JUAN DE LA FUENTE 2018-2019
domingo, 30 de diciembre de 2018
¡LA DE COSAS QUE DESCONOZCO! (Segunda parte)
Una de ellas es la función que desempeña ese supuesto
artículo “la” que preside la fila de palabras que forman el título. Que la
frase tiene un sentido exclamativo lo pregonan los signos en que se encuentra
aprisionada. Y no es precisamente un grito de alegría el que atraviesa el aire
hasta llegar a nosotros. Tampoco soy tan trágico como para identificarlo
con un lamento por la decepción que al
cabo de los años siento ante mi incompetencia o inconsciente superficialidad
con que he oído y pronunciado frases parecidas sin pararme a escudriñar su
sentido.
Sea como sea, el único consuelo que me resta es buscarle una
explicación que tranquilice mi conciencia. Quizá consiga así un momento de
sosiego y, como Sócrates, (¡qué pretencioso!) después de reconocer mi ignorancia,
dé un primer paso en el camino de la sabiduría. Pero ese conocimiento de la
amplitud de mi desconocimiento no se deduce del mero significado del verbo en
que finaliza el título. De él solo se obtiene la confesión de mi ignorancia,
pero no dice si es total o parcial. Aunque parezca raro toda la fuerza
significativa que provoca la ponderación está encerrada en las cuatro palabras
del inicio “la de cosas que”.
Si en lugar de “cosas” apareciera, por ejemplo, “juguetes”,
en la mañana posterior al día de Reyes
se podría oír en más de un hogar hispano: “¡La de juguetes que me han puesto
los Reyes Magos”!
¿Cualquier nombre es susceptible de ocupar el lugar de
“cosas” y Juguetes”? ¿Cabe decir: “¡La de paciencia que hay que tener en esta
vida!”, “¡La de amor que pone en todo lo que hace!”? Yo, al menos, lo que he
oído decir es: “¡La paciencia que hay que tener contigo! Tengo el cielo
ganado.” “¡El amor que ponen las monjitas en la elaboración de estos deliciosos
pestiños!”
La razón de este tipo de restricciones se debe a la clase de
nombres que pueden suplir a “cosas” y “juguetes”. Es la clase de los
denominados nombres contables. Entonces, todo el valor cuantitativo-ponderativo
reside en la palabra ausente que debería tener un sitio entre “la” y “de”, y ha
dejado allí una huella tan eficaz que invade toda la frase. ¿Qué mágica palabra
es esa?
Vamos a suponer que es “cantidad”: La cantidad de cosas, la
cantidad de juguetes etc.
Antes de pasar adelante, la estimación de lo que supone una
cantidad de entidades (objetos, acciones, sucesos, estaciones del año)
provocadoras de exclamaciones de alabanza o reproche, es atribuible al autor de
la frase. Alguien puede desahogar su entusiasmo ante un grupo de personas
proclamando: “¡La de adornos navideños que iluminan y embellecen las calles de
la ciudad!”, y exponerse a que algún incorregible derrotista que todo lo
critica le replique: “¿La de adornos? La pobreza y porquería de adornos querrá
usted decir”.
Si estamos de acuerdo en el sentido cuantitativo de la
frase, en su valor relativo, y en su constancia en todas las situaciones y
contextos, pasemos a examinar el papel que juega el relativo “que”, colocado
después del nombre contable que puede suplir a “cosas” “juguetes” y “adornos”.
¿Es tan inconmovible como las dos primeras palabras?
¿Afirmamos que el artículo “la”, la preposición “de” y el
pronombre relativo “que” no pueden faltar ni suplirse con cualquier otro?
Por mi parte así lo creo. Y la prueba es que si lo hacemos
desaparecer, se viene abajo el valor expresivo y cuantitativo de la frase, que
ipso facto pasa a convertirse en una expresión descriptiva. Veamos un ejemplo.
En una inmobiliaria un cliente examina unos planos con
diversos tipos de casas o chalés. Hay
dos que son de su agrado. Una tiene terrazas; otra, solo ventanas. Duda en
elegir “la de terraza” o “la de ventanas”. Estamos describiendo, no
asombrándonos por el número de casas de recreo, ni por la cantidad de árboles o
flores de la zona. Para ello se requiere la compañía del relativo: “¡La de
árboles que hay, la de flores que tiene el jardín!”
Hasta ahora hemos descubierto: a) que los tres monosílabos
no pueden faltar, b) que entre los dos primeros ha dejado una huella una
palabra ausente y la más probable es “cantidad” c) que a la preposición “de” debe
seguir un nombre contable d) que debe terminar la frase con una forma verbal
(con los elementos asociados indispensables), e) que la forma verbal varía de
significado en función del nombre contable insertado tras la preposición.
Queda un último problema: el origen de este esquema: La de +
SN + que + SV. Pues no hay sino dos posibilidades: o que surgió tal cual
aparece en el título o es una simplificación de otra con más elementos
gramaticales.
En mi ayuda acude desde el recuerdo entrañable un profesor de
Filosofía que la mayoría de mis incondicionales lectores conoce muy bien. Sin
proponérselo me brindó una lección que me viene de perlas para aplicarla al
asunto que nos ocupa. Hay problemas lingüísticos, para cuya solución hay que ir
rastreando hacia el pasado. Pero es mejor que lo ilustre con una escena que
tuvo lugar hace más de setenta años.
Fue en el Colegio del Rebaño de María. Era época de
vacaciones y por un azar, que no soy capaz de aclarar a tan larga distancia en
el tiempo, acompañaba una mañana al Padre Barreiro. Terminada la Misa, se
disponía a despojarse de los ornamentos, cuando entró muy decidida la Superiora de la Congregación
con la clara intención de iniciar una conversación sin preámbulo ni previo
saludo. Pero ni media palabra pudo salir de sus labios, pues el celebrante se
la cortó en seco con esta amonestación de la que fui testigo:
“Lo primero es dar los Buenos Días, y después dígame lo que
tenga que decirme”. Esperó unos segundos la reacción de la religiosa, y añadió:
“Y puede darse por dichosa de que me conforme con eso, pues
el saludo completo es «Buenos días nos dé Dios y paz en su Santo Reino»”.
Esta anécdota que en
apariencia solo nos revela otro rasgo más de la personalidad de nuestro querido
profesor, adquiere para mí un nuevo sentido. Lo simple del presente desanda el
camino hacia lo compuesto del pasado. No se empezó a saludar el nuevo día con
“buenos días”, que tiene todas las trazas de un parte meteorológico. Dudo mucho
que en los pueblo andaluces de los Campanilleros se conformaran con ese
raquítico saludo. La gente sencilla del campo emplearía parsimoniosamente el
modelo barreriano. Fueron las prisas y la rutina las que expulsaron a Dios de
nuestros labios, y poco a poco de los corazones, al reducirlo a un escueto
“buenos días”.
De la misma manera la mutilación operada en el seno de los
dos primeros monosílabos del presente título siguió los pasos previos desde un
cuerpo dotado de todos sus miembros, y, por ese corte quirúrgico que los
lingüistas dieron en llamar elipsis, ha llegado a nosotros con el aspecto a que
nos hemos habituado.
Y así el flamante doctor, que sostiene por el lomo la
laureada tesis, cambia en su apologético discurso la pesada cantinela: “la
cantidad de documentos que he consultado, la cantidad de libros que he leído…”
por la más ligera fórmula: “la de apuntes que he tomado, la de horas que he
robado al sueño para dedicarlas al estudio”, hasta finalizar el recuento de sus
acreditados méritos. Y ya la expresión abreviada se interiorizó y formó parte
de la competencia chomskiana.
Juan de la Fuente
Publicado por juanvinuesa a las 18:44 4 comentarios: Enlaces
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lunes, 17 de diciembre de 2018
“La…La”, “La de” y “Lo de” (Primera parte)
Estas parejas de términos gramaticales aparecen en las
frases que utilizaré a continuación y trataré de explicar con ayuda de un
modelo de gramática conocida como Gramática Funcional. Esta operación me
servirá para afianzar los conocimientos que, aunque adquiridos a partir de
mediados de los noventa, están faltos de ejercicio como consecuencia de mi alejamiento de la
enseñanza. Si de vuestra lectura y comentarios recibo algunas correcciones, las
aprovecharé agradecido para perfilar y aclarar los puntos más dudosos.
Primero voy a exponer sucintamente la característica de esta
gramática. Lo fundamental para el enfoque analítico de un texto es el
Predicado. Como sabemos por la gramática tradicional, puede ejercer esta
función un verbo o un nombre/adjetivo precedido del verbo copulativo. Me voy a
limitar en este escrito al verbo.
En una forma verbal variable dotada de los sufijos e infijos
necesarios para la expresión del Número, Persona, Voz, Tiempo, Modo y Aspecto,
la Gramática Funcional, para iniciar sus análisis, presta atención a su “Marco Predicativo”.
El Marco predicativo es como un casillero en el que se
alojan los demás elementos gramaticales que obligatoriamente deben asociarse al
verbo para formar una oración o predicación. Estos elementos reciben el nombre
de Argumentos. De acuerdo con la estructura semántica del verbo se necesitarán
uno, dos, tres o cero elementos. Si con uno solo se llena el casillero
argumental se dice que el verbo es monovalente, como sucede en la frase “El
niño duerme”. Si son dos los que se necesitan, el verbo es bivalente, como “el
niño vio una película”.
Si se trata del verbo “dar” se necesitan tres argumentos
para rellenar sus casilleros argumentales, como en “La madre dio un juguete a
su hijo”. El verbo “dar” es, pues, trivalente.
Estas oraciones que poseen los elementos necesarios
para desarrollar su función comunicativa
se llaman nucleares. Todos los demás elementos añadidos para expresar los
conceptos de Lugar, Modo, Tiempo, Instrumento, Causa, Finalidad y cualquier
otro, son periféricos y reciben el nombre de Satélites. En la gramática
tradicional son los complementos circunstanciales.
Otra noción importante para el análisis de las oraciones que
vamos a presentar es la de “Argumento cero” o “Argumento ø”.
En Morfología el cero, (ø) adquiere un valor por oposición a
otra forma positiva de la misma categoría. Si para formar el plural de un
nombre, por ejemplo, “niño”, se emplea el sufijo “s”, la ausencia de “s” o lo
que es lo mismo, el sufijo ø, adquiere el valor de singular.
De manera parecida, el vacío que se produce a veces tras un
artículo como “la” también tiene un valor gramatical. Para reconocerlo debemos
acudir a una disciplina cuya creación se debe en gran medida a Charles Morris
del que recibió el nombre de Pragmática.
Su tema de estudio son los factores extralingüísticos que contribuyen a
descubrir el significado de un enunciado concreto, emitido con una determinada
intención, en tiempo determinado y una situación adecuada.
Supongamos que me asomo a la calle a través de la cristalera
del salón que da a la terraza y digo: “Maru, con la que está cayendo no
puedo ir ahora por el perejil para las
papas aliñás. Voy a esperar a que escampe. ¿Te parece bien?”.
Al artículo “la” le falta el soporte de un nombre en función
de argumento/Sujeto de la perífrasis verbal “está cayendo”. Ese hueco es el
célebre “argumento ø” y la situación que coincide con el tiempo en que se emite
el mensaje me lo está diciendo a gritos y la estoy viendo con mis propios ojos:
es la manta de agua que casi me impide ver la fachada de la casa de enfrente.
Es la Pragmática la que contribuye a rellenar el hueco que la Gramática ha
dejado en el nivel sintagmático.
Con estos datos preliminares vamos a analizar la siguiente
oración:
1.- “El que la sigue, la consigue”
El análisis tiene que empezar por el Predicado. Como estamos
ante una oración compuesta el primero es
“sigue”, presente de indicativo, tercera persona del singular. Según hemos visto ya, es bivalente, pues con un
Sujeto y un Objeto está cubierto el cupo de sus argumentos obligatorios:
Alguien sigue a alguien o algo. Todo lo que se añada a esta oración nuclear son
Satélites: donde, cuando, para qué, etc.
Nos interesa tener en cuenta el tipo de Presente que es.
Como inserto en un refrán, es un presente llamado gnómico, caracterizado por su
atemporalidad. Abarca todos los tiempos, es aplicable al pasado, al presente y
al futuro. Como fruto de la experiencia popular, su semilla es la creencia de que así ha sido siempre y así lo seguirá
siendo.
En el refrán aparecen
dos “la” solitarias. La primera deja en el aire la entidad seguida o
perseguida: “la sigue”, pero ¿a quién? ¿a qué?
Todo se aclara si acudimos a la Pragmática, que nos
proporciona el elemento que rellena el hueco del texto. Lo encontramos en la
situación en que se pronuncia la oración o en la intención del hablante o en
conocimientos compartidos por emisor y receptor del mensaje.
Si el refrán fuera: “El que la hace, la paga” sería fácil
adivinar el contexto extralingüístico que contribuye a rellenar el hueco
precedido por la primera “la”. La lista o paradigma de términos que pueden
ocuparlo se limita a hechos dignos de castigo: delitos, daños infligidos,
abusos.
Pero las cosas materiales e ideales, las ilusiones y las
utopías, las permitidas y vedadas que los humanos perseguimos son ilimitadas.
Según Gn. 1, 26 Dios nos ha puesto al
mando de aves del cielo, bestias, alimañas terrestres y reptiles.
Lo mejor sería indagar el origen del refrán, que como tal
refrán está en el terreno de los que sufren y trabajan, miran al cielo para ver
si se esperan lluvias o se temen sequías, si en agosto habrá frío en rostro o
en febrero buscará la sombra el perro.
Para mí que el origen está en la cinegética. Al principio
tenía un sentido más concreto, aunque susceptible de universalizarse merced a
su utilización en sentido figurado y a su carácter gnómico. Para nuestro
propósito hay dos refranes que nos vienen como anillo al dedo:
“Quien sigue la liebre, ése la prende” (13. 026, Refranero
General Ideológico Español, compilado por Luis Martínez Kleiser, individuo de
número de la Real Academia Española, Editorial Hernando, MADRID, MCMLXXXIX)
“El que sigue la caza, ése la mata” (13.o25. ibid.)
Puestos en circulación estos dos refranes y otros similares,
el segundo paso sería suprimir la liebre y prescindir de la caza por
superfluas, ya que sin ellas todas las
peñas de cazadores y los numerosos aficionados a la
Cinegética entendían perfectamente su sentido.
Así se llegó a la forma simplificada que tenemos delante:
“El que la sigue, la consigue”.
Una vez interpretada la caza como la meta que todo hombre
persigue, ya en el terreno económico, como en el social, político, intelectual,
deportivo, incluso místico, la Pragmática determinará qué palabra o qué idea,
dentro de ese inmenso paradigma de las
variadas aspiraciones y deseos humanos, es la adecuada para rellenar el hueco
existente en el nivel sintagmático.
Mientras el homo cinegeticus que todos llevamos dentro está
empeñado en su particular cacería, el refrán actúa como señuelo:
“Tú sigue estudiando hijo mío, que «el que la sigue la
consigue»”.
Una vez alcanzada la presa, quizá ese mismo jovencito del
ejemplo, tras seis o siete años de sobrehumanos esfuerzos llegue a respirar
aliviado y exclame:
“Lo conseguí por fin.
¡Qué razón tenía mi madre! «El que la sigue la consigue». Ya tengo el título de
arquitecto técnico. Ahora solo me falta encontrar trabajo”.
Pasemos ahora a la segunda “la” integrada en la oración
principal. Fonéticamente no se diferencian. Son homófonas. Pero sintácticamente
son distintas. La función de la segunda es estar al acecho de la cambiante
pieza de caza que en cada caso persigue el correspondiente homo cinegeticus y referirse a ella una vez
conseguida.
Unas veces será un carnet de conducir, otras, un título
universitario, un trofeo deportivo, una condecoración, un nombramiento de hijo
predilecto de su pueblo, o un escaño de diputado. La segunda “la” es la forma
átona del pronombre personal femenino “ella” cuya función es anafórica y actúa
como un notario que certifica en cada caso la pieza alcanzada por el artículo
“la” de la oración de relativo.
Antes de terminar quiero hacer una observación, ahora que
está de actualidad el debate de los beneficios o daños de la caza. Hasta un
místico de tan delicado espíritu como San Juan de la Cruz escribió estos
versos:
Tras un amoroso lance
Y no de esperanza falto
Volé tan alto, tan alto
Que le di a la caza alcance.
No sé qué calificativo aplicaría un amigo de los animales a
nuestro poético santo, al descubrir que, después de culminar el camino interior
del alma, con sus tres etapas purgativa, iluminativa y unitiva y sus
correspondientes noches oscuras, al hecho de ser llevado en volandas por el
Amado hasta alcanzar el sublime y pasajero episodio del éxtasis místico, lo
equipara con el indignante y abyecto espectáculo de la caza.
Publicado por juanvinuesa a las 10:32 1 comentario: Enlaces
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martes, 27 de noviembre de 2018
PALINODIA
Cuando ya había asignado al adaptador de la versión española
y al autor de la canción en su lengua original, tras un esfuerzo de rastreo de
sus posibles huellas presentes en el
popular pasodoble, los versos en que se reflejaban la emoción, el sentido
poético, la sorpresa incluso de uno y de otro, un nuevo dato, que llega a mi
conocimiento diez minutos después de haber puesto el punto final, echa por
tierra todo mi fantasioso edificio.
Como en los Ejercicios ignacianos, había hecho mi
composición de lugar. Los belgas pertenecerían al norte, la región en la que se
expandieron el calvinismo y el luteranismo. Como asiduos lectores de la Biblia
concibieron- o concibió el autor de la
letra- a España como un paraíso “sin igual”, para diferenciarlo del
Edén, ya que, entre los muchos árboles que había plantados en él, se hace
especial mención de dos, el de la Vida y el de la ciencia del Bien y del Mal, mientras que en el paraíso español
resaltan el del Amor y el de la Belleza. Posiblemente habrían ido a los toros,
pues les llamó la atención la distinción y elegancia con que el diestro (tal
vez El Cordobés) saludaba a la afición “con esa gracia del hidalgo español”.
La mención del Mediterráneo y de las costas españolas junto
a la emoción provocada por la sardana y el fandango invitan a pensar en sus
visitas a playas de la Costa del Sol, con sus tablaos flamencos, o de la Costa
Blanca. He hablado de la alusión a la comida en “la vida tiene otro sabor”.
La conclusión que extraía de todo esto era que el adaptador
tenía delante la traducción de la letra original y fue distribuyendo en
las nuevas estrofas las pinceladas de tipismo español que se traslucirían
en el original, y aprovechó el pegadizo estribillo encabezado por los vivas a
España como un delirante, entusiasta y popular refrendo de españolismo utópico.
Lo que era una hipótesis hasta ese momento, se convertiría
en tesis, en cuanto tuviera delante la
traducción. Pero paradójicamente no puse mucho interés en buscarla. En el fondo no quería verme defraudado y
obligado a reconstruir mi diseño. Y entonces, cuando más descuidado estaba,
apareció en la pantalla la dichosa traducción. Ahora verán ustedes por qué la
llamo “dichosa”:
Versión en español del tema EVIVA ESPAÑA, escrito en
neerlandés, por Leo Rozenstrater, realizada por Manuel de Gómez, empleado de la
embajada española en Bruselas, a través de la cual ha llegado a nosotros la
popular Que Viva España, interpretada
por Manolo Escobar con música del belga Leo Caerts.
EVIVA ESPAÑA
Después del viaje bonito y caluroso por la España soleada
Olvido todo, solo pienso en español.
Mi habitación brilla rojo y naranja´
Los colores vivos del sol y la luna española.
La furia española me ha confundido mucho.
Aquel temperamento ha conquistado mi corazón.
Me gusta el baile y la música.
EVIVA ESPAÑA
El orgullo y el romanticismo.
EVIVA ESPAÑA
Una serenata bajo el balcón
EVIVA ESPAÑA
Dame todos los días sol
España, por favor.
Con mis manos toco las castañuelas
Y con el pie marco el paso del flamenco.
Solo visto vestidos andaluces
Y en mi cabeza llevo un gran sombrero negro. Me gusta el
vino y el caviar.
La cocina española es un festival.
Toda esta información procede del Blog de Alfred López
titulado “Ya está el listo que todo lo
sabe”. Resumiendo las noticias, me entero entonces de que en el año 1972, una
cantante de 24 años, de nombre artístico Samantha, llamada Christina Bervoets,
recibe de su productor la propuesta de grabar un disco con el tema del
compositor belga Leo Caerts, que llevaría el título de “Eviva España”. El éxito
de la canción es tan clamoroso que en un año se venden en Bélgica 127.000
discos y 475.000 en el resto del mundo.
La noticia corre como la pólvora y se escribe una versión en
español, a través de Manuel De Gómez, un empleado de la embajada española en
Bruselas.
Por otro lado tengo noticias de que la discográfica Belter
con sede en Barcelona le propone al cantante Manolo Escobar, en el pináculo de
la fama en esa época, que la grabe con el título de “Que viva España” y,
si es cierta la cifra que menciona
Alfred López en su blog, son más de 40 millones de discos los que se han vendido desde entonces.
He resaltado a través de, porque con esa locución
preposicional se da a entender que el
trasvase de la traducción que reproduzco se convirtió en la adaptación
en que la ha venido cantando Escobar. Es inimaginable la cantidad de personas
que la habremos oído, tarareado o cantado a pleno pulmón, si multiplicamos solo
por cuatro el comprador de cada disco.
Este dato viene a corroborar sociológicamente mi conclusión
de que no puede ser una invención apasionada, sino una realidad viviente la
existencia de una tierra del amor, y las consecuencias lógicas e históricas de esa especie de
axioma.
No hace falta que entre esa multitud se encontraran, como me
parece haber comentado ya, personas que, aun en medio de sus cantos, hicieran
mis mismas deducciones, y se dieran cuenta de lo que estaban admitiendo. Aunque
todos fueran analfabetos o inconscientes,
políticamente hay que creer que el pueblo es sabio y no se equivoca
nunca, eslogan mil veces repetido contra los reacios a admitir que todos los
votos valen igual. Estamos, pues, de enhorabuena: vivimos en un mundo al que la
alegría del amor, o Amoris laetitia del Papa Francisco, ha llegado tarde. De
esa alegría del amor venimos disfrutando desde que Hispania era Hispania y
España es España.
Solo me asalta una duda. ¿Por qué, a pesar de haber
demostrado teórica, sociológica y políticamente, profundizando en un texto más
o menos poético, envuelto en ruidosa charanga y contagiosa alegría, que vivimos
en un paraíso donde reina el amor y la paz, no siento esa dulzura interior y
ese reposo espiritual y bienhechor, propios del estado paradisíaco?
Es más, se da el caso de que entonando silenciosamente
dentro de mí el Salve Regina, al llegar
a “ad te suspiramus gementes et flentes in hac lacrymarum valle”, me
siento penetrado de una paz y una alegría tan serena y reconfortante que llego
a pensar si no será porque la verdad por cruda que sea ennoblece más que vivir
en un dulce y adormecedor engaño.
Juan de la Fuente
Publicado por juanvinuesa a las 13:04 No hay comentarios:
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domingo, 18 de noviembre de 2018
PREPOSICIONES Y EXPRESIONES COLOQUIALES (2)
Sucede a veces que el título no se ve reflejado en el cuerpo
del artículo con la totalidad de su contenido. Cuando el autor es un experto en
informática lo cambia al final por otro y
soluciona el problema. Pero cuando está más bien cortito en estas
nuevas tecnologías, como es mi caso, no
sabe cómo remediar la decepción de los lectores al no ver satisfecha del todo
su curiosidad. Esa es la razón de la repetición del mismo título, acompañado de
la señal convenida para indicar que desarrolla el mismo tema del anterior.
Continuaré, pues, en orden alfabético con la preposición
“en” ante el artículo neutro. Y espero no alargarme demasiado, para ofrecer
alguna expresión coloquial dentro del esquema gramatical que estamos manejando o
en cualquier otra estructura oracional.
“En lo graciosas y atractivas ninguna mujer aventaja a las
andaluzas”
Este ejemplo está tomado de “El artículo neutro” en
Hispanoteca de Justo Fernández López. No aparece el autor, lo que da a entender
que se ha inventado expresamente con fines pedagógicos. Por lo que llevamos
estudiado hasta ahora sabemos que se trata de un /lo/ ponderativo. Los
adjetivos afectados por él admiten grados: el grado de gracia y atractivo de
las andaluzas es superior al de todas las mujeres, sea cual sea su
nacionalidad, etnia y época histórica.
Por si alguien considera inverosímil que frases como esta
obtengan la aceptación de cualquier oyente con un mínimo de sentido común, he
recurrido a otra que en estos días ha empezado a revivir como arma arrojadiza
de acendrado patriotismo contra los dardos secesionistas. Como habrán adivinado
se trata de “Que viva España”. Interpretada por Manolo Escobar, ha hecho vibrar
de emoción a emigrantes, hinchas de la selección española de fútbol, y público
en general. Se estima que del disco, editado por Discográfica Belter en 1972,
se han vendido más de cuarenta millones
de copias y ha sido traducido a más de diez idiomas.
Este éxito conseguido en España y en el extranjero no puede
explicarse solo por el patriotismo o la
nostalgia. Alguna razón de más peso y un
sentido más profundo han debido de encontrar personajes del más alto relieve e
intelectuales de reconocida solvencia, para premiar con sus aplausos el popular pasodoble.
Esperamos desvelar ese misterio con un repaso de la letra,
tan minucioso como el espacio del que dispongo lo permita.
“Entre flores, fandanguillos y alegrías/ nació mi España, la
tierra del amor.”
En una especie de Génesis folclórico asistimos al nacimiento
de España. Tenemos un esbozo de paraíso, y una versión sandunguera de
villancico navideño, acompañado de palmas por alegrías. Que España sea la
tierra del amor, no hay sino esperar a que vaya creciendo la recién nacida para
convencernos de ello. Aunque una versión
torticera nos haya hecho creer otra
cosa, desde D. Pelayo solo se ha mantenido un conflicto habitacional con unos
okupas africanos. Entre el dueño de Asturias y
los sucesivos jefes de la etnia inmigrante se estableció un diálogo
amistoso y se inició la tramitación de un desahucio con algunos altibajos.
Cuando se tuvo que llamar a Santiago para que ejerciera de mediador, algunos
exaltados exigían el inmediato cierre de España. Al final reinó la sensatez y
lo único que se cerró fue Asturias. “Por lo pronto vamos a cerrar nuestra casa,
y el que venga detrás que arree”-sentenció el rey astur.
Hasta la época de los Reyes Católicos no se logró la
solución del conflicto, siempre en un clima de sereno diálogo y condiciones
consensuadas. Mientras tanto los españoles solo hemos sido testigos de
espectáculos de zalamera convivencia intercultural entre cristianos y moros,
seguidos de besuqueos de carlistas e isabelinos, recibimiento de los
embajadores napoleónicos con flores y
frutos de nuestras huertas, y cierto desacuerdo entre republicanos y nacionales
con el feliz desenlace de un arreglo de sus pequeñas divergencias en pacífica
confrontación de pareceres.
Si en el presente se ve ennegrecido el panorama, el mismo
pasodoble nos ofrece una irrebatible demostración de un final que justifique
nuestro optimismo. Lo veremos enseguida.
La belleza de España
exige filosófica y teológicamente la intervención de un divino Hacedor, ya que
en el mundo no existe ninguna que la supere ni la iguale. Tiene que existir la
Belleza en sí,
para que pueda la española participar analógicamente de
ella. Como ese atributo es privativo de
España no se puede compartir y de ahí su Unidad indivisible e indisoluble.
No hay emoción ni entusiasmo provocados por los éxitos
deportivos de la mayor repercusión
mundial, que enturbien el entendimiento hasta el punto de no permitir la
percepción de este luminoso teologúmeno. Pero un pasodoble tiene que ser más
conciso y lo resume en dos versos:
“Solo Dios pudiera
hacer tanta belleza/ y es imposible que puedan (sic) haber dos.
De este modo, de la hermosura de España se llega a la
intervención de la Divina Belleza en su nacimiento, y de la inmensidad de su
belleza, a su unidad. Si añadimos a estos dones el ser tierra del amor, quedan
desacreditadas todas las teorías y falsedades sobre las guerras entre los
terrícolas del Amor. Para mayor abundamiento en versos posteriores podemos
entonar a coro:
“España siempre ha sido y será/ eterno paraíso sin igual”
Con la misma limpidez de razonamiento y economía de recursos
lingüísticos (ser, poder, haber, hacer, rudimentos del sistema decimal) con que
el autor asegura, por deducción rigurosa de la inigualable belleza de España,
la necesidad de un divino Hacedor, así también, en la tierra del amor, la actitud de sus habitantes en la
solución pacífica, dialogante y
consensuada de los conflictos surgidos en el curso de la historia nos lleva
a pensar que en la presente coyuntura “es imposible que no puedan hacer un
poder para que pueda haber paz.”
Este estilo aparentemente tosco y vulgar corre el riesgo de
emparejamiento con el empleado por Rafael Guerra en su famosa sentencia:
“Lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible”´
Fijándonos bien, la diferencia es abismal. Aunque la del
famoso diestro tiene una pátina de lapidaria y a primera vista afirmaríamos que
es simplemente una tautología, en realidad no lo es. Si la tautología consiste
en la repetición de un mismo pensamiento mediante dos expresiones gramaticales
distintas, al añadir “además”, niega la identidad de un pensamiento que dentro
de tres palabras o de una sola ni pierde ni gana un ápice de su sentido. Es,
pues, una tautología abortada.
En cambio la del pasodoble es de una lógica contundente pero no
tautológica, y la que me he atrevido a elaborar se basa en que los españoles,
auténticos terrícolas del Amor, tienen
interiorizado, como una segunda naturaleza, el sentido de la paz, puesto de
manifiesto durante toda su historia, por lo que no es previsible que en ninguna
época se desvíen de su destino. Y la frase no hace más que resumir
dialécticamente esta conclusión sociopolítica de inspiración rusoniana.
Estamos analizando parte de un texto sin conocer quién es su
autor. Ha llegado el momento de iniciar esta investigación. Tenemos noticia de
los autores de la música y de la letra. Son dos belgas que vinieron a España y
quedaron encantados. Escribieron y pusieron música a un encendido elogio de
nuestro país. Conocemos el nombre del autor de la música Leo Caerts, y el de la
letra en idioma neerlandés, Leo Rozenstrater, y sospechamos que el responsable
del repertorio musical de la Discográfica Belter, con sede en Barcelona, fue su
traductor y adaptador, el cual le propuso a Escobar la grabación de “su” versión. (cfr. Libertad Digital,
20-10-17).
En homenaje a Carlos Castilla del Pino, que hace más de
cuarenta años me abrió los ojos para que descubriera una faceta de la
interpretación literaria hasta entonces desconocida, voy a servirme de algunas
de sus tajantes afirmaciones, plasmadas en su obra “Introducción a la
hermenéutica del lenguaje”:
“Una reflexión detenida nos hace ver que el lenguaje es ante
todo expresión, es decir, proyección del sujeto hablante… La diferenciación
entre un lenguaje puramente expresivo y otro puramente informativo es
falsa…Todo ello es visible cuando del lenguaje como sistema, es decir, de la
lengua, pasamos al habla, que es en realidad la específica forma del lenguaje.”
En nuestro caso las influencias y huellas del autor y del
adaptador están mezcladas. Del belga,
probablemente calvinista o luterano, pueden ser las resonancias
bíblicas: “Dios creador” “eterno paraíso sin igual”, por ser el del Amor y el
de la Belleza los árboles plantados en él, no
el de la Vida y el de la ciencia del Bien y del Mal, “tardes soleadas“,
“el diestro… saluda con esa gracia de
hidalgo español”, en el caso de que se hubiera olvidado del duque de
Alba. Y casi estaría por decir que “La vida tiene otro sabor” es una velada
alusión de Rozenstrater a la paella valenciana.
Del adaptador es seguro que procede el “mi” de “mi España”,
“la sardana y el fandango me emocionan” por unir al almeriense Escobar con la
casa discográfica catalana, también la sencillez del vocabulario para facilitar
la memorización del pasodoble, y tal vez la utilización en “puedan haber” de
este último verbo con valor personal, reflejado en el auxiliar, uso extendido
en la Comunidad Catalana y en la Valenciana.
De los “Viva España” y “España es la mejor” no se puede sacar
ninguna conclusión sobre la autoría pues más bien responden al sentimiento de
unos y otros. Pero no olvidemos que autores, firma discográfica y cantante
estaban interesados en el beneficio económico y esperaban que estos desahogos
patrióticos incrementaran las ventas.
Pasemos por fin, a los ejemplos y expresiones coloquiales.
El primero cumple las dos condiciones.
“No te preocupes, mamá. Estaré de vuelta en lo que se
persigna un cura loco”
Más sencillo hubiera
sido decir “en un santiamén”. Para ello ni siquiera hubiera sido necesario
saber que es la gramaticalización de las dos últimas palabras de “In nomine
Patris et Filii et Spiritus Sancti. Amen”.
Hay una costumbre, no sé si muy extendida, pero afincada en
determinados ambientes, que consiste en anteponer a sintagmas nominales “lo que
es” y formar los preposicionales mediante “preposición + lo que es”. Por
ejemplo:
“Estamos en San Antonio ¿no? Pues coja usted por lo que es
la calle Ancha, siga por Novena, y al llegar a lo que es el Palillero, tuerza a
la derecha y, al final está lo que es la Plaza de las Flores”.
Es como decir: “Acaba usted de terminar su colaboración
mensual, apague usted lo que es el ordenador y vaya a sentarse en lo que es el
salón, y deje usted que nosotros descansemos también de lo que es un verdadero
rollo”.
miércoles, 24 de octubre de 2018
PREPOSICIONES Y EXPRESIONES COLOQUIALES
En literatura, si es que merecen este nombre unas cuartillas
emborronadas o unos signos que, tecleados torpemente, aparecen en la pantalla
de un ordenador, también se admiten los juegos de azar. Uno de ellos lo
practico momentos antes de dirigirme a la playa. Alargo la mano al primer
entrepaño de la estantería y cojo el libro más cómodo de llevar y menos
expuesto al deterioro por su aceptable estado de conservación. El de hace unos
días era “El surco del tiempo” de Emilio Lledó, un autor de mi preferencia
desde hace años, pues satisface muchas de mis aficiones, la literaria, la
filosófica, la greco-latina y la pedagógica.
Reproduce el autor un pasaje del Fedro de Platón, en el que
Sócrates se dirige a Fedro y le cuenta un antiguo mito.
Theuthe, un antiquísimo dios de Egipto, inventor del número
y el cálculo, la geometría y astronomía, el juego de las damas y los dados, y
lo más importante, de las letras, se presenta ante Thamus, rey de Egipto, y le
expone todos estos inventos para conocer su opinión sobre la utilidad que
pueden reportar a los egipcios. Después de recibir la aprobación de unos y la
reprobación de otros, al llegar al invento de las letras, el dios pondera lo
ventajoso que será para los egipcios su conocimiento, pues serán como un
fármaco de la memoria y de la sabiduría.
No es el rey del mismo parecer. Cree que más que la memoria
fomentarán el olvido. No memorizarán los conocimientos pues ya están
almacenados entre las letras, y al no seguir reflexionando dentro de sí y
extrayendo todas las consecuencias que entrañan, los irán olvidando, y por eso
mismo se convertirán en unos ignorantes verdaderos y unos sabios falsos.
Platón, por boca de Sócrates en su diálogo con Fedro,
establece una comparación entre la escritura y la pintura. Los personajes
pintados al ser preguntados “callan muy dignamente”: σεμνῶς πἀνυ σιγᾷ.
Y las palabras escritas proceden del mismo modo. Dicen solo
lo que se dejan leer. Sobre su padre biológico, hermanos gemelos si los hubiera
y si esta es la primera o segunda residencia no dicen ni mu.
Ese estado de letargo y de inerte conservación lo expresa el
mismo Emilio Lledó en la Introducción al Fedro incluido en el tomo III de los
Diálogos de la BCG, pág. 304, distinguiendo dos términos griegos: la hypómnesis
(ὑπόμνησις) y la anámnesis (ἀνάμνησις).
La primera designa un recordatorio. Para Lledó eso son las
palabras escritas mientras permanecen en su mutismo, durmiendo hasta el tiempo
de su lectura. Mientras tanto solo serán
“significantes con superficies que solo se reflejan ellas mismas, sin hacernos
transparente el universo del saber”.
Un recordatorio es generador de sabiduría cuando el recuerdo
que provoca “brota del tiempo interior, cuando emerge de la autarquía y de la
mismidad. El tiempo de la anámnesis, de la reminiscencia, se despierta desde la
reflexión, o sea, desde la lectura de sí mismos.”
Esta larga introducción que me ha deparado el azar, no la
merece un trabajo tan modesto como el de ensartar la preposición “desde” con el
artículo neutro. Con solo escribir desde… a/ hasta, extraería de mi más
absoluta autarquía un ejemplo como: “La enseñanza debe ir desde lo simple a lo
compuesto”. Que lo mismo podría decirse que “debemos llegar al conocimiento de
las cosas simples a partir de las compuestas”, que es lo que santo Tomás
escribe en el Proemium [1] al De ente et essentia:
“ex compositis simplicium cognitionem accipere debemus”
Y ahí terminaría mi agobiante trabajo. Pero ¿qué anámnesis
podría surgir en la mente de mis lectores con la lectura de tan opuestas
hypómnesis?
Mejor sería continuar el juego de azar del que tan buen
fruto he obtenido con solo alargar la mano hacia el primer durmiente que se me
ofrecía en el lecho más cercano.
Y este fue el premio:
“Desde lo hondo a ti grito, Señor; De profundis clamavi
ad te, Domine;
Señor, escucha mi voz;
Domine, exaudi vocem meam.
Estén tus oídos atentos
Fiant aures tuae intendentes
A la voz de mi súplica.
In vocem deprecationis meae
Esta primera estrofa de las cinco que componen este salmo
penitencial (130), más conocido por músicos y poetas en latín que en lenguas
vernáculas, ha suscitado en mí recuerdos
de un tiempo y unos años que han marcado mi vida.
Hay honduras espirituales y temporales, y gritos que suenan
de distintas maneras. ממעמק׳ם y קראת֙ך
De esta forma el orante del salmo 130 se dirigía a Yahweh:
“desde lo hondo” “grito”. Pero cuando como cristiano lo pronuncio en español o
en latín o en una impeorable transcripción, mimasmaquim y quertiná, no puedo
reproducir los sentimientos de ese judío que espera a un Mesías no sé si como
salvador político o renovador espiritual. Entre las honduras temporales hay al
menos tres en los comentarios que acompañan al salmo en franciscanos.org, de
donde he sacado el ejemplo.
Me he sumergido en primer lugar en el curso 1953-54 en la
Universidad Pontificia de Salamanca. Coincidí como estudiante de cuarto de
teología con Juan Esquerda Bifet y además como residentes en el Seminario de
san Carlos. Aparece en el primer comentario de este salmo. Si el término “edificante”
puede recuperar el sentido que en ese tiempo tenía, ese debe aplicársele a
Esquerda. Era un hombre edificante. Llegó de Lérida como diácono y al año
siguiente completó como sacerdote el bienio de Licenciatura. Era cerca de un
año mayor que yo, pero en madurez me superaba en diez. Compañeros míos lo
trataban como a un director espiritual. Un año después de la terminación de sus
estudios en Salamanca y obtenida ya la Licenciatura en Teología, le encomendó
su Obispo una suplencia como director espiritual del seminario de Lérida y se
convirtió en una estancia de doce años. Toda su vida puede leerse en
“Conversación en Barcelona con Juan Esquerda Bifet”, por Fermín Labarga. En su
blog “Compartir en Cristo” leo hoy 23 de octubre: «Cristo unifica el corazón haciéndolo
reflejo de Dios Amor. Así nos hace entrar en la intimidad divina y comprendemos
mejor la dignidad de todos nuestros hermanos».
Monseñor Esquerda es Consultor de la Congregación para el
Clero desde 1977, y de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos
desde 2003, Director espiritual en el Pontificio Colegio Urbano y Catedrático
emérito de Misionología en la Pontificia Universidad Urbaniana de Roma.
En esa misma zambullida me veo asistiendo junto a seis o
siete compañeros a uno de esos cursos preparatorios de la tesina de
Licenciatura. Lo dirige El P. Maximiliano García Cordero O. P., el firmante del
segundo comentario. El tema es de candente actualidad: el valor histórico de
los once primeros capítulos del Génesis, el género literario empleado por el
autor sagrado y las evidentes concomitancias con los relatos mesopotámicos de
la creación, la formación del hombre y de la mujer, el paraíso, el origen de
los dioses, que leemos, una vez descifrada la escritura cuneiforme, en textos
como el Poema de Gilgamesh o el Enuma elish. Me vi superado por tal avalancha
de datos, y a la tercera clase dejé de asistir. Elegí en su lugar el análisis
de “De Concordia Praescientiae et Praedestinationis et Gratiae Dei cum libero
arbitrio” de san Anselmo de Canterbury, y allí me encontré en mi propia salsa.
Al tercer comentarista, el P. Luis Alonso Schökel, lo conocí
solo por sus libros. Y no de temas bíblicos, sino de Literatura. Sus dos tomos
de “La formación del estilo”, uno del 1957 (3ª ed.) y el segundo del 1958 (2ª
ed.) me prestaron un servicio en mis clases del seminario que no agradeceré
bastante. Los conservo y siempre aprendo algo. El tomo subtitulado libro del
alumno, está repartido entre Vocabulario, La corrección. Los giros, El trabajo
del estilo, Epítetos, Imágenes, Antítesis, Frases hechas, Estilo descriptivo,
Estilo narrativo, El diálogo, El estilo de ideas. En cada apartado se estudian
como modelos desde cuatro autores hasta trece en dos de ellos. No rechaza a
ninguno por sus ideas o creencias. Lo
mismo trae fragmentos de Carmen Laforet, Ortega, Neruda, Aleixandre, Baroja,
Unamuno que de Eugenio Montes, Pemán o Giménez Caballero.
Volvamos a las honduras espirituales. De una forma o de otra
los comentaristas aludidos interpretan la actitud del salmista como de
arrepentimiento y aflicción, pero también de esperanza en la misericordia
divina. “La hondura radical es el pecado, que aleja al hombre de Dios y lo envuelve en oscuridad…el hombre puede
atravesar la oscuridad con su grito, después aguarda y espera. Como la aurora
devuelve la luz, así Dios devolverá su favor.”(L. A. Schökel)
Como cristiano y sacerdote, a través de las tinieblas y
ceguera que genera el pecado, la luz de la fe me permite descubrir esa dos
huellas que me ha dejado grabadas el paso de Jesús al sumergirme en las
abismales aguas de su Muerte y su Resurrección, cuya misteriosa actualización
sacramental tantas veces he anunciado en voz alta, que aún me parece oír sus
ecos, mezclados con mi propia respuesta:
“Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven,
Señor Jesús!”
jUAN DE LA fUENTE
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miércoles, 26 de septiembre de 2018
EL /LO/ Y SU ENTORNO (2)
El arrebato que me impulsó en la última entrega a inventarme
un ejemplo, lo achaqué al irrefrenable deseo de vivir intensamente la energía
de la lengua. En mi subconsciente estaba actuando algún residuo de mis
fragmentarias lecturas de Humboldt, quien entiende la lengua como energía (ẻνέργεια),
una fuerza que crea nuevas formas pre-articuladas para que, en posteriores
etapas, encajen en los esquemas gramaticales ya sedimentados y aceptados por la
comunidad de los usuarios del idioma.
Así nació “Con lo que yo te quiero y ¡lo mal que tú me
tratas!
¿Qué categoría oracional ortodoxa podría servir de horma a
esta oración? Recordarán los lectores
que me incliné por la interpretación de oración compuesta subordinada
adverbial concesiva. Y, para salir del paso, apelé al pleonasmo. Tanto la
preposición “con” como la conjunción “y” tienen en común el sentido de nexo, la
primera con su término y la segunda entre cualquier categoría gramatical. Pero
me faltó analizar la contradicción moral que surge con la unión de esos dos
factores. Al amor más o menos desbordado no se puede responder con el desamor y
los malos tratos. En medio de esas dos actitudes hay moralmente un muro de
contención. Si se unen las dos mediante una “y”, es como si se derribara un
obstáculo. Precisamente lo que significa la conjunción “sin embargo”: sin
impedimento, contra toda norma ética, escrita o grabada en la naturaleza
humana. De lo que se deduce que esa “y” encierra dentro de su leve volumen
fónico la fuerza de un obús.
Ahora bien, el siguiente paso que impone la lógica
gramatical es consultar el diccionario y la gramática. El Diccionario
Ideológico de la Lengua Española de Julio Casares, Secretario perpetuo de la
RAE, puntilloso lingüista donde los haya, reza así:
Y conj. copulat. cuyo oficio es unir palabras o cláusulas en
concepto afirmativo.
Y entre las gramáticas, hay alguna que le atribuye además
diversos valores, propios más que de la
conjunción en sí, de los elementos lexicales introducidos por ella.
Este vacío nos aproxima a la teoría de gramáticos como
Coseriu que proponen junto a una lingüística de la lengua una lingüística del
habla, que es la lengua en acción. Y no solo en acción sino escuchada y oída,
ya que, a pesar de la etimología de “literatura”, la letra siempre será un
sustitutivo de la voz. Así lo entiende Alberto Manguel en su obra “Una historia
de la lectura”:
“Hasta bien entrada la Edad Media, los escritores daban por
sentado que sus lectores oían el texto en lugar de limitarse a verlo, de la misma
manera, en gran medida, en que ellos enunciaban cada palabra mientras componían
la frases”
Insistiendo en la vivacidad del habla frente a la mesura y
contención de lo escrito, conviene, para percatarse de esta diferencia,
despojar la frase en cuestión de algún elemento susceptible de ser tachado de
superfluo, y esperar el efecto que causa ese despojo.
El resultado de la supresión de los pronombres
personales “yo” y “tú”, incluidos ya en
las desinencias verbales, sería el siguiente:
Con lo que te quiero, y ¡lo mal que me tratas!
Hagan el pequeño esfuerzo de leer las dos oraciones en voz
alta. No les dé apuro. Nadie les va a oír.
El “yo” (no en vano es un pronombre personal) representa a
la persona. Y las personas tienen que dar la cara, mostrarse con el rostro
descubierto, a través de los ojos, en los que se reflejan la ira, la tristeza o
el cansado desengaño, y por la voz, en la que se puede imaginar la voluntad
quebradiza de mantener vivo un “te quiero” en peligro de extinción.
La reacción de quien se oculta tras el “tú” no la sabremos
hasta oír su respuesta. Podremos, eso sí, imaginarlo con los ojos bajos, en un
silencio cobarde, o encarado con altivez
a las justas protestas de la hipotética mujer o amante, o, como sucede con
harta frecuencia, volviendo a un lado y a otro la cabeza, con mirada distraída,
mientras exhibe una sonrisa cínica y displicente.
Para continuar el estudio de los sintagmas con el artículo
/lo/ precedido de preposición, digamos que no siempre su sentido concesivo es
tan dramático. A veces viene revestido de un sonriente reproche que baja los
humos vanidosos de más de uno. Suele desarrollarse en la cocina una escena
matrimonial a la que pone fin un broche de este jaez:
“Hay que ver, con lo listo que eres para unas cosas y lo
torpe que eres para otras”
Además de este sentido concesivo, un tanto anómalo, el mismo
esquema puede albergar otro más maternal, por el componente de ánimo y aliento
que respiran sus palabras.
“Con lo inteligente que eres, seguro que sabes la solución
del problema”
(Cf. Hispanoteca. “El artículo neutro”. Justo Fernández López))
La seguridad del autor o autora de esta velada arenga, se
fundamenta en el conocimiento firme del alto coeficiente intelectual del
presunto estudiante en trance de someterse a un examen. La interpretación
sintáctica de la frase sería la de una oración compuesta subordinada adverbial
causal. La utilización como instrumento de tan envidiable inteligencia, la
convierte en causa instrumental del presumible éxito.
A no ser que, como quien echa un jarro de agua fría,
sospechemos que a través de la impasible sintaxis, se trasluce un tópico de amable cortesía o un inseguro sentido del
adjetivo “seguro”.
Cuántas veces, al oír el timbre de la puerta, hemos
exclamado sin vacilar:
“Seguro que es el nieto del vecino de abajo, que no hay
nadie en casa de su abuelo, y sube para que le dejemos la llave que tenemos de
su portón”
Y al abrir, aparece el revisor del gas.
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martes, 4 de septiembre de 2018
/LO/ Y SU ENTORNO PREPOSICIONAL
El artículo neutro /lo/, del que venimos tratando, puede
incidir sobre sintagmas preposicionales. Y no solo precediéndolos sino siendo
precedido de preposición al mismo tiempo o alternativamente.
Antes de entrar de lleno en ese tema me interesa dejar
totalmente en claro los tres elementos /lo/ y sus diferencias. Lo mejor es
hacerlo mediante un ejemplo:
«Cuando Eustaquio reconoció por la calle al tramposo de
Abundio, se lanzó sobre él, le agarró por las solapas y lo zarandeaba
diciéndole: “¿Qué pasa con lo de la deuda, sinvergüenza? Hace más de un año que
me debes dos mil pesetas.” Él lo negaba y afirmaba con toda la cara que ya
estaba saldada»
Los fragmentos resaltados incluyen tres elementos homófonos
que difieren en funciones desempeñadas en sus respectivos contextos.
“Lo zarandeaba”. En este contexto /lo/ es la forma átona del
pronombre personal masculino de tercera persona /él/, que complementa como objeto directo al verbo
zarandeaba.
“con lo de la deuda”. Aquí se da el caso del artículo neutro
/lo/ precedido y seguido de preposición. El sintagma sustantivado “lo de la
deuda”, mediante la preposición “con”, funciona como complemento de régimen de
pasa y resume con el sintagma preposicional
“de la deuda”, todas las circunstancias que rodearon ese episodio.
“lo negaba”. Vemos aquí la forma átona del pronombre neutro
ello. Funciona como objeto directo pero no hace referencia a una persona sino a
un hecho mencionado por su interlocutor. Lo que niega Abundio es el contenido
de las palabras de Eustaquio, y por eso utiliza el neutro.
Pues bien, esta forma átona del pronombre neutro en función
de objeto directo o de predicado es la que puede entrar en conflicto con el
artículo definido neutro. De predicado funciona en este contexto:
« “¿Es modesta y religiosa la joven que quieres convertir en
tu novia, hijo mío?” “Lo es, papá”»
Las diferencias de interpretación entre los lingüistas están
provocadas, no por la homofonía del pronombre masculino /lo/ sino la del
pronombre neutro /lo/.
Y lo más curioso es que utilizan, para inclinarse por la
interpretación pronominal frente a la de artículo, el método de la sustitución.
Por ejemplo, si en la secuencia “con lo de la deuda” se inclinan por la interpretación
de pronombre, es sustituyendo / lo/ por /ello/ de manera que resulta “con ello
de la deuda”. Sustitución innecesaria
pues “ello” es uno de los pasos que el demostrativo latino illud ha dado
en su recorrido derivativo. A continuación procede, por la simplificación de la
doble ele y la aféresis, desde /ello/ a /elo/ y desde /elo/ a /lo/ (ello˃elo˃lo). Este /lo/ puede conservar su
categoría, sin necesidad de esos trueques, con solo reconocer en él su origen pronominal.
Por otra parte, si construcciones como “Estoy pasando las de
Caín” admiten la reconstrucción por la huella que han dejado en la historia
cultural colectiva las “penalidades” sufridas por el fratricida bíblico, y ese
u otro concepto parecido puede llenar el vacío ocasionado entre el artículo y
el sintagma preposicional, no es descabellado pensar que expresiones formadas
mediante el artículo neutro /lo/ + sintagma preposicional encabezado por /de/
evoquen un concepto como “ocurrido” u otro parecido que rellene en la
conciencia del hablante el vacío formado detrás del artículo neutro.
Cualquiera que sea la solución, prefiero seguir usando el
término “artículo” frente a otros recursos como “esbozo de artículo” para los
demostrativos latinos debilitados por el uso, o “articuloides”, o “demostrativos
descoloridos.”
Si me asalta la duda en algunos contextos, me atengo al
refrán “El que tuvo, retuvo” o mejor a este otro “Dichosa la rama que al tronco
sale”. Respeto la decisión que cada uno haya tomado y retengo cuatro hechos
incontestables:
El paradigma del artículo español está integrado por el, la,
lo correspondientes a los géneros masculino, femenino y neutro, y dotados de
número singular y plural los dos primeros, mientras el neutro conserva una
forma única.
El artículo se deriva del paradigma latino de los pronombres
demostrativos o deícticos en la tercera persona ille, illa,illud.
Como demostrativos el español ha heredado del latín, este, ese, aquel, con
las mismas diferencias de número y género que el artículo y la inmovilidad del
neutro aquello en cuanto al número.
El origen de las formas aquel y aquesto se remonta a la
época tardía del latín en que se
reforzaron ille e iste con el prefijo compuesto ecce+hum con el resultado de
ecce+hum+ille˃ecc(ehum)+ille˃eccille˃aquel. E igualmente aquesto. Para
comprender este resultado es preciso pronunciar el prefijo ecce ˂et+ce) como
fonemas guturales sordos =ekke.
De estos datos se puede extraer la conclusión de que, si se
añadió este refuerzo deíctico a los demostrativos latinos ille e ipse, podría
haberse debido a que la fuerza deíctica de ambos se estuviera debilitando,
sobre todo en su uso delante de nombre, y esa debilitación repercutiera en la
formación de los artículo heredados por las lenguas derivadas del latín, entre
ellas el español.
La debilitación de ipse, al perder su valor de énfasis, se
ha reflejado en la traducción española de le invocación litúrgica “per ipsum,
cum ipsp et in ipso” reducida a “por él, con
él y en él”, y en las formas del pronombre español
ese,esa,eso, derivadas de ipse. Incluso ha llegado a adquirir en algunos
contextos un uso despectivo, para cuya
demostración no hay sino acudir a la letra de la copla “Yo soy esa”,
interpretada por Isabel Pantoja en la película del mismo título: “Yo soy esa. /
Esa oscura clavellina/ que va de esquina en esquina/volviendo atrás la cabeza.
/Lo mismo me llaman Carmen que Lolilla que Pilá; /Con lo que quieran
llamarme/me tengo que conformá… Ya lo sabes…Yo soy…esa.
Antes de quedarme sin espacio voy a justificar el título de esta
entrega, iniciando al menos su tratamiento.
Con la preposición “a”: Son numerosos los ejemplos que se
pueden aportar. Hoy mismo me facilita uno el Diario de Cádiz en uno de sus
artículos de opinión:
“Oposición a lo loco”.
Quiere el articulista llamar la atención sobre la “forma o
manera” de hacer oposición de los partidos políticos.
Otras veces se expresa con este giro el domicilio, casa o
finca, según el contexto:
Este sábado vamos a ir a lo de Andrés, que nos ha invitado a
comer y a que pasemos la tarde juntos y
así puedan jugar y divertirse nuestros
niños y los suyos.
Entre dos preposiciones y un nombre propio, no es necesario,
gracias a lo consabido, especificar el tipo de vivienda de que se trata.
Con la preposición “con”: Añade a veces un valor concesivo
al sintagma.
A pesar de disponer de la Hispanoteca de Justo Fernández
López en su página de internet, con un arsenal de ejemplos del artículo /lo/, y
del Archivo gramatical de la lengua
española (AGLE) con 821 ejemplos, prefiero inventarme uno para vivir más
intensamente la energía de la lengua.
Para ello me tengo que identificar empáticamente con esa
mujer despechada y dolorida que reprocha al
amante su desconsideración y malos tratos.
“Con lo que yo te quiero y lo mal que tú me tratas”
Como diría un generativista, la ardorosa amante siente en su
estructura profunda la intensidad de su amor y recuerda los malos ratos que le
ha hecho pasar ese falso y violento amante. Y toda esa turbulencia interior la
organiza en la estructura superficial de
modo que la preposición con ponga en contacto su amorosa actitud con la opuesta
de su compañero, y añade pleonásticamente otro nexo como es la y, para que de
todo ese entramado brote una oración concesiva, vivida en sus propias carnes
sin ayuda de gramáticos ni freudianos psiquíatras.
En una próxima entrega seguiré ofreciendo y comentando
ejemplos de preposiciones que suelen acompañar al elemento /lo/ y los sentidos
que adquieren los sintagmas tras esa operación.
Juan de la Fuente
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martes, 28 de agosto de 2018
EL /LO/: ENTRE LA DENOTACIÓN Y LA REFERENCIA
Hemos hablado ya de la función de pura referencia de /lo/,
cuando determina a un adjetivo o participio verbal, como en “lo bueno” “lo
malo” “lo comido”, “lo servido”. Al no existir nombres de género neutro, el
artículo neutro se combina con adjetivos, adverbios, grupos nominales y
oraciones de relativo, a los que nominaliza funcionalmente.
Había prometido hablar de /lo/, precedido de preposición.
Pero he pensado dejarlo para más adelante, y reforzar ahora esa función del
artículo neutro, discutiendo algunos aspectos que podrían crear confusión si no
se aclaran debidamente.
Hay dos conceptos que conviene tener presentes y distinguir
con precisión: “denotación” y “referencia”.
“Denotación” es el significado estricto de una unidad léxica
que es común a todos los hablantes y no
está limitada por los matices que pueda aportar
el contexto o las valoraciones subjetivas de los hablantes.
“Referencia” designa la propiedad del signo lingüístico de
remitir a una realidad, ya existente o bien construida lingüísticamente.
(Definiciones sacadas de CVC, Diccionario de términos clave de ELE = Español
como lengua extranjera).
Supongamos que todas las piezas de nuestro idioma,
artículos, nombres, adjetivos, verbos, adverbios, preposiciones, conjunciones,
interjecciones están colocadas en el Diccionario, como en una estantería. Allí
están en un estado que podemos llamar “denotativo”, sin matices, sin acepción
irónica, ni metafórica, “in puris naturalibus”.
Y ya que se habla
tanto de “cabezas bien amuebladas”, el mueble más importante para mí es esa
misma estantería, pero en la mente, una especie de estantería mental, ocupada
en mayor o menor cantidad por esas mismas piezas.
Cinco: /el/, /los/, /la/ /las/ y /lo/ tienen como única
misión sacar a algunas de ellas de ese letargo e incorporarlas al tráfago de la
vida. O, lo que es lo mismo, pasarlas de su estado “denotativo” al
“referencial”. Es su función. Y ese es su significado. En palabras de Alarcos
«esta misma función agota su significación…son “signos morfológicos” y
presuponen en la secuencia algún “signo léxico” al que determinan.»(Estudios de
gramática funcional del español, pág. 236)
Eso es lo mismo que
decir que el artículo es un morfema como
es la –s que marca el plural de una palabra, o la forma –ba- que significa en
los verbos de la primera conjugación el valor de pasado durativo del imperfecto
de indicativo. La única diferencia es que está separado del nombre o adjetivo al que afecta, y no
incorporado a ellos.
Pues bien, fijándonos en el artículo /lo/, con él solo
podemos recuperar de la estantería a los adjetivos y a los adverbios. Y ayudado
por el relativo /que/ las oraciones. Y si queremos añadir a la cosa un puntito
de emoción formando la secuencia “lo+adjetivo+que+ser o estar”, enfatiza la
frase, hace brotar lágrimas a la madre que abraza y achucha a su hijo y le dice
al oído:
” ¡Ay, lo bonito que es mi niño, que me lo voy a comer a
besos!”
Si tenemos clara la función del artículo /lo/ y la relación
de dependencia en que están respecto a él
adjetivos, adverbios y oraciones para funcionar como sustantivos, vamos
a distinguir dos clases de referencia.
Existe una referencia que utiliza las piezas léxicas en toda
su extensión, de manera genérica, y otra más específica, afectada por los
diversos tipos de contextos, personales, situacionales, temporales, culturales, sociales y todo el
entramado que ofrece la vida.
Veamos algunos ejemplos.
Referencia genérica:
“Lo bueno, si breve, dos veces bueno”
¿Qué es “lo bueno” para cada cosa, qué es “lo breve” en cada
actividad? Todo es relativo.
Referencia específica.
“Lo bueno del nuevo párroco y lo que más me gusta de él es
lo breve de sus homilías”
He aquí una aplicación y restricción del sentido un poco
nebuloso de “bueno” a un caso vivido cada domingo, mirando con disimulo el
reloj, y viendo consternado que sobrepasa los diez minutos. Y la sorpresa
jubilosa que supone una parada en seco a los seis o siete minutos, cuando ya se
ha dicho todo lo que había que decir. Aquí está el límite de “lo breve” en esta
ceremonia y la calidad de “bueno” que he resaltado en el recién llegado. Dios
lo bendiga.
Vamos a ver lo que pasa con “mejor”, qué es “lo mejor” para
unos y qué para otros.
Allá por los años setenta, cuando la calle Plocia era la de “La Flor de Galicia”, la
Fábrica de Tabacos y los “bares de alterne”, me habría acercado a la esquina
donde estaba apostado siempre un vendedor de carná, para preguntarle
subrepticiamente cuál me aconsejaba para la pesca de la mojarra.
« ¿La mojarra? “Lo mejor” es el muergo, con él como carná
caen a manojitos».
Eso no lo sabía yo, ni me importaba para ir a pescar, pero sí los aficionados a la pesca:
“lo mejor” es el muergo.
En el año 1995 sale a la luz la primera edición de un libro
de Julián Marías. El título es un poco extraño. Revolviendo en su estantería
mental había dado con él:
« Tratado de “lo mejor”»
¿Qué será lo mejor para don Julián?
Abro el libro: «La milenaria tradición de la ética ha
insistido con casi total unanimidad en la idea del bien, en la condición de lo
bueno…Pero acaso se encuentre que el ámbito de la moralidad de la vida
humana…es precisamente lo mejor, decisivo en la ordenación de la conducta y,
todavía más, en la realización de esa operación que es el vivir.» pág. 11.
En esa unanimidad está incluido Santo Tomás que en la Suma
Teológica I-II q. 94 a. 2 escribe:
Hoc est ergo primum praeceptum legis, quod bonum est
faciendum et prosequendum et malum vitandum. Et super hoc fundantur omnia alia
praecepta legis naturae.
Pero don Julián no se conforma con lo bueno, quiere lo
mejor.
Lo que está claro es que lo mejor al que se refiere
pertenece a la moralidad, no a la pesca de pargos, doradas y mojaras.
Lyons diría que en los dos casos se emplea “lo mejor” como
dos ejemplares (token) de un mismo tipo (type). Hay dos referencias distintas
de una misma denotación. Y el anzuelo que lo ha pescado llevaba el mismo cebo o
carná: el artículo /lo/.
Como hoy los jóvenes no pescan con caña sino con redes, hace
unos días no quise perder la ocasión de utilizar una de sus palabras favoritas,
y entré en casa con aire juvenil:
-“¿Has visto lo viral que se ha hecho en las redes lo de la huelga de taxis de Barcelona?
Y replica ella,
poniéndose a mi nivel: –“¿Viral? No.
¡Viralísimo!”
No quiero privar a mis fieles lectores de una curiosa y
feliz aplicación de un dicho popular, que aludía a un hecho frecuente en
ciertos comercios de la ciudad. Lo oí por primera vez hace más de treinta años.
No fue en el Ateneo, ni en las aulas de la Universidad, ni de labios del Padre
Barreiro, sino en un Supermercado. Compraba allí más de una tarde y más de dos,
unos cien gramos de jamón de York, y nunca me despachaba el charcutero la
cantidad, no digo exacta, pero ni siquiera aproximada. Unas veces ciento
sesenta, otras cerca del doble. Hasta que me cansé y un día le reproché cariñosamente que siempre
me despachaba de más. Y esto fue lo que me replicó:
« ¿Qué importa eso, Juan? “Vaya lo ancho por lo que encoja”»
Por el camino empecé a recordar las veces que las gaditanas
en su recorrido por el Palillero, con las tiendas de ropa Hermu y Merchán, o
después de atravesar Columela, en la
Plaza de Las Flores, con su famosa La Riojana, o en la calle Compañía con La
Innovación, habrían preguntado a los amables y sufridos dependientes si encogía
al lavarse la tela que estaban a punto de comprar. Pero ¿Qué tenían que ver las
telas con la mortadela, el jamón cocido o la pechuga de pavo?
Pues sí, que tenían que ver. Al repartir por la noche las
lonchas para la frugal cena, durante su consumición y, sobre todo, al terminar
la última, lo comprendí de repente. Empecé a oír una vocecilla por dentro que
me susurraba. «“Me ha sabido a poco”, me hubiera seguido comiendo un poquito
más”»
Lo ancho que me parecía el añadido de dos o tres lonchas,
ahora había encogido. El estómago lo agradecía, incluso deseaba que a Javi, el dicharachero gaditano de la
calle Lubet, se le hubiera ido un poco más la mano en el peso.
Desde entonces él será
para mí el saltimbanqui lingüístico que se plantó de golpe desde el
campo semántico textil al campo semántico gastronómico.
¡Cuántos catedráticos están por descubrir en las barras y
detrás del mostrador de los más insospechados bares, tabernas y viejos
almacenes!
- Juan de la Fuente -
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jueves, 19 de julio de 2018
EL ARTÍCULO /LO/
Si la categoría de artículo en general ofrece dificultades
de interpretación que podrían sorprender, las del artículo neutro no se quedan
atrás y han dado pie a diversas disquisiciones. Éstas pueden ser abordadas con
un lenguaje técnico o lo que se suele decir “a la pata la llana”. Yo voy a
emprender este último camino, pues lo que pretendo es hablar conmigo mismo, con
la confianza que me concedo en estos casos y la conciencia que tengo de mis
dudas.
Empezando por lo más obvio, estamos ante un artículo
determinado de género neutro.
/Lo/, como artículo, debe ser distinguido de la forma
homófona de pronombre personal de género masculino, que funciona como objeto
directo. Esta observación no es baladí, ya que sesudos gramáticos en algunos
sintagmas discuten la pertenencia a una u otra categoría.
Hermanos de este /lo/ pueden considerarse /esto/ /eso/
/aquello/, pronombres-adjetivos demostrativos, neutros también que, además de
sus características propias, coinciden con el artículo en no preceder a
sustantivos de género masculino ni femenino. Nadie dice “lo niño” ni “lo niña”.
Como tampoco “eso niño” ni “eso niña”.
Entonces ¿qué categorías de palabras pueden ir detrás de
este esquivo /lo/? Pues lo vamos a ver enseguida.
Decimos: «”lo comido”
por “lo servido”». La función del artículo /lo/ en esta expresión popular es
sustantivar los participios, que son en realidad adjetivos verbales, e individualizar y sintetizar en ellos la
diversidad de alimentos que se ingieren durante el día, y las diversas faenas
que hay que desarrollar para el mantenimiento de un hogar: lavar, fregar, limpiar
el suelo, quitar el polvo, hacer las camas, cocinar, planchar. Todo eso sin
mencionar el ir a la compra, si no se ocupa de ello otra persona.
En el ejemplo de la comida y el servicio se trata de
actividades materiales, pero lo mismo sucede cuando se trata de entes más
etéreos. Así lo entendió Jorge Manrique
cuando escribía:
Pues si vemos “lo presente”
Cómo en un punto se es ido
Y acabado
Si juzgamos sabiamente
Daremos “lo no venido”
Por pasado.
No se engañe nadie, no,
Pensando que ha de durar
“Lo que espera”
Más que duró “lo que vio”
Pues que todo ha de pasar
De tal manera.
Decía que el participio es un adjetivo verbal. Pues bien,
esa misma función ejerce el artículo neutro con los adjetivos. “Lo bueno”, “lo
malo”, “lo bonito” son grupos formados por un “signo morfológico” que determina
a un “signo léxico”. La función del
artículo /lo/ es sustantivar el adjetivo, o en terminología actual, ser
“transpositor” de cualquier “signo léxico” a la categoría de nombre.
En el texto de Jorge Manrique encontramos estos dos
ejemplos: “lo que espera” y “lo que vio”. ¿En qué se han convertido
funcionalmente “que espera” y “que vio”? En sustantivos. Una y otra secuencia
funcionan como sujetos de “durar” y “duró”, respectivamente. Y todo esto sin
perder en su interior su estructura propia, compuesta de verbo y complemento
directo: “que (C.D.) espera (V.)” y “que
(C.D.) vio (V.)”, equivalentes a “lo
esperado” y “lo visto”.
Sustantiva o nominaliza, pues, a participios, adjetivos y
oraciones.
Además de esta función, adquiere a veces el artículo neutro
otra más afín al nivel emotivo que al declarativo. Es la que aparece en
expresiones como la siguiente:
“¡Lo inteligente que es ese joven!
En este tipo de construcciones el artículo /lo/ es
indiferente al género y al número. Lo mismo puede ir delante de un singular que
de un plural, de un adjetivo de género masculino que femenino, cuando el
adjetivo posea los dos géneros. Así decimos: “lo cariñoso que es”, “lo
cariñosos que son” “lo cariñosa que es”, “lo cariñosas que son”.
A esta función se le asigna la calificación de ponderativa.
En los ejemplos aducidos se ponderan las cualidades. Lo mismo se pueden
ponderar las cantidades: “lo grande, lo gordo”.
La condición para que la utilización de esta construcción
tenga sentido es que el adjetivo se refiera a cualidades y a cantidades
graduables o cuantificables.
Una frase como “¡Lo mortal que es el hombre!” sería como
decir: “Ya podría ser un poco menos mortal”. O bien: “¡Lo incontable que es el
número de las estrellas!”. Ya de por sí
constituye un atrevimiento calificar algo de incontable. Pero mayor sinsentido
es calcular lo incalculable, diferenciando lo que es más de lo que es menos
incontable.
No se afirma aquí que estas frases sean “agramaticales”.
Están perfectamente formadas, pero son contradictorias o absurdas. Pero eso no
quiere decir que no tengan cabida en la literatura, que, entre otras funciones,
tiene la de comunicar conocimientos, lo que implica utilizar un estilo
didáctico, y poner ejemplos de enunciados absurdos y contradictorios, para
distinguirlos de los agramaticales. (Como estoy haciendo ahora, echándole
cara).
Hasta ahora los ejemplos se han limitado a oraciones
simples. También se pueden formar oraciones compuestas:
“La prensa de Andalucía se ha hecho eco de lo fervorosos que
son los gaditanos y lo piadosas que son las gaditanas, tal como ha quedado
demostrado por su comportamiento en el Viacrucis celebrativo de los 750 años de
la Diócesis de Cádiz”
El artículo neutro puede determinar también adverbios. En
este caso no cabe aludir ni a género ni a número porque carecen de estos
morfemas.
Por ejemplo: “Ven, que estos señores quieren oír lo bien que
cantas, Bisbalito”.
Por supuesto, el sentido de /lo/ es ponderativo. Si no fuera
así, la abuela de Bisbalito no lo hubiera presentado a esos promotores
musicales.
Paso a referirme ahora a la formación “lo+ adjetivo + de,
como “lo bueno de… lo malo de…
En este tipo de construcciones, portadoras de sentido
declarativo, se selecciona de una cualidad un aspecto, que se interpreta
favorable o desfavorablemente, marginando otros, que quedan sujetos a la
deducción efectuada por el receptor del mensaje.
Alguien podría estar tentado a identificar el grupo “lo +
adjetivo singular masculino” con el nombre abstracto correspondiente, como si
el sentido de las dos construcciones fuera el mismo. Algunas gramáticas así lo
afirman: “/lo/ delante de adjetivos convierte al grupo en un nombre abstracto:
“Lo bueno=la bondad”.
Espero aclarar la diferencia enfrentando estos dos ejemplos:
“El hombre está condenado a la esclavitud del trabajo.
“lo esclavo del trabajo es la disposición de incorporarse a
él a cualquier hora del día o de la noche, que las circunstancias así lo
exijan.”
En (1) leemos una frase en que aparecen en primer lugar
palabras utilizadas metafóricamente (condenado, esclavitud). Dos sustantivos
con sentido genérico (hombre, trabajo), un nombre abstracto utilizado
metafóricamente (esclavitud)
a) “hombre” denota el ser humano sin distinción de
sexos, ni papel desarrollado en el mundo
del trabajo, dueño del capital o en cooperativa.
b) “trabajo” no especifica el régimen en que se desarrolla:
capitalista o comunista; ni el tipo: por
cuenta propia o ajena, industrial o administrativo, en empresas públicas o
privadas y otras clases que podrían existir
c) “condenado” tiene la connotación de una necesidad,
impuesta por la misma naturaleza, a desarrollar una actividad alienante y
sometida a la voluntad ajena, como se deduce del término abstracto
“esclavitud”, incluido en el grupo ”esclavitud del trabajo” equivalente “el trabajo que es una esclavitud”.
Si a todo esto se añade que, por el sentido general en que
está utilizado “hombre”, todos serían esclavos y no habría ningún amo, la frase
entera es un sinsentido y una flagrante contradicción.
(2). Este segundo ejemplo, en un contexto literario o
situacional que proporcione el conocimiento previo del tipo de trabajo de que
se trata, da a entender que existen otros aspectos que no entorpecen o
desaconsejan la aceptación de ese trabajo. El aspecto esclavizador de ese
trabajo concreto, contextualizado, que puede ser el de bombero p. e. puede ser
compensado por la afición al riesgo, la inclinación humanitaria, la
defensa de los bosques, o sencillamente, el interés de no perder un
empleo en un contexto económico-social inestable.
La diferencia entre un término empleado en su mayor
extensión y el mismo término contextualizado es esencial para la comprensión
del mensaje.
Acudiendo a otro ejemplo, ajeno a mi capacidad de inventiva,
en el Principio y Fundamento de
Los Ejercicios Espirituales de San Ignacio la palabra
/hombre/ que utiliza debe entenderse en el sentido de su definición: “Ser
animado racional, varón o mujer” (DEL, RAE):
“El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir
a Dios nuestro Señor y, mediante esto, salvar su ánima. Y las otras cosas sobre
la haz de la tierra son criadas para el hombre…”.
Divide el santo toda la realidad entre hombre y las otras
cosas. ¿En cuál de los dos grupos están incluidas las mujeres? De la respuesta
que se dé a esta pregunta depende el recurrir su canonización ante la
Congregatio de Causis Sanctorum o no.
Voy a detenerme aquí. Para una próxima entrega comentaré
otros empleos de /lo/ precedido de preposiciones.
Juan de la Fuente
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sábado, 7 de julio de 2018
LA REGADERA PRODIGIOSA
Aunque parezca algo impropio
De la estación veraniega
Que es época de relajo
E intelectual pereza,
Me ha costado varias horas
Solucionar un problema:
Saber cuántos años llevo
Usando la regadera.
Me he remontado a los tiempos
En que la playa no era
Como es hoy, cuando había
Galerías y casetas
Y bares y chiringuitos
A cada paso en la arena.
Iban allí las familias
Cargadas con la nevera
Y cacerolas enormes
Para el menudo o la berza,
Y bombonas de butano
Para encender la candela.
Allí ponían las sillas,
Allí plantaban la mesa
Y, al terminar la comida,
Fregaban los platos ellas,
Mientras ellos a la sombra
Dormían plácida siesta,
Impidiendo con sus cuerpos
Que traspasaran la puerta
De la que era, en verano,
Una segunda vivienda
De pared empapelada
Y de suelo de moqueta.
Ellas jugaban al bingo
Y tras la merienda-cena,
Ya muy entrada la noche,
Se iban con la casa a cuestas.
Aquella playa que algunos
Calificaban de hortera
Y de pueblerina, al menos,
Tenía una cosa buena:
Una mujer nos llenaba
Diariamente la bañera
Para lavarnos los pies.
Así que mi regadera
Tiene una historia ligada
A nuestra playa moderna.
A esta playa que llenaron
Con toneladas de arena,
Alejándonos la orilla
A mil metros de la acera.
Allí llegamos un día
Maru, yo y la regadera
Y, como aquel que conquista
Alguna tierra extranjera,
Plantamos nuestros reales,
Por no decir las pesetas,
En el meridiano exacto
Que cruza La Jijonenca.
Fue surgiendo poco a poco
Una sociedad selecta
Y un círculo distinguido
De amistad y convivencia
Igual que, al hervir la leche,
Se va formando la crema.
Sus mismos nombres delatan
Su encumbrada procedencia:
Nombres todos abreviados
Como aquellos que en la prensa
Del corazón se prodigan,
O los de algunas condesas
Que en las noches del Rastrillo
Consumen la rica cena
Que recomienda en su carta
El Restaurante Alameda,
Y en el Diario de Cádiz
Llenan páginas enteras:
Yayi, Lines, Elvi, Mavi,
Chus, Marisa, Maru, Pepa,
Mila, Mamen, Marité,
Helen, Loli, entre las hembras,
Con Imma, Toni, Esperanza
Y con Ana, la joyera.
Sin olvidarme de Chari,
La acaudalada banquera.
Y, entre los varones, Moncho,
Carlos, Jesús, Chete, etcétera.
¡Ah! Y Manuel y
Antonio y Juan,
El autor de este poema.
Y, como por ley de vida,
Sin merma de su belleza,
Aquellas madres de entonces
Fueron con el tiempo abuelas,
El círculo se ensanchó
Con nuevos yernos y nueras,
Con adorables bebés,
Y consuegros y consuegras.
Nosotros fuimos testigos
De aquella etapa primera
En que se formó en la
playa
Una geografía nueva
Con unos lagos inmensos,
Que eran más bien albuferas,
Donde hundían las mujeres
Los muslos y las caderas,
Y que todos conocían,
Con una frase certera,
Como “Lagos de los chismes”,
Por no ofender las orejas.
Luego a nuestro alrededor
La colonia forastera
Se fue agrupando según
El lugar de procedencia.
Pronto destaca una dama
De sorprendente belleza.
La llamaban “Flor de Loto”
No por broma o cuchufleta,
Sino porque era admirable
Su oriental delicadeza.
Llegaba siempre a la playa
Bien maquillada y envuelta
En pareo floreado,
Y tocada la cabeza
Con un pañuelo bordado
En oro, de fina seda.
Una perenne sonrisa
Luce en sus labios de fresa,
Y va dejando a su paso
Una misteriosa estela
De seducción y de encanto.
Aseguraban que era
De una estirpe sevillana
De tradición ganadera.
Dejaba entre toros bravos
Al marido, mientras ella
Y su distinguida madre
Aquí se bañan y orean.
En los fines de semana
Se reúne la pareja
Y, cogidos de la mano,
Con dulce ritmo y cadencia
Se aproximan a la orilla
Con intenciones diversas:
Ella a refrescarse el
loto,
Cuando la calor aprieta,
Y él a dejar entre
espumas
El pelo de la dehesa.
Como juntaban a veces
Las mujeres las cabezas
Y hablaban unas con otras,
Algunas mentes perversas
Creyeron que achicharraban
A los demás con sus lenguas,
Como un círculo de fuego
Que se convierte en hoguera.
¡Qué equivocados estaban!
Cumplían otra tarea
Más cruel y más sanguinaria:
Se intercambiaban recetas
De esas que los jugos gástricos
Encabritan y aceleran.
Esta clase de tortura
Adquirió una forma nueva
Y más refinada, cuando
Jesús trajo en la cartera
Unas fotos en color
De su industria pastelera
Con un batallón formado
Por pastelitos de crema,
Petisús, milhojas, dulces
De piñones y de almendra
Y tocinitos de cielo
Que en el paladar se pegan.
Ya las salivas formaban
Grandes charcos en la arena,
Cuando tuvo entonces Ana
Una salvadora idea:
En lugar de aquellas fotos
Y aquellas palabras hueras
Trajo unos buenos chorizos
Y morcillas de su tierra.
Una grata tradición
Nació en esa misma fecha.
Se repitió desde entonces
Una encantadora escena.
Llegado el día anunciado,
Se desplegaba en la arena
Un lindo mantel de blondas,
Cubiertos y servilletas.
Se reunían viandas
De apetitosa apariencia:
Ricas pechugas de pollo,
Filetitos de ternera,
Queso, tortilla española,
Pimientos fritos, croquetas,
Langostinos, boquerones,
Con la empanada gallega,
Y las “papas aliñás”
Y hasta una hermosa telera
Que trajo desde Medina
Pili, porque así pudiera
Acompañar la morcilla.
Y, de bebida,
cerveza,
Fanta, coca cola, vino
Tinto, solo o con casera.
Puso, por fin, en los huevos
Jesús sus manos expertas
Y nacieron de los huevos
Yemas de Santa Teresa.
¡Se convirtieron las fotos
En realidad verdadera!
Hubo una cosa curiosa
Que parece de leyenda.
Sin que nadie lo mandara,
Sin que nadie lo advirtiera,
Había cinco minutos
De silencio, sin que fuera
Nadie capaz de chistar
Ni de respirar siquiera.
Con la mirada clavada
En la improvisada mesa
Las manos se desbocaban
En alocada carrera
De la tartera a la boca
De la boca a la tartera
Y jamás había ocasión
De recomendar por señas
Que es de mala educación
Hablar con la boca llena.
Ya luego más sosegados
Vamos cayendo en la cuenta
De que a nuestro alrededor
Todo el mundo nos observa.
Se aproxima Flor de Loto
Y, al pasar por nuestra
vera,
Se cimbrea levemente,
Hace girar la cabeza
Y dibuja una sonrisa
De dulce condescendencia.
Entre la burla y la envidia
Otro se agacha en la arena
Y simula con un gesto
Que fotografía la escena
Y, tragándose la bilis,
Hace como que bromea.
El hombre del parapente
Sobre nosotros planea
Y, al olor de la morcilla,
Llora, suspira y babea.
Inmunes al mundo externo,
En alegre sobremesa
Proyectamos con cuidado
La siguiente francachela.
Algunos, por recordar
Los tiempos de la posguerra,
Cuando en la casa del pobre
Sufrían tantas carencias,
Son de opinión que se traigan
Como una especie de ofrenda,
Y por si tal vez a alguno
Le remuerde la conciencia,
Cachuchos y boniatos
Y unas poleás espesas.
Pero Yayi con razón
Disiente de esta propuesta:
“Para confraternizar
Con esa gente modesta
Ya traigo yo los garbanzos
Con atún y vinagreta.”
Garbanzos que, certifico,
Servía en vaso o cubeta
A base de paletadas,
Como energética dieta
De rica fibra, que el vientre
Desatasca y aligera.
Así va llegando el tiempo
De coger la regadera,
Después de haber desliado
La toalla de mis piernas,
Que me ha convertido en momia
Sin permitirme siquiera
Tomar un solo bocado
De alguna de las tarteras.
Mientras la lleno en la orilla
Pienso a solas: “Quien pudiera
Con el agua de esta playa
Quitar no solo la arena
Sino arrancar de raíz
La amargura y la tristeza,
Hacer crecer la alegría
Y la amistad verdadera,
Y conservar con su sal
La gracia, que es nuestra herencia,
Y hacer que estos pequeñitos
Que alegres ríen y juegan,
No conozcan el rencor
Ni el odio ni la violencia.
Y si con el cachondeo
Y con la aguda ocurrencia
Se coló, sin pretenderlo,
Alguna punzante ofensa,
Limpiar con este bautismo
Las manchas y la impureza”
Me dirijo lentamente
A las tablas de madera.
Vuelvo la cara hacia atrás
Y observo una inmensa hilera
Que me sigue, porque sabe
Que ya son las dos y media.
¡Qué haría esta pobre gente
Sin mi humilde regadera!
Mientras mi abnegada esposa
Lavaba mis pies y piernas
Con la refrescante agua,
Pensé que las gotas eran
Lágrimas de gratitud
Que vertía, dulce y tierna,
Con un gesto casi humano,
Llorando, mi regadera.
Juan de la Fuente
Santo
(1996)
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sábado, 23 de junio de 2018
COLACIÓN EN VILLAMARTÍN
Esta colación
pretende imitar las “collationes” o conversaciones que Juan Casiano mantuvo con
los monjes del desierto en Egipto. La materia es distinta pero se desarrolla
con la misma seriedad y similar contraste de pareceres. Hoy hace veintisiete años
de mi estreno como vocal de un Tribunal de los exámenes de Selectividad. Y los
profesores son personajes reales. Uno de ellos es Fermín Lobatón, quien, al
leer esta reseña que escribí en una noche de calor insoportable en el Hotel del
Carmen de Villamartín, me la arrebató de las manos, la escribió en el ordenador
e hizo suficientes copias para repartirlas entre los miembros del Tribunal.
Puede testificar de la veracidad con que se expone el tratamiento de los temas
COLACIÓN EN
VILLAMARTÍN
Una vez hechas las presentaciones,
Cuando llegó a su
fin la grata cena,
Hubo estas dos
opciones:
Opción A: las
terrinas, B: melones.
Yo, como fiel
vasallo de Piluca,
Me incliné a la
cerámica, y la duda
Surgió sobre a qué
tipo de figura
Correspondían los
varios utensilios
Que albergaban tan
ricas confituras.
Se habló de troncos,
pirámides y conos.
Y, hablando de los
conos,
No sé yo por qué
rara analogía,
Por qué oculta y
extraña conjetura
O por qué
subconscientes relaciones
Se pasó a la
gramática y se impuso
El nuevo y
patriótico debate
Sobre los que
pretenden
Eliminar la eñe
De los ordenadores.
Algunos proponían
que sin ella
Solo tendríamos
conos,
Pelados, lisos,
descarados conos,
Sin el gracioso y
ondulado rizo
Que la eñe tiene
En lo alto del moño.
Estábamos en estas
discusiones,
Cuando dijo Fermín:
“Pues para cono
No encuentro yo
ninguno
Que al cono de mi
perra se equipare:
De un conazo ha
lanzado nueve perros
Y no es la vez
primera que lo hace:”
Nos sorprendimos
todos, boquiabiertos,
Y alguno preguntó.
“¿Quién es el padre?
¿Cuál es su pedigrí?
¿Cuál su atributo?
¿Es alto su linaje?
¿A qué altura se
empina su abolengo?”
Hecha la loa del
padre,
Se pasó, no sé cómo,
A hablar del noble
oficio
Del que llaman
maestro mamporrero.
“Curioso oficio o
profesión es esa,
-Intervino
Alejandro-
Que no logré
encontrar
Por mucho que busqué, en el diccionario.”
“¿Cómo no ha de
venir, si es noble oficio? “
Repuso algún colega.
“No, que es grado
académico”,
Sentenciaron
algunos.
“Más bien-tercié,
buscando el equilibrio-
Hasta ahora solo es diplomatura
Que expide el
Ministerio de Cultura,
Pues a todos parece
cosa dura
Encumbrar a doctor o
licenciado
A quien solo
acredita tino y tacto
Y tal vez cierto
empuje y fortaleza,
Mas carece de todo
el entramado
De teoría y de altas
abstracciones
Que en sus tesis
exhiben los doctores”.
Y así, entre
sutilezas,
Entre
elucubraciones,
Que, atónitos, los
huéspedes oían
De tan lujoso hotel,
Fuimos dejando mesas
y manteles,
Y, en un grato
paseo,
Por estirar, al
menos, nuestras piernas
Los sufridos varones
Y, en carrozas
guiadas por lacayos,
Las recatadas damas,
Unos y otras dimos
en un Prado
Que, debido a muy
rancias tradiciones,
Llaman del Rey, y
allí, en la compañía
De buenos y
sencillos lugareños,
Por aliviar la sed y
los sudores,
Tomamos unos vasos
de refrescos.
“¿Cuánto se debe?”
–preguntaba Concha
A un padre de
familia bondadoso
Que con blanca
camisa, presuroso,
Al fresco de la
noche se lanzaba-.
Él la miró perplejo.
Y, antes que al
pueblo entero
Pusiera en el
aprieto
De calcular hasta
los decimales
El precio de las
diez consumiciones,
Pagamos cada uno
Novecientos reales,
Ni uno más ni uno
menos.
Y paso a paso fuimos
cuesta abajo
Hasta el Hotel del
Carmen
Y en el calor del
cuarto hubo añoranza
De lechos y de
hogares,
Intentando dormir
hasta que el gallo
Cantara el clarear
del nuevo día.
Noche del
veinticuatro
De junio. Te
agradezco
San Juan que, al
rodearme
De tan gratos y amables compañeros,
Conmigo hayas tenido
este detalle.
Fin del día. Mañana,
los exámenes.
Juan de la Fuente,
Vocal del Tribunal IX, Ubrique, 1991
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viernes, 8 de junio de 2018
EPISODIOS ESTIVALES: “EL TÍO SEGUNDO”
Hay un ser indefenso
Le dejó una señal.
Que en nuestra sociedad
Abandonó a su gente,
Es víctima inocente Su hacienda y su ciudad
De un trato desigual:
Y aun de la misma España
Es el tío segundo,
Partió sin vacilar.
Distinto del carnal,
Después
de muchos años,
Bien por parte del padre
Allá por Tucumán,
O en línea maternal,
Se lo encontró un amigo,
Que tiene parentesco
En fechas del Mundial,
Por vía colateral.
En la Plaza de Abastos
Ya el nombre de “segundo” Vendiendo mazapán.
Significa “detrás”
Y, cuando, afectuoso,
E indica a todas luces
Al irle a saludar,
Cierta inferioridad. Le dijo:
“Mil recuerdos
¿Por qué dicen “segundo” De
su sobrino Juan”,
Si puede en realidad
Dio un salto del asiento
Ser primero en afecto
Y volcó el mazapán
A nivel familiar?
Y gritó sollozando,
Y donde digo “tío”
Sin dejar de temblar:
(No me interpreten mal)
“¿Dónde está el asesino,
Lo mismo digo “tía”
Dónde está el criminal,
Cambiando una vocal Dónde el pequeño
monstruo
(Basta que donde hay “o”
Que no podré olvidar?”
Pronuncien una “a”)
Y al decirlo, cubría
Y así las feministas
La región inguinal
No podrán protestar
Donde dejó su huella
Ni llamarme machista
La patada fatal.
Contra mi voluntad.
“No se apure ni llore,
Hoy rindo un homenaje
Que el anchuroso mar
A mi tío Julián, Le separa y protege
Que, aunque apenas recuerdo, De
cualquier familiar.
No me podrá olvidar.
Él está arrepentido
Era yo muy pequeño
Y
pretende iniciar
Y venía de jugar
Una correspondencia
Un partido de fútbol
En forma epistolar,
Con botas de verdad,
Ya que Vd. no le ha escrito
De esas de reglamento,
Ni una simple postal”
Con tacos de metal. “Verdad, que ni una carta
Estaba de visita
Le he podido mandar
Mi tío Julián
Con esa nueva leche
Y con aquel afecto
Del Código Postal.
Que solía derrochar
Pero no se le ocurra
Me dijo: “Hazme una gracia, Venirme a visitar
Mi sobrinito Juan”.
Que a vuelta de correo
Y en semejante sitio
Le pienso contestar.”
Le arreé una “patá” Estas
palabras mismas
Que en parte tan sensible
Llegaron a cruzar.
Se acordaba de España
De poderme enfriar.
Y llevaba en su ojal
Antes de mi partida
La bandera española
Te quiero recordar,
En esmalte y metal.
Por si vas a escribirme,
Y al despedirse dijo:
Mi Código Postal.
“Di a mi sobrino Juan
11 por la provincia
Que lo recuerdo mucho
0 por capital
Cuando voy a orinar.” Y
10 según la calle
Al traerme mi amigo
Donde tengo mi hogar.
Una noticia tal,
Si al término de un año
Expresé la promesa
Desde tu Tucumán
De escribir, sin faltar,
No me mandas siquiera
Una amistosa carta
Una
mala postal,
Al tío Julián.
Te vas a hacer puñetas
Dice así: “Cuando estamos Y ya no se hable más.
A punto de marchar,
Dada en San Rafael,
Te cuento dónde he estado
Vísperas de marchar,
En época estival. 29
de julio,
En medio de pinares
De este año actual.
Hay un sitio ideal,
Recibe mil
abrazos
Muy cercano a Segovia
De tu sobrino Juan.”
(Ya que es su capital)
Y cerquita de un pueblo
Llamado “El Espinar”,
San Rafael se llama
Y es arcangelical.
Aquí, por unos días,
Me he venido a alojar
En una Residencia
Que han dado en rotular
De las del Tiempo
Libre.
Tiene piscina y bar,
Televisión, jardines,
Salas para solaz
Y honesto esparcimiento,
Y he podido contar
Hasta tres pabellones,
Fáciles de nombrar.
C y B son dos de ellos
Y el primero es el A.
Hay juegos, hay torneos,
Fiestas para bailar
Muy bien acomodadas
Al sexo y a la edad.
He comido fabada,
He bebido champán
Y cóctel de mariscos
Con gambas sin pelar.
Cuando el agua caliente
Se podía utilizar
Me he duchado sin miedo
De poderme enfriar.
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martes, 22 de mayo de 2018
EPISODIOS SEMINALES
Si gran parte de nuestra adolescencia y juventud ha
transcurrido en un Seminario, a nadie debe sorprender que califique de
seminales, en su acepción de “fecundos”, a los episodios vividos en ese
levítico semillero.
El caso es que esa fecundidad, con el paso del tiempo, llega
a convertirse en flores más parecidas a las “Flores del mal” baudelairianas que
a las “Florecillas de san Francisco”. Confío en que, a pesar de ese riesgo, me
permitáis ser malo por esta vez, pues hasta de lo malo puede extraerse algún
bien.
Ciñéndome a los años de estudio en el Seminario de Cádiz,
que establecieron las bases sobre las que se asentaría el edificio intelectual
y espiritual de mi existencia, recuerdo episodios que, como si yo estuviera
dotado de un detector de afirmaciones gratuitas, por no llamarlas mentiras
interesadas, dejaban en mí un resquemor, una inquietud, una semilla de
incredulidad, que tenía que esforzarme por ahogarlas para que no desembocaran
en críticas acerbas o en hirientes ironías. Ahora ya, después de tantos años,
esa malicia soterrada puede exponerse a la luz pública sin temor a ser tildado
de lenguaraz o desagradecido.
Sin más preámbulos, me dispongo a revelar dos de esos
episodios, que podrían haber pasado desapercibidos para muchos, pero que yo
conservo bien claros en mi memoria y hasta en mi imaginación.
En uno de los Ejercicios Espirituales de los muchos que nos
dirigían casi sin excepción los Padres Jesuitas, uno de ellos, empeñado en
inculcarnos el valor que, para el progreso en la virtud, tiene la búsqueda de
la perfección hasta en los actos más cotidianos de la vida, nos puso, escogido
supuestamente de la vida de san Juan Berchmans, un curioso ejemplo en que se
ponderaba la perfección y esmero de su afeitado, causa de admiración entre los
demás novicios.
En la época en que asistía yo a estas prácticas de piedad,
utilizaba cuchillas de afeitar marca La Moto, que manejaba con sumo cuidado,
sin profundizar en exceso por temor a destrozarme el cutis, demasiado dañado ya
con empeines y otras asperezas debidos en gran medida a las deficiencias
alimentarias. Ahora pienso que quizá por esas precauciones sanitarias y el
forzado desapego cosmético mis pasos en el camino de la virtud han sido más
lentos, pero si algún día consiguiera alcanzarla, aunque no con el mejor
aspecto, me conformaría al menos con llegar reconocible.
Otro episodio no menos relevante por su engañosa
espiritualidad, igualmente inspirada en fuentes ignacianas, tomaba el ejemplo
de la vida de san Alonso Rodríguez.
Este santo segoviano, patrono de Mallorca, en cuyo Colegio
de N. Sra. de Montesión ejerció como un humilde Hermano portero durante más de
cuarenta años, después de una primera parte de su vida que es un cúmulo de
desgracias, pues perdió padre, madre, hijos y esposa, hasta quedar en el mundo
a los cuarenta años solo y rechazado varias veces antes de ingresar en la
Compañía, no proporcionó a un director de Ejercicios otro ejemplo de virtud más
digno de imitación que el haber estado a punto de tragarse las ralladuras que
iba sacando de un plato de loza en un acto de estricta obediencia a la orden,
recibida con la comida, de “tomarse todo el plato sin dejar nada,” algo que
bien pudo ser efecto de una ofuscación mental o una distracción propias de un estado
de demencia senil, o simplemente una más de las distintas invenciones que se
cuelan por las páginas del Santoral cristiano.
Estos dos ejemplos pudieron ser los hilos con que se trenzó
otro acontecimiento del que también fui testigo.
Había en el Seminario un compañero, mayor de veinte años,
(pues ya había hecho el servicio militar) no sé si en algún curso de Filosofía
o a punto de pasar a Teología. Se distinguía por su piedad, seriedad, parquedad
de palabras y, sobre todo, por su empeño, exento de ostentación, en alcanzar la
santidad.
Pues bien, una mañana nos sorprendió a todos verlo entrar en
la Capilla destacando entre la ensotanada fila por su aspecto e indumentaria.
Presentaba rasurada a lo Berchmans la mitad de la cara, mientras permanecía
intonsa la otra, y su indumentaria se reducía, de cintura para arriba, a una
camisa y no recuerdo si una chaqueta o chaleco. El resto de su persona iba
embutido en unos llamativos pantalones, parte del vistoso uniforma del Cuerpo
de Infantería de Marina Española.
Tras la genuflexión frente al Sagrario, ante el divertido
estupor de los presentes, se dirigió sin inmutarse a ocupar su lugar en el
banco que le había sido asignado.
El P. García Guerrero, una vez repuesto de su sorpresa, le
persuadió de buenas maneras para que acudiera a su habitación a revestirse del
reglamentario traje talar.
Y sin más, se iniciaron las preces y las habituales
ceremonias religiosas.
Según comentó luego un compañero de banco, ante la
intervención del Superior, bajando los ojos y sin el menor atisbo de retintín
musitó: “Obediencia ciega”. De lo que se deduce que de las tres opciones
imposibles de cumplir al mismo tiempo, la pulcritud facial, la corrección de
vestimenta y la puntualidad, se decidió por lo que la voz de Dios en forma de campanadas
le exigía en ese momento. Ante un reducido grupo de estudiantes nada
despiadados, se expuso a un ridículo superficial y pasajero, débil reflejo de
otro ridículo más profundo en el mundo invisible e intemporal de la moderación,
la coherencia y la lucidez, que recayó por completo sobre los sedicentes
formadores al estilo de un innominado jesuita con una marmórea y rígida noción
de obediencia y un concepto de perfección material e indiferenciado. Esa es la
lección que, sin proponérselo, nos impartió ese día una de las personas más
sencillas, más humildes y más puras de corazón que he conocido.
Si los misterios de la fe, aunque no demostrables, son
compatibles con la razón (recordemos el “rationabile obsequium fidei”), ¿hemos
de someternos o imponernos a nosotros mismos, por un falso sentido de la
obediencia, unas actuaciones absurdas y contrarias a lo más distintivo de la
persona humana, como son la razón y el sano juicio?
¿Ha de tener más valor para un cristiano la perfección
material de una obra humana que la perfección formal, la Caridad, que es el
“vínculo” que abraza y “per-fecciona”, es decir, otorga lo que les falta a los
actos materiales, que es su “valor sobrenatural”?
(Con el fin de dispensar a los lectores de tener que
repartir en dos jornadas la lectura de este escrito me detengo aquí para
reflexionar sobre las dos últimas preguntas.)
Publicado por juanvinuesa a las 10:30 No hay comentarios:
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viernes, 11 de mayo de 2018
Damas y caballeros
Damas y caballeros : Ya tendréis conocimiento de las razones
por las que soy el único miembro del cuarteto de antiguos profesores que no se
encuentra físicamente entre vosotros. Algunos me han manifestado su deseo de
que les dirija unas palabras. En su defecto les dirijo unas letras. Ya sé que
la espontaneidad sufre un detrimento con esta sustitución. Así que haré un
esfuerzo por que no se note.
Para que se parezca lo más posible a una clase, empezaré por
el exordio. Es posible que les suene el del discurso de Cicerón en defensa de
otorgar el mando supremo de las tropas a Pompeyo:
Quamquam mihi semper frequens conspectus vester multo
iucundissimus, hic autem locus ad
agendum amplissimus ad dicendum ornatissimus est visus,
Quirites, Etc.
Se dirige a los Quirites, y Quirites somos todos. Simples
ciudadanos, iguales varones y hembras.
También para mí es muy agradable el frequens conspectus
vester, que traduciría “vuestra nutrida
presencia” y el lugar muy adecuado ad
agendum, para tratar los asuntos pero no del Estado, sino los de nuestras
andanzas en estos años y hasta nuestros mutuos reconocimientos. Y si para el
orador latino el sitio era apto ad dicendum, por lo que a mí toca siempre estoy
dispuesto a hablar donde se tercie.
Espero haber conseguido vuestra benevolencia, que es lo que
pretende un exordio, y paso a la narratio o narración de los hechos.
No os echéis a temblar, que voy a ir espigando. Por lo
pronto me salto toda la década de los treinta, y me planto en el primer tercio
de la de los cuarenta. Empieza con buen pie: es el llamado “año del hambre”,
tan tacaño en provisiones para el cuerpo, como pródigo en lecciones de
picaresca. Eran éstas las únicas que iba a recibir, pues, aunque había aprobado
el examen de ingreso en el Columela, no me había matriculado en bachillerato,
de modo que tenía por delante todo el tiempo libre.
Empezaba con las claras del día para marchar desde la calle
Zorrilla hasta el Mercado central acompañando a mi padre, para bifurcarnos el
uno hacia la cola de los cachuchos y el otro a adentrarse por los callejones en
busca de otros manjares.
Aguardando a que se abrieran las puertas bajo vigilancia de
los miembros de la Policía Armada, inicié un fructífero aprendizaje.
Prudentemente apartado, por elementales razones de higiene, de los pañolones
que tenía delante, no pude evitar oír la conversación: “ Oye Mari, ¿qué comes
para estar tan gordita? “ “¿Yo? Trigo con tomate.” “¿Y eso cómo se prepara?”
“Es muy fácil. Se rompe un poco el trigo en el molinillo y se guisa como el
arroz” A las pocas semanas coincido con
dos de las amigas. “¿Qué sabes de la Mari? “ “Calla, mujer. ¿Te acuerdas de lo
del trigo con tomate?” “Claro que sí” “Pues cuando empezó a fermentar el trigo
en la barriga, le entraron unas ardentías y unos retortijones que por poco se
nos va para el otro mundo” “¡Vaya por Dios, la pobre!”
Todo esto lo contaba yo en mi casa. Pero lo que no les decía
era que los cachuchos me habían costado menos, y con lo que sisaba me había
comprado una cuña de pan de higo o unas vainas de algarrobas.
El resto del día lo dedicaba a la cola de un saquito de
arroz en la Tienda Honda de la calle Obispo
Pérez Rodríguez (antes Fermín
Salvochea) o en la del aceite en el almacén de Pepe de la plaza San
Francisco, esquina a Rafael de la Viesca ,(hoy Librería Raimundo de Libros de
Ocasión).
Los domingos, la sesión infantil del Muni en el Palillero o
del Gades en la calle San Francisco, y
en los huecos del día, lecturas de novelas de la colección Hombres Audaces:
Peter Rice, Bill Barnes, Doc Savage, La Sombra. Pero cuando jugaba el Cádiz, al
Campo Mirandilla, por donde en los casos de victoria “pasaba un avión con un
letrero que decía que el Cádiz es campeón”
Hasta que se produjo el milagro. Mi tío Manolo me llevó un día a un trabajo en Camposoto y, mientras
los obreros me colmaban de halagos, uno de ellos, tal vez el capataz, me trató
con dureza y me reprochó que, en lugar de leer noveluchas como la que sobresalía del bolsillo de la chaqueta, no me
dedicara a estudiar para ser un hombre de provecho. Y así fue como ese bochorno
me llevó en el curso 1941-42 al Colegio de los Hermanitos, instalados
provisionalmente en el Seminario, en las aulas del patio triangular, a la
espera de la finalización de las obras del nuevo Colegio de la Viña.
Después de estrenarlo al año siguiente, en el curso 1943-44
entraba en el Seminario por la puerta de Compañía 19, acompañado de mi padre y
portando mi maleta y una enigmática bañerita, para unirme a un grupo de niños
de mi edad, unos de la capital y otros venidos de San Fernando, Vejer, Medina,
Paterna, La Línea, Castellar y otros puntos de la provincia.
Los últimos días que pasé en mi casa, se han quedado
grabados para siempre en mi memoria. Primero, por los nombres tan raros que
leíamos en el Reglamento del Seminario: balandrán, duyeta, esclavina, birreta.
Y luego, por los comentarios tan grotescos que salían de los labios de mi
abuela. No paraba de comentar a los vecinos lo listo que era su nieto. “Ahí lo
tienes, aprobando latín, sin saber latín.” Entonces nos reíamos, pero ahora
pongo en parangón esta frase con el “vivo sin vivir en mí “ teresiano y el
socrático “sé que no sé lo que no sé”. Por no hablar de su asombrosa capacidad
vaticinadora: “Ahora que entre, y si no cuaja, que le quiten lo bailao”.
Ni la Sibila de Cumas. ¡Y que no he bailao yo ná desde entonces!
Hacía poco más de dos años estaba en ese mismo patio en la
clase del Hermano Julián, y ahora podría disfrutar de un plan de estudios que
nada tenía que envidiar al del Instituto. Gracias a él pude establecer las
bases de mi formación humanística,
fortalecer el hábito de estudio y adquirir la costumbre de una asidua
lectura y memorización de los textos clásicos, hasta el punto de aprovechar
cualquier ocasión para volver sobre ellos.
Como muestra, y para aludir a un solo episodio de los muchos
que viví en aquel solar santo, un día en
que había adquirido un cuadernillo del Ars poetica de Horacio, ni en la fila
que nos llevaba por la tarde al refectorio me desprendía de él:
Humano capiti cervicem pictor equinam
iungere si velit et varias inducere plumas...
Y cuando ya el monstruo de cerviz equina y variopintas alas
amenazaba con tragarme, surgió coronando el horrible amasijo, una mulier formosa, hermosa de cara y gesto.
Y en ese momento levanté los ojos y me encontré a dos pasos
de mi sitio ante un plato con un puñadito de pasas. De pronto aparecían dos
ancianos todavía de buen ver, que iban repartiendo a los que lo solicitaban
tazas que al punto llenaban de agua caliente,
y los destinatarios se apresuraban a verter en ellas unas cucharaditas
de nescafé y leche condensada. A continuación, extraían de unas largas barras
de blanquísimo pan unas equiláteras rebanadas que untaban de margarina y lo
engalanaban con una cobertura de mermelada.
Llegados a este punto, el resto de los comensales habíamos
consumido las pasas, y bajábamos al patio de recreo donde hacíamos la digestión
entre risas y juegos.
Cualquiera podría pensar que la memoria proporcionada por
tan frugal merienda, habría de aguzar mi mordacidad, pero no era una memoria
selectiva, sino comprehensiva, darwiniana en lo antropológico y orteguiana en
lo filosófico.
Hasta ahora solo he hecho “pueritiae memoriam recordari
ultimam”, como diría Cicerón. Pero a vosotros, queridos exalumnos, os he tenido
en mi pensamiento a medida que iba mejorando en el comentario de textos.
Si un texto nos habla según las preguntas que les hacemos,
en el estudio de la primera bucólica de Virgilio: Tityre, tu patulae recubans,
cuando le preguntaba: “¿Qué eres, Tityre?” me respondía: un vocativo y un
dáctilo. “¿Y tú, O, Meliboee?”: un vocativo y un dáctilo más un troqueo. Pero
le debería haber preguntado:”¿Quién eres, Tityre ?” Y la respuesta hubiera
sido: “Soy Virgilio y estoy aquí convertido en pastor para agradecerle a
Octavio el haberme librado de la expropiación de mis tierras, porque espera que
en la Eneida entronque en línea directa
la Gens Julia con Julo el hijo de Eneas, hijo a su vez de Venus. “¿Y tú
Melibeo?” “Yo soy un simple cabrero expulsado de mis tierras que voy arreando
mi rebaño y como no tengo padrino me veo obligado a abandonar mis dulces
labrantíos, dulcia arva, y buscarme por ahí la vida.” Pues yo te voy a decir la
verdad, Melibeo: “ El que tú conoces como Títiro es en realidad Virgilio, un
poeta maravilloso, autor de una obra de fama mundial, y el dios al que ofrece
sacrificios para que le permita seguir viviendo sin trabajar es nada menos que
Octavio Augusto. Pero, a pesar de todo, tu Títiro no deja de ser un títere del
poder y un pelota ilustre. Pues has de saber, querido Meli, que nada es solo lo
que parece, y la belleza, el arte más sublime, los premios y la fama tienen que
pagar a veces el tributo de la podredumbre moral y la idolatría. Tú mismo, un
cabrero desterrado, eres sin saberlo un boyero, que es lo que significa tu
nombre, aunque a las mozas que lo compartan es preferible seguir llamándolas
Melibea. No te preocupes si no eres poeta, que el esfuerzo de ser uno mismo y
progresar en la vida por sus propios méritos, sin prostituirse, es lo que
dignifica a la persona.”
Ahora, si me preguntáis qué texto clásico explicaría mi
destino, os respondo que ninguno. Como nací en la calle Zorrilla y me llamo
Juan, elijo el de Don Juan Tenorio:
“Yo a las cabañas bajé,
Yo a los palacios subí,
Yo los claustros escalé,
Y en todas partes dejé,
Memoria amarga de mí”
Yo no sé si mi memoria será amarga o dulce, pero el claustro
más alto, el más frío y el único con piso de ladrillos que escalé fue el de san
Juan de la Cruz, en el colegio de san Carlos, donde coincidí con algunos que
llegarían a subir a Palacios episcopales, como Rouco Varela en la Capilla y
Elías Yanes en clase de Bernardino Llorca o con Setién, Cirarda y González
Moralejo en la Escuela Social de Vitoria.
Espero, aunque no llegue a verlo, que en Cádiz alguien baje
un día de su Palacio y se incorpore a este jubiloso grupo, para participar del
frenesí con que exaltáis el Solar Santo
y ser testigo de la nostalgia que impregna vuestras canciones de juventud a los
sones de la guitarra de Cejudo.
En mí despertasteis una amistad amodorrada y me
encandelasteis el corazón con recuerdos entrañables. Hoy os envío en la
distancia un fuerte abrazo a todos, empezando por Troya, el más venerable de
los supervivientes del curso, Ildefonso Castro, desgastado en el apostolado
obrero y Alfonso Guerrero, compañero de fatiga en lides académicas, a exalumnos
y compañeros, esposas y organizadores, a
todos.
En bajadas de cabañas estoy muy ducho, pues bajo a diario la
cuesta de la calle Goya, en la que se encuentra el bar Cabañas, frente a la
frutería de Jesús y a dos pasos de la pescadería de Alfonso y del Don Súper,
con el carnicero Fernando y el charcutero Antonio, cuyo afectuoso trato y el de
los parroquianos y vecinos del barrio me reconforta y hace llevadera la subida
de la cuesta con el carrito de la compra hasta llegar al portal de mi casa en
el que me despido de vosotros. Otro abrazo y gracias por la atención prestada.
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domingo, 8 de abril de 2018
A UN ORDENADOR PREHISTÓRICO
Estas confidencias, que no son de medianoche, sino de media
tarde, se refieren a mis impresiones íntimas sobre tu actuación, querido
ordenador de mi alma. Eres dócil con los dóciles y testarudo con los
testarudos. A veces te doblegas a mis más pequeños caprichos y otras veces
sorprendes con unas salidas intempestivas y, diríase, que ineducadas y
altaneras. No olvides que soy un hombre y tú una simple máquina, por
sofisticada y poderosa que te creas. Entonces te diré con el poeta:
“Máquina orgullosa y fría que me quieres dominar, no olvides
que soy tu dueño y me tienes que adorar. Aunque no conozca a fondo el arte del
WordStar, puedo verter en tu sangre y cerebro artificial la viva voz de mi
alma, mi palabra original, el puro verbo de hombre que conoce el bien y el mal.
Yo no sabré dar la orden y obligarte a alinear estos versos uno a uno de forma
convencional, mas sean buenos o malos, yo sí los puedo crear. (Me dice mi amigo
Paco que es intrínseco este mal a tu mismísima entraña de artefacto material.)
¡Viva el hombre por los siglos y el don de la libertad!”
(Dedicado a Francisco Vera Bustamante, que luchó a brazo
partido, entre la maraña de disquetes, funciones y números de la primera etapa
del Wordstar, por meternos en la cabeza la práctica de una nueva forma de
escritura, cuyo fruto único fue removerme las entrañas y hacer surgir de ellas
el fogonazo del amor a la libertad y al pensamiento, sin los que no existirían
los más asombrosos inventos de la técnica.)
Juan de la
Fuente Santo
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lunes, 23 de septiembre de 2019
SECUELAS Y COLADERAS
Como pienso dedicarles el tiempo que se merecen a la palabra
“secuela” y sus connotaciones, me limitaré a la sucinta definición que don
Julio Casares ofrece en su Diccionario Ideológico, ed. 1942: “Consecuencia o
resulta de una cosa”.
Hasta entonces remontémonos al estudio de su raíz, que nos
revela un noble abolengo indoeuropeo. En efecto, la raíz *sekw ha dado origen en nuestra lengua madre al
verbo sequor `seguir´ y a los nombres sequentia, secundus, secundarius,
sequester, sequella/sequela, y los correspondientes compuestos consequor,
prosequor, persequor etc.
Sin necesidad de acudir a los derivados y cultismos
españoles, ya desde antiguo la palabra latina sequentia se oía en las misas antes
de la lectura del evangelio, Sequentia sancti evangelii secundum Marcum, y en
la liturgia se compusieron miles de
Secuencias en la Edad Media, de las que han quedado cinco en la
actualidad, Veni sancte Spiritus, Victimae Paschali laudes, Lauda Sion Salvatorem,
Stabat mater dolorosa y el Dies irae.
Por mi parte siento especial emoción, por su sencillez y
delicadeza, al recitar mentalmente el Stabat Mater, junto a otros himnos que me
ayudan a conciliar el sueño.
Por otras razones la expresión sequitur me trae resonancias
muy lejanas. Es el núcleo programático con que empieza la Imitación de Cristo:
1) Qui sequitur me non ambulat in tenebris, dicit Dominus. 2) Haec sunt verba
Christi quibus admonemur quatenus vitam eius et mores imitemur, si volumus veraciter
illuminari et ab omni coecitate cordis liberari.
La obra De imitatione Christi se la debo a mi mujer, que en
un viaje de trabajo a Roma como parte del programa Commenius tuvo la intuición
de elegir la Edizione critica a cura di Tiburzio Lupo, S.D.B., Llbrería
Editrice Vaticana, 1982, basada en noventa códices. Además, al leerla y
memorizarla durante un tiempo, honraba al profesor Luis Sala Balust, que
desarrolló en sus clases la Devotio moderna, tendencia que refleja Tomás de
Kempis, como deja claramente demostrado al continuar: 4) Doctrina eius omnes
doctrinas sanctorum praecellit et qui spiritum haberet absconditum ibi manna
inveniret. Esa inmersión del espíritu en las enseñanzas de Cristo dando de lado
a todas las enseñanzas de los santos, y la insistencia en la imitación de su
vita et mores retratan a la perfección el marcado cristocentrismo de Gerardo
Groote y Florencio Radewijns, fundadores de los Hermanos y Hermanas de la vida
común y de ese movimiento espiritual que tanta influencia tuvo por sus conexiones
con el naciente Humanismo cristiano.
Volviendo, tras este paréntesis, a los derivados en lengua
española, se encuentran entre ellos los que han convertido en gutural sonora la
sorda de la raíz *sekw: seguir, seguimiento, segundo, de seguida, segundero,
segundón, signo, señal, señuelo, enseñar, enseñanza y otros muchos. Los que
podemos considerar cultismos han conservado la gutural sorda, como secuencia,
secundar, secundario, consecuencia, consecución, persecución y, por supuesto,
secuela.
Puede sorprender que de un verbo deponente como sequor, cuyo
infinitivo es sequi, se haya derivado el
español seguir. Me inclino a pensar que,
después de su paso en latín vulgar a la
voz activa, el infinitivo sequere fue absorbido por la cuarta conjugación y,
convertido en sequire, se transformó en nuestro seguir.
Si he mencionado el abolengo de la raíz sekw., es porque de
ella se deriva en griego el verbo ἕπομαι (hépomai) ´seguir´, presente en el
vocabulario de las obras de Homero (siglo VIII a.C.) en una lista de otros
veinte verbos con un índice de frecuencia de 200-500.
En el primer canto de la Ilíada aparece dos veces.
Reproduzco la del v. 158:
Ἀλλὰ σοὶ ὦ μεγ ̓ἀναιδὲϚ,
ἅμ ̓ἑσπόμεθ ̓ὄφρα σὺ χαίρῃϚ
Al-la soi ô meg’ anaidès hám’ hespómeth’ ophra sú chaireis
(Il.I, 158)
Pero a ti ¡oh gran desvergonzado! te hemos seguido para que
estés contento
He aquí cómo la expresión “hemos seguido” no solo tiene el
mismo significado que “hespómetha” sino que ambas participan de la misma raíz.
¿Cómo pueden tener la misma raíz indoeuropea
-segu- del español y –sp- del griego? Trataré de explicarlo.
En primer lugar –sp-está en grado cero, es decir, sin la
vocal “e” que sería el grado pleno. Partamos, pues, de la raíz griega – sep-.
Ya la diferencia entre el español y el griego respecto a la raíz indoeuropea *sekw se reduce a que en español –segu- ha
convertido la consonante velar sorda en
sonora: k > g.
Nos queda por explicar la presencia de “p” en griego en
lugar de “k”. Para eso hay que acudir a la fonética. En efecto, la
consonante kw es labiovelar. Su
pronunciación en una etapa del griego en la que solo funcionó (k) w el apéndice labiovelar, favoreció el paso a π
(p).
Así pues, la forma hespómetha, cambiando la “h” (transcripción del espíritu áspero
griego) por la “s” primitiva, queda
estructurada así: se-sp-ó- metha.
se= reduplicación, propia del perfecto griego, de la
consonante inicial de la raíz. –sp- = raíz en grado cero.-o- vocal temática.
–metha= desinencia de la primera persona del plural de voz media del perfecto
de indicativo. Significado: “Hemos seguido”: Igualito que en español y de la
mismísima raíz indoeuropea. Además, si les pica la curiosidad por conocer al
autor de esta respuesta, sepan que fue Aquiles, el caudillo más valiente de los
que acudieron al llamamiento del jefe supremo (ἄναξ) Agamenón. Ante la amenaza
arrogante y despótica de arrebatarle a Briseida, la joven conquistada por
Aquiles en la batalla, éste no duda en llamarle sinvergüenza, y en el verso
siguiente, cara de perro (κυνῶπα), por su abuso de poder y su empeño en que los
caudillos subalternos se dobleguen a sus caprichos “para que estés contento”, ὄφρα
σὺ χαίρῃϚ.
Hasta aquí, el apartado etimológico y sus connotaciones. En
adelante, la historia del nacimiento de la secuela y sus espurios herederos.
La palabra “secuela” hizo su entrada en la comitiva de la
lengua vestida de medio luto. El ambiente en que ha desarrollado su labor es el
de las enfermedades, que una vez curadas, dejan un halo sospechoso de
debilidades, carencias, anemias, y males de naturaleza llevadera, englobados
bajo su luctuoso manto. Efectos todos no deseados, ubicados en prospectos
compañeros de pastillas, frascos y sustancias medicinales.
Hay crisis económicas que tardan en desaparecer, que siguen
lanzando coletazos, que disimulan sus efectos recalcitrantes con la enigmática
“secuela”. Otras veces, a los efectos devastadores que dejan los tratados de
paz, o las derrotas de uno de los dos bandos en contienda se los bautiza con el
nombre de secuela. Pero jamás se ha oído decir, tras la curación de una
enfermedad, que el recuperado paciente se esté aplicando secuelas. O que,
celebrada jubilosamente la esperada paz, se fuera a instalar en el pueblo un
período de secuelas. Las secuelas se sufren, se intenta hacerlas desaparecer,
se previenen, jamás se buscan.
Por eso la primera vez que leí que tal o cual película, cuya
financiación estaba en marcha, o guionistas y director reclutaban actores para
el momento de iniciación del rodaje, sería una secuela de otra anterior de notable
éxito, me llevé las manos a la cabeza. ¿Una secuela buscada? ¿No son más bien
vitandas?
La disonancia surgida en su significado con el traslado
desde un contexto médico, social, o económico, negativo siempre, a un escenario
lúdico y cultural, hacía temer lo peor. Pues la influencia que ejerce sobre el
pensamiento y el habla de un público moldeable y mimético, facilitaría la
propagación de un término, que al fin y al cabo solo era de una evidente
cursilería. Cuando antes se hablaba de una segunda parte de una película o de
una segunda versión, ahora se hablaría de una secuela.
Pero he aquí, que en ese mismo caldo de cultivo del mundo de
cineastas, actores, actrices, sector absorbente en el ámbito cultural,
progresivo, rompedor, se pone en circulación la palabra “precuela”.
Parece ser que una película del mismo tema desarrollado en
otras ya conocidas, pero trasladado al inicio de la serie para aclarar sus
peripecias, no merecía el nombre de precedente, preámbulo, preludio, germen.
Había que inventar otro parejo a “secuela”, ya arraigado. Y las cabezas
pensantes del mundo de la farándula cortaron por lo sano, por no decir por el
corazón de su pareja, la raíz de la palabra “secuela”.
La sajaron y separaron su primera sílaba “se-”, como si
fuera un prefijo, del resto “-cuela”. Y en la misma mesa de operaciones, una
vez mutilada y descuartizada, cambiaron el falso prefijo “se-” por un
ortopédico “pre-“para crear la frankensteiniana PRECUELA, muerta de por vida
desde su nacimiento y lista más para una autopsia que para un análisis
morfológico. Ahora la califican de neologismo, y en realidad es simplemente un
zombi, pues el lexema es el alma de una palabra, que desprovista de él, anda
dando tumbos como un zombi lingüístico. Puede que algún lector considere esta
exposición muy escrita a lo bestia, y para su desarrollo en un estilo más serio
y académico le invito a leer “Falsas segmentaciones” de David Prieto
García-Seco en el apartado Rinconete de Cervantes Virtual.
N. B. Aún se ennoblece más la familia nacida de la raíz
*sekw, cuando en las tablillas micénicas aparecen rastros de palabras entre las
que se encuentra e- qo-te / hekontes/ ἕκWοντες “los seguidores” En Documenta
mycenaea, de Ioannes Pugliese Carratelli, números 261-265, correspondientes a las
inscripciones de Pilos, se repite la frase me-ta- qe pe-i e-qe- ta Interpretada
como μετά τε σφεhὶ ἑπέτας (metá te spheis hepétas) ´y con ellos el seguidor’,
en alusión a un grupo de hombres, seguramente un regimiento de soldados
guardianes de la costa, de los que el seguidor podrÍa ser un oficial con
misiones de enlace con los demás regimientos a los que acudiría en su carro. En
un caso concreto (nº263) aparece el nombre: a-re- ku-tu-ru-wo
e-te-wo-ke-re-we-i-jo: ἈλεκτρύFων ΈτεFωκλεFέιος (AlektrúFôn EteFokleFéios) ´Alektruón hijo de Eteokles.´ (Puede
consultarse El enigma micénico, de John Chadwick, capítulo 7: La vida en la
Grecia micénica o El mundo micénico del mismo autor, en Alianza Universidad, nº
204)
Como el griego micénico se remonta a un espacio entre el s.
XVI-XIII (a.C.), compárese el grado de civilización a que llegaron los
habitantes de Micenas, Tebas, Knosos y Pilos, en los que se han encontrado esas inscripciones, con el
de los que no tienen escrúpulos en maltratar nuestro idioma hasta dejarlo
irreconocible.
Respecto a e-qe-ta, es la forma en que aparece en las
tablillas, por tratarse de una escritura silábica, que evita las sílabas
trabadas y cerradas, frente a la realidad del habla. Es como si nosotros
escribiéramos “co-ta-ra-ti-e-po” por “contratiempo” que es como lo
pronunciamos. (Para mayor información, véase El léxico griego micénico (LGM):
Index graecitatis, estudio y actualización bibliográfica. Tesis doctoral.
Autor: Juan Piqueras Rodríguez. Madrid. 2017. Universidad Complutense. Facultad
de Filología. Departamento de Filología Griega y Lingüística Indoeuropea.)
Juan de la Fuente
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lunes, 19 de agosto de 2019
APORÍAS MODERNAS
Modernamente se ha
pretendido trasladar las antiguas aporías al campo de la lingüística y en estas
me voy a fijar. Como Wittgenstein ha defendido que todos los problemas
filosóficos se diluyen con la clarificación del lenguaje en que son expuestos,
voy a hacer mis pinitos en este terreno.
En 1908 Kurt Grelling y Leonard Nelson, formularon una
paradoja originada al analizar palabras que o se describían a sí mismas y
denominaban “autológicas” o no se describían a sí mismas y eran consideradas
como “heterológicas”, términos inventados para su análisis. Como ejemplos de
cada caso proponían “short” como palabra autológica pues en verdad era corta, y
como ejemplo de heterológica, “long”, pues no se describía a sí misma, ya que
no era larga. Es decir, que mediante
estos ejemplos, enfrentaban el valor material o ideográfico de “short” a su
valor formal, que es alfabético-convencional, para decidir que coinciden; en
cambio, “long” ideográficamente es una palabra corta, de modo que su
característica material o ideográfica entraba en conflicto con su valor
alfabético-convencional. Pasando por alto esta anomalía, veamos en qué dilema
se encontraban al analizar la palabra “heterológica”:
Si no se describe a sí misma es heterológica. Pero si
“heterológica” es heterológica, entonces se describe a sí misma y habría que
admitir que es autológica. Ahora bien, si “heterológica” es autológica no se
describe a sí misma y es heterológica y así ad infinitum.
Lo primero que se debe esclarecer es si una palabra aislada,
sin el entorno oracional, más aún, sin actualizarse dentro de los
condicionamientos de intención del hablante, conocimientos compartidos por
hablante y oyente, circunstancias de lugar y tiempo en que se realiza el acto
elocutivo, y otros requisitos posibles, puede ejercer la función referencial.
Tomemos la palabra “cómoda”. ¿A qué elemento del mundo se
refiere? Imposible es saberlo. Lo mismo puede ser un adjetivo como en la frase
“Esta butaca es muy cómoda” como el nombre de un mueble en esta otra “¿Puedes
traerme las gafas de sol que están en el primer cajón de la cómoda?”
Esto demuestra que una palabra en estado de aislamiento, tal
como se encuentra en un Diccionario, no tiene capacidad de referirse a ningún
ente, carece de referencia. Pero podría pensarse que, como para distraerse, se
refiriera a sí misma, que es lo que se llama autorreferencia, como daban a
entender Grlling-Nelson con la expresión describirse a sí mismas “it does
describe itself”.
Entonces hay otro motivo por el que se demuestra que es
imposible que una palabra se retuerza para describirse a sí misma.
La lengua no solo se utiliza para referirse a objetos que
están en su exterior, aunque ese exterior esté en el interior del usuario, como
son sus emociones, sus pensamientos, sus deseos. La lengua se emplea también
para hablar de elementos de ella misma, de su morfología, su sintaxis, de
alguna palabra aislada, para estudiar su etimología. Pero entiéndase: me
refiero a la lengua, no a una palabra aislada perteneciente o no a esa lengua.
Y ahora viene lo importante: para distinguir la palabra,
fragmento de oración, oración completa o incluso discurso, objeto de estudio o
mención realizados por la lengua, se escriben entre comillas. De esa manera la
palabra entrecomillada se considera como parte del llamado “lenguaje-objeto” y
el lenguaje empleado en realizar el estudio, observación o mención de esa
palabra se denomina “metalenguaje”.
Si una palabra se refiriera a sí misma, habría de ejercer
dos funciones, cada una de ellas en un nivel de lengua distinto: como objeto
pasivo de la referencia en el nivel de lenguaje-objeto, y al mismo tiempo como
sujeto activo de la referencia en el nivel de metalenguaje, lo que es
imposible.
Por consiguiente, las palabras “autológico” y
“heterológico”, creadas para distinguir las palabras que se refieren a sí
mismas de las que no se refieren a sí mismas, no pueden tener ningún objetivo,
son arreferenciales. Es como inventar un artefacto para distinguir a los peces
que se pescan a sí mismos de los que no se pescan a sí mismos.
Esta razón por sí sola es suficiente para echar por tierra
la paradoja Grelling-Nelson.
Olvidémonos, pues, de la falsa aporía de la pareja
Grelling-Nelson, y veamos el funcionamiento del metalenguaje y el lenguaje-objeto en circunstancias
comprometidas.
Supongamos que estamos estudiando morfología y llegamos al
estudio de la sílaba. Para distinguir las palabras por el número de sílabas,
las de una sílaba se llaman monosílabas; las de dos, bisílabas; las de tres,
trisílabas; las de cuatro, tetrasílabas; las de cinco, pentasílabas; las de
seis, hexasílabas; las de siete, heptasílabas; las de ocho, octosílabas; las de
nueve, eneasílabas y las de diez, decasílabas. También podemos analizar estos
mismos términos según el número de
sílabas y diremos que “monosílaba” es
pentasílaba, y “bisílaba” es tetrasílaba. ¡Qué paradoja!
Nada de eso. En esta operación no se tiene en cuenta el
significado de la palabra analizada sino el número de sílabas. Decir que
“trisílaba” es tetrasílaba no es lo mismo que decir que las palabras de tres
sílabas son tetrasílabas. Para diferenciar estas dos operaciones es
indispensable la utilización del entrecomillado.
Vayamos a la prosodia: En este apartado, un término
metalingüístico como “oxítono” para designar a las palabras agudas como
“sillón” es proparoxítono, equivalente a esdrújula. No hay contradicción en
clasificar como proparoxítono a “oxítono”, pues el entrecomillado está en el
nivel de lenguaje objeto, y el primero, en el metalingüístico.
En el apartado de la sintaxis, podemos encontrarnos con un
profesor quisquilloso, que los hay, y para poner en un aprieto a un determinado
alumno que se las da de listillo, se dirige a él con esta propuesta: “A ver,
Manolito, subráyame el sujeto de la oración que te voy a dictar a continuación”.
Y ahora el quisquilloso soy yo: ¿sería correcto decir que en la frase del
imaginario profesor “el sujeto de la
oración” no es el sujeto de la oración?
En morfología suele establecerse una distinción entre
palabras simples y compuestas. Alguien podría considerar paradójico que
“compuesta” no sea una palabra compuesta sino simple. Compuestas son
“casapuerta”, “bocacalle”,”lavaplatos”, pero “compuesta” es una sola palabra:
con su prefijo, sus morfemas de participio, de género, de número singular expresado por la ausencia de la -s
de plural. Lo curioso es que estas falsas paradojas no las experimentan solo
los profanos en gramática, pues uno de los ejemplos que he encontrado para
clasificar la palabra “aguda” como heterológica, es que es llana. En ambos
casos se mezclan churras con merinas, o lo que es lo mismo, el significado de
las palabras “compuesta” y “aguda”, del
que se ocupa la semántica (churras) y su
clasificación por su estructura en simple, derivada y compuesta, de la que
trata la morfología, en el primer caso; o su división según el acento, materia
propia de la prosodia, en el segundo (merinas).
Con relación a las partes de la oración, nadie podrá
tacharme de embaucar, corromper y emponzoñar mentes sencillas y confiadas con
sofismas y contradicciones encubiertas, si afirmo que “artículo” no es un
artículo, ni “pronombre”, un pronombre, como tampoco “adverbio”, un adverbio,
ni “verbo” es verbo, de modo que se pudiera conjugar “yo verbo, tú verbas, él
verba”. Si volvemos a la sintaxis, “proposición” no es una proposición, ni en
sentido gramatical ni en el plano social, sea decente o indecente.
Para terminar: “yo” no soy yo, que es el mayor grado de
anonadamiento al que puedo llegar. Si lo fuera, sería un pronombre personal, y
andaría en boca de todo el mundo, pues la característica de esta parte de
la oración es que su función deíctica es
señalar indistintamente a hombres y mujeres, reyes y reinas, aldeanos, santos y
criminales, en cualquier lugar que se encuentren, con la única condición de que
se decidan a pronunciarlo en el intercambio comunicativo. Y yo no quiero pasar
por ese trance, me conformo con cargar con el peso de mi propia persona y la
responsabilidad de mis actos.
Gracias al inventor de las comillas confío en que hayan
quedado disipadas las dudas que hayan podido sembrar en algún lector los
señores Kurt Grelling y Leonard Nelson, que me merecen todos los respetos por
sus conocimientos matemáticos como doctores por la Universidad de Gotinga. Pero
los méritos del sembrador de comillas no les van a la zaga.
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viernes, 19 de julio de 2019
SERENDIPIAS MATEMÁTICAS
También podría haber escrito: “descubrimientos realizados
por pura chamba”, pero no sería honroso por mi parte utilizar este lenguaje
popular para describir la emoción experimentada cuando le hincaba el diente a
las aporías de Zenón de Elea. En el curso de este estudio se irá aclarando el
momento y el modo en que se produjo tan feliz episodio.
Nuestro propósito de hablar sobre las aporías de Zenón de
Elea nos obliga a exponer muy resumidamente el pensamiento de Parménides, su
maestro y fundador de la Escuela Eleática.
Nacido en el 515-510
a.C. en Elea, ciudad del sur de Italia, Parménides pertenece a los
filósofos presocráticos. Sus predecesores, llamados milesios, por ser
originarios de Mileto, ciudad del Asia Menor, centraron su reflexión sobre lo
que en griego se denomina ἀρχή (arché),
que viene a significar el sustrato o fondo originario del que brota toda la
naturaleza o physis, φύσις.
Alejados de los mitos, que intentaban explicar el origen y
elementos de todo el universo, se iniciaron en la aplicación de la razón a los
datos extraídos de su experiencia. Nombres como Tales de Mileto, Anaximandro,
Anaxímenes nos suenan a todos.
La obra de Parménides lleva el título genérico de Пερὶ
φύσεως (Peri physeos), ´Sobre la naturaleza, aunque su indagación versa sobre
el Ser. Consiste en un grandioso poema escrito en hexámetros al estilo de
Hesíodo en su Teogonía o El origen de los dioses. Desde el mismo proemio ya se
advierte la altura a que se eleva el tema de su elección.
En un carro llevado por yeguas y escoltado por las hijas del
sol o Helíades, es trasportado el filósofo desde la mansión de la noche hasta la del día, después de
traspasar la puerta que de la oscuridad y las tinieblas le lleva a la
resplandeciente luz, donde le recibe una diosa que le comunicará la sabiduría
reservada a los que buscan la verdad y no están aherrojados en las cárceles de
las mudables opiniones, es decir, desde la Alétheia (Άλήθεια) a las Dóxai (Δόξαι).
En el Fr. I puede leerse:
ἵπποι ταί με φέρουσιν ὅσον τ´ ἐπὶ θυμός ἵκανοι.
híppoi tai me férousin hóson t´epi thymós híkanoi
Las yeguas que me llevan tan lejos como alcance mi ánimo.
Una de las curiosidades que cada uno puede interpretar como
le parezca, pero que habrán llenado de gozo el corazón de las profesoras de
filosofía y, en general, de todas las mujeres amantes de la cultura, es que en
todo el proemio, exceptuado el viajero, todos los personajes pertenecen al sexo
femenino desde las hijas del Sol y la
diosa inspiradora del más profundo saber hasta las mismas yeguas que tiran de
la carroza. ¿Es que Ganimedes no está ya lo suficientemente asexuado para que
pueda pensarse que toda su energía está aposentada en sus facultades mentales?
Lo digo porque la intervención de hembras humanas y por extensión animales,
aunque convenientemente sexuadas, es debida a que, al disimular con mayor facilidad
su desnudez mediante posturas artísticamente ensayadas, son las únicas
consideradas aptas para simbolizar el arte, la ciencia y los nobles ideales
dela humanidad.
Esa es una de las razones por la que he reproducido el
hexámetro en su lengua original, para que se respete en la traducción el grupo
que forman el antecedente ἵπποι y el relativo homérico ταί en género femenino,
y así dejar claro que son yeguas y no “corceles” como algún comentarista ha
traducido.
Y ¿cuás es la enseñanza de la diosa de la Verdad?
La que se encierra en tres
o cuatro fragmentos fundamentales.
“Te es conveniente conocer todas las cosas, tanto el corazón
imperturbable de la verdad perfectamente redonda como las opiniones de los
mortales, en las que no hay fe verdadera”.
Esta recomendación genérica le recuerda su condición de
mortal que ha de convivir y entender a los de su especie, y al mismo tiempo
reconoce en él aspiraciones que sobrepasan las apariencias movedizas que nutren
las mentes de sus congéneres, y les
impiden profundizar en la entraña inmutable de las cosas.
Más explícita se muestra la diosa en el siguiente fragmento:
Fr. 2.
“Pues bien, ahora yo te diré (y recuerda tú mi palabra
cuando la hayas escuchado) cuáles son las dos únicas vías de investigación en
las que puede pensarse. La primera, que es y que es imposible que no sea, es el
camino de la Persuasión (ya que sigue a la Verdad). La otra, que no es y que
necesariamente tiene que no ser, ésta, te lo aseguro, es una vía completamente
impracticable, ya que nadie puede conocer lo que no es-ello es imposible-ni
expresarlo.”
Este es un fragmento fundamental. Su estructura sintáctica
responde perfectamente a su razonamiento bipolar. Establecida una pareja de
términos contradictorios debe decidirse el pensamiento crítico por uno u otro
extremo. La diosa propone desde el principio el binomio complementario:
“escuchar y recordar”. De nada serviría escuchar si se dispersaran sus palabras
por el viento como las semillas evangélicas. Hay dos caminos para el
investigador: el primero es el que marca el destino: “es y no es posible que no
sea”. Por él se llega a la persuasión, pues en él se encuentra la Verdad. El
segundo, “no es y necesariamente tiene que no ser” es un camino impracticable,
intransitable para el investigador, pues nadie puede conocer ni expresar lo que
no es.
Por la ley de la polaridad, el camino del “es” permite al
que lo sigue ocupar el pensamiento en un objeto firme y expresarlo con
palabras.
Es más solemne y misterioso conservar el estilo arcaico del
griego ἔστιν / οὐκ ἔστιν (estin /ouk
estin) ´es /no es´. En la enmarañada
polémica acerca del sentido existencial o predicativo del solitario ἔστιν y de
la necesaria o innecesaria búsqueda de
un sujeto y de su identificación, voy a
establecerme en el contexto de la actividad presocrática: la búsqueda de la
arjé, el original sustrato de la physis.
Es como si la diosa le advirtiese a Parménides:
“El primer camino para investigar sobre la naturaleza es
saber que “es”. Sin ser, no hay ni el “agua” de Tales, ni el “aire” de Anaxímenes, ni el “ápeiron” de
Anaximandro, ni los “cuatro elementos” de Empédocles, pues en el invisible
fondo de todo eso, en lo que está detrás y debajo de lo físico está lo
metafísico, lo que “es”, lo que “existe”.
El Ser es y no es posible que no sea. ἐστίν τε καὶ ὡς οὐκ ἔστι
μη εἶναι (estín te kaì hôs ouk ésti mê eînai)
Άλήθεια (Alétheia) la que descubre lo oculto, (“α” privativa
+ “λήθ+ raíz de “λανθάνω” (“lanthano”, ´ocultar´) desgarrará el velo de Physis
y revelará su Verdad.
Una vez eliminado el segundo camino, veamos lo que va
descubriendo el investigador en su recorrido. Solo tiene que leer las señales que lo bordean.
En el fr. 6 aparecen todas:
“…en este (camino) hay muchos signos (σήματα) de que lo ente
es ingénito e imperecedero, pues es completo, inmóvil y sin fin.”
Dispenso al lector de la exposición de las razones por las
que posee estas propiedades.
Al enterarnos de que es inmóvil, comprendemos por qué su
discípulo Zenón de Elea (490-485 a. C.) salió en defensa de su maestro contra
los que se burlaban de él por negar algo tan evidente como el movimiento de los
cuerpos.
De la inmovilidad de
los cuerpos no se originan consecuencias más sorprendentes que de la existencia
del movimiento, replicaba a sus oponentes.
Para demostrarlo inventó cerca de cuarenta aporías de las
que nos han llegado cuatro muy famosas. Se llamaron “aporías” por ocasionar, en
los que pretenden solucionar el problema lógico que encierran, una especie de
ofuscamiento y estupefacción que los hace encontrarse como en un callejón sin
salida. La “a” privativa delante de “poros” que significa salida así lo indica.
Voy a reproducir tan solo la denominada “dicotomía” que puede explicarse así:
Para el común de los mortales si un ciclista emprende una
ruta por el paseo marítimo desde Ingeniero la Cierva (A) hasta Cortadura (B)
llegará en un periquete. En cambio para Zenón no podrá llegar nunca. Primero
deberá alcanzar el punto situado a la mitad del trayecto entre A y B, es decir,
el C, después el punto que media entre C y B, que sería el D, a continuación el
punto E, entre D y B y así hasta el infinito, sin llegar a alcanzar la meta en
un tiempo finito.
Ahora llega una de mis serendipias, y con ella la sorpresa
de lo que no esperaba: la solución de esta aporía, o paradoja como otros la
llaman, por medio del planteamiento de una serie geométrica convergente:
∞
Σ 1/2n = 12+14+18+116+132+164…
n =1
Es una serie geométrica por lo que puede ser calculada con
la siguiente fórmula:
a1-r
La “a” indica el término que va progresando: 12 y la “r” la razón o número por el que se
multiplica cada término para que progrese: el
12 ( 12 + 14 +18 +116 +132 +164 …)
No tenemos más que sustituir la “a” por los términos que se
multiplican, representados por: 12 y la
“r” por la razón o número por el que se multiplica para generar la serie
geométrica: 12
12 12
------- = ---- = 1
1
-- 12 12
Aplicado el sumatorio a la aporía de las distancias, la
mitad de la distancia más la mitad de esta mitad, más la mitad de esta última,
más la mitad de la anterior, y así
sucesivamente, da como resultado la distancia entera, como demuestra el 1, que
es el resultado de la suma.
Además corrobora la apreciación del Diario de Cádiz, que en
sospechosa connivencia con las decisiones peatonales del equipo de gobierno,
hace unos días calificaba de armoniosa y pacífica convivencia entre peatones y
vehículos la conseguida en el mencionado tramo A------B. Ya tienen licencia
hasta de Zenón de Elea bicicletas, monopatines, patinetes, motocicletas, para
circular entre ancianos, niños, perros, inválidos en sillas de rueda, por ese espacioso y soleado
tramo del Paseo marítimo de Cádiz.
(Progresiones geométricas. ¡Aquí hay mucha razón! Amado
Artacho, al que desde este blog le doy las gracias.)
Publicado por juanvinuesa a las 23:20 11 comentarios:
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jueves, 20 de junio de 2019
AGOBIOS, SUSTOS Y APORÍAS
Como preámbulo a la locución verbal con que terminé “Alarmas
gramaticales” del mes pasado, voy a ilustrar el contenido de los dos primeros
términos del presente título con algunos dichos no sometidos a la tiranía del
misterioso y escurridizo la/las que desde hace tanto tiempo trae de cabeza a
cientos, por no decir miles, de intérpretes de la lengua.
Para una situación de agobio ofrezco uno que he oído en más
de una ocasión:
“Estoy como tres en un zapato”
Más que estrechez física expresa inquietud, impotencia y
agobio ante una situación que requiere acudir a muchas tareas en un espacio
reducido de tiempo. Se necesitarían tres personas cómodamente calzadas para
realizar tantos trabajos: hacer las maletas para el viaje, elegir la ropa
adecuada para un clima nórdico, acudir al teléfono, llamar al fontanero para
desatascar las arquetas del edificio, preparar la comida... Pero “estoy yo sola
y tengo un solo zapato y no es plan de ir a la patita coja. Aquí querría ver yo
a más de una y a más de uno”.
Muchos años antes, a una edad cuyo término a quo podría
señalarse a los dos años, y su término ante quem a los diez, oí de labios de mi
padre esta expresión:
“Cortapicos y callares”.
Era la respuesta indefectible e invariable a la pregunta:
“¿Qué hay de comer?” La interpretación lingüística no ofrece dificultad. Pero
la reflexión a que me conduce tiene un valor que rebasa lo lingüístico y
representa tres etapas de mi vida. Y los ejes de estas etapas son el pronombre
relativo- interrogativo “qué”, su eliminación, y la presencia o ausencia de la
entonación interrogativa. En la primera, podía hacer la pregunta porque no
dudaba de la existencia de la comida, solo ignoraba su esencia, la elección del
tipo de alimentos entre la variedad a que podíamos tener acceso. En la segunda,
había desaparecido el pronombre y la pregunta era: “¿Hay de comer?” Eran los
años cuarenta, años de escasez, de racionamiento, de colas y estraperlo. En la
tercera, se hacía innecesaria la pregunta sobre la elección del menú. Desapareció
el “qué” y, con él, el signo de interrogación. La fórmula sin fecha de
caducidad era: “Hay comida”.
Y es esta la que más debemos agradecer, y lamentar que no
todos los habitantes de la Tierra puedan pronunciarla. Si hoy volviera a dar
clases de gramática esta sería la explicación que ofrecería al tratar de los
pronombres relativo-interrogativos.
De las estrecheces físicas se ocupan por lo menos dos
conocidas expresiones populares, una más que otra. La primera pertenece a la
industria conservera; la segunda, al tiempo de la posguerra y del pañolón.
Helas aquí:
“Estamos como sardinas en lata”. ”Estamos como piojos en
costura”.
Indefectiblemente, si buscamos en internet una explicación
de la segunda comparación, nos encontraremos una alusión a los “tiempos pasados”
en los que era corriente que los piojos, (nada de pedículos, ni de propagación
de la pediculosis), se acumularan en los dobladillos o entre los puntos de lana
de los pañolones y pusieran allí los huevos, de los que nacían las liendres. Pero eran otros tiempos.
Ahora ya, gracias a Dios, no hay piojos en los colegios, ni se habla de sarna
ni de sarampión.
Pasemos al capítulo de los sustos. Los testigos de la
explosión de Cádiz del dieciocho de agosto de 1947, no es extraño que en su
relato intercalen esta frase:
“No me llegaba la camisa al cuerpo”
Porque no se trataba de un susto instantáneo, que se pasa en
un momento, se aceleran los latidos del corazón
y vuelve la calma. Era un estar con el alma en un hilo esperando lo
peor. A la camisa no le pasaba nada. Los que acababan de oír a los que
recorrían las calles envueltas en tinieblas aconsejando por los altavoces
acudir a las murallitas de san Carlos para pasar allí la noche sí que estaban encogidos de miedo, y
las camisas flotaban alrededor de sus carnes sin rozarlas siquiera.
Para evitar suspicacias o inmerecidas alabanzas por mi
valentía y el mantenimiento constante de la camisa sin despegarse del tórax,
les diré que a los diecisiete años prevalece la temeridad sobre el temor, y
después de ser rechazado junto a un amigo a las puertas del hospital de san
Juan de Dios por ser menores de edad, decidimos ver con nuestros propios ojos
la zona afectada de Bahía Blanca, de cuya visita, para no pecar de macabro, voy
a mencionar solo un hecho: en una de las tiendas de campaña ocupada por los
supervivientes de una familia se leía a grandes letras: “Los pajaritos sin
nido”. Hay otra anécdota representativa del carácter andaluz mezcla de
fatalismo, estoicismo y humor. Manuel Hermida, teólogo a la sazón, a los pocos
días del triste suceso encerró su versión personal en estas palabras: “La calle
Tolosa Latour, es ahora “tó losas”.
Podríamos seguir aportando otros dichos populares que hablan
de apuros, de situaciones difíciles, de la insoportable levedad del ser, del
ser pobre, de pasar necesidad, de sufrir la injusticia social. Esta es la
última que me queda por comentar:
“Me las veo y me las deseo”.
La dificultad de
estas locuciones no reside en su interpretación. En cualquier momento se le puede oír a un ama
de casa una queja semejante a esta:
“Con lo que gana mi marido y las pocas perrillas que saco
con mis costuras me las veo y me las deseo para llegar a fin de mes”
El que más y el que menos, con solo volver la vista atrás,
tiene motivos para agradecer a la divina Providencia poder contar que no solo
se las ha visto y deseado para llegar a fin de mes, sino a fin del día. La
dificultad de estas locuciones está en la identificación del sintagma nominal
correferente con el pronombre “las”.
En el ejemplo del ama de casa, puede adivinarse que “las”
que ve y hacen desear “las” que necesita
para vivir medio decentemente son las monedas, las perras, las pelas.
Pero ¿dónde está su origen? ¿Tal vez en el juego de cartas,
metáfora del juego de la vida? En uno y otro no siempre la gente “las tiene
todas consigo”, y son más los que
”llevan las de perder” que “las de ganar”, o están a “verlas venir”, o
ante el fracaso se arman de paciencia y siguen barajando, o alimentando la
venganza hasta el día en que puedan ”cantar las cuarenta” a los que ganan todas
las partidas.
De todas formas, la indagación no se detiene ahí. Está el
sentido del “ver”, parejo al que aparece en la fórmula “a ver”. A ver si
encuentro lo que busco…a ver si meto la pata… a ver si sobró algo anoche.
Siempre pendiente de una salida, siempre temiendo cometer una equivocación,
siempre viendo negro el futuro, siempre viendo o tratando de ver algo que se
necesita para salir del paso, que se desea y no se tiene, viendo y deseando,
dándole vueltas a la cabeza, mirando a ver si el almacenero me fía, a ver si la
Mari me paga el arreglo que le hice en el babi de su nieta.
Esta es la aporía existencial, el callejón sin salida de los
que carecen de techo, de trabajo, de salud, de ilusión y ganas de vivir. La
otra aporía filosófica, la de Zenón, que se empeñaba en negar el movimiento que
veía ante sus propias narices o la flecha que volaba en busca de la diana, y se
fiaba más de razonamientos geométricos que de la realidad, esa la dejo para una
próxima entrega, pues exige tiempo, espacio y lenta reflexión.
Juan de la Fuente
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lunes, 20 de mayo de 2019
ALARMAS GRAMATICALES
Ya son dos las reincidencias en la misma falta gramatical en
breve espacio de tiempo: el que va desde la victoria del Cádiz sobre el
Numancia, hasta el 26 de abril, dos días antes de las elecciones. Ambas
meteduras de patas aparecen en Diario de Cádiz. Debe de ser un virus
informático. La clave del error cometido está en el desconocimiento de la
función llamada “complemento predicativo”, con la falta de concordancia que
este hecho acarrea.
La primera frase pertenece a una crónica sobre el partido
Cádiz-Numancia. El título está muy bien puesto: Pasión, calvario y gloria.
Retrata a la perfección el desarrollo de ese partido celebrado en el Domingo de
Resurrección, punto culminante de la Semana Santa.
Pues eso fue el partido: apasionante en su primer tiempo,
lamentable en buena parte del segundo y glorioso en el último minuto. Así
describe el cronista el primer tiempo de apasionamiento:
“El tempranero gol de Jairo espoleó aún más a la hinchada,
que durante toda la primera partes se las prometía feliz por lo que acontecía
sobre el tapete verde.”
Con términos hípicos punzantes y una hinchada que, lejos de
desinflarse, se enardece, un verde tapete sobre el que su equipo en lugar de
carambolas realiza triangulaciones y continuos saques de esquina, es lógico que
el lector entienda que la afición conciba halagüeñas esperanzas de un segundo
tiempo sin sobresaltos y con un final feliz.
Ese estado de ánimo es el que quiso reflejar el cronista, para
lo que echó mano de una locución verbal que mis lectores ya conocen, pero mal
ejecutada:
Se las prometía feliz.
No, no y no. Las que se prometía, o esperaba, o
pronosticaba, eran situaciones felices hasta el fin del partido, traducidas en
una victoria sin calvario previo.
Hay verbos que pueden regir un complemento directo
acompañado de un calificativo, que funciona como predicado y se denomina
“complemento predicativo”.
“Considero acertada tu propuesta” * “considero acertado tu
propuesta”
Como habrán comprendido, la primera frase es la correcta y
la precedida del signo * es la incorrecta.
Si es incorrecto escribir las estoy pasando canuto, también
lo es se las prometía feliz.
Un error del mismo tipo es el cometido por Pedro Sánchez en
una entrevista recogida en el Diario de Cádiz:
“No demos por hecho las cosas”
La expresión correcta, análogamente a las mencionadas, debe
ser:
“No demos por hechas las cosas” o “No demos las cosas por
hechas”
De la misma manera,
las gambas no hay que darlas por cocidas, sino cocerlas, porque si
decimos que no hay que darlas por cocido, estamos diciendo que no se cambie el
menú.
La gramática es como es, no depende del gusto de cada
hablante y nadie tiene derecho a contribuir a su deterioro.
El esquema “verbo + la/las + adjetivo” está recogido en
García-Page acompañado de los siguientes ejemplos:
“Pasarlas moradas”. “Las pasó moradas”.
“Pasarlas canutas” “Las estoy pasando canutas”.
“Metérsela doblada” “Me la metieron doblada”
“Tenérsela jurada”
“Se la tengo jurada”
“Tenérsela guardada” “Se la tengo guardada”
“Traérsela floja” “Me la trae floja”.
El más simple de todos es “verbo+ la”: Diñarla, palmarla,
cascarla, espicharla.
Con la forma reflexiva del verbo:
Agenciárselas,
pirárselas, apañárselas, arreglárselas.
La misma Lola Flores utilizó esta fórmula con éxito rotundo
y aceptación unánime del público más exigente en materia gramatical:
¿Cómo me las maravillaría yo?
No quiero pasar por alto la explicación de la locución
verbal: meterla doblada. Al comentarla con mi hija, que es profesora en la
Escuela de Suboficiales de San Fernando, me ayudó a evitar la tentación de
atribuir cualquier tipo de sentido
sexual a esta expresión, cuyo origen se
encuentra en el ámbito militar. Y, en efecto, consultándola en internet
encuentro la misma explicación:
“La primera teoría sitúa el origen de la expresión en la
vida militar, cuando era necesario conservar el material suministrado. En
ciertos casos se colocaba una manta doblada en los recuentos de material para
hacerla pasar por dos, de ahí el significado de engaño.
(Nota cultural del día. Blogstpot.com/2011)
Volvamos a la frase
de Pedro Sánchez de que no se den por hecho las cosas. Hasta de los errores se
puede sacar algún provecho. La perífrasis verbal “dar por” me ha retrotraído a
cerca de cuarenta años, cuando estudiaba Filosofía en la UNED. Me topé entonces
con un programa muy distinto del escolástico, sin que esta diferencia implique
desprecio alguno. Asignaturas como Historia de las Ciencias, Metodología de las
ciencias sociales, Teoría y Crítica de la Cultura, Filosofía del Lenguaje; la
diferencia entre Oración y Enunciado, Lengua y Habla, Gramática y Pragmática,
abrían ante mis ojos un horizonte de mucha mayor amplitud y variedad que el
tradicional de siempre. De esta vorágine he rescatado ahora una clase de
enunciado descubierta en aquellos tiempos: el “realizativo”, que no tiene la
función de informar sino de realizar y crear dentro de determinadas
condiciones, aquello de lo que indirectamente informa.
Al analizar la perífrasis verbal “dar por”, me dio el
pálpito de que podría ser núcleo de un enunciado realizativo. Para ello habría
que despojarlo de la negación contenida en la frase No demos las cosas por
hecho, objeto de mi crítica gramatical, utilizarla en presente de indicativo y
en singular o plural mayestático, y pronunciarla en la situación apropiada. Así
fue como afortunadamente di con un ejemplo de lo más clarificador.
El Centro de la UNED en Berna había celebrado la apertura de
Curso un miércoles 19 de noviembre y la reseña del acto nos informaba de que
“el embajador de España agradeció el trabajo de la UNED y de la Asociación de
Alumnos y antiguos Alumnos del Centro, antes de dar por inaugurado oficialmente
el curso con las palabras habituales: «En nombre de Su Majestad el Rey doy por
inaugurado el Curso académico 2014-2015»
He resaltado por mi cuenta la perífrasis verbal “dar por”,
pues estas palabras institucionalizadas, convencionalizadas, ritualizadas,
tienen la virtud de inaugurar oficialmente el curso. Son palabras que hacen lo
que significan.
Pero ha producido otros frutos esa frase gramaticalmente
errónea. Ella me han recordado la tricotomía
locucionario/ilocucionario/perlocucionario de J. L. Austin. En la edición
española de Cómo hacer cosas con
palabras de este filósofo, los traductores y autores de La Filosofía de
John L. Austin que la encabeza, explican el acto locucionario como la emisión
de sonidos dotados de sentido y
referencia de acuerdo con un vocabulario. El acto ilocucionario es el que
llevamos a cabo al decir algo: prometer, advertir, saludar…Acto perlocucionario
es el que llevamos a cabo porque decimos algo: intimidar, asombrar, convencer.
El acto de emitir “No demos por hecho las cosas” es
locucionario como todo acto lingüístico, pero su fuerza implícita es
ilocucionaria. ¿Qué quiere decir esto? Que im-pulsa a hacer lo que no hay que
dar por hecho, que in-cita, a realizar lo que no se hace solo, que a la simple
“locución” la hace preceder del prefijo
in- que significa “dirección hacia dentro”; que lo hablado (loquor) tiene que
“empujar a la voluntad directamente a la acción”.
In-locucionario>il-locucionario>i-locucionario. En esa pequeña i- está
encerrada toda la fuerza de ese acto de habla. Y no solo eso, también en el
momento en que escribo estas líneas, esa expresión incursa en error gramatical
ha llegado a ser “per-locucionaria”, pues por emitirla ha llevado a cabo actos
de sensibilización, convencimiento, o entusiasmo, de los que se han derivado
las consecuencias pretendidas.
El error no ha impedido la correcta interpretación del
mensaje. No ha sido un inmenso error. Hasta estoy por decir que, si hubiera
estado correctamente expresado, no habría calado tan hondo, o dicho
técnicamente, no habría tenido tanta fuerza ilocucionaria. Pero al fin y al
cabo, en lo que tengo ahora que pensar es en esa parejita que me viene al pelo
cuando me las veo y me las deseo para cumplir con el compromiso de enviar a mi
representante el próximo artículo mensual.
Juan de la Fuente
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lunes, 22 de abril de 2019
CEREZAS EN COMPAÑÍA
El artículo que venimos comentando: Locuciones verbales con
clítico en español del tipo Dársela, de Mario García-Page, nos ha llevado hasta
el triclinio, y la cerecita que nos ha ido arrastrando es la sílaba –cli-
encerrada en el centro de “proclítico”, como su raíz, existente en algunos
grupos de ese conjunto de lenguas emparentadas que llamamos indoeuropeo. Ya lo
de que esas cerezas ensartadas, por eso mismo, gocen de compañía, aunque sea
efímera, o la compañía esté formada por los que las reciben libres de ataduras
en sus casas, como por encargo, desde la frutería, o haya sido en un aula de un
peculiar Centro de Enseñanza sito en la calle Compañía, donde oí de labios de
un profesor que las ideas y las palabras de que vienen revestidas se enredan
unas con otras como cerezas, o por las tres razones a la vez, que cada uno
elija la que mejor le parezca; por mi parte, la interpretación que tengo por
más segura, no solo por autoridad y magisterio inolvidables, sino por
experiencia propia, es que son las palabras las que me guían en mis
divagaciones, más que ser yo el auriga que lleva las riendas.
Y la prueba de que es
así, me la ofrecen en bandeja unos adjetivos aplicados por Mario García-Page a
las formas pronominales clíticas la/las y otras similares, que tiran de mí y no
me dejan zafarme de ellos. Según él esas formas pronominales integradas en
locuciones del tipo dársela, que pueden utilizarse en el ejemplo Fulano se las
da de fino, «aparecen de modo autónomo» y son «de referencia vaga e imprecisa.»
¿Por qué autónomo? Porque no ha sido «previamente enunciado
el sintagma nominal correferente.» Para entendernos: si la frase “se las da de
fino” hubiera estado precedida de esta otra: “Hay actitudes y formas de hablar y
vestir propias de personas finas, y Fulano se las da de fino sin darse cuenta
de que está haciendo el ridículo”, entonces ese “dárselas y creérselas y
presumir de ellas” se referirían a esas actitudes mencionadas y ejercerían una
función anafórica. Pero en el acto de la comunicación, delante del personaje
aludido, con el concepto de bruto y maleducado que tienen de él los hablantes y
oyentes, ya deja de ser tan vaga e imprecisa la referencia y desaparece la
autonomía de esas formas pronominales. En realidad en la lengua, utilizada como
vehículo de comunicación, no hay autonomía posible, porque forma una sola cosa
con el bagaje léxico de los usuarios de
ella.
En la Nueva Gramática de la Lengua española (NGLE, Sintaxis
II, 3. 15ₐ) leemos:
“La transparencia o la opacidad de una locución adverbial
está estrechamente relacionada con la conciencia léxica de los hablantes.”
Y lo que dice de las locuciones adverbiales puede aplicarse
igualmente a las verbales. Por eso cuando el autor del artículo pone el ejemplo
Ponérselos de corbata al mismo nivel de las demás locuciones con clíticos de
“referencia vaga e imprecisa”, me entran serias dudas sobre esa vaguedad, pues
reflexiono:
«El rumor insistente de que van a realizarse cambios
drásticos en las listas de candidatos de su Partido al Congreso, ¿qué otra cosa
puede poner de corbata a un político que no sean los huevos?»
Aquí no hay que investigar si hay un sintagma nominal
correferente previamente enunciado o no lo hay, para descubrir el elemento de
la realidad que va a servir de corbata. Se exprese con palabras o por escrito o
se silencie, toda persona con dos dedos de frente sabe cuál es. Para todo el
mundo eso es de cajón, como suele decirse. Esta es la razón de la necesidad de
recurrir a la Pragmática para resolver estos problemas.
Y a propósito, o lo que es lo mismo, dejándome llevar por la
cereza de las elecciones: tras las del dos de diciembre, leí un titular en el
Diario de Cádiz que rezaba así:
Algunos se las prometían muy feliz.
La locución verbal que rutinariamente se utiliza ya es de
por sí aberrante, pues nadie puede prometerse nada ni feliz ni desdichado. Lo
que no está en nuestra mano cumplir no es objeto de promesa. Pero la previsión
frustrada tras la celebración de las elecciones era sobre “las cosas felices,
favorables, alegres” para los votantes de un Partido determinado, no para una
persona particular. Lo correcto hubiera sido emplear “felices”, en función de
complemento predicativo de “las” (cosas). Al emplear “feliz”, en singular, esta
forma queda descolgada, no tiene con qué sustantivo concordar. La locución es
así doblemente aberrante.
Todo lo dicho no me quita de encima la otra cereza, la de la
“referencia vaga”. Más adelante leemos en el artículo de referencia, (2.2.2. El
clítico como eufemismo):
«…el clítico la alude, en numerosos casos, al órgano sexual
masculino y su uso evita el empleo de la palabra prohibida o tabú (funciona,
supuestamente, como sustituto del término vulgar…) Esta alusión justifica la
restricción que se impone al uso del plural las.
En general, cuando se refiere a los testículos…suele
aparecer el clítico los: ponérselos de corbata.»
El articulista se detiene con morosidad en la explicación de
la utilización del singular y del plural, del género masculino y femenino, en
la aplicación del singular y femenino al componente destacado del trío, y el
plural y masculino a la pareja, y en la
especificación de los nombres vulgares del uno y de los otros, que hemos
omitido por consabidos. ¿Dónde queda la “referencia vaga e imprecisa”, si solo
le ha faltado incluir una fotografía?
La mención de los géneros gramaticales nos lleva de ramita
en ramita a un asunto muy curioso relacionado con las locuciones verbales y
adverbiales: la aplastante mayoría de clíticos femeninos sobre los masculinos y
los neutros. ¿Por qué “el que la hace la paga” y no “el que lo hace lo paga?”.
Examinemos esta escena muy habitual en un Instituto o
colegio al principio de curso:
Un profesor que advierta de que en su clase “el que lo hace
lo paga”, fuera de un contexto lingüístico por mínimo que sea, todavía deja
margen a la pregunta de qué es lo que no se debe hacer, so pena de recibir
tarde o temprano el correspondiente castigo.
En cambio, si emplea esta otra
locución verbal: “el que la hace la paga”, por muy pequeña que sea la parte del
acervo léxico español que posean sus alumnos, podrán probablemente rescatar
algún concepto de referencia, desde el más vulgar como “jugarreta o faena”
hasta el más adecuado al caso como “indisciplina”, sin necesidad de ulterior
aclaración.
Yo creo que la razón de la preponderancia del clítico la/las
sobre el neutro lo puede deberse a la imposibilidad de que ese pronombre neutro
encuentre un referente en la conciencia léxica del oyente, puesto que no
existen en español sustantivos de género neutro. Las locuciones verbales son
expresiones genéricas aplicables a multitud de situaciones. Las que no
conservan las huellas del juego de naipes, vienen del deporte cinegético, o
suscitan un sustantivo tan genérico como “cosa/s”. El neutro lo tiene como
referencia más bien acciones, que requieren ser expresadas mediante oraciones de infinitivo o
completivas encabezadas por conjunción. Y su función puede ser anafórica o
catafórica. Por ejemplo:
“Doña Pancracia por la calle Ancha paseando del brazo de un
muchacho veinte o treinta años más joven
que ella: Si no lo veo, no lo creo.”
(Función anafórica)
“Si no lo veo, no lo creo: Doña Pancracia paseando por la
calle Ancha del brazo de un muchacho veinte o treinta años más joven que ella.”
(Función catafórica)
Compárese con esta otra locución verbal, aplicable a miles
de acciones de carácter delusor o trapacero. “Lo siento, Juanelo, pero te la
han dado con queso.”
Termino con una frase de Mario Benedetti: Si este diario
tuviera un lector que no fuera yo mismo, tendría que cerrar el día en el estilo
de las novelas por entregas: «Si quiere saber cuáles son las respuestas a estas
acuciantes preguntas, lea nuestro próximo número.» (“La tregua”)
A veces me rondan por la cabeza estas mismas ideas, lo que
no me impide buscar en una próxima entrega respuestas a esta agobiante invasión
femenina en el campo clítico-pronominal, eximida, ya sea con dolo o por
ignorancia, del reivindicado reparto paritario de funciones en todos los
ámbitos de la actividad humana.
Juan de la Fuente
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omingo, 31 de marzo de 2019
TRICLINIUM
No solo afecta la atonía a esas palabras que no se tienen en
pie y necesitan a otras compañeras más fuertes que les sirvan de apoyo, también
las personas padecemos a veces esa misma decadencia y desmadejamiento.
Recuerdo, a este propósito, una época de mi vida, allá por los años sesenta, en
la que me encontraba agobiado de trabajo. Me levantaba muy temprano para ir
desde la calle Zorrilla hasta el colegio de la Mirandilla, pasando por la Plaza
de San Juan de Dios. Terminados los oficios religiosos, me dirigía a la calle
de la Pelota y desayunaba en el bar La Atlántida para adquirir la dosis de
energía que me permitiera dar las clases en el Seminario, alternadas con las
del Instituto Columela, adonde llegaba con la lengua afuera por el atajo del
Campo del Sur. La comida la hacía en mi casa, pero también tenía clases por la
tarde, oficiales y particulares, de modo que después de la cena estaba deseando
meterme en la cama.
Este continuo trajín llegó a producirme palpitaciones por la
noche, y me tenía que incorporar hasta que se me pasaban. Los síntomas me
alarmaron pues se asemejaban a los propios de las taquicardias. Ni infusiones
de tila ni valeriana surtían efecto. Menos mal que un médico amigo, ya
fallecido, pero presente en la memoria de muchos gaditanos, que erigieron un
busto suyo en el Mentidero, dio con la tecla. Los rayos X descubrieron a los
culpables: los gases empujaban al diafragma cuando estaba en postura horizontal
por la noche. Me recetó Aero-Red y la eliminación fulminante de la invariable
cena de revueltos de huevo con papas
fritas. Además tenía que aplicar el célebre aforismo latino:
“Post prandium dormire, et post cenam mille passus ire”
Dormir la siesta me era imposible, y los mil pasos empecé a
darlos por la azotea, pero los tuve que interrumpir, pues vivíamos en un
tercero y suponían un tormento para mi
propia familia.
Lo único positivo fue su diagnóstico: no tenía nada de
corazón. Entonces ¿qué era lo que tenía? No se me olvidarán nunca sus palabras:
“Distonía neurovegetativa”. ¡Toma ya! Lo que las sufridas madres de la calle
Hércules, hartas de tragar bilis y de pasar estrecheces, le decían al médico
cuando iban a su consulta: “Que tengo los nervios metíos en el estómago, don
Manué”.
Así que lo mío era peor que la atonía. No es que no tuviera
tono, es que estaba mal entonado. Lo más parecido es lo que llaman los médicos
POTS: Síndrome de taquicardia postural ortostática. Lo digo por las
palpitaciones, la taquicardia, la postura estática y lo derechito que estaba en
la cama. Una interpretación muy del barrio del Mentidero.
Y todo esto, ¿qué relación guarda con el triclinio? Pues la
misma que la atonía. Si las palabras átonas son proclíticas, son de la misma
familia que el triclinio con el que comparten la raíz indoeuropea *klei/kli. Y
por si fuera poco, también evocan fenómenos y usos de enorme trascendencia
cultural.
Inmediatamente pensamos en los simposios tanto griegos como
romanos, y en el título de uno de los más famosos, el Symposion de Platón, más
conocido como El Banquete. Hay otros simposios, como el de Jenofonte y la Cena
de Trimalción, incluida en el Satiricón de Petronio. El carácter de esta Cena y
el del Banquete de Platón son diametralmente opuestos. La primera tiene como anfitrión a un ricachón grosero,
extravagante, ampuloso en sus discursos pretendidamente eruditos, vanidoso en
la ostentación de sus riquezas, el lujo de sus vajilla, la presentación de sus
viandas, un jabalí relleno de tordos voladores, en sus juegos de mesa, como un
tablero con denarios de oro y plata en lugar de fichas, (pro calculis albis et
nigris aureos argenteosque habebat denarios, Sat. XXXIII) sin mencionar la
extracción social de los demás comensales, catorce libertos de la esclavitud
como él mismo, emparejados o en un trío
formado por la pareja protagonista, antiguos amantes, y un hermoso efebo de
dieciséis años, claro objeto del deseo de ambos y motivo de celos mutuos y
desavenencias continuadas.
Si comparamos los discursos
que en semejantes reuniones sociales suelen pronunciarse, no es menor la
diferencia entre los pronunciados en la Cena de Trimalción y en el Banquete
platónico. En la primera comienzan las intervenciones, al aprovechar la
ausencia del anfitrión, obligada por retortijones incontenibles. Ese es el
momento de los chismorreos: Encolpo, protagonista y narrador, nos pone al
corriente de lo que cuentan unos y otros. El uno, llamado Damas, filosofa sobre
la fugacidad del tiempo. “el día no es nada. Te das la vuelta y ya es de noche.
Por eso lo mejor es ir de la cama a la mesa.” Se queja del frío. “Apenas me ha
hecho entrar en calor el baño”. Seleuco
le interrumpe: “Yo no me baño todos los días…en cuanto me embaule un pozal de
vino con miel, mando al frío a tomar por saco. Y no me he podido bañar hoy,
además: porque he estado en un entierro.” Habla del muerto y de los médicos,
causantes de su muerte…”a fin de cuenta un médico no es más que consuelo”. Se
pone muy pesado hasta que le quita la palabra Fileros: “Volvamos a lo que
importa. Él ya tiene lo que se mereció: vivió honradamente, murió
honradamente. ¿De qué ha de
quejarse?...Con todo, y diré la verdad, yo no tengo pelos en la lengua: fue de
boca mordaz, vocinglero, la discordia en persona, no un hombre. Su hermano, sí
fue un buen hombre, etc., etc.”. Toma la palabra Ganimedes: “Andáis con
historias que nada tienen que ver con el cielo ni con la tierra, y entre tanto nadie
cuida de por qué tira dentelladas la escasez. Por Hércules, que hoy no he
podido conseguir un bocado de pan. ¡Y cómo tira la sequía!” Lamentaciones van y
lamentaciones vienen. Pero Equión le para los pies: no es para tanto, “lo que
no es hoy, será mañana: así es la vida” Otros peores. “Tú si vas a otro sitio,
dirás que aquí atan los perros con longanizas”. Literalmente: “dices hic cerdos
coctos ambulare”, ´dirás que aquí andan por la calle los cerdos cocidos”. Algo
así como que te regalan por la calle latas de Chopped Pork.
Este es el nivel de
la conversación hasta que regresa Trimalción del lasanum, ´retrete´, y se
dirige a sus invitados con estas palabras: “Ignoscite mihi, amici, multis iam
diebus venter mihi non respondit” ´Perdonadme, amigos. Hace varios días que el
vientre no me responde.´ “Y los médicos no se aclaran.” Haciendo gala de
condescendencia y empatía gastrointestinal, prosigue: “Por eso si alguno de
vosotros quiere hacer sus necesidades, no tiene de qué sentir reparos. Ninguno
de nosotros ha nacido sin raja.” Sus reflexiones siguen por estos derroteros,
cumpliendo la recomendación que él mismo les hizo al principio de la cena:
“Oportet etiam inter cenandum philologiam nosse” ´Es bueno también en medio de
la cena tener erudición.´
Estas pinceladas sean suficientes para para ver el contraste
de estos discursos con los del Banquete de Platón.
En solo setenta páginas se encierran los discursos de Fedro,
Pausanias, Erixímaco, Aristófanes, Agatón, y Sócrates, sobre un solo tema: Eros
o el Amor.
De Pausanias es célebre su distinción de dos Eros
correspondientes a dos Afroditas. De la Afrodita hija de Urano, que es la más
antigua, y que llaman Urania, procede Eros uranio; de la Afrodita más joven,
hija de Zeus y Dione, y que llaman
Pandemo, procede el Eros Pandemo. El Eros de Afrodita Pandemo es vulgar
y con él aman los hombres ordinarios, que aman más los cuerpos que las
almas. Es menos estable pues el cuerpo
se marchita. El Eros uranio se prodiga más al alma que al cuerpo y es más
estable.
Aristófanes recurre a un mito de origen babilónico, según el
cual al principio los seres humanos eran redondos y tenían dos cuerpos unidos,
con dos sexos masculinos, femeninos o mezcla de los dos, el llamado andrógino.
Eran tan fuertes y rebeldes que se enfrentaron a los dioses, y Zeus los partió
por la mitad, de modo que añoran la otra mitad, lo que se entiende como
atracción sexual.
Sócrates reproduce la conversación que mantuvo con la sabia
Diótima. Eros es hijo de Penía, la
Pobreza y de Poros, la Riqueza. Como fue engendrado durante la fiesta celebrada
por los dioses con motivo de nacimiento de Afrodita, es por naturaleza un
amante de lo bello. Por eso es un
impulso que continuamente tiende a la adquisición de los bienes de que carece.
Por parte de madre es pobre y por parte del padre, que es rico en bienes
inmateriales, es una tendencia constante hacia lo bello, lo sabio, lo bueno, y
esa es la característica de la filosofía.
Finalmente, el triclinium digital que yo propongo, más que
la disposición de tres lechos unidos por sus cabeceras de forma que quede un
espacio central para la colocación de mesas portátiles, es la convocatoria
ideal a los hablantes de todas las lenguas indoeuropeas: eslavos, bálticos,
Indo iraníes, germanos, anglosajones, latinos, con su séquito de castellanos,
galaico-portugueses, catalanes, rumanos, a gustar de este banquete cuyo
ingrediente común es esa diminuta semilla, esa raíz fecunda que comunica su
sabor a toda una familia de palabras, la raíz indoeuropea *klei/kli, cuyo
significado general es “inclinación”.
De la raíz*kli:
Con sufijo -ma: clima.
Con sufijo –n:
En griego tenemos κλίνω. En latín inclino, declino, reclino;
inclinatus, declinatus, reclinatus y reclinator.
De los participios se derivan: inclinatio, declinatio. Y de todos
ellos se derivan en español: declinar, reclinar, inclinar, declinación,
inclinación, reclinatorio.
Y lo más sorprendente: de esa misma raíz se deriva la
palabra clínica pues en ella están acostados los enfermos y son sometidos a las
auscultaciones cuya etimología culta revela la raíz *aus-que se relaciona con
la palabra latina auris ´oreja´ y la raíz * kol- (vocalización de la raíz *kli) seguida del
sufijo –tatio: aus-col-tatio> auscultación cultismo hermano de auscultar
frente al vulgarismo ascuchar > escuchar.
En esa clínica se inclina la enfermera para percibir el ruido que
produce la respiración en los bronquios del paciente, y se inclina también el
urólogo para ver el cambiante color de la orina en la bolsa de la sonda, y
distinguir con el paso del tiempo la transformación del tinto en el burdeos,
del burdeos en el rosado y, por fin, del
rosado en el ansiado color de la manzanilla de Sanlúcar, muda pregonera de la
inminente alta médica.
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lunes, 25 de febrero de 2019
SUPPLEMENTUM
Volviendo la vista atrás, me encuentro abandonados dos casos
de utilización del artículo o pronombre
personal neutro, según las dos distintas interpretaciones adoptadas, que quiero
rescatar para someterlos a un breve análisis.
Se trata de la presencia de un /lo/ seguido de un sintagma
preposicional con /de/. Por ejemplo:
Siento mucho lo de tu padre.
Puede utilizarse esta frase como fórmula de pésame a un
amigo por el fallecimiento de su padre. Quien defienda la aplicación a /lo/ de
la categoría de artículo neutro, al no ir acompañado de ningún referente, dado que no hay sustantivos neutros en
español, tendría que considerar su ausencia
como la elipsis de un concepto correspondiente a “muerte” o “fallecimiento”, términos, que por
una especie de tabú, se intenta evitar.
También podría defenderse esa interpretación con el
argumento de que para ser pronombre personal neutro debería tener función anafórica,
no deducible del contexto hablado ni del escrito.
En efecto, la anáfora es la referencia por parte del
pronombre a un hecho expresado en el discurso. Si la fórmula de pésame hubiera
sido:
“Ya me he enterado del fallecimiento de tu padre. / Lo/ siento
de veras.”
Ese /lo/ tiene carácter anafórico. Se refiere a lo expresado
por la palabra “fallecimiento”, que aparece en la parte anterior del discurso.
El discurso es como un río: en el nacimiento está la cabecera y lo que sigue es
río abajo. En griego “aná” (ἀνά) es ´arriba´ y “katá (κατά) es ´abajo´, de ahí
que existan la anáfora y la catáfora. En
el caso presente /lo/ hace referencia a una palabra que está arriba, cerca de
la cabecera del río lingüístico que va fluyendo, y por eso es anafórico: “lleva”
(“foro” de la misma raíz de “fero”) hacia “arriba” (“aná”). En la frase:
“No te /lo/ vas a creer: Eustaquio, cuando no ha pasado ni
un mes de la muerte de su mujer, ya está saliendo con otra ”el /lo/ hace
referencia a la noticia que viene después, es decir, río abajo, “katá”, en el
discurso del habla, y por eso tiene carácter catafórico.
En “lo de tu padre” ¿qué hay delante o qué hay detrás como referente del /lo/? Nada-puede responder
el defensor de la categoría de artículo neutro-, y basado en esta falta de
referencia anafórica negará su
naturaleza gramatical de pronombre.
El resultado es que ni está claro que sea un artículo ni que
sea un pronombre. Y la razón está en que desde el punto de vista de la
gramática no es posible hallar la solución del problema. Hay que acudir a la
Pragmática. Esta disciplina atiende a los actos de habla en su propia salsa,
dentro de todo el contexto situacional y vital de hablantes y oyentes. No se
reduce a lo que se ha dicho en la misma situación inmediata del habla, sino que
se extiende a toda la historia de la lengua. “Lo de tu padre, tu hermano, tu
amigo, tu novia…”, ha venido utilizándose desde hace mucho tiempo, y está
interiorizado en hablantes y oyentes. Y lo mismo un caso de muerte, de ruina
económica, de ruptura sentimental pueden
dar lugar a su utilización. Los términos como anáfora han sido creados para
análisis de una lengua de laboratorio, pero no para un habla viva en la que el
pensamiento y el sentimiento suplen a las palabras. Y lo mismo para las elipsis.
En estos días he leído en un académico una secuencia parecida a esta:
-¿Estarías dispuesto a afirmar esto mismo ante un juez?
-No te quepa.
Es la reproducción de un acto de habla vivito y coleando.
Los interlocutores comprendieron perfectamente lo que significaba la respuesta.
Pasemos al segundo caso preterido y recuperado:
Lo de que Ortega era un vitalista no es verdad.
Este ejemplo, tomado de “Lo: artículo neutro” de Justo
Fernández López, sirve para ilustrar una de las funciones del artículo /lo/
cuando va seguido del vínculo de unión “de que” + una predicación. Del mismo
modo que /lo/ sustantiva a los adjetivos y participios, aplicando la analogía
gramatical puede afirmarse que también sustantiva a la oración encabezada por la conjunción “que” en
función de sujeto del predicado “verdad”, que aparece negado. El resultado es
una oración compuesta subordinada sustantiva en función de Sujeto. Puede
interpretarse todo el conjunto como un caso de “dequeísmo”, pero no opino que
lo sea. La preposición “de” tiene una función diacrítica o diferenciadora. Al
servir de puente entre el artículo “lo” y la conjunción “que”, evita que se
entienda “lo que” como una variante del pronombre relativo precedido de
artículo.
Desembarazado de este peso “loístico” sigo con la materia
“laística”, en singular y en plural. Y en este campo heterogéneo gramatical, me
he topado con un artículo que me ha llenado de satisfacción. Alguien podría
colgarme el remoquete de “ratón de biblioteca”, cuando en realidad no lo soy,
sino que tengo el ratón. Él me ha traído
a casa la biblioteca y ha descubierto el
artículo.
Después de llevar un tiempo estudiando esto de las frases
con “la” y “las” un poco al tuntún y casi a tientas, veo que no estoy solo,
pues se lleva estudiando desde hace cerca de medio siglo. El autor Mario
García-Page, (UNED) bajo el título “Locuciones verbales con clítico en español
del tipo dárselas” ofrece una lista de más de cien, tomadas del DRAE, 2001, y
de DFDEA (Diccionario fraseológico documentado del español actual) de Manuel
Seco et alii. (2004).
Insisto en las fechas de edición para resaltar el tiempo que
lleva este tema en el candelero. De acuerdo con la amplia bibliografía del
artículo de marras, quitando una aportación de Julio Casares de 1950 y otra del
conocido El porqué de los dichos de J. M. Iribarren de 1954, la mayoría es del
presente siglo.
Para abreviar y dejar para una segunda parte el análisis de
algunos ejemplos pertinentes, voy a desentrañar el mencionado título.
“Locuciones verbales” son secuencias fijas de palabras que funcionan como un
verbo. Pero según el tipo “dárselas” las palabras que acompañan al verbo son
clíticos.
El término “clítico” es muy reciente. El DRAE en su 23ª
edición lo define así:
Clítico.- Formado sobre enclítico y proclítico. 1. Gram.
Dicho de una palabra átona, especialmente de un pronombre personal: Que se
pronuncia integrada en el grupo acentual de la palabra tónica que la precede o
la sigue. U. m. c. s. m.
La palabra tónica es la acentuada lleve o no lleve tilde. La
átona es la no acentuada y tiene que apoyarse en la que la que la sigue y por
tanto es “proclítica” o en la que la precede y por eso se denomina “enclítica”.
En la pronunciación forman un grupo fónico pero en la escritura la “enclítica”
se une a la palabra precedente formando una sola, y la “proclítica” se escribe
separada de la palabra acentuada. El término “clítico” tiene un sentido
genérico que abarca las dos especies. Todos los clíticos, ya sean proclíticos,
ya enclíticos son monosilábicos y pertenecen a distintas categorías: pronombres
me, se te, le la, las, lo, los, nos, os; posesivos, mi, tu, su, mis, tus,
sus; artículos, el, los, la, las, lo;
adverbios, a, con, de, en, sin, so, tras.
Si utilizamos la locución verbal traérsela en sus variantes
como núcleo del eufemismo traérsela floja a alguien, tenemos:
Me la trae floja, se la trae floja, te la trae floja.
Ejemplos:
En posición proclítica:
Lo que hagan o no hagan los demás con su cuerpo, me la trae
floja.
¿Qué te dijo Damián cuando le contaste lo de su exnovia? –
Que se la traía floja.
Ya veo que a ti todo eso de la política te la trae floja.
-¡Cómo lo sabes!
En posición enclítica:
Eso de traérsela floja en temas de política es muy peligroso
e irresponsable.
Si hablamos del sentido que encierra la locución, es el
mismo que comparte con otra más inocente, si exceptuamos a los mal pensados: me
importa un pito. Ese pito o era el pito del sereno, que dio origen a la
expresión me toma como el pito del sereno o el instrumento musical, que en sí
mismo vale poco. Ahora que está próximo el Carnaval pienso en el pito de caña de las chirigotas
gaditanas y me viene a la memoria esa misma expresión que emplea el coro de
1955, con letra de Ramón Díaz Gómez Fletilla, “Los Bichitos de Luz”:
A mí me importa un pito/ ese platillo y sus tripulantes, /
vengan de donde vengan/ que sean de Lunes, que sean de Martes, / siga como
hasta ahora, / allá en lo alto ese planeta / y si quieren asustarnos/ vamo` a
decirles pa` que lo sepan/ que si ellos son marcianos “olé”/ yo he nacío en La
Caleta.
Adelanto el título de la próxima entrega: TRICLINIUM. Es una
palabra de la misma familia de clítico con la que comparte la raíz indoeuropea
*klei/kli junto a otras que analizaremos de las más insospechadas. Hasta
entonces.
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domingo, 27 de enero de 2019
Secunda Secundae
Puede haber sorprendido a más de un lector- es decir, a dos
o milagrosamente a tres- tanto el título de mi colaboración anterior como este
en que insisto en el recurso a las matemáticas. Aunque pretendía homenajear a
Santo Tomás, que en un tema tan elevado como es la teología empleó el título
Summa, ni por asomo llegaba mi osadía a establecer esas particiones con la
agudeza lógica con que él procedió.
Yo, modestamente, he querido adoptar esta manera de
distribución aritmética para tratar de esa curiosa aparición del elemento
gramatical /la/ desasistido del nombre al que le corresponde determinar, y en
una primera parte lo he estudiado acompañado de la forma homófona pronominal
poniendo como ejemplo “El que la sigue la consigue”.
He supuesto que, por su origen cinegético, se utilizaba para
animar a los cazadores en su persecución de una pieza de caza, y de ahí se
había pasado a aplicarlo a cualquier objetivo que el ser humano se marca en la
vida. En una segunda parte he tratado del elemento /la/ en solitario,
ejemplificándolo en” La de cosas que desconozco”. Hemos reconocido un valor
expresivo en la frase, pues el hablante imprime en ella un sentimiento de
decepción ante el escaso fruto obtenido
con sus esfuerzos por alcanzar, si no la sabiduría, al menos un apreciable
grado de conocimientos en la parcela del saber que ha elegido; y además un
sentido cuantitativo, recibido de la posible elipsis del término “cantidad”,
para cubrir el hueco creado tras el artículo que encabeza la frase.
La denominación Prima Secundae (primer apartado de la
segunda parte) la justifiqué por coincidir con la anterior en la secuencia /la
de/ pero con la diferencia de tratarse de una frase declarativa, sin esa fuerte
impronta de los sentimientos del hablante, y por la ausencia de carácter
cuantitativo. Su novedad viene dada por la aparición de un suceso de mucho
relieve o por la alusión a un personaje
famoso por su carácter prototípico en relación al hecho que se
pretende resaltar, para lo que se utiliza como término de comparación.
El ejemplo “Se armó la de San Quintín”
lo aclara todo.
Y el segundo apartado de la segunda parte (la Secunda
Secundae) del que hoy trato, sigue conservando la secuencia anterior pero en
plural /las de/ seguida de un infinitivo
o de cualquier otro complemento no incluido en ningún casillero de las
anteriores partes. Es lo que se expresa en el siguiente dicho:
No las tengo todas conmigo.
Esta especie de comodín tiene su aplicación en aquellas
circunstancias de la vida en que debemos afrontar un asunto decisivo para
nuestro futuro y no estamos seguros de salir airosos.
La mayoría de los intérpretes ven el origen de esta
expresión en el mundo del juego de cartas. La vida-piensan- es un juego en el
que hace falta manejar bien las cartas que tenemos en las manos, y en la
mayoría de las veces nos faltan las más necesarias. He pedido a un amigo,
experto en el manejo de cartas por las muchas partidas que lleva jugadas, para
que me escenifique el sentido de esta suerte de adagio. He aquí su respuesta:
Me pides, querido amigo, que con toda franqueza, ponga mis
cartas sobre la mesa y recuerde algún momento en que no las tenía todas
conmigo. El más importante fue aquel en que decidí presentarme a unas
oposiciones a profesor de Instituto. Tenía cuarenta y seis años, llevaba cuatro
años de casado y tenía dos hijos de uno y dos años de edad. Las oposiciones se
iban a celebrar en el verano y desde
febrero poseía el título de
Licenciado en Filología Clásica. Los avatares de mi carrera los conoces.
Con los retazos de las asignaturas podrían llenarse unos folios más parecidos a
un patchwork que a un expediente académico: unas, aprobadas en una Universidad
eclesiástica, algunas de ellas convalidadas;
otras, en la civil, como alumno libre; la mayoría de ellas preparadas
durante los seis años anteriores a la fecha de las oposiciones, en los que solo
ingresaba en la casa lo obtenido de las clases particulares.
Pero lo peor y más desazonante vendría cuando, un mes antes
de la trascendental fecha, instalado en
un Colegio Mayor de Madrid para estudiar a fondo el temario, uno de los
opositores proclama a voz en grito: “La
Línea es mía, y que nadie me la toque.” Me quedé de piedra. Esa era en la
convocatoria la plaza más cercana a Cádiz, y tenía como adversario a un penene
que pretendía asentarse en ella. Y eso no es todo: ya sabes de dónde venía yo,
de un Seminario con mucha historia, con una espléndida biblioteca, con cerca de
cuatrocientos años de actividad docente, pero en el tramo del cuarto al octavo año de la década
de los cuarenta era muy deficiente la enseñanza del Griego impartida en
aquellas aulas parecidas a pequeños coros catedralicios con una elevada mesa al
fondo desde la que el profesor nos veía como miniaturas de clérigos
tonsurados. En cambio, mis contendientes
alardeaban de ser ayudantes de cátedra de Universidad o alumnos aventajados de ilustres
catedráticos como Adrados, Fernández
Galiano, Lasso de la Vega, Ruipérez, López Eire o García Tejera. Ante esa
pléyade de sabios ¿de quién podía decir yo que era alumno a secas? Los únicos
profesores de renombre que había tenido eran profesores de Teología y de
Sagrada Escritura. De Clásicas no contaba con profesores conocidos fuera de los
límites de la Diócesis. Traducida esta situación al lenguaje de los naipes, esa
carta del prestigio ajeno no la tenía conmigo. ¿Con qué cartas contaba entonces?
¿Un trébol de cuatro hojas? Nunca me había encomendado a la suerte, sino al
esfuerzo propio, que, como iba encaminado a una materia de mi gusto, lo daba
por bien empleado. ¿Qué escalera podía construir con mis cartas? ¿La escala de
Jacob? No picaba yo tan alto. Estar a las puertas de la Complutense era como
haber puesto ya una pica en Flandes ¡Si yo me conformaba con una escalerilla
para alcanzar aunque fuera la última
plaza, esa plazuela desde la que pudiera acercarme poco a poco a mi casa! Si
revisaba mis cartas, el panorama era fiel reflejo del depauperado estado de mi
economía. No me habían tocado ni oros de
las españolas de Heraclio Fournier ni diamantes de póker del mismo fabricante.
Mi única carta de presentación era entonces la de un parado desde hacía seis
años: un hombre corriente, con un nombre corriente y al mismo tiempo
innominado, sin nómina y sin cuenta corriente. Así que estaba descartado
recurrir al soborno. En medio de estas sombrías reflexiones, se me pegó como
una lapa un joven catalán, que podría ser mi hijo, para endosarme un sibilino
discurso trufado de dos o tres líneas en dialecto arcadio-chipriota, sacadas de
una inscripción mutilada y reconstruida sabe Dios cómo y, para colmo, recitadas
con acento catalán, intragable mejunje con el que intentaba convencerme de la
urgente necesidad de repasar ese dialecto, sin cuyo conocimiento ya podía
decirle adiós incluso a la plaza más alejada de la Península. Le oí con
educación, por no decir con hipócrita cortesía, y le agradecí su interés en
reducir la posibilidad de poseer él una
plaza, ayudándome a conseguir yo la mía. En fin, para no cansarte más, ya
conoces el desenlace. Aprobé contra viento y marea y no todos los incordiantes
pudieron decir lo mismo. Una cosa saqué en claro: no hay que dejarse influir
por esas demostraciones jactanciosas con intención desequilibrante. Sobre este
mismo tema trató la conversación que mantuve con don Julio Calonge, Presidente
del Tribunal con el que compartimos la comida de celebración los que obtuvimos
plaza. De todo lo dicho se deduce que no tuve entonces corbata ancha y corazón
pequeño, pero sí unas corbata estrecha y unos cordones (concretamente dos)
alrededor del cuello. Este es un extracto del estado de incertidumbre en que flotaba en ese episodio decisivo de mi
vida académica. Quizá pueda servirte para la escenificación del adagio “no
tenerlas todas consigo” que me solicitas. Un abrazo.
Desde luego este relato de un opositor en trance de dar a
luz un puesto de trabajo se puede aplicar a las fatiguitas de un primíparo añoso. Pero se han cumplido mis
temores: se ha extendido demasiado en ese extracto. ¡Lo que le habrá quedado en
el tintero! Así que dejaré para otro encuentro con vosotros unos cuantos dichos
que tenía preparados. Pero ya el título será, si Dios quiere, SUPPLEMENTUM.
Juan
de la Fuente
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domingo, 13 de enero de 2019
Prima Secundae
Con este título, además de rendir un homenaje a Santo Tomás
de Aquino, me comprometo a escribir una Secunda Secundae, que no sé de dónde la
voy a sacar. En la anterior entrega la estructura objeto de análisis se
simbolizaba como “la de + SN + que + SV” entendiendo SN como sintagma nominal y
SV como sintagma verbal.
La actual es una primera parte por contener /la de/,
y suscitar el mismo o similar fenómeno de la ausencia del referente del
artículo /la/ y el vacío provocado entre los dos monosílabos. Pero se
diferencia de la ejemplificada por “¡la de cosas que desconozco!” primero por
no ejercer una función expresiva-cuantitativa, sino declarativa, y en segundo
lugar por no incluir el pronombre relativo /que/. La mejor manera de advertir
diferencias y similitudes, condición exigida por la lógica para distinguir la
especie del género, es la utilización de ejemplos. Empecemos, pues, poniendo
uno:
“Se armó la de San Quintín”.
Es decir: SV+ la de+ Personaje o acontecimiento reales o
ficticios.
Aparece /la de/ como en la segunda parte, ya publicada, pero
a diferencia de ella este grupo va precedido de un verbo y seguido de un suceso
o personaje que constituyen el segundo término
de una comparación. Para su comprensión no se requiere conocer este
suceso. Si el contexto que precede o
sigue a este dicho aclara suficientemente que se trata de un hecho calamitoso,
el oyente o lector puede pasar de largo sin interesarse por saber quién fue San
Quintín, un personaje, un lugar o una batalla entre franceses y españoles que
tuvo lugar el 10 de agosto de 1557, donde hubo multitud de muertos y heridos.
Aunque, si se sigue
utilizando esta frase, lo más probable es que pocos se interesen por “el porqué
de los dichos”, a quien sienta esa curiosidad lo remito a un libro con ese título,
cuyo autor es José María Iribarren. En él se explican prolijamente este y los
siguientes ejemplos que voy a poner.
Hay, sin embargo, algo que él no explica, y no lo digo por
petulancia propia, sino porque no era ese su propósito.
Me refiero a los antecedentes latinos de la utilización de
un suceso, famoso por lo catastrófico y luctuoso, como ejemplo de una desgracia
de menor dimensión, cuya repercusión dolorosa se quiere resaltar de ese modo.
En el libro primero, elegía III de las Tristia de Ovidio,
relata el poeta el episodio de su despedida camino del destierro en la última
noche que pasó en Roma. No sé si mis antiguos alumnos recuerdan el comienzo
de esa elegía:
Cum subit illius tristissima noctis imago
Quae mihi supremum tempus in Urbe fuit.
Cuando se me representa la imagen tristísima de aquella
noche
En que pasé los últimos momentos en Roma.
No es cosa de extenderme ahora en la descripción minuciosa
de sus lamentaciones. Baste decir que, después de una especie de paralización y
estupor que hasta le hicieron perder la conciencia de sí mismo, al recuperar el
sentido, le quedaba el doloroso trance de la despedida de sus escasos amigos,
de su mujer en un estrecho abrazo en medio de amargas lágrimas, el recuerdo de
su hija ausente y desconocedora de su triste destino, el espectáculo de un
hogar deshecho, y de un coro de hombres, mujeres y esclavos, que formaban parte
de un ruidoso funeral:
formaque non taciti
funeris intus erat.
Entonces oímos de sus labios el dístico elegíaco en que
establece la comparación hiperbólica de que venimos hablando:
Si licet exemplis in parvis grandibus uti
Haec facies Troiae cum caperetur erat
“Si se me permite utilizar como ejemplo acontecimientos
grandes tratándose de sucesos de menor importancia/ este era el aspecto de
Troya en el momento de su caída.”
En estos dos versos se concentran el sentido y la finalidad
del recurso literario a la comparación de un suceso extraordinario con uno que
lo reproduce a menor escala, para resaltar la importancia de este último.
Veamos el siguiente:
“Se armó la de Dios es Cristo”
Si sobre la identificación de San Quintín tenía mis dudas,
no digamos nada sobre el dogma de la doble naturaleza de Cristo, proclamado en
el concilio de Nicea el año 325. Se aplica esta
alusión indirecta al Concilio en
referencia a una controversia con mucho griterío y confusión. Y en verdad, en
Nicea, localidad a 80 km al este de Constantinopla, hubo discusiones y
enfrentamientos hasta llegar al Credo que confesamos en la Misa: el
niceno-constantinopolitano. Cada una de las expresiones “Dios de Dios, Dios
verdadero de Dios verdadero, engendrado no creado, de la misma naturaleza que el Padre”, -el
célebre “consubstantialis Patri” o ὁμοούσιος-, fue mirada con lupa para evitar caer en el
monofisismo de Arrio.
“Estoy pasando las de Caín”
Este ya es de carácter bíblico y quizá es de más divulgado
uso. Caín, el fratricida, recibió la maldición de Dios como castigo, (Gn. 4,
10-13): “Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo. Pues bien:
maldito seas, lejos de este suelo que abrió su boca para recibir de tu mano la
sangre de tu hermano. Aunque labres el suelo, no te dará más su fruto.
Vagabundo y errante serás en la tierra”. Para la mujer que pronuncia ese dicho,
con un marido en paro, un hijo drogadicto o enfermo y un futuro incierto, casi
se puede decir que sobra el carácter hiperbólico.
Ten cuidado, que ese viene con las del Beri”
¿Quién era el Beri? Iribarren, en El porqué de los dichos,
págs, 186-187, recoge “pasar las del Beri”, citando a Montoto, quien en Personajes, personas y personillas (pag.
130-131), escribe haber oído que era un gitano que pasó muchas calamidades por tierras de Andalucía y “dada la vida que
llevan los de su raza, andaría a sombra de tejado”. Pero yo siempre he
entendido el dicho como un aviso para estar precavidos ante la presencia de un
individuo con muy aviesas intenciones.
“Tomar las de Villadiego”
Hasta que no tuve en mis manos la mencionada obra de
Iribarren (edición de 1994) pensaba que se trataba de quitarse de en medio en
una situación incómoda, pero no necesariamente en una retirada precipitada como
quien huye de algún peligro. Para los casos de riesgo inminente es más
apropiado el “poner pies en polvorosa”.
Por otra parte me resultaba chocante el plural “las de”,
porque interpretaba Villadiego como nombre de un pueblo y hubiera sido más
claro el sentido con el artículo en singular: «tomar “la de” Villadiego», y así
cabría pensar en “la carretera” de Villadiego.
Son tantas las interpretaciones de este dicho que el comentario
de Iribarren en su obra, tamaño 20,5 x 27,5, ocupa cuatro columnas.
Curiosamente en lo que todos los comentaristas coinciden es en la referencia
del artículo /las/. En la Celestina, acto 12, Sempronio le dice a Pármeno:
“Apercíbete a la primera voz que oyeres a tomar calzas de Villadiego”.
Esta misma frase aparece en la colección anónima de refranes
impresa en Zaragoza en el año 1549: “Tomó las calzas de Villadiego y puso
tierra en medio”. Incluso añade el significado de la expresión: la huida apresurada.
En cuanto al significado de calzas, ya se nombran en el
Quijote, cap. 1ª, como parte de la hacienda del ingenioso hidalgo, calzas de
velludo para las fiestas, en cuya edición Clásicos Castellanos, Espasa-Calpe,
Madrid, 1967, Tomo I, pag. 51, nota 1, puede leerse:
«Las calzas, como
dice Clemencín, “hacían el oficio de calzones y medias”, cubriendo los muslos y
las piernas. Velludo llamaban a la felpa o terciopelo, por el vello que
tienen.»
De Villadiego hay dos versiones: el maestro Correa en su Vocabulario
de refranes opina que “pudo ser alguno llamado Villadiego que huyó de peligro y
afrenta, o escapó de cárcel, y dio ocasión al refrán, comparando con él.
Otros, como el mencionado Montoto, en Personajes, personas y
personillas, se adhieren a la opinión de un amigo de este último, quien en
Almanaque de la Ilustración Española y Americana, atribuye el origen de la
frase al privilegio que el rey Fernando
III concedió a los judíos de Villadiego
(Burgos) «prohibiendo que los prendiesen, proporcionándoles un lugar seguro y
obligándoles a “llevar un distintivo delator para que se reconociesen a simple
vista”. Cuando arreciaron las persecuciones
contra los hebreos de Burgos y Toledo, estos huían, “abandonando sus ropas
castellanas, y se calzaban los distintivos que habían de usar en su nueva
tierra de Villadiego, como pecheros y colonos del rey Alfonso.» (Iribarren,
ibid. pags. 67-68).
Que cada uno adopte la solución que le parezca más
plausible. Sea vulgar o regia su procedencia, la consabida frase encierra una
norma de conducta que, a falta (o además) de otras de más noble raigambre, es
aplicable a casos como el de un individuo introducido furtivamente en un ameno
huerto con la sana intención de cultivarlo, bajo condiciones y costumbres
tradicionales que, en una determinada fase del proceso hortícola, incluyen la
adopción de una descalcez expandida.
Si, en ese momento álgido, el atareado intruso advirtiere el
menor indicio de aproximación del hortelano oficialmente contratado, no sería
prudente entretenerse en adecentar su figura, sino con las recuperadas calzas
en la mano emprender una veloz carrera, hasta que, resguardado del peligro, se
las pueda enfundar, sin parar mientes en cuál sea su denominación de origen, la
de Villadiego o la de Villaluenga del Rosario.
Por último quiero añadir un dicho cogido al vuelo en
conversación o lectura, cuya escenificación podría situarse en la barra de un
bar de la baja Andalucía, donde un grupo de amigos se encuentran tomando, no
unas copas de cava, ni de chacolí ni de albariño, sino unas simples cervezas
con sus tapitas. Es posible que de pronto uno de ellos, después de limpiarse
los labios orlados de blanca espuma, poniéndole la mano en el hombro al amigo
más próximo, en un arranque de desesperada franqueza, le dirija estas palabras:
“Oye, Pepe. Permíteme que te dé un consejo: llevas más de
cuatro meses sin sacar la de Ubrique a que le dé el aire, y un día, como te
escantilles, te la vas a encontrar asfixiá.”.
En vano me he desojado buscando en el índice de El porqué de
los dichos el lema Ubrique, con la esperanza de dar con la mención de esa
enigmática expresión, como también ha sido inútil mi búsqueda entre los 65.083
refranes del Refranero General Ideológico Español de Luis Martínez Kleiser.
Quede constancia de que esta ausencia no me atribula, más
bien me enorgullece, pues es una prueba más de la fértil inventiva del genio
andaluz, que no ambiciona ni homologaciones ni reconocimientos de sus
ocurrencias, para las que se necesitarían veinte refraneros y otros tantos
diccionarios.
Tampoco pretendo atribuir concretamente a los gaditanos la
creación de ese dicho, aunque fue en Cádiz donde me parece haberlo oído, y lo
considero digno de suministrar materia para dos o tres cuartetas chirigoteras.
Publicado por juanvinuesa a las 18:41 2 comentarios: Enlaces
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