las maravillaría yo?

 

No quiero pasar por alto la explicación de la locución verbal: meterla doblada. Al comentarla con mi hija, que es profesora en la Escuela de Suboficiales de San Fernando, me ayudó a evitar la tentación de atribuir cualquier  tipo de sentido sexual  a esta expresión, cuyo origen se encuentra en el ámbito militar. Y, en efecto, consultándola en internet encuentro la misma explicación:

“La primera teoría sitúa el origen de la expresión en la vida militar, cuando era necesario conservar el material suministrado. En ciertos casos se colocaba una manta doblada en los recuentos de material para hacerla pasar por dos, de ahí el significado de engaño.

(Nota cultural del día. Blogstpot.com/2011)

 

 Volvamos a la frase de Pedro Sánchez de que no se den por hecho las cosas. Hasta de los errores se puede sacar algún provecho. La perífrasis verbal “dar por” me ha retrotraído a cerca de cuarenta años, cuando estudiaba Filosofía en la UNED. Me topé entonces con un programa muy distinto del escolástico, sin que esta diferencia implique desprecio alguno. Asignaturas como Historia de las Ciencias, Metodología de las ciencias sociales, Teoría y Crítica de la Cultura, Filosofía del Lenguaje; la diferencia entre Oración y Enunciado, Lengua y Habla, Gramática y Pragmática, abrían ante mis ojos un horizonte de mucha mayor amplitud y variedad que el tradicional de siempre. De esta vorágine he rescatado ahora una clase de enunciado descubierta en aquellos tiempos: el “realizativo”, que no tiene la función de informar sino de realizar y crear dentro de determinadas condiciones, aquello de lo que indirectamente informa.

Al analizar la perífrasis verbal “dar por”, me dio el pálpito de que podría ser núcleo de un enunciado realizativo. Para ello habría que despojarlo de la negación contenida en la frase No demos las cosas por hecho, objeto de mi crítica gramatical, utilizarla en presente de indicativo y en singular o plural mayestático, y pronunciarla en la situación apropiada. Así fue como afortunadamente di con un ejemplo de lo más clarificador.

El Centro de la UNED en Berna había celebrado la apertura de Curso un miércoles 19 de noviembre y la reseña del acto nos informaba de que “el embajador de España agradeció el trabajo de la UNED y de la Asociación de Alumnos y antiguos Alumnos del Centro, antes de dar por inaugurado oficialmente el curso con las palabras habituales: «En nombre de Su Majestad el Rey doy por inaugurado el Curso académico 2014-2015»

He resaltado por mi cuenta la perífrasis verbal “dar por”, pues estas palabras institucionalizadas, convencionalizadas, ritualizadas, tienen la virtud de inaugurar oficialmente el curso. Son palabras que hacen lo que significan.

Pero ha producido otros frutos esa frase gramaticalmente errónea. Ella me han recordado la tricotomía locucionario/ilocucionario/perlocucionario de J. L. Austin. En la edición española de Cómo hacer cosas con  palabras de este filósofo, los traductores y autores de La Filosofía de John L. Austin que la encabeza, explican el acto locucionario como la emisión de sonidos  dotados de sentido y referencia de acuerdo con un vocabulario. El acto ilocucionario es el que llevamos a cabo al decir algo: prometer, advertir, saludar…Acto perlocucionario es el que llevamos a cabo porque decimos algo: intimidar, asombrar, convencer.

El acto de emitir “No demos por hecho las cosas” es locucionario como todo acto lingüístico, pero su fuerza implícita es ilocucionaria. ¿Qué quiere decir esto? Que im-pulsa a hacer lo que no hay que dar por hecho, que in-cita, a realizar lo que no se hace solo, que a la simple “locución”  la hace preceder del prefijo in- que significa “dirección hacia dentro”; que lo hablado (loquor) tiene que “empujar a la voluntad directamente a la acción”. In-locucionario>il-locucionario>i-locucionario. En esa pequeña i- está encerrada toda la fuerza de ese acto de habla. Y no solo eso, también en el momento en que escribo estas líneas, esa expresión incursa en error gramatical ha llegado a ser “per-locucionaria”, pues por emitirla ha llevado a cabo actos de sensibilización, convencimiento, o entusiasmo, de los que se han derivado las consecuencias pretendidas.

 

El error no ha impedido la correcta interpretación del mensaje. No ha sido un inmenso error. Hasta estoy por decir que, si hubiera estado correctamente expresado, no habría calado tan hondo, o dicho técnicamente, no habría tenido tanta fuerza ilocucionaria. Pero al fin y al cabo, en lo que tengo ahora que pensar es en esa parejita que me viene al pelo cuando me las veo y me las deseo para cumplir con el compromiso de enviar a mi representante el próximo artículo mensual.

 

Juan de la Fuente

 

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lunes, 22 de abril de 2019

CEREZAS EN COMPAÑÍA

 

El artículo que venimos comentando: Locuciones verbales con clítico en español del tipo Dársela, de Mario García-Page, nos ha llevado hasta el triclinio, y la cerecita que nos ha ido arrastrando es la sílaba –cli- encerrada en el centro de “proclítico”, como su raíz, existente en algunos grupos de ese conjunto de lenguas emparentadas que llamamos indoeuropeo. Ya lo de que esas cerezas ensartadas, por eso mismo, gocen de compañía, aunque sea efímera, o la compañía esté formada por los que las reciben libres de ataduras en sus casas, como por encargo, desde la frutería, o haya sido en un aula de un peculiar Centro de Enseñanza sito en la calle Compañía, donde oí de labios de un profesor que las ideas y las palabras de que vienen revestidas se enredan unas con otras como cerezas, o por las tres razones a la vez, que cada uno elija la que mejor le parezca; por mi parte, la interpretación que tengo por más segura, no solo por autoridad y magisterio inolvidables, sino por experiencia propia, es que son las palabras las que me guían en mis divagaciones, más que ser yo el auriga que lleva las riendas.

 Y la prueba de que es así, me la ofrecen en bandeja unos adjetivos aplicados por Mario García-Page a las formas pronominales clíticas la/las y otras similares, que tiran de mí y no me dejan zafarme de ellos. Según él esas formas pronominales integradas en locuciones del tipo dársela, que pueden utilizarse en el ejemplo Fulano se las da de fino, «aparecen de modo autónomo» y son «de referencia vaga e imprecisa.»

¿Por qué autónomo? Porque no ha sido «previamente enunciado el sintagma nominal correferente.» Para entendernos: si la frase “se las da de fino” hubiera estado precedida de esta otra: “Hay actitudes y formas de hablar y vestir propias de personas finas, y Fulano se las da de fino sin darse cuenta de que está haciendo el ridículo”, entonces ese “dárselas y creérselas y presumir de ellas” se referirían a esas actitudes mencionadas y ejercerían una función anafórica. Pero en el acto de la comunicación, delante del personaje aludido, con el concepto de bruto y maleducado que tienen de él los hablantes y oyentes, ya deja de ser tan vaga e imprecisa la referencia y desaparece la autonomía de esas formas pronominales. En realidad en la lengua, utilizada como vehículo de comunicación, no hay autonomía posible, porque forma una sola cosa con el bagaje léxico de  los usuarios de ella.

En la Nueva Gramática de la Lengua española (NGLE, Sintaxis II, 3. 15ₐ) leemos:

“La transparencia o la opacidad de una locución adverbial está estrechamente relacionada con la conciencia léxica de los hablantes.”

Y lo que dice de las locuciones adverbiales puede aplicarse igualmente a las verbales. Por eso cuando el autor del artículo pone el ejemplo Ponérselos de corbata al mismo nivel de las demás locuciones con clíticos de “referencia vaga e imprecisa”, me entran serias dudas sobre esa vaguedad, pues reflexiono:

«El rumor insistente de que van a realizarse cambios drásticos en las listas de candidatos de su Partido al Congreso, ¿qué otra cosa puede poner de corbata a un político que no sean los huevos?»

Aquí no hay que investigar si hay un sintagma nominal correferente previamente enunciado o no lo hay, para descubrir el elemento de la realidad que va a servir de corbata. Se exprese con palabras o por escrito o se silencie, toda persona con dos dedos de frente sabe cuál es. Para todo el mundo eso es de cajón, como suele decirse. Esta es la razón de la necesidad de recurrir a la Pragmática para resolver estos problemas.

Y a propósito, o lo que es lo mismo, dejándome llevar por la cereza de las elecciones: tras las del dos de diciembre, leí un titular en el Diario de Cádiz que rezaba así:

Algunos se las prometían muy feliz.

La locución verbal que rutinariamente se utiliza ya es de por sí aberrante, pues nadie puede prometerse nada ni feliz ni desdichado. Lo que no está en nuestra mano cumplir no es objeto de promesa. Pero la previsión frustrada tras la celebración de las elecciones era sobre “las cosas felices, favorables, alegres” para los votantes de un Partido determinado, no para una persona particular. Lo correcto hubiera sido emplear “felices”, en función de complemento predicativo de “las” (cosas). Al emplear “feliz”, en singular, esta forma queda descolgada, no tiene con qué sustantivo concordar. La locución es así doblemente aberrante.

Todo lo dicho no me quita de encima la otra cereza, la de la “referencia vaga”. Más adelante leemos en el artículo de referencia, (2.2.2. El clítico como eufemismo):

«…el clítico la alude, en numerosos casos, al órgano sexual masculino y su uso evita el empleo de la palabra prohibida o tabú (funciona, supuestamente, como sustituto del término vulgar…) Esta alusión justifica la restricción que se impone al uso del plural las.

En general, cuando se refiere a los testículos…suele aparecer el clítico los: ponérselos de corbata.»

El articulista se detiene con morosidad en la explicación de la utilización del singular y del plural, del género masculino y femenino, en la aplicación del singular y femenino al componente destacado del trío, y el plural y masculino a la pareja, y  en la especificación de los nombres vulgares del uno y de los otros, que hemos omitido por consabidos. ¿Dónde queda la “referencia vaga e imprecisa”, si solo le ha faltado incluir una fotografía?

La mención de los géneros gramaticales nos lleva de ramita en ramita a un asunto muy curioso relacionado con las locuciones verbales y adverbiales: la aplastante mayoría de clíticos femeninos sobre los masculinos y los neutros. ¿Por qué “el que la hace la paga” y no “el que lo hace lo paga?”.

Examinemos esta escena muy habitual en un Instituto o colegio al principio de curso:

Un profesor que advierta de que en su clase “el que lo hace lo paga”, fuera de un contexto lingüístico por mínimo que sea, todavía deja margen a la pregunta de qué es lo que no se debe hacer, so pena de recibir tarde o temprano el correspondiente castigo.  En cambio, si  emplea esta otra locución verbal: “el que la hace la paga”, por muy pequeña que sea la parte del acervo léxico español que posean sus alumnos, podrán probablemente rescatar algún concepto de referencia, desde el más vulgar como “jugarreta o faena” hasta el más adecuado al caso como “indisciplina”, sin necesidad de ulterior aclaración.

Yo creo que la razón de la preponderancia del clítico la/las sobre el neutro lo puede deberse a la imposibilidad de que ese pronombre neutro encuentre un referente en la conciencia léxica del oyente, puesto que no existen en español sustantivos de género neutro. Las locuciones verbales son expresiones genéricas aplicables a multitud de situaciones. Las que no conservan las huellas del juego de naipes, vienen del deporte cinegético, o suscitan un sustantivo tan genérico como “cosa/s”. El neutro lo tiene como referencia más bien acciones, que requieren ser expresadas  mediante oraciones de infinitivo o completivas encabezadas por conjunción. Y su función puede ser anafórica o catafórica. Por ejemplo:

“Doña Pancracia por la calle Ancha paseando del brazo de un muchacho  veinte o treinta años más joven que ella: Si no lo veo, no lo creo.”  (Función anafórica)

“Si no lo veo, no lo creo: Doña Pancracia paseando por la calle Ancha del brazo de un muchacho veinte o treinta años más joven que ella.” (Función catafórica)

Compárese con esta otra locución verbal, aplicable a miles de acciones de carácter delusor o trapacero. “Lo siento, Juanelo, pero te la han dado con queso.”

Termino con una frase de Mario Benedetti: Si este diario tuviera un lector que no fuera yo mismo, tendría que cerrar el día en el estilo de las novelas por entregas: «Si quiere saber cuáles son las respuestas a estas acuciantes preguntas, lea nuestro próximo número.» (“La tregua”)

 

A veces me rondan por la cabeza estas mismas ideas, lo que no me impide buscar en una próxima entrega respuestas a esta agobiante invasión femenina en el campo clítico-pronominal, eximida, ya sea con dolo o por ignorancia, del reivindicado reparto paritario de funciones en todos los ámbitos de la actividad humana.

 

Juan de la Fuente

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omingo, 31 de marzo de 2019

TRICLINIUM

 

 

No solo afecta la atonía a esas palabras que no se tienen en pie y necesitan a otras compañeras más fuertes que les sirvan de apoyo, también las personas padecemos a veces esa misma decadencia y desmadejamiento. Recuerdo, a este propósito, una época de mi vida, allá por los años sesenta, en la que me encontraba agobiado de trabajo. Me levantaba muy temprano para ir desde la calle Zorrilla hasta el colegio de la Mirandilla, pasando por la Plaza de San Juan de Dios. Terminados los oficios religiosos, me dirigía a la calle de la Pelota y desayunaba en el bar La Atlántida para adquirir la dosis de energía que me permitiera dar las clases en el Seminario, alternadas con las del Instituto Columela, adonde llegaba con la lengua afuera por el atajo del Campo del Sur. La comida la hacía en mi casa, pero también tenía clases por la tarde, oficiales y particulares, de modo que después de la cena estaba deseando meterme en la cama.

 

Este continuo trajín llegó a producirme palpitaciones por la noche, y me tenía que incorporar hasta que se me pasaban. Los síntomas me alarmaron pues se asemejaban a los propios de las taquicardias. Ni infusiones de tila ni valeriana surtían efecto. Menos mal que un médico amigo, ya fallecido, pero presente en la memoria de muchos gaditanos, que erigieron un busto suyo en el Mentidero, dio con la tecla. Los rayos X descubrieron a los culpables: los gases empujaban al diafragma cuando estaba en postura horizontal por la noche. Me recetó Aero-Red y la eliminación fulminante de la invariable cena  de revueltos de huevo con papas fritas. Además tenía que aplicar el célebre aforismo latino:

“Post prandium dormire, et post cenam mille passus ire”

 

Dormir la siesta me era imposible, y los mil pasos empecé a darlos por la azotea, pero los tuve que interrumpir, pues vivíamos en un tercero y  suponían un tormento para mi propia familia.

Lo único positivo fue su diagnóstico: no tenía nada de corazón. Entonces ¿qué era lo que tenía? No se me olvidarán nunca sus palabras: “Distonía neurovegetativa”. ¡Toma ya! Lo que las sufridas madres de la calle Hércules, hartas de tragar bilis y de pasar estrecheces, le decían al médico cuando iban a su consulta: “Que tengo los nervios metíos en el estómago, don Manué”.

Así que lo mío era peor que la atonía. No es que no tuviera tono, es que estaba mal entonado. Lo más parecido es lo que llaman los médicos POTS: Síndrome de taquicardia postural ortostática. Lo digo por las palpitaciones, la taquicardia, la postura estática y lo derechito que estaba en la cama. Una interpretación muy del barrio del Mentidero.

Y todo esto, ¿qué relación guarda con el triclinio? Pues la misma que la atonía. Si las palabras átonas son proclíticas, son de la misma familia que el triclinio con el que comparten la raíz indoeuropea *klei/kli. Y por si fuera poco, también evocan fenómenos y usos de enorme trascendencia cultural.

Inmediatamente pensamos en los simposios tanto griegos como romanos, y en el título de uno de los más famosos, el Symposion de Platón, más conocido como El Banquete. Hay otros simposios, como el de Jenofonte y la Cena de Trimalción, incluida en el Satiricón de Petronio. El carácter de esta Cena y el del Banquete de Platón son diametralmente opuestos. La primera  tiene como anfitrión a un ricachón grosero, extravagante, ampuloso en sus discursos pretendidamente eruditos, vanidoso en la ostentación de sus riquezas, el lujo de sus vajilla, la presentación de sus viandas, un jabalí relleno de tordos voladores, en sus juegos de mesa, como un tablero con denarios de oro y plata en lugar de fichas, (pro calculis albis et nigris aureos argenteosque habebat denarios, Sat. XXXIII) sin mencionar la extracción social de los demás comensales, catorce libertos de la esclavitud como él mismo, emparejados  o en un trío formado por la pareja protagonista, antiguos amantes, y un hermoso efebo de dieciséis años, claro objeto del deseo de ambos y motivo de celos mutuos y desavenencias continuadas.

Si comparamos los discursos  que en semejantes reuniones sociales suelen pronunciarse, no es menor la diferencia entre los pronunciados en la Cena de Trimalción y en el Banquete platónico. En la primera comienzan las intervenciones, al aprovechar la ausencia del anfitrión, obligada por retortijones incontenibles. Ese es el momento de los chismorreos: Encolpo, protagonista y narrador, nos pone al corriente de lo que cuentan unos y otros. El uno, llamado Damas, filosofa sobre la fugacidad del tiempo. “el día no es nada. Te das la vuelta y ya es de noche. Por eso lo mejor es ir de la cama a la mesa.” Se queja del frío. “Apenas me ha hecho entrar en calor el baño”.  Seleuco le interrumpe: “Yo no me baño todos los días…en cuanto me embaule un pozal de vino con miel, mando al frío a tomar por saco. Y no me he podido bañar hoy, además: porque he estado en un entierro.” Habla del muerto y de los médicos, causantes de su muerte…”a fin de cuenta un médico no es más que consuelo”. Se pone muy pesado hasta que le quita la palabra Fileros: “Volvamos a lo que importa. Él ya tiene lo que se mereció: vivió honradamente, murió honradamente.  ¿De qué ha de quejarse?...Con todo, y diré la verdad, yo no tengo pelos en la lengua: fue de boca mordaz, vocinglero, la discordia en persona, no un hombre. Su hermano, sí fue un buen hombre, etc., etc.”. Toma la palabra Ganimedes: “Andáis con historias que nada tienen que ver con el cielo ni con la tierra, y entre tanto nadie cuida de por qué tira dentelladas la escasez. Por Hércules, que hoy no he podido conseguir un bocado de pan. ¡Y cómo tira la sequía!” Lamentaciones van y lamentaciones vienen. Pero Equión le para los pies: no es para tanto, “lo que no es hoy, será mañana: así es la vida” Otros peores. “Tú si vas a otro sitio, dirás que aquí atan los perros con longanizas”. Literalmente: “dices hic cerdos coctos ambulare”, ´dirás que aquí andan por la calle los cerdos cocidos”. Algo así como que te regalan por la calle latas de Chopped Pork.

Este es el nivel  de la conversación hasta que regresa Trimalción del lasanum, ´retrete´, y se dirige a sus invitados con estas palabras: “Ignoscite mihi, amici, multis iam diebus venter mihi non respondit” ´Perdonadme, amigos. Hace varios días que el vientre no me responde.´ “Y los médicos no se aclaran.” Haciendo gala de condescendencia y empatía gastrointestinal, prosigue: “Por eso si alguno de vosotros quiere hacer sus necesidades, no tiene de qué sentir reparos. Ninguno de nosotros ha nacido sin raja.” Sus reflexiones siguen por estos derroteros, cumpliendo la recomendación que él mismo les hizo al principio de la cena: “Oportet etiam inter cenandum philologiam nosse” ´Es bueno también en medio de la cena tener erudición.´

Estas pinceladas sean suficientes para para ver el contraste de estos discursos con los del Banquete de Platón.

En solo setenta páginas se encierran los discursos de Fedro, Pausanias, Erixímaco, Aristófanes, Agatón, y Sócrates, sobre un solo tema: Eros o el Amor.

De Pausanias es célebre su distinción de dos Eros correspondientes a dos Afroditas. De la Afrodita hija de Urano, que es la más antigua, y que llaman Urania, procede Eros uranio; de la Afrodita más joven, hija de Zeus y Dione, y que llaman  Pandemo, procede el Eros Pandemo. El Eros de Afrodita Pandemo es vulgar y con él aman los hombres ordinarios, que aman más los cuerpos que las almas.  Es menos estable pues el cuerpo se marchita. El Eros uranio se prodiga más al alma que al cuerpo y es más estable.

Aristófanes recurre a un mito de origen babilónico, según el cual al principio los seres humanos eran redondos y tenían dos cuerpos unidos, con dos sexos masculinos, femeninos o mezcla de los dos, el llamado andrógino. Eran tan fuertes y rebeldes que se enfrentaron a los dioses, y Zeus los partió por la mitad, de modo que añoran la otra mitad, lo que se entiende como atracción sexual.

Sócrates reproduce la conversación que mantuvo con la sabia Diótima.  Eros es hijo de Penía, la Pobreza y de Poros, la Riqueza. Como fue engendrado durante la fiesta celebrada por los dioses con motivo de nacimiento de Afrodita, es por naturaleza un amante de lo bello.  Por eso es un impulso que continuamente tiende a la adquisición de los bienes de que carece. Por parte de madre es pobre y por parte del padre, que es rico en bienes inmateriales, es una tendencia constante hacia lo bello, lo sabio, lo bueno, y esa es la característica de la filosofía.

Finalmente, el triclinium digital que yo propongo, más que la disposición de tres lechos unidos por sus cabeceras de forma que quede un espacio central para la colocación de mesas portátiles, es la convocatoria ideal a los hablantes de todas las lenguas indoeuropeas: eslavos, bálticos, Indo iraníes, germanos, anglosajones, latinos, con su séquito de castellanos, galaico-portugueses, catalanes, rumanos, a gustar de este banquete cuyo ingrediente común es esa diminuta semilla, esa raíz fecunda que comunica su sabor a toda una familia de palabras, la raíz indoeuropea *klei/kli, cuyo significado general es “inclinación”.

De la raíz*kli:

Con sufijo -ma: clima.

Con sufijo –n:

En griego tenemos κλίνω. En latín inclino, declino, reclino; inclinatus, declinatus, reclinatus y reclinator.

De los participios se derivan: inclinatio, declinatio. Y de todos ellos se derivan en español: declinar, reclinar, inclinar, declinación, inclinación, reclinatorio.

 

Y lo más sorprendente: de esa misma raíz se deriva la palabra clínica pues en ella están acostados los enfermos y son sometidos a las auscultaciones cuya etimología culta revela la raíz *aus-que se relaciona con la palabra latina auris  ´oreja´ y  la raíz * kol-  (vocalización de la raíz *kli) seguida del sufijo –tatio: aus-col-tatio> auscultación cultismo hermano de auscultar frente al vulgarismo ascuchar > escuchar.  En esa clínica se inclina la enfermera para percibir el ruido que produce la respiración en los bronquios del paciente, y se inclina también el urólogo para ver el cambiante color de la orina en la bolsa de la sonda, y distinguir con el paso del tiempo la transformación del tinto en el burdeos, del burdeos en  el rosado y, por fin, del rosado en el ansiado color de la manzanilla de Sanlúcar, muda pregonera de la inminente alta médica.

 

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lunes, 25 de febrero de 2019

SUPPLEMENTUM

 

Volviendo la vista atrás, me encuentro abandonados dos casos de utilización del artículo  o pronombre personal neutro, según las dos distintas interpretaciones adoptadas, que quiero rescatar para someterlos a un breve análisis.

Se trata de la presencia de un /lo/ seguido de un sintagma preposicional con /de/. Por ejemplo:

Siento mucho lo de tu padre.

Puede utilizarse esta frase como fórmula de pésame a un amigo por el fallecimiento de su padre. Quien defienda la aplicación a /lo/ de la categoría de artículo neutro, al no ir acompañado de ningún referente,  dado que no hay sustantivos neutros en español, tendría que considerar su ausencia  como la elipsis de un concepto correspondiente a  “muerte” o “fallecimiento”, términos, que por una especie de tabú, se intenta evitar.

También podría defenderse esa interpretación con el argumento de que para ser pronombre personal neutro debería tener función anafórica, no deducible del contexto hablado ni del escrito.

En efecto, la anáfora es la referencia por parte del pronombre a un hecho expresado en el discurso. Si la fórmula de pésame hubiera sido:

“Ya me he enterado del fallecimiento de tu padre. / Lo/ siento de veras.”

Ese /lo/ tiene carácter anafórico. Se refiere a lo expresado por la palabra “fallecimiento”, que aparece en la parte anterior del discurso. El discurso es como un río: en el nacimiento está la cabecera y lo que sigue es río abajo. En griego “aná” (ἀνά) es ´arriba´ y “katá (κατά) es ´abajo´, de ahí que existan la anáfora y la catáfora.  En el caso presente /lo/ hace referencia a una palabra que está arriba, cerca de la cabecera del río lingüístico que va fluyendo, y por eso es anafórico: “lleva” (“foro” de la misma raíz de “fero”) hacia “arriba” (“aná”). En la frase:

“No te /lo/ vas a creer: Eustaquio, cuando no ha pasado ni un mes de la muerte de su mujer, ya está saliendo con otra ”el /lo/ hace referencia a la noticia que viene después, es decir, río abajo, “katá”, en el discurso del habla, y por eso tiene carácter catafórico.

En “lo de tu padre” ¿qué hay delante o qué hay detrás  como referente del /lo/? Nada-puede responder el defensor de la categoría de artículo neutro-, y basado en esta falta de referencia anafórica  negará su naturaleza gramatical de pronombre.

El resultado es que ni está claro que sea un artículo ni que sea un pronombre. Y la razón está en que desde el punto de vista de la gramática no es posible hallar la solución del problema. Hay que acudir a la Pragmática. Esta disciplina atiende a los actos de habla en su propia salsa, dentro de todo el contexto situacional y vital de hablantes y oyentes. No se reduce a lo que se ha dicho en la misma situación inmediata del habla, sino que se extiende a toda la historia de la lengua. “Lo de tu padre, tu hermano, tu amigo, tu novia…”, ha venido utilizándose desde hace mucho tiempo, y está interiorizado en hablantes y oyentes. Y lo mismo un caso de muerte, de ruina económica, de ruptura sentimental  pueden dar lugar a su utilización. Los términos como anáfora han sido creados para análisis de una lengua de laboratorio, pero no para un habla viva en la que el pensamiento y el sentimiento suplen a las palabras. Y lo mismo para las elipsis. En estos días he leído en un académico una secuencia parecida a esta:

-¿Estarías dispuesto a afirmar esto mismo ante un juez?

-No te quepa.

Es la reproducción de un acto de habla vivito y coleando. Los interlocutores comprendieron perfectamente lo que significaba la respuesta.

 

Pasemos al segundo caso preterido y recuperado:

Lo de que Ortega era un vitalista no es verdad.

Este ejemplo, tomado de “Lo: artículo neutro” de Justo Fernández López, sirve para ilustrar una de las funciones del artículo /lo/ cuando va seguido del vínculo de unión “de que” + una predicación. Del mismo modo que /lo/ sustantiva a los adjetivos y participios, aplicando la analogía gramatical puede afirmarse que también sustantiva a la  oración encabezada por la conjunción “que” en función de sujeto del predicado “verdad”, que aparece negado. El resultado es una oración compuesta subordinada sustantiva en función de Sujeto. Puede interpretarse todo el conjunto como un caso de “dequeísmo”, pero no opino que lo sea. La preposición “de” tiene una función diacrítica o diferenciadora. Al servir de puente entre el artículo “lo” y la conjunción “que”, evita que se entienda “lo que” como una variante del pronombre relativo precedido de artículo.

Desembarazado de este peso “loístico” sigo con la materia “laística”, en singular y en plural. Y en este campo heterogéneo gramatical, me he topado con un artículo que me ha llenado de satisfacción. Alguien podría colgarme el remoquete de “ratón de biblioteca”, cuando en realidad no lo soy, sino que tengo el ratón. Él  me ha traído a casa  la biblioteca y ha descubierto el artículo.

Después de llevar un tiempo estudiando esto de las frases con “la” y “las” un poco al tuntún y casi a tientas, veo que no estoy solo, pues se lleva estudiando desde hace cerca de medio siglo. El autor Mario García-Page, (UNED) bajo el título “Locuciones verbales con clítico en español del tipo dárselas” ofrece una lista de más de cien, tomadas del DRAE, 2001, y de DFDEA (Diccionario fraseológico documentado del español actual) de Manuel Seco et alii. (2004).

Insisto en las fechas de edición para resaltar el tiempo que lleva este tema en el candelero. De acuerdo con la amplia bibliografía del artículo de marras, quitando una aportación de Julio Casares de 1950 y otra del conocido El porqué de los dichos de J. M. Iribarren de 1954, la mayoría es del presente siglo.

 

Para abreviar y dejar para una segunda parte el análisis de algunos ejemplos pertinentes, voy a desentrañar el mencionado título. “Locuciones verbales” son secuencias fijas de palabras que funcionan como un verbo. Pero según el tipo “dárselas” las palabras que acompañan al verbo son clíticos.

El término “clítico” es muy reciente. El DRAE en su 23ª edición lo define así:

Clítico.- Formado sobre enclítico y proclítico. 1. Gram. Dicho de una palabra átona, especialmente de un pronombre personal: Que se pronuncia integrada en el grupo acentual de la palabra tónica que la precede o la sigue. U. m. c. s. m.

La palabra tónica es la acentuada lleve o no lleve tilde. La átona es la no acentuada y tiene que apoyarse en la que la que la sigue y por tanto es “proclítica” o en la que la precede y por eso se denomina “enclítica”. En la pronunciación forman un grupo fónico pero en la escritura la “enclítica” se une a la palabra precedente formando una sola, y la “proclítica” se escribe separada de la palabra acentuada. El término “clítico” tiene un sentido genérico que abarca las dos especies. Todos los clíticos, ya sean proclíticos, ya enclíticos son monosilábicos y pertenecen a distintas categorías: pronombres me, se te, le la, las, lo, los, nos, os; posesivos, mi, tu, su, mis, tus, sus;  artículos, el, los, la, las, lo; adverbios, a, con, de, en, sin, so, tras.

Si utilizamos la locución verbal traérsela en sus variantes como núcleo del eufemismo traérsela floja a alguien, tenemos:

Me la trae floja, se la trae floja, te la trae floja.

Ejemplos:

En posición proclítica:

Lo que hagan o no hagan los demás con su cuerpo, me la trae floja.

¿Qué te dijo Damián cuando le contaste lo de su exnovia? – Que se la traía floja.

Ya veo que a ti todo eso de la política te la trae floja. -¡Cómo lo sabes!

En posición enclítica:

Eso de traérsela floja en temas de política es muy peligroso e irresponsable.

Si hablamos del sentido que encierra la locución, es el mismo que comparte con otra más inocente, si exceptuamos a los mal pensados: me importa un pito. Ese pito o era el pito del sereno, que dio origen a la expresión me toma como el pito del sereno o el instrumento musical, que en sí mismo vale poco. Ahora que está próximo el Carnaval  pienso en el pito de caña de las chirigotas gaditanas y me viene a la memoria esa misma expresión que emplea el coro de 1955, con letra de Ramón Díaz Gómez Fletilla, “Los Bichitos de Luz”:

A mí me importa un pito/ ese platillo y sus tripulantes, / vengan de donde vengan/ que sean de Lunes, que sean de Martes, / siga como hasta ahora, / allá en lo alto ese planeta / y si quieren asustarnos/ vamo` a decirles pa` que lo sepan/ que si ellos son marcianos “olé”/ yo he nacío en La Caleta.

 

Adelanto el título de la próxima entrega: TRICLINIUM. Es una palabra de la misma familia de clítico con la que comparte la raíz indoeuropea *klei/kli junto a otras que analizaremos de las más insospechadas. Hasta entonces.

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domingo, 27 de enero de 2019

Secunda Secundae

 

Puede haber sorprendido a más de un lector- es decir, a dos o milagrosamente a tres- tanto el título de mi colaboración anterior como este en que insisto en el recurso a las matemáticas. Aunque pretendía homenajear a Santo Tomás, que en un tema tan elevado como es la teología empleó el título Summa, ni por asomo llegaba mi osadía a establecer esas particiones con la agudeza lógica con que él procedió.

Yo, modestamente, he querido adoptar esta manera de distribución aritmética para tratar de esa curiosa aparición del elemento gramatical /la/ desasistido del nombre al que le corresponde determinar, y en una primera parte lo he estudiado acompañado de la forma homófona pronominal poniendo como ejemplo “El que la sigue la consigue”.

He supuesto que, por su origen cinegético, se utilizaba para animar a los cazadores en su persecución de una pieza de caza, y de ahí se había pasado a aplicarlo a cualquier objetivo que el ser humano se marca en la vida. En una segunda parte he tratado del elemento /la/ en solitario, ejemplificándolo en” La de cosas que desconozco”. Hemos reconocido un valor expresivo en la frase, pues el hablante imprime en ella un sentimiento de decepción  ante el escaso fruto obtenido con sus esfuerzos por alcanzar, si no la sabiduría, al menos un apreciable grado de conocimientos en la parcela del saber que ha elegido; y además un sentido cuantitativo, recibido de la posible elipsis del término “cantidad”, para cubrir el hueco creado tras el artículo que encabeza la frase.

La denominación Prima Secundae (primer apartado de la segunda parte) la justifiqué por coincidir con la anterior en la secuencia /la de/ pero con la diferencia de tratarse de una frase declarativa, sin esa fuerte impronta de los sentimientos del hablante, y por la ausencia de carácter cuantitativo. Su novedad viene dada por la aparición de un suceso de mucho relieve o por la alusión a un  personaje famoso por su carácter prototípico en relación al hecho  que se  pretende resaltar, para lo que se utiliza como término de comparación. El ejemplo  “Se armó la de San Quintín” lo aclara todo.

Y el segundo apartado de la segunda parte (la Secunda Secundae) del que hoy trato, sigue conservando la secuencia anterior pero en plural /las de/  seguida de un infinitivo o de cualquier otro complemento no incluido en ningún casillero de las anteriores partes. Es lo que se expresa en el siguiente dicho:

No las tengo todas conmigo.

Esta especie de comodín tiene su aplicación en aquellas circunstancias de la vida en que debemos afrontar un asunto decisivo para nuestro futuro y no estamos seguros de salir airosos.

La mayoría de los intérpretes ven el origen de esta expresión en el mundo del juego de cartas. La vida-piensan- es un juego en el que hace falta manejar bien las cartas que tenemos en las manos, y en la mayoría de las veces nos faltan las más necesarias. He pedido a un amigo, experto en el manejo de cartas por las muchas partidas que lleva jugadas, para que me escenifique el sentido de esta suerte de adagio. He aquí su respuesta:

 

Me pides, querido amigo, que con toda franqueza, ponga mis cartas sobre la mesa y recuerde algún momento en que no las tenía todas conmigo. El más importante fue aquel en que decidí presentarme a unas oposiciones a profesor de Instituto. Tenía cuarenta y seis años, llevaba cuatro años de casado y tenía dos hijos de uno y dos años de edad. Las oposiciones se iban a celebrar en el  verano y desde

febrero poseía el título de  Licenciado en Filología Clásica. Los avatares de mi carrera los conoces. Con los retazos de las asignaturas podrían llenarse unos folios más parecidos a un patchwork que a un expediente académico: unas, aprobadas en una Universidad eclesiástica, algunas de ellas convalidadas;  otras, en la civil, como alumno libre; la mayoría de ellas preparadas durante los seis años anteriores a la fecha de las oposiciones, en los que solo ingresaba en la casa lo obtenido de las clases particulares.

Pero lo peor y más desazonante vendría cuando, un mes antes de la trascendental  fecha, instalado en un Colegio Mayor de Madrid para estudiar a fondo el temario, uno de los opositores proclama a  voz en grito: “La Línea es mía, y que nadie me la toque.” Me quedé de piedra. Esa era en la convocatoria la plaza más cercana a Cádiz, y tenía como adversario a un penene que pretendía asentarse en ella. Y eso no es todo: ya sabes de dónde venía yo, de un Seminario con mucha historia, con una espléndida biblioteca, con cerca de cuatrocientos años de actividad docente, pero en el  tramo del cuarto al octavo año de la década de los cuarenta era muy deficiente la enseñanza del Griego impartida en aquellas aulas parecidas a pequeños coros catedralicios con una elevada mesa al fondo desde la que el profesor nos veía como miniaturas de clérigos tonsurados.  En cambio, mis contendientes alardeaban de ser ayudantes de cátedra de Universidad  o alumnos aventajados de ilustres catedráticos  como Adrados, Fernández Galiano, Lasso de la Vega, Ruipérez, López Eire o García Tejera. Ante esa pléyade de sabios ¿de quién podía decir yo que era alumno a secas? Los únicos profesores de renombre que había tenido eran profesores de Teología y de Sagrada Escritura. De Clásicas no contaba con profesores conocidos fuera de los límites de la Diócesis. Traducida esta situación al lenguaje de los naipes, esa carta del prestigio ajeno no la tenía conmigo. ¿Con qué cartas contaba entonces? ¿Un trébol de cuatro hojas? Nunca me había encomendado a la suerte, sino al esfuerzo propio, que, como iba encaminado a una materia de mi gusto, lo daba por bien empleado. ¿Qué escalera podía construir con mis cartas? ¿La escala de Jacob? No picaba yo tan alto. Estar a las puertas de la Complutense era como haber puesto ya una pica en Flandes ¡Si yo me conformaba con una escalerilla para alcanzar  aunque fuera la última plaza, esa plazuela desde la que pudiera acercarme poco a poco a mi casa! Si revisaba mis cartas, el panorama era fiel reflejo del depauperado estado de mi economía.  No me habían tocado ni oros de las españolas de Heraclio Fournier ni diamantes de póker del mismo fabricante. Mi única carta de presentación era entonces la de un parado desde hacía seis años: un hombre corriente, con un nombre corriente y al mismo tiempo innominado, sin nómina y sin cuenta corriente. Así que estaba descartado recurrir al soborno. En medio de estas sombrías reflexiones, se me pegó como una lapa un joven catalán, que podría ser mi hijo, para endosarme un sibilino discurso trufado de dos o tres líneas en dialecto arcadio-chipriota, sacadas de una inscripción mutilada y reconstruida sabe Dios cómo y, para colmo, recitadas con acento catalán, intragable mejunje con el que intentaba convencerme de la urgente necesidad de repasar ese dialecto, sin cuyo conocimiento ya podía decirle adiós incluso a la plaza más alejada de la Península. Le oí con educación, por no decir con hipócrita cortesía, y le agradecí su interés en reducir la posibilidad  de poseer él una plaza, ayudándome a conseguir yo la mía. En fin, para no cansarte más, ya conoces el desenlace. Aprobé contra viento y marea y no todos los incordiantes pudieron decir lo mismo. Una cosa saqué en claro: no hay que dejarse influir por esas demostraciones jactanciosas con intención desequilibrante. Sobre este mismo tema trató la conversación que mantuve con don Julio Calonge, Presidente del Tribunal con el que compartimos la comida de celebración los que obtuvimos plaza. De todo lo dicho se deduce que no tuve entonces corbata ancha y corazón pequeño,  pero sí unas corbata  estrecha y unos cordones (concretamente dos) alrededor del cuello. Este es un extracto del estado de incertidumbre  en que flotaba en ese episodio decisivo de mi vida académica. Quizá pueda servirte para la escenificación del adagio “no tenerlas todas consigo” que me solicitas. Un abrazo.

 

Desde luego este relato de un opositor en trance de dar a luz un puesto de trabajo se puede aplicar a las fatiguitas de un  primíparo añoso. Pero se han cumplido mis temores: se ha extendido demasiado en ese extracto. ¡Lo que le habrá quedado en el tintero! Así que dejaré para otro encuentro con vosotros unos cuantos dichos que tenía preparados. Pero ya el título será, si Dios quiere, SUPPLEMENTUM.

                Juan de la Fuente

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domingo, 13 de enero de 2019

Prima Secundae

 

Con este título, además de rendir un homenaje a Santo Tomás de Aquino, me comprometo a escribir una Secunda Secundae, que no sé de dónde la voy a sacar. En la anterior entrega la estructura objeto de análisis se simbolizaba como “la de + SN + que + SV” entendiendo SN como sintagma nominal y SV como sintagma verbal.

La actual es una primera parte por contener  /la de/,  y suscitar el mismo o similar fenómeno de la ausencia del referente del artículo /la/ y el vacío provocado entre los dos monosílabos. Pero se diferencia de la ejemplificada por “¡la de cosas que desconozco!” primero por no ejercer una función expresiva-cuantitativa, sino declarativa, y en segundo lugar por no incluir el pronombre relativo /que/. La mejor manera de advertir diferencias y similitudes, condición exigida por la lógica para distinguir la especie del género, es la utilización de ejemplos. Empecemos, pues, poniendo uno:

“Se armó la de San Quintín”.

Es decir: SV+ la de+ Personaje o acontecimiento reales o ficticios.

Aparece /la de/ como en la segunda parte, ya publicada, pero a diferencia de ella este grupo va precedido de un verbo y seguido de un suceso o personaje que constituyen el segundo término  de una comparación. Para su comprensión no se requiere conocer este suceso. Si  el contexto que precede o sigue a este dicho aclara suficientemente que se trata de un hecho calamitoso, el oyente o lector puede pasar de largo sin interesarse por saber quién fue San Quintín, un personaje, un lugar o una batalla entre franceses y españoles que tuvo lugar el 10 de agosto de 1557, donde hubo multitud de muertos y heridos.

 Aunque, si se sigue utilizando esta frase, lo más probable es que pocos se interesen por “el porqué de los dichos”, a quien sienta esa curiosidad lo remito a un libro con ese título, cuyo autor es José María Iribarren. En él se explican prolijamente este y los siguientes ejemplos que voy a poner.

Hay, sin embargo, algo que él no explica, y no lo digo por petulancia propia, sino porque no era ese su propósito.

Me refiero a los antecedentes latinos de la utilización de un suceso, famoso por lo catastrófico y luctuoso, como ejemplo de una desgracia de menor dimensión, cuya repercusión dolorosa se quiere resaltar de ese modo.

En el libro primero, elegía III de las Tristia de Ovidio, relata el poeta el episodio de su despedida camino del destierro en la última noche que pasó en Roma. No sé si mis antiguos alumnos recuerdan el comienzo de  esa elegía:

Cum subit illius tristissima noctis imago

Quae mihi supremum tempus in Urbe fuit.

Cuando se me representa la imagen tristísima de aquella noche

En que pasé los últimos momentos en Roma.

No es cosa de extenderme ahora en la descripción minuciosa de sus lamentaciones. Baste decir que, después de una especie de paralización y estupor que hasta le hicieron perder la conciencia de sí mismo, al recuperar el sentido, le quedaba el doloroso trance de la despedida de sus escasos amigos, de su mujer en un estrecho abrazo en medio de amargas lágrimas, el recuerdo de su hija ausente y desconocedora de su triste destino, el espectáculo de un hogar deshecho, y de un coro de hombres, mujeres y esclavos, que formaban parte de un  ruidoso funeral:

 formaque non taciti funeris intus erat.

Entonces oímos de sus labios el dístico elegíaco en que establece la comparación hiperbólica de que venimos hablando:

Si licet exemplis in parvis grandibus uti

Haec facies Troiae cum caperetur erat

“Si se me permite utilizar como ejemplo acontecimientos grandes tratándose de sucesos de menor importancia/ este era el aspecto de Troya en el momento de su caída.”

En estos dos versos se concentran el sentido y la finalidad del recurso literario a la comparación de un suceso extraordinario con uno que lo reproduce a menor escala, para resaltar la importancia de este último.

Veamos el siguiente:

“Se armó la de Dios es Cristo”

Si sobre la identificación de San Quintín tenía mis dudas, no digamos nada sobre el dogma de la doble naturaleza de Cristo, proclamado en el concilio de Nicea el año 325. Se aplica esta  alusión indirecta al  Concilio en referencia a una controversia con mucho griterío y confusión. Y en verdad, en Nicea, localidad a 80 km al este de Constantinopla, hubo discusiones y enfrentamientos hasta llegar al Credo que confesamos en la Misa: el niceno-constantinopolitano. Cada una de las expresiones “Dios de Dios, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado no creado,  de la misma naturaleza que el Padre”, -el célebre “consubstantialis Patri” o ὁμοούσιος-, fue  mirada con lupa para evitar caer en el monofisismo de Arrio.

“Estoy pasando las de Caín”

Este ya es de carácter bíblico y quizá es de más divulgado uso. Caín, el fratricida, recibió la maldición de Dios como castigo, (Gn. 4, 10-13): “Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo. Pues bien: maldito seas, lejos de este suelo que abrió su boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano. Aunque labres el suelo, no te dará más su fruto. Vagabundo y errante serás en la tierra”. Para la mujer que pronuncia ese dicho, con un marido en paro, un hijo drogadicto o enfermo y un futuro incierto, casi se puede decir que sobra el carácter hiperbólico.

Ten cuidado, que ese viene con las del Beri”

¿Quién era el Beri? Iribarren, en El porqué de los dichos, págs, 186-187, recoge “pasar las del Beri”, citando a Montoto, quien en  Personajes, personas y personillas (pag. 130-131), escribe haber oído que era un gitano que pasó muchas calamidades  por tierras de Andalucía y “dada la vida que llevan los de su raza, andaría a sombra de tejado”. Pero yo siempre he entendido el dicho como un aviso para estar precavidos ante la presencia de un individuo con muy aviesas intenciones.

“Tomar las de Villadiego”

Hasta que no tuve en mis manos la mencionada obra de Iribarren (edición de 1994) pensaba que se trataba de quitarse de en medio en una situación incómoda, pero no necesariamente en una retirada precipitada como quien huye de algún peligro. Para los casos de riesgo inminente es más apropiado el “poner pies en polvorosa”.

Por otra parte me resultaba chocante el plural “las de”, porque interpretaba Villadiego como nombre de un pueblo y hubiera sido más claro el sentido con el artículo en singular: «tomar “la de” Villadiego», y así cabría pensar en “la carretera” de Villadiego.

Son tantas las interpretaciones de este dicho que el comentario de Iribarren en su obra, tamaño 20,5 x 27,5, ocupa cuatro columnas. Curiosamente en lo que todos los comentaristas coinciden es en la referencia del artículo /las/. En la Celestina, acto 12, Sempronio le dice a Pármeno: “Apercíbete a la primera voz que oyeres a tomar calzas de Villadiego”.

Esta misma frase aparece en la colección anónima de refranes impresa en Zaragoza en el año 1549: “Tomó las calzas de Villadiego y puso tierra en medio”. Incluso añade el significado de la expresión: la huida apresurada.

En cuanto al significado de calzas, ya se nombran en el Quijote, cap. 1ª, como parte de la hacienda del ingenioso hidalgo, calzas de velludo para las fiestas, en cuya edición Clásicos Castellanos, Espasa-Calpe, Madrid, 1967, Tomo I, pag. 51, nota 1, puede leerse:

 «Las calzas, como dice Clemencín, “hacían el oficio de calzones y medias”, cubriendo los muslos y las piernas. Velludo llamaban a la felpa o terciopelo, por el vello que tienen.»

De Villadiego hay dos versiones: el maestro Correa en su Vocabulario de refranes opina que “pudo ser alguno llamado Villadiego que huyó de peligro y afrenta, o escapó de cárcel, y dio ocasión al refrán, comparando con él.

Otros, como el mencionado Montoto, en Personajes, personas y personillas, se adhieren a la opinión de un amigo de este último, quien en Almanaque de la Ilustración Española y Americana, atribuye el origen de la frase al privilegio que el rey  Fernando III concedió a los judíos de  Villadiego (Burgos) «prohibiendo que los prendiesen, proporcionándoles un lugar seguro y obligándoles a “llevar un distintivo delator para que se reconociesen a simple vista”. Cuando arreciaron las persecuciones  contra los hebreos de Burgos y Toledo, estos huían, “abandonando sus ropas castellanas, y se calzaban los distintivos que habían de usar en su nueva tierra de Villadiego, como pecheros y colonos del rey Alfonso.» (Iribarren, ibid. pags. 67-68).

Que cada uno adopte la solución que le parezca más plausible. Sea vulgar o regia su procedencia, la consabida frase encierra una norma de conducta que, a falta (o además) de otras de más noble raigambre, es aplicable a casos como el de un individuo introducido furtivamente en un ameno huerto con la sana intención de cultivarlo, bajo condiciones y costumbres tradicionales que, en una determinada fase del proceso hortícola, incluyen la adopción de una descalcez expandida.

Si, en ese momento álgido, el atareado intruso advirtiere el menor indicio de aproximación del hortelano oficialmente contratado, no sería prudente entretenerse en adecentar su figura, sino con las recuperadas calzas en la mano emprender una veloz carrera, hasta que, resguardado del peligro, se las pueda enfundar, sin parar mientes en cuál sea su denominación de origen, la de Villadiego o la de Villaluenga del Rosario.

Por último quiero añadir un dicho cogido al vuelo en conversación o lectura, cuya escenificación podría situarse en la barra de un bar de la baja Andalucía, donde un grupo de amigos se encuentran tomando, no unas copas de cava, ni de chacolí ni de albariño, sino unas simples cervezas con sus tapitas. Es posible que de pronto uno de ellos, después de limpiarse los labios orlados de blanca espuma, poniéndole la mano en el hombro al amigo más próximo, en un arranque de desesperada franqueza, le dirija estas palabras:

“Oye, Pepe. Permíteme que te dé un consejo: llevas más de cuatro meses sin sacar la de Ubrique a que le dé el aire, y un día, como te escantilles, te la vas a encontrar asfixiá.”.

En vano me he desojado buscando en el índice de El porqué de los dichos el lema Ubrique, con la esperanza de dar con la mención de esa enigmática expresión, como también ha sido inútil mi búsqueda entre los 65.083 refranes del Refranero General Ideológico Español de Luis Martínez Kleiser.

Quede constancia de que esta ausencia no me atribula, más bien me enorgullece, pues es una prueba más de la fértil inventiva del genio andaluz, que no ambiciona ni homologaciones ni reconocimientos de sus ocurrencias, para las que se necesitarían veinte refraneros y otros tantos diccionarios.

 

Tampoco pretendo atribuir concretamente a los gaditanos la creación de ese dicho, aunque fue en Cádiz donde me parece haberlo oído, y lo considero digno de suministrar materia para dos o tres cuartetas chirigoteras.

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